jueves, 19 de septiembre de 2013

Guía del Supersticioso, Lucky Luke contra los Espíritus y otros Despropósitos.

Hoy escribo desde el más allá, o al menos así debería de ser. Lo cierto es que mi nuevo entorno es tan similar al antiguo que parece que nada ha cambiado. El mismo ordenador, la misma lentitud suya, el mismo calor, las mismas paredes, la misma familia, los mismos amigos... El caso es que según fuentes fidedignas hace muchos años que me mudé al otro barrio. ¿Cómo sucedió?, ¿se veía una luz al final? o ¿qué número de lotería será el premiado esta semana?, os preguntaréis. De momento, sólo puedo decir que la culpa la tuvo un paraguas. Sí, un paraguas, pero con la potencia suficiente como para aniquilarme sin darme cuenta. Os lo explicaré mejor. Alguna vez he abierto mi paraguas bajo techo. Por si fuera poco, he sido todo un temerario. Decenas de veces he cometido ese crimen de tal envergadura. Así que si los supersticiosos,  tan racionales como amantes de la ciencia, no yerran afirmando que, tras ese maléfico acto, el malhechor fallece un año después, ya no pertenezco al mundo de los vivos. Y lo que es peor, ¡pongo la cama con los pies en dirección a la puerta! Eso es muerte súbita. Calma, calma, sólo se trataba de una broma. Espero que no hayáis contactado con el exorcista más cercano durante la lectura de este párrafo. Para eliminar los virus del ordenador (y de las personas), no existe nada tan eficaz como un antivirus o un doctor. Sólo un doctor (o un informático). No es preciso ni cruces, ni ajos, ni escobas detrás de la puerta.  
Como habréis podido adivinar, vamos a hablar de esas creencias que muchos denominan "supersticiones", pero que yo prefiero designarlas con un término más práctico, más simple: despropósito. Y ya que hablamos de adivinar y de despropósitos, llega el momento de citar el espejo. Esa superficie lisa y brillante que refleja los objetos, los complejos y las alegrías de las personas. Pero para algunas gentes es mucho más que eso: es un objeto mágico de adivinación. Como lo oís. Objeto mágico de adivinación. Por ello, algunos antepasados lo rompían. Con ello evitaban la imagen terrorífica del futuro, supuestamente. ¡Qué exagerados, por favor! Adivina el futuro, es decir, adivina las canas, las arrugas o las huellas de la preocupación, pero ya hay que ser alarmista para nombrar esa realidad como "imagen terrorífica del futuro", excepto que la persona reflejada sea Tamara Seisdedos. A día de hoy, se afirma que si rompes un espejo, siete años después mueres. Error garrafal. Ocurriría eso si se te incrustara un trozo en el corazón. Y, tampoco, tardarías siete años en desangrarte. Sería cuestión de minutos. Efectivamente, cuestión de minutos, aunque si, en ese momento, estuvieras escuchando a Fórmula Abierta, tal vez tendrías la sensación de ser Santiago Nasar. 

No obstante, las supersticiones contribuyeron al nacimiento de las conexiones inalámbricas. Sobre todo, la del zumbido de los oídos. Dicen que si percibes un "pitido" que proviene del oído es que alguien está hablando de ti. ¡Qué gente más mala! Para que os hagáis una idea, ése fue el origen de la alerta del Whatsapp cuando recibes un mensaje. Pero, lo que desconocen muchos es que los que se aburrían en otros tiempos (y algunos de ahora) patentaron un método de venganza: pellizcarse el oído. El efecto es inmediato: tu inoportuno receptor se morderá la lengua automáticamente. "A mí mientras no me envíe un troyano o la nueva canción de Leticia Sabater me conformo", murmullará alguno. ¡Madre del amor hermoso! Se me olvidaba advertiros de... Perdón, no soy capaz... A ver cómo me explico... ¡Apaga las velas de la tarta de un solo soplido! En caso contrario, los espíritus malignos del pasado, del presente y del futuro vendrán a ti, los muy gorrones. De acuerdo a la creencia, el pastel será un nido de mala suerte; de acuerdo a lo lógico, a lo racional, se convertirá en un nido de babas y microbios. "¿Y qué importa? Si tienes que escupir los pulmones o morir por una crisis asmática, lo harás, y si quedan babas, pues, mira, así tendrás un bizcocho borracho", me reprocharán los supersticiosos. (¡Qué asco!) Entre nosotros, presiento que tal superstición se la inventaron cuatro bomberos vagos que dijeron "vamos a entrenar para extinguir el fuego de un soplido". Si se hubieran leído Los Tres Cerditos en su momento... Pero, no prejuzguéis, los supersticiosos no son unos guarros ni unos vagos, porque por lo menos no se llevan la vieja escoba a su nuevo hogar. Eso sí: no aplaudáis, ya que el único motivo es evitar las desgracias. Bueno, aquí tienen razón, es importante evitar los ácaros o alguna que otra pelusa. 

Tampoco podemos olvidar el misterio de la sal, provocado quizá por una agrupación horizontal de salinas. El cloruro sódico (o sal) constituye la fuente básica de todo supersticioso, ya que simboliza la amistad, y derramarla conlleva la enemistad con alguien. Pero como uno siempre puede meter la pata, estas empresas debieron de proponer que echarse sal en el hombro izquierdo paliaba esta consecuencia. Pero, la estrategia iba más allá, pues, según sus directrices, siempre y cuando se te caigan las tijeras y apunten hacia a ti, o las dejes abiertas, has de echarte sal. Sinceramente, yo estoy comenzando a dudar... ¿No es posible que la sal fuera una tapadera para ocultar un comercio de carne humana para esquimales? Así, con la sal por encima, en el asadero humano sólo los tendrían que condimentar con pimienta. 

