CAPÍTULO 10. UN DERBI, ALIENÍGENAS Y UNA CARPINTERÍA
METÁLICA
Una cosa es que todos los caminos conduzcan a Roma,
y otra, bien distinta, es acabar encerrado en una carpintería metálica vestido
de alienígena y con un vinilo de El baile
de los pajaritos de María Jesús y su acordeón en las manos. Explicar cómo
los senderos del azar habían perpetrado tal estrambótica escena no es tarea
fácil. Por eso cabría empezar la narración desde el principio. Habría que
remontarse al jueves por la noche. Carlos salió de copas para seducir a
cualquier chica dispuesta no sólo a dejarse el pudor en casa sino también
dispuesta a comprobar la calidad de los muelles de su colchón. Éxito absoluto.
A medianoche se presentó con una jovencita, que, a juzgar por su apariencia, no
debía tener más de diecinueve primaveras. Lo que sucediera entre las paredes de
su habitación y por qué en el armario había tantos arañazos son dos cuestiones
que no vienen al caso, a pesar de que con tantas marcas la madera parecía un collage de códigos de barras.
En cambio, los artículos 22, 27 y 28 del Reglamento del buen compañero de piso de
Carlos son determinantes para esclarecer por qué Emilio llevó dos días después
un maquillaje a base de talco, harina de maíz, manteca vegetal y colorante
verde, y dos antenas en la cabeza, confeccionadas con dos esferas de poliespan
y papel de aluminio. Estos artículos se resumían en evitar que los ligues de
Carlos se encariñasen con él. Así pues, si a la fémina se le pegan las sábanas
o se desiste a marcharse, los compañeros de piso deben sacarla del domicilio
como sea. Por todos los medios. Sin más desayuno que una galleta integral. Si
los esfuerzos resultan ineficaces, uno de ellos ha de disfrazarse de
extraterrestre para simular una abducción alienígena.
Viernes 25 de abril. A falta de cuarenta minutos
para las doce, Carlos salió de su cuarto, desmerecido desde su llegada, con un
esbozo de haberse puesto las botas con el cuerpo de la jovencita. Un cuerpo
que, de ser cuna del éxtasis y de la pasión menos púdica y más carnal, se
transformaría en cuestión de minutos en túmulo del deleite o en sarcófago de la
excitación. «Os necesito, proletario. No podemos incumplir el artículo 22 del
reglamento. Emilio disfrázate de alien;
tú, Francisco, busca El baile de los
pajaritos. En cinco minutos entrad a mi dormitorio. La chica de ayer no
quiere salir», dispuso el mujeriego.
Visto y no visto, Carlos, Francisco y Emilio,
caracterizado de extraterrestre, invadieron el dormitorio, mientras que de
fondo sonaba el exitazo de 1981 de María Jesús. Yacía una muchacha, medio
desnuda, con unas braguitas negras tan escuetas que se aproximaban a un tanga
cristiano. Las sábanas ya no estaban metidas bajo el colchón por el pie. En
esta ocasión envolvían el cuerpo albugíneo de esta y sus ornatos rosáceos como
si de una crisálida se tratara. En realidad, eso es lo que deseaban, que
saliera volando de la vivienda como Remedios la bella. Con todo, ya presuponían
que nunca habría otro García Márquez. La humanidad no podría soportar tanto
talento y tantas proezas literarias en un cuerpo humano. Por ello, se
conformaban con expulsarla del inmueble, aunque el medio no le llegara a la
suela del zapato a la escena de Cien años
de soledad. Invasión, El baile de los
pajaritos y acción.
— Mujer no mayor, tú-estáis-en-proceso-de-abducción-te-unirás-con-los-criaturos-de-otra-galaxia-ipso-cactus
–expresó Emilio simulando ser un robot con serios problemas de gramática.
— Jovenzuela liberal, sal de aquí, no mires atrás
–la agarró del brazo Francisco con el fin de sacarla de la cama.
— Ma mi prendi in giro? Dov’è il tuo disco volante?
–preguntó ella estupefacta.
— No-ti-invintes-una-idioma-evacua-el-edificio-vas-a-sufrir-uno-abducción.
— Come? Non parlo spagnolo.
— ¡Vaya, era italiana! –se sorprendió Carlos.
— ¿¡No sabías qué no hablaba español!?–exclamó
Francisco.
— No lo sabía. ¿Qué tiene de raro no saber su
idioma? Me acuesto con las mujeres por muchas razones, que te podrían
escandalizar, pero te aseguro que me la suda si habla español, italiano o
danés… Aunque bueno si habla árabe…
— ¿Cómo te la ligaste entonces? –comenzó el
sacerdote a vestirla.
— Non mi toccare! Chiamo la polizia!
— Por favor, Francisco, me ofendes. Estás hablando
con el mesías del galanteo, el criminal de la castidad femenina, el Príapo
pagano, el soberano del dios Sobek, el discípulo de Julio Iglesias o,
simplemente, el dios de la seducción. Si hubieras leído “El as de lo exótico”,
el capítulo quinto de Manual de seducción
urgente, no me habrías preguntado eso.
— Dejémonos de tonterías y sigamos con nuestra
misión –propuso el párroco, mientras le colocaba las diminutas braguitas a la
italiana, aún de resaca.
— Mi lasci in pace, figlio di puttana –le pegó una
patada al cincuentón.
La escena grotesca se saldó con la italiana huyendo
despavorida y los tres compañeros celebrando el éxito de su misión
intergaláctica. Y después de esto, queda por relatar por qué estaban aquel
sábado por la mañana encerrados en una carpintería metálica. Ahora es el
momento. Todo surgió cuando la tarde del viernes Emilio programaba el vídeo
para un partido que llevan meses esperando. El partido más legendario. Mucho
más que un derbi entre el Atlético y el Real Madrid, mucho más incluso que el
superclásico entre este último y el Barça. Se trataba del derbi entre dos
pueblos rivales, como Springfield y Shelbyville. Galínez del Azahar contra Hoya
del Naranjo. Dos ciudades levantinas enfrentadas desde años. Una guerra fría
destinada a finalizar en una cruenta masacre, donde los bandos enemigos
luchaban contra sus hermanos, primos, cuñados, tíos y amigos. Si bien, décadas
atrás, habían firmado una tregua para concluir las funestas relaciones,
cargadas de munición, la rivalidad seguía candente. El legendario derbi
comenzaba a las nueve de la noche, pero ellos desde las seis aguardaban frente
al televisor. Con el reproductor de vídeo preparado para iniciar la grabación,
con una docena de latas de cerveza Marbriel y con la firme voluntad de no
levantarse del sofá hasta que Galínez del Azahar, su pueblo, se hiciera con el
trofeo.
Para desgracia de sus intenciones, Emilio vio pasar
por la plaza a la señora que perdió la foto donde aparecía Carlos de crío, o
sea, su más que posible madre biológica. En realidad, al nuevo le resultaba
baladí el marcador de los onces. Pequeño detalle que trastocó una intensa noche
futbolera entre amigos, bajo el influjo de la pasión por el deporte y, mientras
la ilusión perdurara, sobre el viento. Él les pidió que lo acompañaran. Quería
alcanzarla y poder resolver una de las grandes incógnitas de su vida,
adolecente de excesos y carente de respuestas. Por qué lo abandonó, habría
intentado contactar con él o quién era su padre. Cuestiones que era necesario
mudar en respuestas. A regañadientes, Emilio y Francisco aceptaron, previendo
que antes del partido regrasarían. Craso error. A las nueve de la noche se
hallaban encerrados en una carpintería metálica. Rodeados de láminas y barras
de aluminio, hierro y acero inoxidable, planchas de panel fenólico, de
herramientas de trabajo y de elementos de protección. Cascos, gafas antimpacto
o monos de trabajo. La culpa de acabar allí, en el polígono industrial, la tuvo
el adoptado. Efectivamente. Carlos, carismático y seguro en otras
circunstancias, sufrió por unas horas lo que era tener una personalidad de cubo
de Rubik sin resolver. Se sentía descolocado, confuso y desafiado al presentir
que las casillas que, con el paso de los años, se asentaron, ahora, se hallaran
dispuestas en orden aleatorio. Caos absoluto. Le atemorizó enfrentarse con su
pasado así. Sin anestesia, con el dolor en carne viva y con su gozo habitual en
estado de agonía.
