CAPÍTULO 13. EL POPULISMO, PARA LOS BORREGOS
El
licor de la nostalgia recorre la faringe con ardor, con la
corrosividad del ácido sulfúrico. No es complicado repetir
insaciablemente las expresiones del tipo «aún me queda mucho por
vivir», «lo mejor está por llegar» o «si yo quiero, yo
puedo», pero creerlas firmemente y, más aún, demostrarlas de
manera empírica es una labor tan ardua como imposible, como
reconstruir la torre de Babel con palillos o vaciar el imponente mar
con un cubo. Adaptarse a los cambios y desterrar sin remordimientos
la idea de que «cualquier tiempo pasado fue mejor» resultaron las
dos lecciones más complejas para Francisco. Pese a la facilidad con
que memorizaba las distintas oraciones del catecismo o a pesar de
retener en su cerebro gran parte de la Biblia. Versículo a
versículo. Desde el viernes su vida viró con escasa suavidad y con
excesiva turbulencia. La Iglesia lo había expulsado y apartado de la
vida sacerdotal para siempre por poner la zancadilla a lo que las
altas esferas eclesiásticas consideran decente y correcto por sus declaraciones, al parecer de estas, desafortunadas, y, al parecer
de él, necesarias y honestas.
De
hecho, su marcha obligada suponía también devolver las llaves de la
casa cural y acabar con las maletas en la puerta. Por ello, ahora,
recorría sin cesar el pasillo de otra casa, preparando un nuevo
discurso político, planeando cómo atraer a nuevos votantes para su
partido, aún balbuciente, o, quizás, solo moviendo su esqueleto,
que comenzaba a dar síntomas de atrofias musculares y, por ende, de
una adultez con tendencia a la senectud. Había tantas posibilidades,
tantas dudas y tan pocas respuestas. De lo que no cabía duda era de
que, gracias a Emilio, con quien había granjeado una amistad
mayúscula, seguía teniendo un techo, una cama y un respaldo
portentoso para batallar contra las adversidades, para enfrentarse a
su faceta política recién inaugurada... Con pocas palabras, un
respaldo que reducía los problemas ciclópeos al tamaño de una
hormiga.
Siguió
andando de una punta a otra del pasillo de la vivienda donde nació y
creció Emilio, ahora también su vivienda. Constaba de un porche, no
demasiado grande, pero lo suficiente como para reunir a una quincena
de invitados en las noches de verano. Constaba, también, de dos
plantas. En la planta, había un cuarto de baño, justo a la entrada,
a la derecha, y enfrente de este, un dormitorio, que en otro tiempo
había hecho las veces de despacho y, posteriormente, de trastero. Y
junto a este, el comedor. Antaño había sido partícipe de cenas de
Navidad dignas de celebrar por todo lo alto, con champán francés
y un capón; ahora solo era la
incubadora del polvo y la reliquia de un pasado feliz en un futuro
sombrío. La cocina, al fondo del pasillo, la cual había sucumbido
al desgaste de los años, a los azulejos amarillentos y a un manto de
polvo sobre los muebles y la encimera, a pesar de los esfuerzos de
Fulgencio, el padre de Emilio, durante décadas por exterminar
cualquier mota de polvo con el plumero, los trapos y el
limpiacristales, a modo de armas. Una muestra fehaciente y, cuando
menos, cruel de que ni la más eficaz ancla es capaz de detener la
potencia del mar, de las mareas, de la vida. En la planta superior,
había tres habitaciones.
Don
Francisco había visualizado su rueda de prensa en Youtube un millón
de veces. Leyó los comentarios, las quejas, los improperios, anotó
el número de pulgares hacia arriba; devoró las páginas de los
diarios que hablaban de él, y, por supuesto, analizó los tuits que
se había granjeado desde el viernes por la noche. Aún degustaba su
discurso como si fuera un trozo de chocolate negro que se deshace en
el paladar.
