LUCES DE BOHEMIA - RAMÓN DEL
VALLE-INCLÁN
Repetimos el mismo género otra vez: el teatro.
Luces de Bohemia ha sido la elegida para devorarla y
desmenuzarla con todo el empeño y el interés posibles. En ella, se
refleja la vida calamitosa de Máximo Estrella, un viejo bohemio
ciego, que llega a empeñar hasta su capa. Un billete de lotería, unos
amigos de confianza en apariencia y una situación del país
desoladora embriagan a la obra de un brillo cuanto menos lacónico.
Se publicó en un principio en la revista
España en 1920 y, cuatro años después, en libro bajo la
editorial Renacimiento, con la añadidura de tres escenas más.
Con ella Ramón del Valle-Inclán se proponía mostrar lo
esperpéntico, lo absurdo, de la realidad, cada vez más deforme,
pues auguraba un devenir funesto ante una sociedad un tanto
deshumanizada. De este modo, nació el esperpento, para cuya
explicación nos podemos servir de una cita del propio Max Estrella,
el protagonista de la pieza teatral. “Las imágenes más bellas, en
un espejo cóncavo, son absurdas”, afirma en un pasaje. Así pues
lo esperpéntico se refiere a lo feo, lo grotesco, lo llamativo por
distar de la norma y caminar hacia lo monstruoso. Y, la carga de lo
absurdo en la obra origina su singularidad.
Pero, la técnica del esperpento, consistente
en la cosificación y animalización de los humanos y en la
humanización de las objetos y los animales, también supone un todo
armónico. Por ello, se incluyen elementos del género chico, según
algún estudios por ser antecedentes de la degradación y de lo
burlesco del esperpento, así como la inclusión del léxico de los
sainetes, perteneciente a la subliteratura. Incluso, la voz de la
calle madrileña, los cultismos y el argot encuentran su sitio en esta
singular pieza. En ello, se cumple el principio de decoro, pero sí que es cierto que ciertos aspectos semánticos
confunden y convierten la experiencia lectora en algo un tanto
engorroso. Cambiar el agua de las aceitunas aquí significa
orinar, estar afónico se refiere a no tener dinero, etc.
Afortunadamente, la Colección Austral (edición de Alonso Zamora
Vicente) ofrece un estudio muy completo y un glosario con los
términos propios del habla de la calle madrileña. En cuanto a los
cultismos, se agradece que no haya sido especialmente rebuscado y sus
referencias se ciñen a los shakesperianos Hamlet
y Ofelia, un salutatem plurima o un “juventud divino
tesoro”. De todos modos, ediciones como la antes mencionada
siempre facilitan la comprensión del texto. Asimismo, en ello
encuentro un mérito más para el autor, pues consigue brillar con
tales ingredientes “de la calle” hasta elevarlos a la categoría
de arte.
Se trata, por tanto, de una quiebra del sistema
lógico y de las convenciones sociales de la España de Alfonso XIII.
El pontevedrés Valle-Inclán
(1866-1936) había nacido en una familia de cierto abolengo y cultivó
notablemente su parcela intelectual, especialmente cuando en su
traslado a Madrid en 1890 conoce a muchas personalidad persiguiendo
la gloria literaria. Reflejo de sus coordenadas personales, surge una
voluntad de estilo artístico, una constante exhibición del arte por
el arte, que constraba con la literatura anterior, la realista, tan
fotográfica y gris. No obstante, en este libro todos nosotros
podemos hallar en su estilo un tono peculiar, fruto de una transición
coherente hacia la burla, lo ridículo, el sarcasmo o lo risible. Un
ejemplo sería La Marquesa Rosalinda (1913). Por eso aquí el
regusto del modernismo y de lo opulento, el preciosismo, la
literatura de aristocracia se evapora, como ya había ocurrido en
Divinas Palabras, respaldada por la crítica, pero sobre en
Luces de Bohemia. Como consecuencia, algunos personajes
ladran; otros maullan. E, incluso, el librero Zarazustra parece
establecerse más que en una tienda, en una cueva, tal y como la
describe el escritor. Esa ruptura de lo lógico me gusta, sobre todo,
en las primeras escenas, pues al leerlas sentía la clara voluntad de Valle-Inclán de dar otra vuelta de tuerca a su obra hacia lo esperpéntico. Sin embargo, a medida que avanzaba el
texto, el esperpento se iba reduciendo, como si Ramón María hubiera
olvidado sus pretensiones iniciales. Con todo, se vislumbran ciertos
elementos de esta naturaleza y en un especial acentuación de la
personificación de lo no humano. Baste con “con una tos gruñona
retorna al lado de Max Estrella” o “piano y violín atacan un
aire de operata”. ¿Una tos que gruñe y unos instrumentos
musicales que agreden? Extraño, ¿verdad? Pues eso, extraño,
absurdo y esperpéntico.
La belleza en sí misma ocupa un lugar
secundario, mientras que la denuncia social arrebata el protagonismo.
El autor considera que la degradación social se debe a todos los
estratos sociales. Por esta razón, no duda en abarcar multitud de
perfiles y embarcarse en una obra teatral con un personaje colectivo.
Un ministro, una prostituta marginada, una portera apolítica, un
albañil con inquietudes políticas, un excelente poeta, entre otros
personajes, coinciden en una pieza dramática cosida por el
desgarramiento en el trato de los personajes y del idioma, el marcado
escarnio y la preocupación por la dimensión político-social. Pese
a ser una obra en ocasiones algo fría, con la que es difícil
empatizar, se agradece esa diversidad colosal, pues ello impide el
protagonismo excesivo de alguno de los personajes. Personalmente, el perfil del parásito social, personificado en Latino de
Hispalis, no me entusiasma, principalmente, por mostrar sus cartas
desde el principio. Es, pues, un personaje plano, si bien su codicia
crece a pasos agigantados hasta sobrepasarla en el desenlace. La Pisa
Bien me parece un personaje desaprovechado y el billete de lotería
podía haber dado más juego. Lo mismo se puede decir de Madame
Collet.
Y si el número de personajes es acaudalado, el
de espacios también. La redacción de un periódico, una taberna, la
calle, la comisaría, el calabozo... Todos ellos aportan más
variedad a un texto de por sí variado. No obstante, esa
heterogeneidad de ambientes y espacios tiene como consecuencia algún
desplome de mi interés. Para ser más exactos, desde la intervención
de los agentes hasta la liberación de Max Estrella, la lectura me ha
resultado un poco tediosa. Por suerte, no han sido más de seis
escenas, y al no superar las doce páginas cada una, la experiencia
se hace más o menos llevadera.
A
modo de conclusión, Luces
de Bohemia
es aconsejable para quienes buscan una lectura trascendental de
nuestra literatura, un texto singular y un acercamiento con
Valle-Inclán y el teatro del siglo XIX. Sin embargo, para los
lectores que rehuyan de lo complejo o que prefieran lo costumbrista,
más vale que se sumerjan en otros libros. Aún así, recomiendo que
los que se hayan decidido a leerla que pongan atención a lo
esperpéntico, es decir, que estén al acecho
de los instantes en los que queda patente la técnica innovadora del
escritor. Gracias por leer esta reseña.
MUESTRAS DEL ESPERPENTO
“El ciego se entera mejor de las cosas del
mundo, los ojos son unos ilusionados embusteros”-MAX.
“Si en este laberinto hiciese falta un hilo
para guiarse, no se le pida a la portera, porque muerde”-MAX
“Como te has convertido en buey, no podía
reconocerte. Échame el aliento, ilustre buey del pesebre belenita”.
-MAX a LATINO
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