viernes, 5 de septiembre de 2014

DON QUIJOTE (1ª Parte): humor, ironía, narradores, quijotización y sanchificación.


Ayer publiqué la primera parte de los cinco especiales sobre el Quijote de Cervantes: DON QUIJOTE (1ª Parte): estilo cervantino, historias interpoladas y crítica literaria. Hoy tenéis la segunda. El próximo lunes podréis leer la primera entrada sobre la segunda parte de la novela. 

DON QUIJOTE DE LA MANCHA (1ª Parte)
HUMOR
La obra desprende humor desde principio a fin, aunque persiguiendo una meta más seria que la de hacer reír. El lector para hallar ese trasfondo debe leer entre líneas y cuestionar por qué Cervantes emplea en un momento determinado cada recurso humorístico. Después de una lectura atenta, se observa que hay varios cauces para conseguirlo.

Primero, los silencios cervantinos, o sea, la indeterminación y la vaguedad, son una fuente básica. Baste mencionar la vacilación de los nombres propios. Alonso Quijano a lo largo de la novela es llamado Quijada, Quesada o Quijana. También, encontramos la deformación burlesca de Sancho debido a su escasa cultura. Baste mencionar cuando bautiza a Catón el Censor o Censorino como Zonzorino, pues zonzo significa 'tonto' en el capítulo XX.

Segundo, la parodia del lenguaje de la literatura caballeresca a través de la oscurecimiento del mensaje. En el primer capítulo, por ejemplo, conocemos algunas lecturas del hidalgo. Y el narrador nos ofrece algunos párrafos que imitan este estilo. «La razón de la sinrazón que a mi razón se hace, de tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura». Pese al fin que persigue el autor, descubrimos en su prosa a un gran conocedor de los libros de caballerías de la época, como los de Feliciano de Silva, Amador de Gaula.

Tercero, el humor situacional, es decir, el basado en situaciones graciosas y, en cierta medida, grotescas, es una de las grandes bazas en el anhelo de comicidad. En el capítulo II se encuentra la primera situación de este tipo, cuando don Quijote llega a una venta, pero él cree que es un castillo, así como confunde a dos rameras con dos doncellas y al ventero con un noble castellano. Entonces, las rameras se burlan de su retórica trasnochada y de los problemas de este al no poder quitarse la armadura sin romperla, de modo que el ventero se ve obligado a darle comida y bebida por una caña.

Cuarto, el humor lingüístico también destaca y recorre cada una de las páginas de la novela. Así pues, este humor, algo más sutil, aparece, por ejemplo, en el capítulo XV, cuando Sancho comenta: «De lo que yo me maravillo es de que mi jumento haya quedado libre y sin costas donde nosotros salimos sin costillas». Digno de mencionar es, además, el cuento de las cabras que en el capítulo XX narra Sancho, en el que se llega al humor a golpe de repeticiones. «Si de esa manera cuentas tu cuento, Sancho –dijo don Quijote–, repitiendo dos veces lo que vas diciendo, no acabarás en dos días:  dilo seguidamente y cuéntalo como hombre de entendimiento, y si no, no digas nada. La conclusión del cuento también resulta gracioso, puesto que se trata de un cuento sin conclusión, porque el número de cabras que pasan en barco de un lado a otro del río Guadiana puede ser infinito.

Quinto, el humor escatológico se vislumbra en el vigésimo capítulo cuando defeca Sancho junto a su amo, sin este percatarse a tiempo para impedirlo.
— Paréceme, Sancho, que tienes mucho miedo.
— Sí tengo –respondió Sancho–, mas ¿en qué lo echa de ver vuestra merced ahora más que nunca?
— En que ahora más que nunca hueles, y no a ámbar –respondió don Quijote.

NARRADORES, IRONÍA, RELATIVIDAD Y VEROSIMILITUD
En los primeros ocho capítulos el narrador se sirve de diversos testimonios y documentos, entre los cuales hay diferencias y suponen un foco de diversas contradicciones. Todo ello es una huella más de la ironía cervantina. El narrador, como se puede percibir, es un elemento primordial en la ironía. Un momento que contribuye a justificar esto es cuando el narrador detiene la narración en un momento de particular interés de la aventura del vizcaíno por falta de documentación, lo que supone el fin de la primera parte. Este recurso cuenta con varios precedentes literarios. En cuanto a la división de la novela, cabe mencionar que en la segunda parte no tiene continuación la subdivisión de la novela, tal y como hizo Fernández de Avellaneda quien la prosiguió, pues comienza su obra apócrifa con la quinta parte de las aventuras de don Quijote.

