viernes, 4 de julio de 2014

«La vida privada» - HÉROES Y VILLANOS 15

 

CAPÍTULO 15. LA VIDA PRIVADA
Pocos podían jactarse de conocer a Francisco con todas las letras. El conocimiento era meramente superficial y aliñado con prejuicios que distaban millas de llegar a buen puerto, a la radiografía de su espíritu reservado y cabezota, y a su alma valiente y repleta de viveza. Tal vez no atesorara grandes secretos, tal vez sus confidencias fueran anécdotas con las que encoger las dilatadas esperas en la parada del autobús, en cambio, con toda seguridad se podía asegurar que protegía su vida privada con el recelo de una madre inexperta.

Se había convertido en un personaje público, cuyas declaraciones se erigían, al momento, en un recurso de probada eficacia para incentivar la compra de periódicos de tirada nacional, de subir la audiencia y el share en programas de corte político o de ascender al trono de los asuntos más comentados en Twitter. Para ser sinceros, el ahora político veía con buenos ojos que las masas se movilizaran por él o que los balcones, vestidos de pancartas con mensajes del tipo «Vota a Francisco García por un cambio en la política» atestiguaran la aceptación generalizada hacia PRIME, su partido. Por el contrario, el creciente interés por su vida privada por parte de los medios de comunicación le producía urticaria e, iracundo, basculaba entre rascarse la erupciones de la piel enrojecida o expresar su furia directamente en el cuerpo de todo periodista que se osara a entrometerse en su privacidad. En resumidas cuentas, el periodismo que pretendía desmenuzar su intimidad en lugar de centrarse en los vericuetos de sus pensamientos políticos le resultaba una carga, tan pesada como un abrigo de plomo.

La noche del viernes la archivaría en la papelera del arrepentimiento. Lo habían invitado a un programa contenedor a fin de glosar su programa político, pero cuál fue su sorpresa cuando advirtió que los profesionales de aquel espectáculo, no tan televisivo como circense, lo habían invitado para ponerlo sobre las cuerdas y sin pinzas. Así las cosas, cayó al patio de luces de la frustración y comprobó que no siempre las palabras gentiles van de la mano de la ética y la moral, sino más bien flirtean con la impudicia y la falta de rigor. En la televisión, todo es lícito con tal de subir la audiciencia y atrapar a los teleespectadores, que se decantan por contenidos de fácil digestión, pero nocivos a largo plazo.
— Buenas noches de nuevo y bienvenidos a Cuando el corazón habla a los que se incorporan a la emisión tras el corte publicitario ―saludó el presentador con un rostro que competía en número de cráteres con la luna―. Es un placer presentar a un hombre que está revolucionando la política y los medios de comunicación en esta primera semana de julio. Francisco Garcia, expárroco y fundador de PRIME, un nuevo partido que pretende dar un volantazo en las próximas urnas electorales.

Dio paso a un vídeo de presentación del invitado, basado en un amalgama de ideas inconexas sobre su vida, realizado con prisas, con desidia y sin el talento indispensable en un buen editor de vídeos. Repasaron su infancia, su carrera eclesiástica y algunos escándalos.
― ¿Le ha gustado el vídeo, señor García?
― Hombre, si lo ha hecho tu hijo de tres años, está genial. Dile de mi parte que ya puede pasar a manipular plastilina ―sonrió el expárroco escondiendo en parte su desagrado y exprimiendo su simpatía, que comenzaba a consumirse―. Además de eso, que me saquen meando en un farola en medio de la calle, tampoco es que sea plato de buen gusto.
— Veo que tiene humor, señor García. Lo ha hecho un mono.
― ¿Un mono? ―se sorprendió―. Sinceramente, defiendo que los animales sean tratados como humanos, pero esto ya pasa de castaño oscuro.
— Sin más dilaciones, quería iniciar la entrevista preguntándole por sus primeras impresiones de su incursión política.
― Positivas, tremendamente positivas. La respuesta de la ciudadanía ha sido sorprendente, y su apoyo me retroalimenta, me da fuerzas para vencer las barreras que las distintas fuerzas del país me vayan poniendo. Gracias por la pregunta, es un placer acudir a un espacio donde se dé visibilidad a las nuevas organizaciones.
— ¿Qué le llevó a abandonar el sacerdocio?
― Unas declaraciones sinceras, que, según la Iglesia católica, se apartaban de los valores de la religión.
— Ahora, entre nosotros —le guiñó el ojo con socarronería y un ápice de picardía—, ¿no habrá tenido nada que ver alguna mujer en esto?
Non erat his locus, como dijo Horacio. Podría contestarle, pero no hablo de mi vida privada.
— ¿Ha estado con mujeres antes, durante o después de su cargo eclesiástico?
― No hablo de mi vida privada.
― ¿Se le ha parecido Dios?
— No hablo de mi vida privada.
― ¿Consume estupefacientes?
— No hablo de mi vida privada.
― Un día le vieron en una corrida de toros, ¿acaso defiende la tauromaquia?
— No hablo de mi vida privada.
― Antes ha afirmado que los animales deberían poseer los mismos derechos que los humanos, ¿ha faltado a la verdad?
— No le pienso contestar. Mientra no cometa delitos, puedo hacer en mi intimidad lo que me venga en gana.
― ¿Lo desmiente o lo corrobora?
― Ni lo desmiento ni lo corroboro, sino todo lo contrario.
— ¿Tiene miedo de mostrarse tal y como es?
― No hablo de mi vida privada.
— Me comunica mi regidor que nos vamos a publicidad a las... —miró hacia su muñeca en busca de su reloj, pero no lo encontró—. ¿Qué hora es? —preguntó sin un destinatario claro.
― No hablo de mi vida privada.