De este modo, se camuflaron entre los materiales almacenados de la carpintería metálica, situada en un polígono industrial solitario. Carlos requería tiempo para decidir si quería saludar a su madre o no. Y el camuflaje fue eficaz hasta el punto de no percatarse de que esta y los empleados se habían marchado. ¿Cómo podrían salir de aquella nave industrial, cerrada a cal y canto? Emilio comprobó si había algún boquete; Carlos buscó la caja de llaves en la oficina; y, por su parte, Francisco intentó localizar una radio o una tele para no perderse el derbi. Ya había trascurrido el primer tiempo, así que con suerte podrían disfrutar del segundo. Algunas veces la fortuna les sonreía; otras muchas les pateaba por doquier. Esta vez la balanza se inclinó por el segundo caso. Como casi siempre. Por desgracia. «Yo no veo ninguna llave, Emilio», le avisó Carlos participando de tú a tú, codo con codo, con ellos. Perdiendo la sensatez y ganando en perturbación, Emilio se lanzó a tomar una sierra circular de mano, que halló en una de las mesas, y, poseído por el espíritu de un encarcelado, cortó los barrotes de las rendijas de la ventana. «¡Amigos, ya he encontrado la llave», gritó con efusividad el sacerdote. Tarde, demasiado tarde. Cuando el párroco alcanzó a Emilio, éste ya se encontraba escapando por la ventana. Aguardó a que Carlos saltara, y, finalmente, atravesó la ventana hasta salir de aquella jaula de metales y herramientas.
— De ese infierno proletario, he cogido estos tapones
para los oídos –Carlos alzó los brazos para que los vieran–, cascos, gafas y
una revista de tías en cueros. Nos servirá de ayuda.
— ¿De ayuda? –preguntó Emilio.
— Esta noche va a ser muy dura. La ciudad estará
celebrando la victoria de Galínez del Azahar o llorando por la derrota. Habrá
gente bañándose en las fuentes públicas, tocando el maldito claxon de los
coches y haciendo botellón. O sea, si nos los encontramos, podríamos saber quién
ha ganado. Tenemos que hacer cómo si esta noche nunca hubiera existido, llegar
a casa y ver el partido sin saber el resultado.
— Cierto, el partido es aluci… cómo decirlo…nante. ¡Alucinante!
–exclamó excitado Emilio.
— Poneos estos cascos, los tapones y estas gafas –el
clasista se los entregó–. Para que no veamos nada, he pintado los cristales con
rotulador permanente y he dejado un pequeño agujero para no caernos.
— ¿Y la revista de estas tías en cueros? –indagó el
sacerdote–. ¿¡Por qué mierdas pone desnudo integral si la tía sale en bikini!?
— ¡Cuánta razón tienes para ser cura! Dentro
aparecen pibones de verdad. He cogido la revista para vosotros, para que os
entretengáis. Los burgueses no tenemos que comprar revistas de este tipo. Cuando
queremos ver tías en bolas, salimos de copas y esa misma noche las desnudamos.
— ¡No te parto la boca porque has tenido una buena
idea! Pero, eres un fantasma, que lo sepas. ¿Ahora qué? ¿Me vas a decir que has
quitado más sujetadores que calzoncillos te has puesto?
— ¡Basta ya! Tenemos 35, 40 y 53 años y parecemos
aún chicos de parvulario. Escondámonos por aquí cerca y sobre las seis de la
mañana nos vamos para casa. Ya prácticamente no habrá nadie por las calles –terció
el párroco.
El trayecto no fue sencillo. Ver por un pequeño
agujero, mirando el suelo para no toparse con conocidos o leer, por error, una
pancarta donde se leyera «Viva Galínez» o «¡Campeones!» no era plato de buen
gusto. Por el camino, alguna vez soltaban maldicientes «¡mierda! ¡me cago en
todo!». Pero, tranquilos, eso ocurrió porque se chocaron contra el buzón de
Correos, pisaron un excremento de perro o, al ir agarrados de la mano, haciendo
una cadena humana de tres eslabones, Carlos, el eslabón central se estampó con otra
una farola.
Magullados, doloridos y cansados, pero atiborrados
de ilusión, a las diez de la mañana del sábado pusieron los pies en la casa
cural. Encendieron la tele, rebobinaron la cinta de vídeo y se sentaron
dispuestos a deleitarse gritando «Árbitro, cabrón», emocionándose en los
contraataques, sintiendo la pasión de los forofos y brindando con los botes de
cerveza Marbriel por los penaltis perdidos de Hoya del Naranjo. 0-0. Pasado el
segundo tiempo, habían empatado. De golpe la grabación se paró; la excitación y
la pasión futbolera de los tres, también. Qué pasó. Sencillamente Emilio había
programado el vídeo para que grabara durante algo menos de dos horas, por lo
que la prórroga no quedó registrada. Tonto,
idiota, descerebrado, retrasado o
joputa fueron algunos insultos que
recibió. Empero, no todo fueron desgracias; Galínez del Azahar, su equipo,
ganó.
-LISTA DE CAPÍTULOS-
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