domingo, 1 de septiembre de 2013

Mi Primer Día de Universidad y el Orfidal Andante.

Septiembre está de vuelta y con él llegan muchas cosas. Vuelven las clases, la sombra de los exámenes augurando un aterrador tiempo de apuntes que atiborran el escritorio y la mente con la misma capacidad. Pero, por fortuna, no todo es negativo. Al retomar las obligaciones estudiantiles, también regresan esas caras que allanan problemas, tales como un profesor rezagado a la hora de publicar las notas, como esos trabajos que se apropian del tiempo libre con la misma virulencia que un troyano, o como los somníferos personificados en profesores rancios. También, recuerdo mi antiguo afán por hojear los libros de texto, con la misma proporción de entusiasmo como la de respeto por el miedo a lo que se venía encima. Por suerte, a fecha de hoy, todos los obstáculos han sido superados. Lo inquietante es saber hasta cuándo. Como podéis intuir, esta entrada está destinada a la nostalgia y a recordar, especialmente, el primer día de universidad. Ya ha pasado un año, y esos trescientos sesenta y cinco días aproximadamente han sido testigos de mi evolución personal y de haber dado uno no, varios pasos, hasta aproximarme y poder tocar con las yemas de los dedos la felicidad. Y, si bien la plena felicidad se consigue con muchos más años de rodaje en el plató de la vida, sí que es cierto que jamás me he sentido tan realizado, tan seguro y tan convencido de hacia dónde quiero ir y de con quiénes deseo filmar los buenos y los malos recuerdos, fotografiar las escenas más absurdas o inmortalizar la profundidad de una conversación.


17 de septiembre de 2012. Un papel y un bolígrafo bic en el bolsillo para anotar lo pertinente, tantos nervios como ilusiones, y el recuerdo de las personas que me acompañan siempre desde la cercanía o la lejanía, convertido en una luz interior que me acompañaba por la oscuridad de mis incertidumbres y por unos pasillos cada más poblados, más humanos. Con todo ello me bastó para llegar hasta el aula, que presuponía que sería durante los próximos meses un nuevo hogar para mí. La 2.16. Pero, no. Craso error. La mía era la 2.16 (bis). Para caer en esa conclusión, fue necesario romper el silencio, el inmerso iceberg que muchas veces nos separa a las personas. Todo un témpano gélido absurdo, porque todos nos sentíamos desconocidos y un poco desorientados. Sin embargo, en mi caso, no fue tan difícil. Cuanto antes das el primer paso, menos cuesta, y ya los siguientes se dan por inercia. Si soy sincero, siempre me ha parecido un tanto morboso eso de llegar a algún sitio sin sentirse arropado por nadie, sin amigos, sin conocidos... Es un práctica "nudista", si me lo permitís. El pasado entonces es eso: pasado. Yo me sentí despojado de lo anterior e, inquietantemente, libre. 

El nudismo se prolongó por casualidad, por pura casualidad. Un nudismo emocional, por supuesto. No me seáis malpensados. Y, sin caer en el extremo exhibicionismo (emocional, que todo hay que aclararlo), me abrí al mundo universitario con confianza y ánimo, y más aún a medida que trascurría el curso académico. El mundo es un pañuelo, pensé. Descubrí que una nueva compañera era una vecina de la playa donde yo paso las vacaciones, que con otra chica tenía una amiga en común, que acababa de conocer en la playa, y mucha más gente. Entre esos buenos recuerdos, también se encuentra una amiga, que conocía los mecanismos de la facultad muy bien (había terminado la carrera de Derecho) y me transmitió un poco su experiencia sobre los vericuetos de la universidad. Dónde estaba la secretaría, cómo eran los períodos de exámenes, cómo de difícil es el camino para ser abogado... Y, cómo descubrir que nos habíamos confundido de clase o cómo interrumpir al profesor de Historia de España en medio de su clase magistral. Sí, como lo oís, mi primer día y llegué tarde a la clase. Y, no, llegué a tiempo, llegué media hora antes. Sin lugar a dudas, la responsable fue la confusión de si pertenecía al grupo A o al B, o tal vez el culpable fui yo, desprovisto de información. En lugar de enfadarse, el profesor no nos reprochó nada: nos dijo "como en vuestra casa, podéis salir y venir con total libertad". 

Y, ya va siendo hora de hablar de los profesores. Algunos son los típicos rancios, que penalizan por todo y se sirven de argumentos que hacen aguas por todos los sitios. A veces quieren que menciones un punto, pero sin extenderte, y cuando lo haces, está mal. El resultado se resume en una espiral de incongruencias y muchos calentamientos de cabeza. En cambio, hay otros que logran que las horas pasen raudamente, y contrarrestan la somnolencia provocado por otros que aburren tanto como pasarse un día entero buscando figuritas en el gotelé de las paredes. Sí, estoy hablando de las pastillas de Orfidal andantes.

Sin duda, lo peor de todo fue el desplazamiento. Todos los días pateándome las calles de mi municipio, primero, y luego las de la capital, que es donde está mi facultad de letras. Una hora todos los días andando. También ha sido fundamental el tiempo en el autobús, donde he conocido a gente maravillosa que ha logrado endulzar las cuatro agrias horas de clase. Tan tediosas muchas veces, tan interesantes las menos. 

Otro aspecto fundamental fue el espíritu de ser sociable con el que abordé la universidad. Quería conocer gente nueva, nuevos aires, nuevas experiencias... Y, aunque en parte lo he conseguido, sí que es cierto que no he podido disfrutar a tope de la vida universitaria. Las juergas nocturnas y otras cosas han quedado en espera. Una lástima. Pero, sin permiso de conducir y sin autobús que me lleve hasta casa, ha sido imposible. A ver qué tal se desarrolla este año. Sin duda, me acompañará la misma sensación y el olor de este verano, ya que desde hace dos años conocí en la playa a un grupo de amigos fantásticos y de un modo peculiar. Estaba solo, sin conocer a nadie. Así que los vi por la calle, me transmitieron buen rollo, y sin pensarlo me presenté. Los nervios merecieron la pena y me dieron la valentía suficiente como para encarar el primer año universitario en medio de unos desconocidos, cada vez más conocidos, cada más amigos

Así que, si alguno de vosotros comienza la universidad ahora, en septiembre, espero que le haya servido de ayuda. O, al menos, que gracias a esta entrada piséis la universidad con más seguridad y con la intención de disfrutar y aprovechar cada momento como si no hubiera otro más allá. Esta semana subiré entradas relacionadas con el mundo académico y universitario: consejos, tragos de vinagre (críticas y dosis de ironía) y de todo un poco. También subiré la reseña literaria de Luces de Bohemia. 


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