> CAPÍTULO 2. CUANDO LOS SUEÑOS SE PONEN A JUGAR. (Para leerlo, pincha sobre el título).
CAPÍTULO 4. CONDENADOS A OLVIDAR Y SER OLVIDADOS
Despertar en un apartamento mugriento, con el
desorden de una obra de Joan Miró y el hedor de una cloaca no debía ser plato de
buen gusto y, en efecto, no lo era para ninguno de esos tres caballeros. Quizá,
la simple acción de abrir los ojos y ponerse en pie fuera una desgracia para
ellos, especialmente, para Antonio. “Señor, si me quieres, llévame; si no soy
más que un viejo moribundo y una carga para el Estado.”, decía a menudo. 8:05
a.m. 25 de diciembre. Llovía, llovía, pero no con la suficiente virulencia como
para aquella tierra del levante español eliminara de la litosfera cualquier
rescoldo de desdicha. El despertar de don Francisco fue casi una experiencia
religiosa. Entreabrió los ojos y, sin reconocer dónde se encontraba, se sintió confuso
por la gran luz polícroma y pensó “¿estoy en el Edén?”. Respuesta incorrecta.
Estaba en su parroquia, recostado en posición fetal en un banco y la
iluminación era fruto, simplemente, de las vidrieras ornamentadas con motivos sagrados.
A medianoche celebró la Misa del Gallo y, tras la marcha de los feligreses,
acabó dormido en aquel mueble de madera que le provocaría un dolor de espalda
abismal durante los próximos días. Por su parte, Emilio llevaba despierto desde
las seis de la madrugada y después de competir contra su cabeza por ver quién
daba más vueltas, si él sobre la cama, o ella sobre sus tormentos, resultó
vencido por la tenacidad de la segunda. Asumida la derrota, otra más, desayunó
un polvorón de almendras junto con Antonio, más impertérrito que nunca, que se
entretenía, mientras tanto, con ejercicios de papiroflexia para principiantes.
- ¿Cómo has dormido? –preguntó el soltero.
- ¿Hace falta que conteste? Muy mal. Mi hija me ha
enterrado en el pozo negro del olvido. Pero, curiosamente, hoy lo que más extrañan
mis entrañas es otra cosa.
- Metáfora pura y paronimia. Estás hecho todo un
poeta, Antoñete- contesta Emilio intentando sonsacarle una sonrisa- ¿A qué te
refieres?
- A mi madre. Si siguiera viva, ella jamás hubiera
permitido que mi Laura me tratara así.
- Que sepas, que aunque a veces me comporte como un
cabrón, puedes contar conmigo. Yo también estoy hecho polvo. ¡Ay, Emilio
Junior, cuánto te echo de menos! Si quieres podemos salir a pasear –propuso Emilio.
- Está bien, salgamos.
Abrigados con sendos gabanes, que parecían
enemistados con la lavadora y el detergente, y desarropados de toda muestra de
afecto, comentaron el discurso del Rey y, asfixiados en las palabras fútiles y
baladíes, optaron por visitar el cementerio. La ciudad estaba atestada de
familias felices, árboles de Navidad, niños disfrutando de sus nuevos juguetes
y carteles publicitarios de perfumes onerosos, de conciertos vibrantes y de
ofertas suculentas de El Corte Inglés. Al menos, el camposanto reflejaba mejor
sus ánimos, y el bullicio del centro se reducía a silencio, allí, entre aquellas
lápidas de mármol y granito, las menos acicaladas con lirios, alcatraces y
claveles; las más, aderezadas con mantos de polvo, advirtiendo que el hombre
está condenado a olvidar y ser olvidado. Guiados por la morbosidad, se
deleitaron pensando en cómo les gustaría morir, qué sentirían si acabaran
sepultados vivos, o incluso en los detalles más nimios de sus funerales, que,
no tanto por sus pálpitos sino, más bien, por sus anhelos, pensaban que estarían
a la vuelta de la esquina. “Vamos a la sepultura de mi madre, Emilio, que ya
que estamos aquí, pues aprovecho el viaje”, dijo Antonio.