«Cualquier
tiempo futuro será mejor, ciudadanas y ciudadanos. Pero, para ello,
cada español debe contribuir a rescatar la soberanía nacional de
España. Este país lo gobernamos todos, y no cuatro políticos
corruptos que vencen en las urnas electorales, pese a todo. ¿Acaso
queremos que nos recorten los sueldos, los subsidios, los derechos o
que enmienden la Constitución española como si fuera el vestido de Cenicienta? No más retales. Entonces, unámonos. Creemos un nuevo partido. He
sopesado los pros y los contras, y os puedo asegurar con firmeza
absoluta que me comprometo a cambiar el rumbo del
Estado, bajo un nuevo partido político, PRIME. Partido por la
Rebelión y la Independencia de las Matrices Españolas. He aquí la
doctrina ideológica de mi futuro partido.
Primero,
PRIME se opone a toda ley que impida a las mujeres, a vosotras, detener el proceso de gestación, salvo en embarazos avanzados y en
niñas menores de edad sin el permiso de los padres.
Segundo,
PRIME no acepta que la Iglesia continúe disfrutando de privilegios
fiscales, económicos, sociales o de cualquier otra índole. Entiende
que las religiones y las distintas creencias han de ser
independientes y autónomas respecto a las arcas públicas y al sistema
educativo público, excluyendo, por tanta, toda consideración de
tipo histórica.
Tercero,
PRIME apuesta por el recorte salarial de los diputados, pues sus
sueldos son desproporcionados en relación a la situación económica
que atraviesa el país y convierten el ejercicio de la política en
un negocio, cuando debería ser un servicio desinteresado. Apuesta,
asimismo, por el reparto de la riqueza no desde la óptica de la
igualdad, sino de la equidad, y por una reforma laboral según la
cual los empresarios sean la pieza central. Sí, ellos, porque son
ellos quienes dan trabajo y quienes reactivan la economía. PRIME respeta, pero no comprende por qué algunos partidos se obcecan en hacer de los
empresarios unos monstruos devoradores de sangre y en que se reparta
la riqueza, cada vez más menuda, a los obreros y a las clases más
desfavorecidas. La intención es buena, es plausible, pero es inútil.
Completamente inútil. Si no queremos que haya ciudadanos sufriendo
en sus propias carnes el hambre, no hay que darle pescado, sino
enseñarlos a pescar. No obstante, se compromete a erradicar la
pobreza y la exclusión social así como defender al proletariado de
los abusos de la patronal.
Cuarto,
PRIME aboga por la centralización del territorio español, por
reforzar las medidas para evitar fraudes fiscales y por dar término
a la práctica de las grandes empresas españolas de poseer su capital fuera
de nuestras fronteras para esquivar las obligaciones fiscales.
Por
último, PRIME considera que un país donde los recortes de mayor
envergadura recaen en la investigación y e la merma de las condiciones educativas y
sanitarias está condenado al fracaso rotundo.
Quería
agradecer a todos vuestra atención, porque unidos conseguiremos que
la verdadera soberanía nacional prime”.
Desde
entonces, su repercusión mediática parecía no alcanzar límites e,
incluso, otros partidos políticos y algunos sindicatos le ofrecieron a Francisco suculentas ofertas para integrarlo en sus organismos. La mayoría, no
por sus ideas políticas, sino por su imagen, por ser la imagen del
desengaño de la población. Un exsacerdote con esas ideas y esa
garra para hablar sin pelos en la lengua suponía una oportunidad de
oro para acrecentar el número de escaños en las próximas
elecciones. Económicamente era rentable; moralmente, no. Prefería un
sueldo modesto a tragarse sus palabras guarnecidas con resignación y
codicia. Con todo, hay que admitir que las nubes negras de la
indecisión lo persiguieron en un principio. El poder atrae a
cualquiera, y a muchos, los transforma, los manipula sin miramientos
y con la ética aparcada en el cajón de las cosas inútiles. Tuvo en
cuenta, asimismo, la gran cantidad de simpatizantes, pero, también, la escasa y
famélica cantidad de afiliados. Reflexionó acerca de la facilidad
de la población para denunciar la situación social desde una óptica
pasiva, con protestas silenciosas, y la escasa participación y el
sentido de la responsabilidad de los españoles, que preferían
criticar antes que tomar parte en la política.
El
miércoles 2 de junio se reunió con los altos cargos de un partido
político que había surgido hace nada, prometiendo todo lo habido y
por haber a los ciudadanos, pero sin explicar cómo. Las utopías en
la literatura a veces son de agradecer; en política, nunca, y, más
aún, cuando se juega con los ciudadanos como si fueran marionetas.
— Don
Francisco, ¿se une, entonces, a nuestro partido? —inquirió
el dirigente de este, un hombre joven, doctorado en Ciencias
políticas y con una formación de quitarse el sombrero.
— No,
me lo impide la moral.
— ¿Está
seguro? Nosotros vamos a revolucionar los resultados electorales.
¿No quiere unirse al cambio de paradigma político? El bipartidismo
es el gran enemigo de los españoles, no pueden turnarse más. Los
tiempos de Cánovas del Castillo ya pasaron, hay que mirar al
futuro. Dinamitemos la casta o, lo que es lo mismo, la caspa.
— Sí,
quiero un cambio en la política española, pero no engañar a la
gente. Dígame, entonces, cómo pretende repartir tantas ayudas y la
riqueza del país entre los más desfavorecidos. ¿No se da cuenta de que
así no se crearía empleo, no habría movimiento de capital...? España necesita emprendedores.
— ¿Insinúa
que los obreros no tienen derechos y que las gentes en vías de
exclusión social no merecen ningún tipo de amparo económico? Lo
que es intolerable es que los ricos sean cada vez más ricos y los
pobres, cada vez más pobres.
— Totalmente
de acuerdo. Pero, la solución está en evitar eso. ¿Recuerda el
Plan E? ¿Acaso financiar una mejora en las infraestructuras frenó la crisis? No, los obreros ganaron sus sueldos, pero no pudieron
despilfarrar sus ingresos. Les tocaba ahorrar por el temor de no ser
contratados hasta la eternidad. Mediante parches y caridad, no se
reactiva el consumo. Además, dígame de dónde piensa sacar tanto
dinero. Dejaría las arcas públicas en bancarrota.
— Primero,
subiendo las cargas fiscales a las rentas más elevadas y
arrebatando a la Iglesia católica cualquier privilegio. Que paguen
el IBI como el resto de instituciones. Segundo, promoviendo el
turismo, las energías renovables...
— De
acuerdo, ¿luego?
— Rebuscando
entre los libros billetes, o entre los huecos del sofá. Robando
cobre a otros países... —se
frotó la cabeza, buscando ideas no tan disparatadas a fin de no
acabar desacreditado por aquel hombre que hace nada era sacerdote.
— ¿Y
cómo pretende luchar contra la inmigración y la xenofobia, por
ejemplo?
— Pues
a los que salten las vallas los maquillamos de blanco y ya se
camuflarían como si fueran españoles —comenzó
a sudar por verse atrapado entre la dialéctica del expárroco—.
Ya está bien, Francisco, hay que ganar las elecciones con populismo
barato, teniendo una gran presencia en las redes sociales y poniendo
cara de perro. Así que repite: “No a la casta, no a la casta”,
“reinstauremos la democracia” y todo eso. Nuestro objetivo son
los jóvenes, que, gracias al absentismo escolar y al espíritu de
perroflautas, les dice cuatro chorradas revolucionarias y te lamen
el culo, si hace falta. Nosotros podemos.
— Entonces,
marchaos. Lucharé por una España donde prime la honestidad de la
clase política, sin caer en lo barato, en lo populista, para
engrosar las bases del partido y el número de votantes. El
populismo, para los borregos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario