martes, 31 de diciembre de 2013

Villancicos y villanos: "Mañana de putas poéticas, noche de viejas emociones" (VI)

>  CAPÍTULO 1. EN BUSCA DE LA SUERTE PERDIDA (Para leer los capítulos, pinchad sobre su título)

CAPÍTULO 6. MAÑANA DE PUTAS POÉTICAS, NOCHE DE VIEJAS EMOCIONES
En ocasiones, bajo la forma de la calma aparente, la fatalidad acecha, como el cernícalo aguarda a su presa para devorarla después. Hacía tres días que Emilio había fagocitado parte de sus pesares al arreglar las rencillas con su padre. Estaba feliz, sin duda, y su rostro estaba abandonando su palidez casi perenne a favor de tonos rosáceos. “Cámbiate los calzones, y ponte unos decentes, que los que llevas de Bob Esponja son de todo menos sexis”, le aconsejó don Francisco. Antonio y el clérigo salieron de casa. El primero, para aprovisionarse de alimentos para la última cena del año; el segundo, para reencontrarse con La Pili.

El Corte Inglés. La taberna de enfrente. Varios barriles a modo de mesas, un mostrador concurrido y una gran variedad de tapas, de platos fríos y calientes, y de gustosos jamones. La Pili estaba sentada en un taburete alto, frente a una mesa con un plato de gambas al ajillo y un chato de vino. Sus senos turgentes y sus nalgas, enormes y sensuales como las de Jennifer López, quedaron ocultos por un suéter de cuello alto, unos vaqueros anchos y unas botas de terciopelo negras. Sin embargo, todos los allí presentes se percataron de ese cuerpazo oculto entre prendas abaratadas y de ese par de muslos, que se unificaban en un punto que debía de ser un paraíso terrenal en la intimidad y en la mente calenturienta de aquellos hombres y de alguna mujer que otra.

- Buenos días, Pili –la saludó Francisco-. Tengo prisa, así que seré breve. Emilio está más salido que el pico de una plancha. De todos modos, él no busca sexo. Él desea encontrar a la mujer de su vida.
- ¡Qué tierno y qué gilipollas! Menos películas de Disney y más Torrente –interrumpió la meretriz- Y, ¿cuánto me pagarás por el servicio?
- Cállate, 100 euros. Sea como sea, pilingui, actúa como si fueras una señora decente y católica, no te tires a la bragueta como una ninfómana. Sé sutil, hazle sentir un donjuán. Y, fornica con él.

A Pilar jamás le atrajo la interpretación, pero se sentía cómoda en el arte de fingir. Ventajas de su oficio. El cura calvo giró la llave, abrió la puerta, la invitó a pasar y a gritos dijo: “Emilio, ya estamos en casa. Vengo con una catequista”. Su compañero estaba hojeando la sección de contactos del diario. “Mujer de 36 años busca amigo y lo que surja. Aficiones: leer, cine y cocinar” le resultó un anuncio tan sugerente que la hubiera llamado, si no se hubiera topado con las mamas voluminosas de aquella mujer pizpireta. Don Francisco y La Pili discutieron la estructura y los contenidos de unas clases de catequesis que jamás se celebrarían. Cinco minutos después se marchó, no sin antes excusarse ante la mujer y prometiéndole que en quince minutos volvería. El truco era viejo, pero efectivo. “Emilio entreténmela, hazme el favor”, pidió a su compañero.

Había olvidado la última vez que había estado a solas con una mujer. Ahora mismo, su cabeza era una amalgama de silencios tensos, de comentarios estúpidos y de esperanzas encontradas. Por suerte, la impronta impulsiva de su madre y su idiosincrasia le arrastró hasta proponerse seducir a aquella dama que parecía de ilustre linaje. El pasota, el misterioso, el canalla, el romántico, el pagafantas, el cantautor… A pesar de su variedad de estrategias, el resultado fue el mismo: fracaso. Sólo le quedaban dos más: la del musculitos y la del poeta enamorado. La primera le inspiraba tanta vagancia que nada más pensarlo la descartó. La poesía sería su salvación, creyó.

- No sabe qué es amor quien no te ama, celestial hermosura, esposo bello… Tu boca como lirio, que derrama licor al alba…
- ¡Vaya galán, madre mía! –contestó La Pili. ¡Qué tierno!
- Es yelo abrasador, es fuego helado… -prosiguió Emilio animándose ante el estímulo que ella le había otorgado-.
- ¡Venga, bribón, déjate de mariconadas! Menos poesía y más acción.
- Es herida que duele y no se siente, es un soñado bien, un mal presente… -haciendo caso omiso a las palabras de Pilar.

“Pues empezamos bien. Otro micropene”, pensó La Pili. “Quítatelo todo, que no tenemos tiempo, que viene el padre Francisco y nos puede pillar. ¡Ay, Emilio, qué te lo como todo!”, le dijo al cada vez más excitado soltero. Entraron al dormitorio y, según don Francisco, que, al regresar a casa, pegó la oreja a la puerta, Emilio había repasado el mecanismo del amor después de más de dos décadas de sequía. Mientras se volvían a vestir, el cuarentón con una alegre sonrisa, inaudita en su triste cara, recitó otro fragmento de Neruda. “Para mi corazón basta tu pecho, para tu libertad bastan mis alas. Desde mi boca llegará hasta el cielo lo que estaba dormido sobre tu alma.”. Ella le siguió el juego versionando al mismo autor: “Me gusta cuando callas porque estás como inerte, podrido y sufriendo como si hubieras muerto. Una mortaja entonces, unas exequias bastan.”.

