miércoles, 2 de julio de 2014

«El populismo, para los borregos» - HÉROES Y VILLANOS 13


CAPÍTULO 13. EL POPULISMO, PARA LOS BORREGOS
El licor de la nostalgia recorre la faringe con ardor, con la corrosividad del ácido sulfúrico. No es complicado repetir insaciablemente las expresiones del tipo «aún me queda mucho por vivir», «lo mejor está por llegar» «si yo quiero, yo puedo», pero creerlas firmemente y, más aún, demostrarlas de manera empírica es una labor tan ardua como imposible, como reconstruir la torre de Babel con palillos o vaciar el imponente mar con un cubo. Adaptarse a los cambios y desterrar sin remordimientos la idea de que «cualquier tiempo pasado fue mejor» resultaron las dos lecciones más complejas para Francisco. Pese a la facilidad con que memorizaba las distintas oraciones del catecismo o a pesar de retener en su cerebro gran parte de la Biblia. Versículo a versículo. Desde el viernes su vida viró con escasa suavidad y con excesiva turbulencia. La Iglesia lo había expulsado y apartado de la vida sacerdotal para siempre por poner la zancadilla a lo que las altas esferas eclesiásticas consideran decente y correcto por sus declaraciones, al parecer de estas, desafortunadas, y, al parecer de él, necesarias y honestas.

De hecho, su marcha obligada suponía también devolver las llaves de la casa cural y acabar con las maletas en la puerta. Por ello, ahora, recorría sin cesar el pasillo de otra casa, preparando un nuevo discurso político, planeando cómo atraer a nuevos votantes para su partido, aún balbuciente, o, quizás, solo moviendo su esqueleto, que comenzaba a dar síntomas de atrofias musculares y, por ende, de una adultez con tendencia a la senectud. Había tantas posibilidades, tantas dudas y tan pocas respuestas. De lo que no cabía duda era de que, gracias a Emilio, con quien había granjeado una amistad mayúscula, seguía teniendo un techo, una cama y un respaldo portentoso para batallar contra las adversidades, para enfrentarse a su faceta política recién inaugurada... Con pocas palabras, un respaldo que reducía los problemas ciclópeos al tamaño de una hormiga.

Siguió andando de una punta a otra del pasillo de la vivienda donde nació y creció Emilio, ahora también su vivienda. Constaba de un porche, no demasiado grande, pero lo suficiente como para reunir a una quincena de invitados en las noches de verano. Constaba, también, de dos plantas. En la planta, había un cuarto de baño, justo a la entrada, a la derecha, y enfrente de este, un dormitorio, que en otro tiempo había hecho las veces de despacho y, posteriormente, de trastero. Y junto a este, el comedor. Antaño había sido partícipe de cenas de Navidad dignas de celebrar por todo lo alto, con champán francés y un capón; ahora solo era la incubadora del polvo y la reliquia de un pasado feliz en un futuro sombrío. La cocina, al fondo del pasillo, la cual había sucumbido al desgaste de los años, a los azulejos amarillentos y a un manto de polvo sobre los muebles y la encimera, a pesar de los esfuerzos de Fulgencio, el padre de Emilio, durante décadas por exterminar cualquier mota de polvo con el plumero, los trapos y el limpiacristales, a modo de armas. Una muestra fehaciente y, cuando menos, cruel de que ni la más eficaz ancla es capaz de detener la potencia del mar, de las mareas, de la vida. En la planta superior, había tres habitaciones.

Don Francisco había visualizado su rueda de prensa en Youtube un millón de veces. Leyó los comentarios, las quejas, los improperios, anotó el número de pulgares hacia arriba; devoró las páginas de los diarios que hablaban de él, y, por supuesto, analizó los tuits que se había granjeado desde el viernes por la noche. Aún degustaba su discurso como si fuera un trozo de chocolate negro que se deshace en el paladar.

«Cualquier tiempo futuro será mejor, ciudadanas y ciudadanos. Pero, para ello, cada español debe contribuir a rescatar la soberanía nacional de España. Este país lo gobernamos todos, y no cuatro políticos corruptos que vencen en las urnas electorales, pese a todo. ¿Acaso queremos que nos recorten los sueldos, los subsidios, los derechos o que enmienden la Constitución española como si fuera el vestido de Cenicienta? No más retales. Entonces, unámonos. Creemos un nuevo partido. He sopesado los pros y los contras, y os puedo asegurar con firmeza absoluta que me comprometo a cambiar el rumbo del Estado, bajo un nuevo partido político, PRIME. Partido por la Rebelión y la Independencia de las Matrices Españolas. He aquí la doctrina ideológica de mi futuro partido.

Primero, PRIME se opone a toda ley que impida a las mujeres, a vosotras, detener el proceso de gestación, salvo en embarazos avanzados y en niñas menores de edad sin el permiso de los padres.

Segundo, PRIME no acepta que la Iglesia continúe disfrutando de privilegios fiscales, económicos, sociales o de cualquier otra índole. Entiende que las religiones y las distintas creencias han de ser independientes y autónomas respecto a las arcas públicas y al sistema educativo público, excluyendo, por tanta, toda consideración de tipo histórica.

