lunes, 18 de mayo de 2015

5 DÍAS PARA MORIR. «La esperanza no entiende de garantías».

 

«La esperanza no entiende de garantías. Con artimañas donjuanescas seduce, con su sensual tango de no te preocupes, ya habrá tiempo conquista, con su rotundo pasodoble de la esperanza es lo último que se pierde emboba; le pides matrimonio, le ofreces un proyecto de vida trepidante, por su amor luchas contra los bandidos de la desilusión, contra el fantasma de la desgana y contra los bandoleros de ya es hora de tirar la toalla. En tales luchas encarnizadas he combatido, pero pocas veces el esfuerzo da frutos. Se seca, se pudre, como un árbol en tierra salada.

Luchar y soñar no te garantiza que al final cuando llegues haya alguien esperándote, ni algo a lo que aferrarte. Tengo la impresión de haber gastado mi vida en controlarme, en recibir los azotes de la autoconsciencia. Me he perdido en la vorágine de pensar constantemente en lo que hago y en lo que pienso, en lo que debo hacer y en lo que no, buscando siempre la maldita perfección, ¿y de qué ha servido? No he sido feliz. No ha habido un solo día en que la felicidad ganara un pulso a mi autoconsciencia. No hay cárcel más feroz que la de observarte a ti mismo sin pausa, a menos que seas interesante, pero lo cierto es que nadie lo es tanto.

Llega a la habitación un médico desconocido. Dice sustituir al habitual. Estoy sola. Temo recibir una noticia devastadora. Necesito a alguien que me ayude a masticar la tragedia. Echo de menos a mi querídisima madre, la mujer más sensata, más cariñosa y más guapa del mundo».

—Asun, dime que no es verdad lo que estoy pensando.
—Lo es. Ella me dictaba, yo escribía. ¿Iba a permitir que me tachara de borde,  de siniestra y de mezquina?
—Sé que la amas, pero ¿por qué no se lo demostraste mientras estaba viva? ¿A santo de qué le decías que le ibas a quemar todas sus cosas, te reías de su muerte y te negabas a comprarle un ataúd?
—No midas mis grises con tu escala de azules. Ella sabe que la amaba; eso me alivia. ¿A quién confió ella su última voluntad?
—A ti, pero lo tuyo no es normal. ¿Por qué actúas así?
—Me dijo al oído cómo quería su velatorio.
—Ojalá no hubiera dicho nada. Menudo escándalo. Sigue leyendo.

«Llevaba un informe en la mano. Lo abrió e injertó una yema de esperanza.
—Irene Meroño, ¿eres tú?
—Sí  –apenas pude pronunciar.
—Traigo buenas noticias.
—Démelas, doctor –saqué fuerzas que creí perdidas y mostré síntomas de vida en un cuerpo KO ante la enfermedad degenerativa.
—Ha habido un error en el diagnóstico. No te vas a morir si te tomas una pastilla que ahora te dispensaré.
—¿Cómo es eso, doctor? Estoy rígida, no siento las piernas, solo puedo mover dos dedos, apenas le veo. ¡Es imposible!
—Toma –me dio una pastillita blanca–. Trágatela y en cinco minutos estarás saltando de la cama, sana y sin secuelas.
—¿Me está diciendo que podré volver a casa, terminar la carrera, incluso ser madre, viajar por el mundo y morir quizá cuando sea una anciana decrépita? ¡Llame a mis padres, a mis amigos, a todos!
—Trágatela, Irene.
—De acuerdo –me la tragué.
—¿Qué me dices? ¡Enhorabuena, chavala! Me marcho.
—Doctor, esto sabe a sacarina. ¡Esto es sacarina!
—Tengo que darte dos noticias, señorita. Una es buena y la otra, mala.
—Primero la buena.
—La buena es que aún le queda algo de gusto; la mala es que esto es una broma de tu madre.
—¡Sorpresa, cariño! –entró gritando de alegría mamá–. ¡Has picado como una ingenua! ¡Has picado! ¡Estás muerta! Tus veinte euros –le dio al joven–, ¡qué gran actores tenemos en España!
—Mamá, ¿cómo has sido capaz?
—¡Tendrás queja! Venga, ríete, que te veo muy triste.
—Gracias a ti, mamá.
—No me las dés. Una madre hace lo que sea por una hija...
—Jamás te pedí que cubrieras las paredes de mi dormitorio con pósters de muertos putrefactos y fotografías de autopsias, o que llenaras el cuarto de baño de esqueletos, y tú lo hiciste. Nunca te pedí que en las últimas páginas del álbum de fotos pegaras mis radiografías, y también lo hiciste.
—¡Desagradecida! Quería que te fueras acostumbrando a tu estado futuro. Venga, no me calientes la cabeza, endeble mental, ¿qué vas a hacer con tu cuerpo? ¿Quieres cederlo a la ciencia, donar tus órganos o que te lleven al horno crematorio con todo dentro?
—¿Crematorio? Ya te dije que enterramiento. Mis órganos no los colocas ni en el mercado negro. ¡Están dañados! Lo donaré a la ciencia. Quiero ser carne de progreso.
—¡Por encima de mi cadáver o del tuyo! Serías un fiambre literalmente. Te cortarían en lonchas, en filetes... O te abrirían como un libro... ¡Que no! ¡Que eres mi hija!