La situación se agrava en el capítulo noveno con el hallazgo del manuscrito. Cervantes reconoce ser «aficionado a leer aunque sean papeles rotos de las calles». Esto le llega a coger uno de los cartapacios en el Alcaná de Toledo que vendía un muchacho y con la ayuda de un «morisco aljamiado», descubre que estos contenían la historia de don Quijote, escrita por Cide Hamete Benengeli. Se trata de un historiador arábigo, lo que se traduce en otra ironía más, pues a los moros se les consideraban en esa época como unos embusteros, lo que carga la novela de relativismo, de subjetividad. Es más, la única verdad es la que se construye a través de las palabras, sin contemplar si esta también lo es en el mundo real. Desde tal hallazgo, Cervantes se descubre como un editor, un comentarista de una traducción de un manuscrito inédito que cuenta un relato ficticio en una lengua exótica, algo habitual en los libros de caballerías.

Estos condicionantes propician subjetividad y relatividad. De hecho, en la aventura más representativa y célebre del Quijote, la de los molinos de viento, se juega con la inexactitud, pues el narrador dice que hay entre treinta y cuarenta molinos. El juego de perspectivas también es una constante. Siguiendo con el mismo pasaje, don Quijote cree que son gigantes y Sancho Panza y el narrador sostienen que son molinos. Pero, tras la derrota, don Quijote cree que Frestón ha mudado a los gigantes en molinos para quitarle méritos. Normalmente, este achaca sus desgracias a encantamientos. Otros ejemplos de la multiplicidad de perspectivas los encontramos en las aventuras de los rebaños o en la disputa por la bacía del barbera o, el yelmo de Mambrino, según el caballero andante trasnochado.

El juego literario le sirve, de nuevo, a Cervantes para acabar la primera parte y anunciar la tercera salida de don Quijote, alegando la falta de documentación verídica. Con todo, concluye con unos poemas finales que anticipan el rumbo de la segunda parte, si bien carecen de la maestría y la calidad con que brilla la prosa cervantina.

QUIJOTIZACIÓN DE SANCHO Y SANCHIFICACIÓN DE DON QUIJOTE
Aunque será en la segunda parte de don Quijote donde mejor se muestre las interferencias de personalidad entre amo y escudero, encontramos en la primera tanda, la de 1605, los primeros indicios. Cabe recordar que, en la primera parte, desde que Sancho sirve a su amo solo trascurre un mes.

En el capítulo XXVI, cuando el cura y el barbero se encuentran con Sancho y le preguntan por su amo, comienza a vislumbrarse la incipiente locura, o más bien, su rendición a lo ficcional, a los sueños, a despegarse de su personalidad materialista y conformista. Comienza a confiar en que su amo llegue a ser emperador o que él mismo gobierne una ínsula. Su transformación se debe a estar bajo la influencia de una personalidad como la de su amo y a la experiencia del manteamiento, tras la cual la concibe como fruto de encantamientos.

En la aventura de los cueros de vino, además de producirse otro juego de perspectivas como en los molinos de viento, la aventura de los rebaños o la disputa por el yelmo de Mambrino, encontramos otro paso más hacia la quijotización de Sancho, pues mientras don Quijote, sonámbulo, cree luchar contra un gigante, Sancho piensa que su amo ha matado a uno y que no encuentra la cabeza por culpa de un encantamiento.


Por su parte, Alonso Quijano también da muestras de su futura sanchificación en el pleito del yelmo y la albarda, cuando dice:
En lo que toca a lo que dicen que esta es bacía y no yelmo, ya yo tengo respondido; pero en lo de declarar si esa es albarda o jaez, no me atrevo a dar sentencia difinitiva: solo lo dejo al buen parecer de vuestras mercedes; quizá por no ser armados caballeros como yo lo soy no tendrán que ver con vuestras mercedes los encantamentos deste lugar, y tendrán los entendimientos libres y podrán juzgar de las cosas deste castillo como ellas son real y verdaderamente, y no como a mí me parecían.

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