Me propongo reseñar La Templanza, la
última novela de María Dueñas. Después de El tiempo entre costuras y Misión
olvido, encontramos a una autora consolidada y capaz de convertir sus
novelas en auténticos fenómenos literarios. Las reediciones constantes y las
tiradas con un número generoso de ejemplares lo ratifican. Aunque a muchos el
respaldo masivo del público, les produce reticencias y no dudan en colgarle a
la espalda la pegatina de autora de bestsellers,
como si tener tirón comercial fuera antónimo de calidad literaria. Entre
aquellos que presumen de cultura, no está bien visto compartir gustos con las
mayorías. Por mucho que algunos les sepa mal, su éxito es bien merecido, pero
su nuevo libro es un buen abono para que crezcan y se afiancen las críticas y
el descrédito de la escritora. Honestamente, me duele decirlo, porque,
basándome en un acto de promoción del libro al que acudí y la posterior firma
de ejemplares, Dueñas es realmente cercana, humilde y encantadora. Después de
esto, exponer las flaquezas de La Templanza no es nada fácil para mí.
Con todo, también hablaré de sus fortalezas, las cuales, por desgracia, no son
suficientes para que yo continúe comprando sus novelas sin referencias y con
una confianza ciega. Tocará tirar de biblioteca en el futuro.
Para que este mal trago, aunque necesario, sea
más fácil de digerir, comenzaré por las fortalezas, que las tiene y no son
pocas. Entre ellas, encontramos un esmero y una dedicación increíbles que se
muestran, por ejemplo, en una documentación exhaustiva sobre la vida en Ciudad
de México, La Habana y Jérez en el siglo XIX. El rigor histórico es
indiscutible, pero sin exasperar ni abrumar al lector. También se advierte en
la distribución correcta de los clímax; Dueñas sabe cuándo tiene que cortar una
escena sin caer en excesos y aportando una variedad de ambientes y situaciones
que agilizan la lectura; no entra en bucles infinitos. La sensación de rapidez
y la tentación de pasar páginas y páginas también deben mucho a la estructura
externa, pues consta de 56 capítulos en torno a las diez páginas, los cuales se
organizan en tres partes. Estas tres partes corresponden a las tres ciudades
que recorre Mauro Larrea, el protagonista.
Hablando de aciertos, los capítulos de la
partida de billar, algunas reflexiones como las de las páginas 239 y 362 y el
aprovechamiento de los elementos en la trama (baste mencionar el conejo que
prepara Angustias) lo son. Son grandes aciertos y grandes pruebas de la
solvencia y maestría de Dueñas como autora. En cambio, no creo que sea un
mérito de la autora ambientar la historia en paisajes exóticos y atractivos por
sí mismo, pues el buen escritor no necesariamente toma elementos ya bellos en
la realidad, sino que es capaz de atraer al lector y de hallar belleza en los
espacios más nauseabundos y degradantes.
María Dueñas en sus dos novelas anteriores hizo
gala de su maestría para manejar el castellano con una solvencia encomiable y
aderezarlo con una belleza, una elegancia y un estilo poético con el fin de
convertir cada página en una delicia. En La Templanza vuelve a
demostrarlo. Con todo, ya os adelanto que esta vez su don carece de frescura y
se vuelve previsible, a veces repetitivo, previsible y demasiado dulzón. Es
cierto que su estilo ha madurado, que ha ganado en contención y que abusa cada
menos de figuras retóricas y correlaciones con evidentes fines estéticos, pero
el problema radica en que resultan evidentes, algo gratuitos y alejados de la
sorpresa que sí producían en El tiempo entre costuras y Misión olvido.
Cabe destacar, también, ese tono decimonónico que imprime en cada línea.
A pesar de esa falta de frescura, sería injusto
ignorar el esfuerzo de Dueñas por caracterizar a los personajes según cómo
emplean el lenguaje. Pendejo, pinche, nomás o quihubo
ofrecen un sabor dialecto interesante, si bien pocas veces la riqueza dialectal
sobrepasa estos términos. Cabría mencionar el acierto de conferir personalidad
a las voces de los personajes, aunque estas suelen reducirse a distinguir entre
personajes de escasa cultura y de los bajos fondos de la sociedad y entre los
que se mueven en ambientes elitistas y gozan de mayor formación o prestigio.
El humor también tiene cabida en contadas
ocasiones, pero las tiene. Baste mencionar el caso de “Apúrate y déjate de
remilgos, que pareces una solterona camino de misa del alba, cabrón” (página
286). Incluso algo de humor negro elegante y tremendamente sutil en la página
335: “Se trataba de una pareja desconocida. Humildes a todas luces y de edad
imprecisa; entre los sesenta y el camposanto, más o menos”. Ojalá la novela
hubiese contado con más elementos humorísticos, porque habría ganado mucho, ya
que habría permitido humanizar y también conseguir un contraste entre humor e
intensidad que favorecería, sin duda, a la última. Tal vez La Templanza
peca a veces de afectación y expresa un dramatismo y un catastrofismo enormes
que no llegué a sentir, lo que resta verosimilitud y favorece ciertas lecturas
paródicas.
