viernes, 7 de febrero de 2014

"Un moderno anticuado y un disparate animal" - Febrero y villanos (IV)

CAPÍTULO 4. UN MODERNO ANTICUADO Y UN DISPARATE ANIMAL
Febrero proseguía inexorable su camino y persistía en martirizar a aquellos tres hombres. Por más que rogaran al cielo, al suelo o al subsuelo un ápice de paz, las circunstancias se iban recrudeciendo sin límite alguno. La noche anterior Antonio había recibido una noticia adversa: un amigo de la infancia había fallecido a los setenta años. ¿La causa? Se desconocía, pero sólo su conocimiento fue suficiente como para empezar a maquinar una conspiración macabra cuyos vestigios lo estremecerían durante muchos años. Desde ahora, veía la muerte más cerca que nunca, más pérfida y no mucho menos espeluznante. “Tantos años de lucha para, luego, morir y no ser más que un plato suculento para gusanos hambrientos”, pensaba. Estas y otras reflexiones enfermizas irrumpieron en su coco hasta desterrar sus hábitos más asentados.

Así pues, el jubilado se convirtió en un viejo adolescente a sus sesenta y siete años. Lo curioso es que, desde su adolescencia, o incluso desde su etapa de feto, sentía únicamente devoción por tumbarse en el sofá y enchufar la tele. Y, eso que el televisor llegaría a los hogares españoles unos días años después de su nacimiento. La sorpresa se adueñó de Emilio y Francisco cuando vieron salir del baño a su compañero. Con un chándal demodé y unas zapatillas deportivas, que no sólo rayaban lo hortera, sino que lo atropellaban con alevosía y ensañamiento.
— Mendas, me voy a correr.
— ¡¿Con esas pintas?! Deberían encerrarte en el calabozo por escándalo público y tirar la llave al mar –exclamó Emilio.
— La cagaste, Burt Lancaster. Esto es lo que se lleva ahora.
— Como el tractor amarillo o el walkman, no me jodas –apuntó Francisco.
— ¿De qué vas, Bitter Kas?, voy al parque de aquí al lado a mover el esqueleto.
— Pues, cualquiera diría que vas a la cueva de Altamira –replicó Antonio. ¿¡Por qué hablas así de raro!? ¿Te has golpeado la cabeza contra el grifo del lavabo y se te ha muerto la última neurona que te quedaba? Oh, descansa en paz, neurona solitaria.
— Habla mucho que no te escucho –miró entonces el reloj-. Me piro, vampiro.

Fuente: Fuente: Morguefile
Quince minutos necesitaron para contener sus risotadas. Indómitas como las olas durante la marea alta. Luego, al llegar la bajamar de su ánimo, aunque por poco tiempo, se lanzaron a ejecutar un plan. Un plan que le permitiría que su padre aplacara el rencor que sentía hacia él, desde que fue ingresado en una residencia. Emilio lo quería, pero ello no significaba que él se fuera a resignar a asistirlo, postergando más tiempo sus ensueños. A grandes rasgos, planeó encontrar a un compañero de la mili de su progenitor. De vez en vez mencionaba las grandes amistades que hizo en el servicio militar. Aún recordaba una fotografía donde posaban dos hombres en una cuadra atestada de camastros. Uno era su padre y el otro, un tal Manuel. Por fortuna, en el reverso de la foto había escritas unas letras: “Con mi ‘amigo’, Manuel García Sánchez. Hoya del Naranjo”. Francisco, entonces, ingenió un plan: ir a la iglesia de Hoya del Naranjo para buscar en los registros dónde vivía ahora. No obstante, la presencia de Julián, el sacerdote de aquella parroquia, suponía un gran escollo en su consecución. Podrían “obsequiarlo” con noventa euros de nuevo. Pero, habían pasado seis días de febrero, y el séptimo ya había gastado la mitad de sus balines, y lo cierto es que el dinero comenzaba a escasear. Por lo tanto, decidieron trazar un plan más arriesgado, pero económico: el del despiste. Emilio, siendo rehén de la desconfianza, rogó a Dios salir indemne de la argucia y no escatimó el poder de un Padrenuestro. Lo rezó, pero aderezándolo con versos aleatorios del credo. Nunca la memoria fue su mayor aliada en los estudios, por lo que a nadie le extrañaría que acabase combinando esta oración católica con elementos de la tabla periódica o con los ríos que atravesaban la Península Ibérica. Realmente no se acordaba de ellos. Podría haber dicho que el Amazonas desemboca en el Mediterráneo, que una molécula de agua se compone de bario y antimonio, o que el yodo era un personaje de “La guerra de las Galaxias". En fin, poseía un conocimiento superficial. O sea, nulo.

Subieron al 24 para acudir a la parroquia de Hoya del Naranjo. En la decimotercera o vigesimonovena parada, quién sabe, bajaron del autobús y se dirigieron a aquella iglesia, encabezada por el padre Julián. Primero, entró Emilio y, al verlo sentado en uno de los primeros bancos, comenzó a gimotear y a gritar hasta llamar su atención.
— ¿Qué hace aquí, Emilio? ¿Viene a hacerme otro regalito?
— No, padre. Querría confesarle algo que me amarga mi alma. No sé cómo explicarlo –fingió devanarse los sesos para hallar las palabras exactas-.
— Cuénteme, ya sabe que soy una tumba.
“Lástima que esto no sea literal",pensó Emilio. Don Francisco, que espiaba desde la puerta, aprovechó para entrar a la iglesia. De hurtadillas se encaminó sigilosamente a la sacristía, comprobando todo el rato que Julián no podía verlo.
— Julián, siento algo muy especial. Algo que jamás había sentido.
— No, me digas, te gusta alguna. Como si lo viera… Pero, ¿será cristiana?
— No lo sé, pero juraría que las religiones le importan un pimiento.
— Entonces, olvídala. Porque algún día te querrás casar con ella, digo yo… Entonces, ella se negará y eso no puede ser. Porque así, ¿cómo va a sobrevivir el bussiness de la Iglesia sin bautizos, sin comuniones y sin bodas? Ni hablar.
— No es eso, padre. Si yo le propusiera casarnos, ella me daría un sí rotundo.
— Así me gusta. A las mujeres hay que ponerles los puntos sobre las íes desde el principio. Si no, son capaces hasta de ponérselos a las zetas. Las féminas son como las ovejas: necesitan un perro que las guíe.
“Tú, sí que eres un perro, pero de los buenos. ¡Qué tío más imbécil! Un austrolopithecus es más evolucionado que este ser", musitó Emilio.
— Con todo, la Iglesia todavía no permite que me case con ella.
— ¿Tan pobre es?
— Digamos que se conforma con poco. Algunas caricias, un poco de comida… Y más feliz ella que unas pascuas… Si vieras cómo mueve el rabo de alegría… Seguro que te enamorarías de ella.
— ¿¡Es un transexual!? Virgen Santa, pero esto qué es… Ella, un travesti; y tú, un invertido.
— No, Julián. ¡Estoy enamorado de mi perra Leslie! Por las noches se sube a mi cama y nos contamos cómo nos ha ido el día.
— ¡Ah, me habías asustado! Más vale eso que un hermafrodita. Sólo una cosa: castidad.
— No, se preocupe, solamente le toco las tetillas y el culamen… -Emilio, sin saber qué disparate más soltar, se sintió aliviado cuando Francisco le advirtió gestualmente que ya tenía lo que buscaban-. Bueno, me marcho, Julián. Sospecho que Leslie me está poniendo los cuernos y como pille a ese hijo de perra, lo mato.


Horas más tarde, sentados en el sofá, frente al televisor, comentaron la jornada. Antonio les enumeró las vueltas que dio alrededor del parque, cuyo perímetro rondaría un kilómetro. Al parecer, el número se desinfló mucho más rápido, incluso, de lo que lo hicieron sus esfuerzos por practicar algo de deporte. De cuatro a tres vueltas, de tres a una, y de una a media. Realmente el jubilado cornudo no sobrepasó los trescientos metros. Lo más sobrecogedor fue que, si llegó a tal cantidad, fue porque se cruzó con su exmujer. Intentó impresionarla, pero ésta ni se inmutó. Por su parte, Emilio se lamentó de la pésima resolución de su plan. Don Francisco había apuntado en su mano izquierda dónde vivía Manuel, un amigo del padre de Emilio, que éste conoció en el servicio militar. Empero, en un instante de escasa lucidez o de pérdida de olfato, apoyó las manos en un banco recién pintado. En consecuencia, la dirección apuntada quedó enterrada bajo un intenso azul de Prusia. Inmediatamente después de ver la previsión meteorológica, se fueron a la cama. Nada como había para descansar el cuerpo, pero también el atolondramiento de sus cabezas.

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