Hace poco menos de un mes grabé vídeos de felicitación para participar de algún modo en las celebraciones futuras de mi familia. Las nuevas tecnologías me van a permitir marcharme pero no del todo. En formato mp4, pero estaré. Quiero verlos a solas. Ella me prepara el ordenador.

En buena lid, logré que mi madre me dejara a solas. Me urgía un ratito de intimidad, de revisar los vídeos que prorrogarían mi existencia o, más bien, el recuerdo de ella. Donde hay amor no puede cobijarse el olvido. Colegí eso cuando mi abuela murió. Ella, el pilar de mi infancia y el nexo de unión de una familia disgregada, era capaz de reunir a tíos, primos y a caras del pasado en su caserío en la villa de Caión, capaz también de hacer memorables las tardes cuando subíamos de la playa, con el bañador todavía revestido de arena fina y blanca, nos ofrecía horchata y batidos bien fríos a los más pequeños, y aguardiente casero a los mayores. ¡Qué grandes tiempos en que sentirme feliz era tan fácil como bañarme en aquellas aguas cristalinas y templadas bajo la delicada orballeira y como ver a mi aboa con su vitalidad desbordante! Muy pronto llegaron las pérdidas: primero se perdió mi inocencia, después, mi abuela, y ahora… Pero el recuerdo de los seres queridos siempre estará. Siempre. Como yo tampoco los olvido. A veces siento rabia al pensar que ella se marchó antes de tiempo, al imaginar todo aquello que no vivimos, y al confesarme que no disfruté tanto de su presencia como pude hacerlo.

A solas fui viendo vídeo tras vídeo. Me felicité por haber prescindido de frases de relumbrón y de un hablar refitolero en pos de expresar mis sentimientos sin máscaras, porque demasiados rodeos he dado ya en mi vida. He zascandileado demasiado y ahora, para bien o para mal, no siento la carga de los compromisos, no arrastro el lastre del deber; he conseguido levar anclas y adentrarme poco a poco en un mar mediano sobre un horizonte descomunal. Paradójicamente en este instante, en este aquí y ahora, nuestra única garantía, se me desvela una verdad que, si hubiera sido algo más madrugadora, me habría facilitado la digestión de los pesares. Hay derechos y deberes como hay amores y desamores, como hay vida y muerte, como hay en constante disputa deseo y realidad. A no ser por los segundos, los primeros carecían de valor. ¿Cómo disfrutaríamos de ciertos derechos si otros no tuvieran el deber de dispensarlos? He intentado huir de los compromisos, de las obligaciones y de todo aquello que atentara contra mi libertad, ¿y qué conseguí? No estar en mis cabales, andar sin rumbo, cometer tropelías, confundir el libre albedrío con la esclavitud de mi voluntad, de mis impulsos.

Vídeo en caso de posible divorcio de mis padres, bodas de plata de mis padres, Jubilación papá, Fallecimiento de mis padres, Primera novia de Miguel, 18 cumpleaños de Miguel, Graduación en la Universidad de Miguel, Boda de Miguel, Nacimiento de mis sobrinos, Estabilidad emocional y económica de mi tío, Para cuando Marcos sea feliz, Para cuando deje Alicia de fumar, Para cuando Roi no me guarde rencor, etc. Un total de cincuenta títulos conformaban la carpeta “Vídeos para la posteridad”.