Un punto a favor, aunque a algunos pueda parecer
menor, es la cuidada edición. Aparte de la bellísima portada, ha habido un gran
trabajo detrás por eliminar erratas. De hecho, en la primera edición, la que yo
compré, no percibí más de cinco faltas, nada graves, de concordancia, etc. Sin
lugar a dudas, dice mucho, y bueno, del grupo Planeta, de María Dueñas y de su
equipo.
En cuanto a las flaquezas de La Templanza,
no son pocas. Aquí enumero las más importantes teniendo presente que mi
intención no es pisotear la novela, sino ofrecer una crítica
constructiva ofreciendo alternativas y propuestas para que la cuarta novela de
María Dueñas esté a la altura de El tiempo entre costuras y de Misión
Olvido, con algún defecto, pero la más real, la más humana, la mejor.
Los ingredientes con que María Dueñas han
triunfado son una prosa hermosa y ágil, unas escenas vibrantes y un don para
que sus personajes estén tan vivos como sus lectores, para que traspasen el
papel. En La Templanza están los primeros, pero, por desgracia, los
personajes masculinos son de una pieza, planos, trazados con brocha gorda y los
femeninos con mejor tino, aunque mínimo. Dado el carácter plano de los
personajes, el lector no encuentra elementos suficientes para ponerse en la
piel del minero arruinado Mauro Larrea. Y esto se puede decir de cualquier otro
personaje. ¿Dónde queda la capacidad de la autora para crear a Daniel Carter, a
Sira Quiroga, La Matutera o Andrés Fontana? Me sorprende que el primer
protagonista masculino en su producción literaria resulte ser un hombre varonil
con todos los tópicos. Un hombre que escupe, a veces mugriento y sudado, con
arañazos y cicatrices, que se arremanga la camiseta o con tendencia a blasfemar
y maldecir. Una especie de gañán ibérico que se vuelve más blandito ante
las mujeres y sus hijos. Como veis, la autora nos da una de cal y otra de arena
recurriendo a estereotipos, tal vez buscando el beneplácito del público
femenino poco instruido y sus fantasías, y a la vez humanizando al personaje.
Algunos os preguntaréis por qué digo esto si los
pensamientos y los temores de este y a veces del resto de personajes atraviesan
las quinientas páginas y pico del libro. Eso es tan cierto como lo es su uso
casi exclusivo para explicar lo que conocemos a través de los diálogos o lo que
se sospecha. Con esto digo que Dueñas nos lo da todo masticadito, con
aclaraciones innecesarias; la prosa es demasiado explicativa, explícita. Aparte
de esto, exasperan los tediosos y constantes contrastes entre lo que los
protagonistas piensan y hacen. Hay un error que se corrige en la segunda mitad;
se trata del insoportable Andrade, la conciencia personificada de Mauro. Al
principio Andrade interviene nada más que para expresar lo que Mauro piensa o
para pronunciar las posibilidades que baraja. ¿Acaso un hombre cercano a los
cincuenta no tiene conciencia? ¿En serio necesita un Pepito Grillo? Para más inri,
lo sufrimos una y otra vez incluso en su ausencia cuando Larrea imagina los
consejos que le daría.
En lo que concierne al lenguaje, la precisión
léxica es incuestionable. Sin embargo, en la tercera novela hay una serie de
flaquezas que los que hemos sido lectores fieles y conocemos de sobra su estilo
literario podremos avistar más fácilmente. Abusa del estilo indirecto libre sin
verbos dicendi, de expresiones como “sin subterfugios” o el uso de plomo
y sus derivados y de referencias manidas que se repiten en varias ocasiones
como las relacionadas con el diablo (páginas 139,199 o 518). Muy llamativo
resulta el símil pretencioso de Mauro y su criado Santos Huesos con don Quijote
y Sancho, el cual no solo se repite dos veces sino que, a decir verdad, los
perfiles de ambas parejas están cogidos con pinzas. Los símiles y las
metáforas, en general, en escasas ocasiones sorprenden y brillan por su
ingenio. María Dueñas atina, a mi parecer, en imágenes como “ese casamiento
suyo antes bien afianzado y ahora tan resbaloso como la clara del huevo”, pero
son las mínimas, en pos de otras convencionales, como vincular un enamoramiento
con un pellizco en las tripas. El siguiente error es posible que no todos lo
veáis como tal. Me refiero a la reiteración de expresiones apenas seis líneas
después. Esto ocurre, por ejemplo, en la página 470 con “a todas luces”, aunque
el ejemplo más ilustrativo se da en las páginas 130 y 131, donde se repite “al
compás de”. Las frases son las siguientes: “El salón se fue llenando de parejas
mecidas al compás de una orquesta de músicos negros” y “las hermosas criollas
al compás de la música dulzona”.