Don Francisco, aprovechando que Emilio buscaba algo en su cuarto, pagó a La Pili. Sin embargo, quedó un cabo suelto: Antonio acababa de entrar y estaba con la oreja puesta.
- Aquí tienes tus cien euros, zorra.
- ¿Cómo que cien euros? Tu amigo está muy ilusionado conmigo, ¿no querrás romperle el corazón? Son quinientos –chantajeó Pilar al párroco.
- Eres demasiado puta, y nunca mejor dicho. Se nota que has disfrutado. Como una guarrilla descocada, que nunca se pone ni un mísero tanga porque lo pierde entre áreas de servicio, moteles y polígonos. Pero, aquí tienes tu dinero, así que cierra el pico y que los disfrutes, cacho golfa.

Al salir, Pilar encontró a Antonio en el vestíbulo. Tras un saludo tímido y un portazo atronador, éste recriminó al sacerdote su celibato quebrantado.
- ¿¡Te has acostado con una puta!?
- Antonio, cállate, que te van a escuchar hasta en China. No sabes de qué va esto.
- ¿Y lo que oído qué es? Haz lo que te salga de los huevos, y nunca mejor dicho, pero no quiero saber nada, ¿me oyes? –Antonio comenzó a gritar.
- Te lo cuento: es para Emilio. Quería que despidiera el año feliz, pero él cree que ha ligado.


Lo cierto es que lo logró: Emilio vivió la Nochevieja más dichosa desde las Navidades de 1986, las últimas en que se tomó las doce uvas con su madre. Desde entonces, la fortuna le dio la espalda y ni siquiera el fin de año de 1987 ni el escote revoltoso de Sabrina Salerno impulsaron la ventura en su juventud. Con todo, había llegado el momento de aparcar la nostalgia y de arrancar los preparativos para la última cena del año. Don Francisco encendió la radio y sintonizó una cadena de música. Cadena 100 o Los 40 Principales, probablemente. Para fortuna de su melancolía y para desgracia suya, sonó Un año más de Mecano. A través de los altavoces irrumpió el 1988 en aquel salón cutre. Evocó aquel año, en que fue ordenado sacerdote, y los sueños que por esas fechas le perseguían. Quería batallar contra la pobreza y las injusticias; quería que a su parroquia acudieran ancianos, pero también jóvenes; quería que el pueblo se uniera y pusiera en práctica los valores del cristianismo, que no eran los que las altas esferas eclesiásticas se empeñan en instaurar, sino  la humildad, el perdón, la búsqueda de la paz, la paciencia o el amor mutuo. Quería tantas cosas y ninguna consiguió.

Las Nocheviejas pasadas también danzaron sobre la mente de Antonio, quien recordó los años que pasó anhelando su ascenso en Correos, con la misma fortuna que había corrido su fatídico matrimonio. Su hija Laura comiéndose las uvas, por error, al sonar los cuartos; la que fue su esposa atragantándose con los huesecitos de las uvas; su suegra llorando al extrañar al marido difunto; su yerno bebiendo Anís del Mono para olvidar el sonoro suspenso en las oposiciones; y él, bailando con su cuñada, la soltera de la familia, para que dejara de empinarse la botella de orujo y, así de paso, se olvidara de la soledad que la amargaba. Las postrimerías del año siempre fueron una píldora ácida en su estómago nostálgico. La vida iba pasando; la juventud, también. Cada año Emilio, Antonio y don Francisco se veían más viejos y no mucho más sabios. Sentían que los años corrían a la velocidad de la luz y que estaban desaprovechando la época más feliz de sus vidas.

A las nueve de la noche se sentaron a cenar con la misma hambre de siempre y con menos comida que nunca. De todos modos, daban gracias al Señor y, especialmente, a Antonio por haberse gastado sus últimas pelas en una botella de sidra, algo de queso, jamón york y un turrón blando. “¡Qué se le iba a hacer!”, se resignó Antonio, quien había visto cómo la cesta de Navidad que su empresa le regalaba cada año se reducía a pasos agigantados. Del jamón de Jabugo al chorizo de Cantimpalos, del chorizo al jamón de York, del jamón cocido a nada. Absolutamente nada tenía, y lo poco que había lo compartía con otros dos muertos de hambre. En tanto que escuchaban las noticias de los informativos radiofónicos, charlaban, reían, contaban chistes, se proponían nuevos retos para el próximo año, que nunca lograrían… Se troncharon con el humor arcaico de Los Morancos y bailaron hasta desfallecer con las actuaciones musicales que echaban en La 1. Tal vez lo más femenino de aquella estancia fuera Anne Igartiburu, que dio las Campanadas desde la Puerta del Sol, el queso de tetilla y la panza prominente de Antonio, más propia de una parturienta que la de un señor de sesenta y siete años.


Brindaron con sidra El Gaitero por un próspero 2014 y para que los mejores momentos de este año, pocos por cierto, fueron los peores del siguiente. Pero, sobre todo, brindaron con el deseo de seguir sonriendo y viviendo, aunque el porvenir fuera hostil, aunque el amor y el trabajo siguieran ausentes, aunque la salud flaqueara, y aunque el mayor de los males les persiguiera con una perseverancia insólita. Lo mejor estaría aun por llegar, porque todo, al fin y al cabo, es posible. 

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