Cliqué sobre el vídeo Cuando Miguel sea un poco más mayor. «¡Hey, Miguel! ¿Cómo estás? ¡Cuánto habrás crecido! No te preocupes por el acné, que en unos años se te irá. Me habría gustado acompañarte en la adolescencia y ayudarte a encarar esta atmósfera de presión social, de necesidad de probar cosas nuevas, de conocerte… Ese miedo a quedarte atrás yo también lo tuve. No sé si debo aconsejarte o si, más bien, debería decirte “hermano, hagas lo hagas, tu hermana siempre estará contigo, te apoyará”. Ojalá no seas un títere en manos de la curiosidad ni tampoco una marioneta movida por el prurito. Déjate llevar lo suficiente, pero sin arrastrarte. No tengas miedo a amar a una mujer, no cometas el error tan típico de acabar con la que más te conviene en lugar de con la que ames de verdad. No tengas miedo a equivocarte, porque la mayor de las equivocaciones es temerlas. Vive. No malgastes tus días en borradores, en simulacros, porque en tu vida no habrá más que una sola libreta y comienzo a pensar que no hay borrones ni cuentas nuevas, porque las manchas de la tinta vital traspasan siempre el papel y, si quieres ser feliz, debes convivir con ellas, prestándoles la escasa atención que merecen y escribiendo en esas líneas, y también en los márgenes. Vive tu vida con sus manchas y sus luces, con sus pesares y su pulcritud. Eso sí, pero tampoco te me pongas ahora a esnifarte hasta el topping de las tartas de Santiago».

Reproduje otro vídeo: Para días de bajón.
«Soy el espíritu de Irene, todas las noches te perseguiré por los pasillos de tu casa. Nunca te librarás de mí –dije maquillada como la novia cadáver–. ¡Es broma! Si te quise en vida, ¿cómo se me iba a ocurrir aparecerte en plan fanstasma? ¿Tan mala fui en vida para te lo hayas creído? Estás de bajón, ¿verdad? Yo siempre dije que la vida es una autopista, pero a veces los carriles están cortados. ¿Pero lo están todos? Mira este folio –lo situé en el centro de la pantalla–, ¿ves la línea? ¿La ves? Dímelo, que la memoria es limitada. ¡No! Me dirás que no hay ninguna línea. Efectivamente, no hay líneas. Las líneas solo existen en nuestra mente, como los meridianos y los paralelos. Solo tú puedes romperlas. Nadie lo va a hacer por ti. Ahora cierra este vídeo, sal a la calle y destruye las barreras imaginarias. ¿Tan incómoda es la libertad, la escasa libertad que posees, como para no aniquilarla con tus propias fuerzas?».

Los tres últimos párrafos los he reconstruido yo, pues los padres de Irene desconocen aún su contenido.

Media hora después entran a la habitación Martín, Asun y Miguel. Al abrir la puerta encuentran una imagen que se les grabó en la cabeza a mazo y escoplo: la imagen de ver a la Irene llorando a lágrima viva.
—Pero, ¿cariño, por qué lloras?
—Papá, porque estoy viva. Por eso lloro.
—Déjala llorar –terció su madre–. Es bueno que exprese lo que siente. Miguel, ¿vas a llorar tú también? –vio cómo él se tapaba las manos con los ojos, pretendiendo ocultar ante sus pupilas la crudeza de la realidad.
—Hermanita, que te voy a echar de menos, que pondré tu foto en mi cuarto y que ya sabes dónde te llevo –puso su mano derecha en el corazón–. Disfrutemos del tiempo que nos queda juntos.
—¡Al final el pequeñín es el más listo de todos, carallo! Miguel, ¿le cuentas a la hermana cómo va la acacia y de qué eran las semillas?
—Sí, Irene –Miguel abriga la mano derecha de ella entre sus menudas manos–. Las semillas eran de pimientos.
—No, no me digáis nada de la acacia. Quiero creer que está creciendo.
—¡Claro, hermanita! Está firme en la tierra, se la ve sana… Va a durar muchos años…
—Papá, ¿dónde está el tío José? Me voy a morir sin despedirme de él.
—Hija, mi vida –contestó su madre–, no volverás a verlo. 
—¿No volveré a verlo, mamá? Oye, un momento, ¿me has dicho mi vida? ¿Tú precisamente?
—Sí, precisamente yo, la que te trajo al mundo, la que espera que no olvides que te quiere con locura, porque merece la pena sufrir lo insufrible solo por haber compartido casi veinte años de mi vida contigo… Sé que te extraña mi actuación, mis cosillas, pero estoy realmente orgullosa de que seas mi hija como estoy terriblemente desolada ante tu muerte. Pero vivamos este momento. No queda otra.

—Gracias por estar conmigo, gracias por darme la vida, gracias por vuestro ánimo. ¡Os quiero, joder! ¡Os amo! 

2 DÍAS PARA MORIR. Estreno: jueves 21 a las 15.00.

23 DÍAS PARA MORIR. «Aun muertos los hijos de putas lo siguen siendo»

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