Tercero, PRIME apuesta por el recorte salarial de los diputados, pues sus sueldos son desproporcionados en relación a la situación económica que atraviesa el país y convierten el ejercicio de la política en un negocio, cuando debería ser un servicio desinteresado. Apuesta, asimismo, por el reparto de la riqueza no desde la óptica de la igualdad, sino de la equidad, y por una reforma laboral según la cual los empresarios sean la pieza central. Sí, ellos, porque son ellos quienes dan trabajo y quienes reactivan la economía. PRIME respeta, pero no comprende por qué algunos partidos se obcecan en hacer de los empresarios unos monstruos devoradores de sangre y en que se reparta la riqueza, cada vez más menuda, a los obreros y a las clases más desfavorecidas. La intención es buena, es plausible, pero es inútil. Completamente inútil. Si no queremos que haya ciudadanos sufriendo en sus propias carnes el hambre, no hay que darle pescado, sino enseñarlos a pescar. No obstante, se compromete a erradicar la pobreza y la exclusión social así como defender al proletariado de los abusos de la patronal.

Cuarto, PRIME aboga por la centralización del territorio español, por reforzar las medidas para evitar fraudes fiscales y por dar término a la práctica de las grandes empresas españolas de poseer su capital fuera de nuestras fronteras para esquivar las obligaciones fiscales.

Por último, PRIME considera que un país donde los recortes de mayor envergadura recaen en la investigación y e la merma de las condiciones educativas y sanitarias está condenado al fracaso rotundo.

Quería agradecer a todos vuestra atención, porque unidos conseguiremos que la verdadera soberanía nacional prime”.

Desde entonces, su repercusión mediática parecía no alcanzar límites e, incluso, otros partidos políticos y algunos sindicatos le ofrecieron a Francisco suculentas ofertas para integrarlo en sus organismos. La mayoría, no por sus ideas políticas, sino por su imagen, por ser la imagen del desengaño de la población. Un exsacerdote con esas ideas y esa garra para hablar sin pelos en la lengua suponía una oportunidad de oro para acrecentar el número de escaños en las próximas elecciones. Económicamente era rentable; moralmente, no. Prefería un sueldo modesto a tragarse sus palabras guarnecidas con resignación y codicia. Con todo, hay que admitir que las nubes negras de la indecisión lo persiguieron en un principio. El poder atrae a cualquiera, y a muchos, los transforma, los manipula sin miramientos y con la ética aparcada en el cajón de las cosas inútiles. Tuvo en cuenta, asimismo, la gran cantidad de simpatizantes, pero, también, la escasa y famélica cantidad de afiliados. Reflexionó acerca de la facilidad de la población para denunciar la situación social desde una óptica pasiva, con protestas silenciosas, y la escasa participación y el sentido de la responsabilidad de los españoles, que preferían criticar antes que tomar parte en la política.



El miércoles 2 de junio se reunió con los altos cargos de un partido político que había surgido hace nada, prometiendo todo lo habido y por haber a los ciudadanos, pero sin explicar cómo. Las utopías en la literatura a veces son de agradecer; en política, nunca, y, más aún, cuando se juega con los ciudadanos como si fueran marionetas.

— Don Francisco, ¿se une, entonces, a nuestro partido? —inquirió el dirigente de este, un hombre joven, doctorado en Ciencias políticas y con una formación de quitarse el sombrero.

— No, me lo impide la moral.
— ¿Está seguro? Nosotros vamos a revolucionar los resultados electorales. ¿No quiere unirse al cambio de paradigma político? El bipartidismo es el gran enemigo de los españoles, no pueden turnarse más. Los tiempos de Cánovas del Castillo ya pasaron, hay que mirar al futuro. Dinamitemos la casta o, lo que es lo mismo, la caspa.
— Sí, quiero un cambio en la política española, pero no engañar a la gente. Dígame, entonces, cómo pretende repartir tantas ayudas y la riqueza del país entre los más desfavorecidos. ¿No se da cuenta de que así no se crearía empleo, no habría movimiento de capital...?  España necesita emprendedores.
— ¿Insinúa que los obreros no tienen derechos y que las gentes en vías de exclusión social no merecen ningún tipo de amparo económico? Lo que es intolerable es que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres, cada vez más pobres.
— Totalmente de acuerdo. Pero, la solución está en evitar eso. ¿Recuerda el Plan E? ¿Acaso financiar una mejora en las infraestructuras frenó la crisis? No, los obreros ganaron sus sueldos, pero no pudieron despilfarrar sus ingresos. Les tocaba ahorrar por el temor de no ser contratados hasta la eternidad. Mediante parches y caridad, no se reactiva el consumo. Además, dígame de dónde piensa sacar tanto dinero. Dejaría las arcas públicas en bancarrota.
— Primero, subiendo las cargas fiscales a las rentas más elevadas y arrebatando a la Iglesia católica cualquier privilegio. Que paguen el IBI como el resto de instituciones. Segundo, promoviendo el turismo, las energías renovables...
— De acuerdo, ¿luego?
— Rebuscando entre los libros billetes, o entre los huecos del sofá. Robando cobre a otros países... —se frotó la cabeza, buscando ideas no tan disparatadas a fin de no acabar desacreditado por aquel hombre que hace nada era sacerdote.
— ¿Y cómo pretende luchar contra la inmigración y la xenofobia, por ejemplo?
— Pues a los que salten las vallas los maquillamos de blanco y ya se camuflarían como si fueran españoles —comenzó a sudar por verse atrapado entre la dialéctica del expárroco—. Ya está bien, Francisco, hay que ganar las elecciones con populismo barato, teniendo una gran presencia en las redes sociales y poniendo cara de perro. Así que repite: “No a la casta, no a la casta”, “reinstauremos la democracia” y todo eso. Nuestro objetivo son los jóvenes, que, gracias al absentismo escolar y al espíritu de perroflautas, les dice cuatro chorradas revolucionarias y te lamen el culo, si hace falta. Nosotros podemos.
— Entonces, marchaos. Lucharé por una España donde prime la honestidad de la clase política, sin caer en lo barato, en lo populista, para engrosar las bases del partido y el número de votantes. El populismo, para los borregos. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario