CAPÍTULO 6. NO TE VAYAS DE LA LENGUA
Desde hace dos semanas, en la plaza de la iglesia
se respiraba caos, malestar e indignación. Mujeres y algunos hombres exigían
que el Gobierno remitiese la ley del aborto. Consideraban que ellas no eran un
útero con patas, sino un cuerpo, una mente y un corazón libre con derecho a
decidir. Las protestas no habían proporcionado resultados, sino largas y
crispación al sentir que las voces en contra eran absorbidas de inmediato. Sin
reverberación alguna, como cuando el sonido es devorado por paneles de madera.
Ante la acción, reacción. De esta premisa, la
manifestación se recrudeció hasta convertirse en una huelga de hambre. Si bien
el párroco quería mantenerse al margen de la polémica, los huelguistas y la
prensa, convocada por estos, le impedían maniobrar con total libertad. Planeó
un boicot. Se resumía en introducir comida entre los manifestantes para
arrebatarles la credibilidad ante los medios de comunicación. A través de la
palabrería y promesas, tan embaucadoras como vacías. De este modo, Francisco llevaba
días distrayéndolos, en tanto que Emilio escondía la comida. Memorable fue el
enfrentamiento cuando introdujo un queso. «Mirad, un hombre husmeando en
nuestras bolsas», gritó una de ellas, embarazada.
— Frescas, ¿estáis en huelga de hambre? ¡Mentira!
¿Qué hace ahí eso queso? —inquirió Emilio.
— Eso no es nuestro —repuso una de ellas.
— Entonces, en ese caso me lo llevaré a casa.
Francisco, —se dirigió al párroco victorioso—,ya tenemos cena.
— Hijo de la gran chingada —una mexicana insultó al
padre—, nos la querías dar con eso.
— Señora, no se equivoque. Ese queso es vuestro y
punto.
— Ja, voy a confiar en una institución que robó
niños —dijo una rebelde.
— Respeto ante todo. Me duele que, por culpa de
unos pocos, paguemos el pato cientos y cientos de religiosos, que hemos
consagrado nuestra vida a la oración, a Dios, a la humanidad. No es justo.
Anduvieron en dimes y diretes, sin embargo, no
llegaron a ningún acuerdo. Y, lo desolador era que la tregua entre las partes
se preveía lejana. Con conato a la improbabilidad.
Asimismo, el clasismo y el rechazo hacia el
proletariado por parte de Carlos se convirtieron en dos obstáculos difíciles de
sortear. A mayor altura, más dolorosa es la caída. Ese era el germen de su
disyuntiva. No era fácil rodearse de todo el lujo habido y por haber, y, luego,
ganar un sueldo con el sudor de la frente, el coraje del alma y las manos
callosas. Él siempre fue un hombre admirado por sus éxitos profesionales, por
montar su propia clínica de cirugía plástica, por ser la tentación de las
mujeres más atractivas o por mostrar una seguridad magna. Comparándolo con los
grandes héroes griegos, se codearía con Hércules o Eneas. Al igual que Aquiles
lloró y vengó la muerte de Patroclo, él pretendía defender su dignidad y su
honra. Probablemente, desconocía que el pundonor, el amor propio, es lo
fundamental. Lo que digan los demás no suele ser un canto de sirenas, pero, las
consecuencias son idénticas. Acabar ahogado en el mar y loco, aguantando carros
y carretas. No quería trabajar y ser un obrero más, pero, mucho menos, morir de
hambre o alimentar las discusiones domésticas por no colaborar económicamente.
Sábado 20 de junio. A las ocho de la tarde echaban
por la tele No te vayas de la lengua.
Un concurso que giraba en torno a la cultura general. Este no tendría
importancia alguna, si no fuera porque ocho días atrás Emilio fue al plató a
grabar el programa. Si, a primera vista, parecía una razón para sentirse
orgulloso, a decir verdad, se convirtió en una pesadilla para él. Nadie podía
precisar cuánto se arrepentía de haber participado en un concurso en un canal
nacional por una cantidad sustanciosa de euros, a pesar de sus enormes lagunas intelectuales.
Había dedicado horas y horas estudiando las tarjetas de los juegos de preguntas
y consultando libros de la biblioteca, pero el barrizal de su ignorancia no se podía
arreglar de la noche a la mañana.
«A Dios pongo por testigo que mis amigos jamás
verán el programa. Esta noche, cinco minutos antes del concurso, quito la antena
del tejado y sanseacabó», Emilio había pensado. Sin embargo, no reparó en las
casualidades de los relojes. Así pues, el reloj de la cocina se detuvo a las
siete de la tarde. Dado que por costumbre siempre lo miraba, no se percató de
la fugacidad de las horas y el tiempo se deslizó por el atardecer. Cuando se
vino a dar cuenta, el programa ya había sido emitido y el crimen contra la
erudición, perpetrado.
«Bienvenidos a No
te vayas de la lengua otra tarde más. Siéntense en el sofá y disfrute con nosotros
aprendiendo y, sobre todo, divirtiéndose», decía con una sonrisa de oreja a
oreja Silvia Saavedra, la presentadora veterana del canal. Frisaría los
cuarenta y ocho, pero su encanto, su naturalidad y su solvencia le quitaban
años a su tez. El público en plató aplaudía poseído, quizá, por el afán de
acabar con las manos entumecidas y sangrientas. Todo fruto del regidor.
«Tenemos aquí a dos concursantes que vienen a por todas. A mi derecha, Emilio,
que viene de Galínez del Azahar; a mi izquierda, mi tocaya Silvia, que viene de
Badajoz. ¡Un aplauso para ellos!», pidió nada más percibir cómo el regidor
demandaba de nuevo aplausos.
«Comenzamos con la primera prueba. Tengo dos
sobres, Historia o Biología. Emilio, comienzas eligiendo. ¿Cuál
escoges?», le preguntó la presentadora. Él se decantó por las preguntas
históricas. «De acuerdo, tienes noventa segundos para contestar. Recuerda, cada
pregunta acertada vale cincuenta euros. Cuando acabe el cuestionario, desvelaré
el número de respuestas correctas. Ahí va la primera cuestión».
— ¿Estás preparado, Emilio?
— Sí.
— ¿En qué año fue guillotinado Luis XVI?
— El mismo año en que murió.
— ¿Dónde se firmó la Paz de Westfalia?
— Al final del documento.
— ¿En qué ciudad neerlandesa se firmó en 1717 un
tratado que constituiría la Triple Alianza, Róterdam o La Haya?
— ¿Que si hallo el qué?
— ¿Cuándo comenzó la Segunda Guerra Mundial?
— Después de la primera.
— ¿Qué diferencias hay entre la Revolución de
Febrero y la Revolución de Octubre?
— El mes y el frío. Bueno, y la duración, que para
eso febrero dura menos.
— ¿Qué factores produjeron la prosperidad de los
Felices Años Veinte?
— La juventud. Con esa edad, cualquiera es feliz.
Por cierto, ¿qué tiene que ver esta pregunta con la historia?
— Tiempo, tiempo —exclamó la conductora del
programa escondiendo una sonrisa por la instrucción en pañales del
concursante—. Has acertado cero preguntas. Por cierto, deberías darnos el teléfono
de tu profesor. ¿Quién fue, La Repu?
— ¡¿Cero preguntas?! Imposible, he acertado la
primera. Estaba preparado.
— Créame que no.
El ridículo nacional fue extremo. Sus amigos se
burlaron de él sin tregua y sin medir la dimensión de sus palabras insidiosas.
Con todo, Emilio aún no era consciente de que lo peor aún no había llegado.
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