viernes, 11 de abril de 2014

SANTOS Y VILLANOS (Presentación)


¡Regresan nuestros "villanos"! Sí. Después de Villancicos y villanos, Febrero y villanos y Misterios y villanos, llega la cuarta temporada. SANTOS Y VILLANOS. Así es cómo se llama. Barajaba varias posibilidades (Procesiones y villanos o Semana Santa y villanos), pero los descarté porque se podría pensar que se trata de relatos religiosos. No y no. Simplemente se desarrollan en Semana Santa. Nada más. De hecho, más de la mitad de las tramas no tiene ninguna relación con este periodo.

En los nuevos capítulos hay novedades bien jugosas. Francisco se encargará de las procesiones y trabajará como profesor en un instituto católico. Allí ayudará a preparar a los estudiantes suspensos, lo que lo llevará por el camino de la amargura y tendrá que lidiar con problemas insospechados. Emilio, por su parte, dejará de ser un desempleado y un soltero. Debido al incremento del turismo en estas fechas, será contratado para atender las mesas en un restaurante y, además, tendrá novia (¡después de casi treinta años!). Además, Carlos, de treinta y cinco años, engreído, ególatra y clasista, ocupará el puesto de Antonio y, día tras día, colaborará a ratos con sus compañeros, y en otros momentos, aniquilará la paz a la que aspiran Francisco y Emilio. 

Cada capítulo se puede leer individualmente, es autoconclusivo. Así pues, no hace falta leer las anteriores temporadas para "engancharse" a esta. La extensión de cada parte ronda las 1400 palabras, una cifra algo superior a las temporadas anteriores. Sin embargo, las nuevas entregas son mucho más dinámicas; hay más acción, más variedad. De hecho, uno de mis objetivos para esta temporada era ese: mezclar un tono algo más costumbrista y realista con lo puramente absurdo, lo hilarante y lo cómico -sin caer en la carcajada vacía-. En cuanto al estilo, me inspiran Peréz Galdós, Galdós, Eugène Ionesco, Samuel Beckett (y su Esperando a Godot) o María Dueñas. En cuanto a las tramas, mis fuentes de inspiración son, por ejemplo, mi propia experiencia, la distorsión de ésta, series como Aquí no hay quien viva o Cómo conocí a vuestra madre, cuentos populares y otras lecturas. Y, por supuesto, mi imaginación.

Antes de dejaros un pequeño avance, os invito a que leáis los nuevos capítulos, porque le dedica bastante tiempo a escribir y porque siempre es un placer ver cómo a lo que dedicas esfuerzo e ilusión es bien recibido. MAÑANA PRIMER CAPÍTULO.
FRAGMENTO 1 — ¡Qué pibones, joder! ¿Te podrás creer que cuando se marchaban besaba sus asientos? Mi jefe tendría que venerar a esas sillas por haberse rozado con esos culos. ¡Qué digo! Culazos.
— Lávate, chorreas testosterona.
— Por ejemplo, a una le pedí su teléfono.
— ¿Y qué te contestó? –se interesó el sacerdote con una sonrisa socarronería.
— Que ella no tenía de eso, que ella defendía el medio ambiente y que se comunicaba con señales de humo.
— ¿Y qué le contestaste? –Francisco contenía la risa.
— Al principio no me lo creí, pero como fumaba pensé que con el humo me estaba mandando señales. ¿No es fantástica? Debió de decirme: «Me gustas, calvito». Y le propuse quedar este jueves para que me enseñara a aprender eso de las señales de humo.
— Me contestó que este jueves se quedaría afónica, y el viernes, y el sábado, y el domingo…
— Dios, esa chica es la puta ama. ¡Cómo te toreó! ¿Qué tiene que ver la voz para hacer señales con las manos?
— ¡Qué desconfiado te has vuelto para ser cristiano! Supongo que sería sordomuda de manos.
— ¡Y hamburguesas en almíbar! –exclamó el párroco.

FRAGMENTO 2 
Sin distracción alguna, invirtió la mañana en desfilar por el pasillo de la casa cural. Transportando platos, tazas y otros recipientes de un extremo del pasillo al otro. Para desgracia de Francisco y de su economía, fueron exterminadas casi las tres cuartas partes de la cristalería. De hecho, sólo sobrevivió al cataclismo doméstico la bandeja de plástico blanca, de esas en que suelen venderse las tartas en las pastelerías. «¡Basta, basta! Déjalo, Emilio, porque me veo mañana tomándome la leche en el vaso de la escobilla del váter y por ahí, sí que no paso», le reprochó el sacerdote con cierta indulgencia. Sin cejar en su empeño de atender a los clientes con solvencia, se inclinó por practicar el servicio de las mesas. Emulando los gestos elegantes y la distinción de los metres de las películas de los años cincuenta, pero en una versión más modesta, donde el lito no era más que una toalla húmeda; el sacacorchos, un simple destornillador; y el comandero, un trozo de papel.

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