Otras faltas, en mi opinión, son frases ñoñas
que no provocan otra cosa que urticaria. Como botón de muestra, proporciono las
siguientes: “La mano de ella se desprendió del hombro de Mauro Larrea para
acercarse al médico, y él sintió una desoladora orfandad” (página 358) y “Mis
muchos amigos poderosos y prósperos, y unas cuantas mujeres hermosas que
siempre se mostraron bien dispuestas a abrirme sus camas y sus corazones”
(página 361). Luego, si bien es una novela honesta y las técnicas de marketing
venden lo que es (un libro de evasión muy digno), me parece algo cutre generar
intriga con recursos como “Se le iba ese negocio de las manos. Pero quizá otro
se abría. O quizá no. O tal vez sí”.
Señalo esto porque es extraño en una autora
capaz de apuntar más alto y de no caer en recursos facilones, y lo digo porque
así lo ha mostrado en tantas y tantas ocasiones. Como decía anteriormente, cuida
su prosa al detalle y la mima al máximo, por suerte; sin embargo, esto es
contraproducente si no se elimina esa capa de frialdad. “Ortodoxia y cerebro
frío frente a pasión arrebatada y promiscuidad” (página 225) es una línea que
refleja bien la situación de la novela. Esta promete “grandes pasiones”, y las
hay, pero desarrolladas con una frialdad tan extrema que llega a producir
frases como “Hacía mucho tiempo que ninguna mujer se había adentrado en el
perímetro de su intimidad” (página 283). A mi parecer, esa frialdad habría
disminuido con mayor riesgo en la narración y una caracterización más completa
de los personajes. Asimismo, los acontecimientos no siempre se presentan
verosímiles, sino envueltos en casualidades y manipulados en muchos casos por
sentimientos como el amor, el sexo y la amistad. De hecho, en los últimos
capítulos sentí cierta decepción, puesto que la trama se iba complicando más y
más con nuevas intrigas, como la de la trata negrera, para luego no exprimirlas
ya sea por no abordarlas después o por solucionarlas por la vía fácil.
Con Misión Olvido y El tiempo entre
costuras viví las últimas páginas con ansia por descubrir el final y a la
par con cierta tristeza por acabar esos viajes literarios. En cambio, con esta
tercera novela he sentido ansias por terminarla sin importarme como acabara y con
gran alegría porque su fin significaba que ya podía ponerme a leer otra cosa.
De hecho, Dueñas parece justificarse en la página 350 en “Todo era demasiado
confuso, demasiado inverosímil”. Ante esto, me pregunto qué crédito puede tener
un crítico literario que se atreva a ensalzar la novela, porque por mucha
amistad que exista entre críticos y autores o por mucho respeto a las
editoriales que haya, ese papel perdonavidas y esa hipocresía muy extendida en
la crítica española no favorecen a nadie. Con esto, no digo que mis impresiones
sobre esta novela sean las únicas válidas. La mía es una verdad más. Mi reseña
ni tiene ni debe tener un valor absoluto.
Antes de concluir, hay que admitir que la trama
es interesante y que la autora ofrece unas intrigas y una serie de dilemas a
Mauro realmente brillantes para captar la atención del lector. No obstante,
dado que Larrea no es un personaje lo suficientemente sólido como para
protagonizar más de quinientas páginas, se habría acrecentado el interés si la
autora hubiera alternado de vez en cuando capítulos donde se diera cuenta de la
vida en México mientras Mauro estaba fuera del país o sobre las vicisitudes de
Nico. Otra idea habría sido otorgarle un papel más activo a Tadeo Carrús, el
prestamista de Mauro, en lugar de ceñirse a ser la excusa por la que el
protagonista tiene que buscarse la vida con el fin de cumplir los plazos del
préstamo con intereses desorbitados.
En definitiva, La Templanza es una novela
que demuestra el indudable esmero y cuidado con que su autora organiza su
documentación y su redacción, sin embargo, el resultado es decepcionante al
adolecer de unos personajes más bien planos, de la falta de frescura y la
reiteración de expresiones lingüísticas y de tópicos e ideas manidas. Es una novela escrita con mucha cabeza, pero carente de corazón. Del mismo
modo, carece de sutileza, de riesgo y de un trasfondo, a pesar de que el final
evoca un mensaje necesario en nuestra sociedad. Por todo ello y siendo sincero,
no la recomendaría. No obstante, confío en que María Dueñas saldrá de este
batacazo, porque el talento, la simpatía y el instinto para atrapar el lector
los tiene, tal y como demostró en El tiempo entre costuras y Misión
Olvido.
nota 4,5 de 10
Mi reseña de Misión Olvido AQUÍ.
Creo que te has pasado un poco con los detalles técnicos, aún así buena reseña, un saludo
ResponderEliminarMuchas gracias por dejar tu comentario.
EliminarNo sé si te refieres con "te has pasado un poco con los detalles técnicos" a que mi reseña está escrita con crudeza o a que debí abreviar y no entrar en tanto detalles, dado que puede ser abrumador leer esta cantidad de texto en el ordenador. En cualquier caso, tendré en cuenta lo segundo en mis próximas entradas; en cuanto a la crudeza del comentario, no me puedo resistir a una honestidad absoluta, siempre y cuando no falte el respeto a nadie.
Un saludo. :D