Que no os resulten raras tales estrategias de mercadotecnia. Algunos invernaderos idearon una maña para despachar cactus a trochemoche. Consistía en divulgar que con este tipo de plantas en las ventanas se ahuyentaban los malos espíritus. En parte por la humedad, pues se ahogarían al intentarla cruzar. O peor aun, como el cacto absorbe el agua con facilidad y los espíritus precisan de ella, entonces quedarían atrapados. Perfecto. Muy lógico todo. Pero, supersticiosos, ¡¿cómo no habéis pensado en la posibilidad de que exista un fantasma socorrista que provea de manguitos y flotadores al resto de espectros?! Aunque, bien mirado, quizá sea cierto, y por ello Lucky Luke se pateaba el desierto con el caballo Jolly Jumper a la búsqueda de espectros malignos a los que atrapar con su cuerda. 

¡Alto ahí! No puedes continuar leyendo este artículo sin aprender una nueva lección. Los supersticiosos han de escupir todo el tiempo y, claro está, no bostezar nunca. ¿Sabes por qué? Es bien simple: si abres demasiado la boca, podría meterse el demonio en tu interior. Según las malas lenguas, a los Rolling Stones les sucedió eso por sacar la lengua tantas veces. E, incluso, apuntan a que una muestra empírica es el tema Sympathy For The Devil. Yo, a pesar de no creer en esos despropósitos, os voy a dar un consejo. No emplees más la vocal "a". Con tal abertura, no es que te vaya a poseer un espíritu, sino que todos los fantasmas van a montar la bacanal del quince entre tus dientes, a modo de butacas, o en tus intestinos, a modo de toboganes. Un desfase, vamos. La "e", evítala. 

Otro despropósito muy conocido es el del gato negro. ¡Qué miedo un gato negro! No me asustaba tanto desde la primera aparición del Capitán Lucanero en Los Lunnis. Curiosamente en otros lugares y épocas como en Egipto o en la Inglaterra victoriana era señal de buen augurio. (Sin comentarios). Bueno, sí, si eres de los crees en tales cosas, toca madera. En efecto, dicen que aleja el peligro y la desgracia. ¡Qué mentira más gorda! ¿Y cuándo te clavas una astilla? Peor que eso, no hay nada, a menos que te claves dos. Otra "des-idea" es colocar una herradura tras la puerta principal para impedir la entrada de brujas y del mal. En realidad, lo que es un disparate es la ubicación, ya que la herradura sería para colocársela el borrico que cree en esas cosas. 

En cuanto a las embarazadas, podemos hacer referencia a los populares antojos. "Cariño, tráeme un pollo, una piña, un helado de chocolate, etc., no querrás tener un hijo con manchas con forma de pollo frito", dicen algunas futuras madres. Vamos a ver, sabia mujer, puesta a pedir, ¿por qué no reclamas una calavera para echarla a la sopa o para estudiar los huesos craneales? Bien pensado, si te sale el hijo macarra, te lo agradecerá ad eternum: ya tendrá el tatuaje oficial de cani. 

A estas alturas del artículo, ya te habrás convertido en experto en supersticiones. Pues no tan rápido, amigo lector. Queda un lección más: el supersticioso en la mesa. Para ello, os propongo leer la pequeña GUÍA DEL SUPERSTICIOSO EN CUANTO COMENSAL

1. EL PAN SIEMPRE BOCA ARRIBA. Para convertirte en un ser disparatado, controla la posición del pan en la mesa. Podría levitar y girar. Si el planeta rota sobre sí mismo, ¿por qué no habría de hacerlo el pan? Además, representa a Jesucristo. Si se te cae, bésalo, bésalo mucho como si fuera ésa la última vez. Asimismo se recomienda, dibujarle tres cruces con el cuchillo. 
2. NUNCA DERRAMAR VINO. En el caso de que sucediera, debes restregarte un poco de vino por la frente, y si fuera champán, por el lóbulo de la oreja. 
3. NUNCA REUNIRSE 13 COMENSALES. Siendo doce o catorce, no hay problema. Pero, 13 nunca. Al decimotercero has de aniquilarlo. Prueba con unas tijeras abiertas o echándole sal en los ojos. Pero, para ir más rápidos, la escopeta servirá. Luego, reza. Con un par de oraciones parece que todo se soluciona en este mundo. 
Tras leer la guía ya queda todo más claro. Recapitulemos... Hay que besar al pan, pero con atención, porque si te descuidas, te calientas en exceso y acabas haciéndole el amor. ¡Qué chorrada! Además, ponerlo boca abajo es malo, error; pero coger una navaja, rajarlo, asesinarlo y destriparlo, no. Que alguien me lo explique. Tampoco podemos ignorar lo del vino. ¡Otro disparate! Esto tiene que venir de los masajistas o de los enólogos. El vino en el mantel, no, pero en las orejas y en la frente, sí. Lógico. Intuyo que no nos recomiendan a los chicos que nos lo restreguemos por el pene, ya que, quién sabe, en caso de erección, podríamos golpear la botella de vino, romperla y vertiendo todo el líquido por la mesa, y, claro, eso ya sería el acabóse. 

En realidad, no sé si sería el desastre final, el acabóse -como antes he mencionado-, pero lo que sí que puedo afirmar es que no quedan más de seis palabras para poner a esto fin. 
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Gracias por visitar El Acantilado de las Palabras. 

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