Llegaron. Pero, no estaban solos, o, al menos, no
tan solos como de costumbre.
- ¿Qué haces tú, aquí? No quiero saber nada de ti,
papá –le espetó Laura a su padre con la altanería en ebullición y el desprecio
candente.
- ¿Acaso me vas a prohibir que visite a mi propia
madre? ¡Basta ya! Te he tratado toda mi vida como una princesa. Dime, ¿qué te
ha faltado? Como todo humano, he tenido mis errores y los voy a seguir
teniendo. Pero, tú me crucificas por algo que ni siquiera he hecho.
- ¡Pusiste los cuernos a mamá! Ella siempre aguantó
tu apatía, lo aburrido que eras, que no quisieras hacer nada, sólo sentarte en
tu sofá y ver telediarios, películas trasnochadas y jornadas maratonianas de
fútbol.
- ¡Yo siempre la respeté!-replicó Antonio.
- Entonces, ¿quién fue el infiel? ¿Mi madre? ¿Ahora
me vas a decir que fue mi madre la que se ha tirado a medio pueblo?
- No, yo nunca, ¿me has oído?, nunca, diría eso de
ella –respondió Antonio.
- Es verdad –terció Emilio-, él jamás diría que se
ha tirado a medio pueblo, sino a uno entero, o a dos, o a tres, o veinte
pueblos. A tu madre lo que le pasa es que muy puta.
- Borracho, error de Dios. Me cago en tus muelas,
hijo de perra. ¡Qué hayan raptado a mi hijo y no a ti! Eres tan hijo de la gran
puta que tu madre cuando te parió te metía y te sacaba de su útero, porque le
gustaba tener algo siempre entre las piernas. Mi madre es una señora.
La sangre de cada uno bullía por las venas a la
velocidad de la luz y lo raro fue que a ninguno le explotara la yugular o que
el enfrentamiento no sobrepasara los límites de la agresión verbal.
- ¡Parad! ¡Parad! ¡Ya no puedo más! Emilio, esto no
es cosa tuya; y tú, hija, haz lo que veas, pero te confieso que ya no te
conozco, que insultas sin reparo alguno, que no tienes criterio propio, y que
te has creído todas las patochadas sin fundamento que te ha contado tu madre, a
la que respeto porque, gracias a ella, conocí a la persona que más feliz me ha
hecho en esta vida: tú. ¿Acaso te has olvidado de todos los sacrificios que he
hecho por ti, de todas esas noches en vilo porque la fiebre no te bajaba de 39º
grados, de todos los detalles que he tenido contigo, de…?
- No me olvido, no, -interrumpió Laura-, pero
tampoco olvido cuando me controlabas las salidas y entradas como si fuera una
terrorista… O cuando tocabas cada dos minutos la puerta de mi dormitorio cuando
traía a algún chico a casa, o cuando me rompí los dientes y fui durante dos
años con las paletas partidas a clase, o cuando preferiste comprarme las gafas
más feas a no despilfarrar el dinero en partidas de mus con los colegas del bar…
- Hija, yo te quiero, si quieres cobijarte en el
rencor y en el pasado, hazlo: eres libre. Pero, si quieres hacer borrón y
cuenta nueva, llámame.
- Antes muerta –contestó Laura.
Ocho horas después la aflicción de su alma no había
menguado. Sentados Emilio, Antonio y don Francisco en el sofá y viendo la
reposición de un programa de humor de TVE, comentaron cómo les fue la mañana.
Don Francisco optó por un tenaz secretismo, bajo la fórmula de un “ya os
contaré, pero sólo os puedo decir una cosa: mi vida es una mierda y voy a hacer
todo para que deje de serlo”. Emilio, por su parte, poco podía decir y mucho,
lamentarse, así que acalló sus pugnas internas. Tampoco Antonio estaba por la
labor de recrear, con palabras, su día infernal, por lo que con un “bien” se
despachó. Ring-ring. Un SMS. Entonces, el jubilado fue por el móvil, seleccionó
“abrir mensaje” y lo leyó. “Hola, papá. Quiero hablar contigo. Llámame y
concretamos el lugar y la hora.”
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