A decir verdad, ninguna razón de peso le arrastraba hacia el silencio. Solo su negativa a dejar en paños menores la intimidad a la que se había aferrado en no pocas ocasiones. Desde hacía años y, prácticamente, desde que comenzó a andar sin sufrir un traspiés tras otro, anhelaba los instantes de soledad, de reflexionar sobre su propia existencia y los retos que a corto, medio y largo plazo él se ponía. Los anhelaba con la intensidad con que un niño espera los regalos de los Reyes Magos año tras año y con la vehemencia con que un ferviente creyente se aferra a los dogmas de fe. En parte, por el rechazo de que sus vivencias circularan a la velocidad de un rumor y en el vagón de tercera clase, como un chisme, un secreto a voces, una verdad deformada por el boca a boca y por la imaginación fastuosa de los hombres. En parte, además, por el gusto de compartir confidencias con uno mismo o, como mucho, con Dios, el único que, a su parecer, sabía guardarlas sin la tentación de propagarlas a los cuatro vientos. Pero, sobre todo, porque lo habían traicionado tantas veces; habían desmantelado sus silencios compañeros, amigos y familiares tantas veces que ahora prefería dejar las confesiones para contárselas a Silencio, su único aliado fiel.

Aunque bien pensado, había un agente que lo coaccionaba a guardar silencio. Se trataba de su corazón, hastiado de recordar lo que sucedió en una playa cuando su dueño apenas contaba con dieciocho años. Sus padres acababan de comprar una casa, no muy amplia ni equipada con ostentosos muebles ni amplias habitaciones, pero una casa al fin y al cabo, un espacio delimitado por cuatro paredes y un tejado a dos aguas que le permitía saborear la libertad cuando sus padres y su hermana se marchaban. La libertad de llegar a las tantas a casa sin dar explicaciones a nadie, de hacer nuevas amistades y dejar aparcados en su primera residencia los lazos afectivos habituales, de reponer las pilas y vivir experiencias que el ajetreo cotidiano y las obligaciones familiares y estudiantiles se empecinaban en frenar. Aquel verano de 1978 estaba dispuesto a comerse el mundo, a salir a la calle en chanclas y con una toalla en el brazo en busca de pequeños momentos de felicidad en buena compañía, en el lugar perfecto y el momento más oportuno. Sin embargo, la suerte, el azar o la casualidad, o, tal vez, los tres, movieron los hilos del destino, por puro capricho, y conoció así a una chica de la que se enamoró perdidamente. Quizá no fuera la muchacha más bella, pero su modo de articular las palabras, de retocarse el peinado con la punta de los dedos o su manera de ajustarse la parte superior del bañador limaron las aristas de su bealdad. La brisa del mar y el espíritu veraniego hicieron el resto.

Largas tardes en el chiringuito, o tumbados en el sofá o en la cama, haciendo de todo menos descansar, haciendo de todo menos perder el tiempo entre romanticismos de película americana. Intensas noches compartiendo el amor de verano junto a la pandilla de amigos, paseando descalzos por la orilla del mar, comparando la humedad de la arena de la playa con el fervor de su pasión. Prometiendo cosas que, desde el parapeto del tiempo trascurrido, nacieron para romperse y quedar despedazadas, como el destino de las piñatas o el de las copas de champán de los enamorados en el día de la boda. Ella, inexorablemente extrovertida; él, irreversiblemente ingenuo. Una carta truncó su relación amorosa. El contenido le asestó un puñal que, ni en mil reencarnaciones, podría olvidar. El dolor, la angustia y la abundancia de interrogantes quedarían impresos en él, con el mismo protagonismo que su nombre y sus apellidos en el DNI. La carta le sirvió para corroborar su entrega a Dios, por tanto, el contenido de la misma es baladí, es, al fin y al cabo, una parcela más de su vida privada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario