lunes, 6 de julio de 2015

MARÍA DUEÑAS - La Templanza (Reseña)

Me propongo reseñar La Templanza, la última novela de María Dueñas. Después de El tiempo entre costuras y Misión olvido, encontramos a una autora consolidada y capaz de convertir sus novelas en auténticos fenómenos literarios. Las reediciones constantes y las tiradas con un número generoso de ejemplares lo ratifican. Aunque a muchos el respaldo masivo del público, les produce reticencias y no dudan en colgarle a la espalda la pegatina de autora de bestsellers, como si tener tirón comercial fuera antónimo de calidad literaria. Entre aquellos que presumen de cultura, no está bien visto compartir gustos con las mayorías. Por mucho que algunos les sepa mal, su éxito es bien merecido, pero su nuevo libro es un buen abono para que crezcan y se afiancen las críticas y el descrédito de la escritora. Honestamente, me duele decirlo, porque, basándome en un acto de promoción del libro al que acudí y la posterior firma de ejemplares, Dueñas es realmente cercana, humilde y encantadora. Después de esto, exponer las flaquezas de La Templanza no es nada fácil para mí. Con todo, también hablaré de sus fortalezas, las cuales, por desgracia, no son suficientes para que yo continúe comprando sus novelas sin referencias y con una confianza ciega. Tocará tirar de biblioteca en el futuro.

Para que este mal trago, aunque necesario, sea más fácil de digerir, comenzaré por las fortalezas, que las tiene y no son pocas. Entre ellas, encontramos un esmero y una dedicación increíbles que se muestran, por ejemplo, en una documentación exhaustiva sobre la vida en Ciudad de México, La Habana y Jérez en el siglo XIX. El rigor histórico es indiscutible, pero sin exasperar ni abrumar al lector. También se advierte en la distribución correcta de los clímax; Dueñas sabe cuándo tiene que cortar una escena sin caer en excesos y aportando una variedad de ambientes y situaciones que agilizan la lectura; no entra en bucles infinitos. La sensación de rapidez y la tentación de pasar páginas y páginas también deben mucho a la estructura externa, pues consta de 56 capítulos en torno a las diez páginas, los cuales se organizan en tres partes. Estas tres partes corresponden a las tres ciudades que recorre Mauro Larrea, el protagonista.

Hablando de aciertos, los capítulos de la partida de billar, algunas reflexiones como las de las páginas 239 y 362 y el aprovechamiento de los elementos en la trama (baste mencionar el conejo que prepara Angustias) lo son. Son grandes aciertos y grandes pruebas de la solvencia y maestría de Dueñas como autora. En cambio, no creo que sea un mérito de la autora ambientar la historia en paisajes exóticos y atractivos por sí mismo, pues el buen escritor no necesariamente toma elementos ya bellos en la realidad, sino que es capaz de atraer al lector y de hallar belleza en los espacios más nauseabundos y degradantes.

María Dueñas en sus dos novelas anteriores hizo gala de su maestría para manejar el castellano con una solvencia encomiable y aderezarlo con una belleza, una elegancia y un estilo poético con el fin de convertir cada página en una delicia. En La Templanza vuelve a demostrarlo. Con todo, ya os adelanto que esta vez su don carece de frescura y se vuelve previsible, a veces repetitivo, previsible y demasiado dulzón. Es cierto que su estilo ha madurado, que ha ganado en contención y que abusa cada menos de figuras retóricas y correlaciones con evidentes fines estéticos, pero el problema radica en que resultan evidentes, algo gratuitos y alejados de la sorpresa que sí producían en El tiempo entre costuras y Misión olvido. Cabe destacar, también, ese tono decimonónico que imprime en cada línea.

A pesar de esa falta de frescura, sería injusto ignorar el esfuerzo de Dueñas por caracterizar a los personajes según cómo emplean el lenguaje. Pendejo, pinche, nomás o quihubo ofrecen un sabor dialecto interesante, si bien pocas veces la riqueza dialectal sobrepasa estos términos. Cabría mencionar el acierto de conferir personalidad a las voces de los personajes, aunque estas suelen reducirse a distinguir entre personajes de escasa cultura y de los bajos fondos de la sociedad y entre los que se mueven en ambientes elitistas y gozan de mayor formación o prestigio.

El humor también tiene cabida en contadas ocasiones, pero las tiene. Baste mencionar el caso de “Apúrate y déjate de remilgos, que pareces una solterona camino de misa del alba, cabrón” (página 286). Incluso algo de humor negro elegante y tremendamente sutil en la página 335: “Se trataba de una pareja desconocida. Humildes a todas luces y de edad imprecisa; entre los sesenta y el camposanto, más o menos”. Ojalá la novela hubiese contado con más elementos humorísticos, porque habría ganado mucho, ya que habría permitido humanizar y también conseguir un contraste entre humor e intensidad que favorecería, sin duda, a la última. Tal vez La Templanza peca a veces de afectación y expresa un dramatismo y un catastrofismo enormes que no llegué a sentir, lo que resta verosimilitud y favorece ciertas lecturas paródicas.

Un punto a favor, aunque a algunos pueda parecer menor, es la cuidada edición. Aparte de la bellísima portada, ha habido un gran trabajo detrás por eliminar erratas. De hecho, en la primera edición, la que yo compré, no percibí más de cinco faltas, nada graves, de concordancia, etc. Sin lugar a dudas, dice mucho, y bueno, del grupo Planeta, de María Dueñas y de su equipo.

En cuanto a las flaquezas de La Templanza, no son pocas. Aquí enumero las más importantes teniendo presente que mi intención no es pisotear la novela, sino ofrecer una crítica constructiva ofreciendo alternativas y propuestas para que la cuarta novela de María Dueñas esté a la altura de El tiempo entre costuras y de Misión Olvido, con algún defecto, pero la más real, la más humana, la mejor.

Los ingredientes con que María Dueñas han triunfado son una prosa hermosa y ágil, unas escenas vibrantes y un don para que sus personajes estén tan vivos como sus lectores, para que traspasen el papel. En La Templanza están los primeros, pero, por desgracia, los personajes masculinos son de una pieza, planos, trazados con brocha gorda y los femeninos con mejor tino, aunque mínimo. Dado el carácter plano de los personajes, el lector no encuentra elementos suficientes para ponerse en la piel del minero arruinado Mauro Larrea. Y esto se puede decir de cualquier otro personaje. ¿Dónde queda la capacidad de la autora para crear a Daniel Carter, a Sira Quiroga, La Matutera o Andrés Fontana? Me sorprende que el primer protagonista masculino en su producción literaria resulte ser un hombre varonil con todos los tópicos. Un hombre que escupe, a veces mugriento y sudado, con arañazos y cicatrices, que se arremanga la camiseta o con tendencia a blasfemar y maldecir. Una especie de gañán ibérico que se vuelve más blandito ante las mujeres y sus hijos. Como veis, la autora nos da una de cal y otra de arena recurriendo a estereotipos, tal vez buscando el beneplácito del público femenino poco instruido y sus fantasías, y a la vez humanizando al personaje.

Algunos os preguntaréis por qué digo esto si los pensamientos y los temores de este y a veces del resto de personajes atraviesan las quinientas páginas y pico del libro. Eso es tan cierto como lo es su uso casi exclusivo para explicar lo que conocemos a través de los diálogos o lo que se sospecha. Con esto digo que Dueñas nos lo da todo masticadito, con aclaraciones innecesarias; la prosa es demasiado explicativa, explícita. Aparte de esto, exasperan los tediosos y constantes contrastes entre lo que los protagonistas piensan y hacen. Hay un error que se corrige en la segunda mitad; se trata del insoportable Andrade, la conciencia personificada de Mauro. Al principio Andrade interviene nada más que para expresar lo que Mauro piensa o para pronunciar las posibilidades que baraja. ¿Acaso un hombre cercano a los cincuenta no tiene conciencia? ¿En serio necesita un Pepito Grillo? Para más inri, lo sufrimos una y otra vez incluso en su ausencia cuando Larrea imagina los consejos que le daría.

En lo que concierne al lenguaje, la precisión léxica es incuestionable. Sin embargo, en la tercera novela hay una serie de flaquezas que los que hemos sido lectores fieles y conocemos de sobra su estilo literario podremos avistar más fácilmente. Abusa del estilo indirecto libre sin verbos dicendi, de expresiones como “sin subterfugios” o el uso de plomo y sus derivados y de referencias manidas que se repiten en varias ocasiones como las relacionadas con el diablo (páginas 139,199 o 518). Muy llamativo resulta el símil pretencioso de Mauro y su criado Santos Huesos con don Quijote y Sancho, el cual no solo se repite dos veces sino que, a decir verdad, los perfiles de ambas parejas están cogidos con pinzas. Los símiles y las metáforas, en general, en escasas ocasiones sorprenden y brillan por su ingenio. María Dueñas atina, a mi parecer, en imágenes como “ese casamiento suyo antes bien afianzado y ahora tan resbaloso como la clara del huevo”, pero son las mínimas, en pos de otras convencionales, como vincular un enamoramiento con un pellizco en las tripas. El siguiente error es posible que no todos lo veáis como tal. Me refiero a la reiteración de expresiones apenas seis líneas después. Esto ocurre, por ejemplo, en la página 470 con “a todas luces”, aunque el ejemplo más ilustrativo se da en las páginas 130 y 131, donde se repite “al compás de”. Las frases son las siguientes: “El salón se fue llenando de parejas mecidas al compás de una orquesta de músicos negros” y “las hermosas criollas al compás de la música dulzona”.

Otras faltas, en mi opinión, son frases ñoñas que no provocan otra cosa que urticaria. Como botón de muestra, proporciono las siguientes: “La mano de ella se desprendió del hombro de Mauro Larrea para acercarse al médico, y él sintió una desoladora orfandad” (página 358) y “Mis muchos amigos poderosos y prósperos, y unas cuantas mujeres hermosas que siempre se mostraron bien dispuestas a abrirme sus camas y sus corazones” (página 361). Luego, si bien es una novela honesta y las técnicas de marketing venden lo que es (un libro de evasión muy digno), me parece algo cutre generar intriga con recursos como “Se le iba ese negocio de las manos. Pero quizá otro se abría. O quizá no. O tal vez sí”.

Señalo esto porque es extraño en una autora capaz de apuntar más alto y de no caer en recursos facilones, y lo digo porque así lo ha mostrado en tantas y tantas ocasiones. Como decía anteriormente, cuida su prosa al detalle y la mima al máximo, por suerte; sin embargo, esto es contraproducente si no se elimina esa capa de frialdad. “Ortodoxia y cerebro frío frente a pasión arrebatada y promiscuidad” (página 225) es una línea que refleja bien la situación de la novela. Esta promete “grandes pasiones”, y las hay, pero desarrolladas con una frialdad tan extrema que llega a producir frases como “Hacía mucho tiempo que ninguna mujer se había adentrado en el perímetro de su intimidad” (página 283). A mi parecer, esa frialdad habría disminuido con mayor riesgo en la narración y una caracterización más completa de los personajes. Asimismo, los acontecimientos no siempre se presentan verosímiles, sino envueltos en casualidades y manipulados en muchos casos por sentimientos como el amor, el sexo y la amistad. De hecho, en los últimos capítulos sentí cierta decepción, puesto que la trama se iba complicando más y más con nuevas intrigas, como la de la trata negrera, para luego no exprimirlas ya sea por no abordarlas después o por solucionarlas por la vía fácil.

Con Misión Olvido y El tiempo entre costuras viví las últimas páginas con ansia por descubrir el final y a la par con cierta tristeza por acabar esos viajes literarios. En cambio, con esta tercera novela he sentido ansias por terminarla sin importarme como acabara y con gran alegría porque su fin significaba que ya podía ponerme a leer otra cosa. De hecho, Dueñas parece justificarse en la página 350 en “Todo era demasiado confuso, demasiado inverosímil”. Ante esto, me pregunto qué crédito puede tener un crítico literario que se atreva a ensalzar la novela, porque por mucha amistad que exista entre críticos y autores o por mucho respeto a las editoriales que haya, ese papel perdonavidas y esa hipocresía muy extendida en la crítica española no favorecen a nadie. Con esto, no digo que mis impresiones sobre esta novela sean las únicas válidas. La mía es una verdad más. Mi reseña ni tiene ni debe tener un valor absoluto.

Antes de concluir, hay que admitir que la trama es interesante y que la autora ofrece unas intrigas y una serie de dilemas a Mauro realmente brillantes para captar la atención del lector. No obstante, dado que Larrea no es un personaje lo suficientemente sólido como para protagonizar más de quinientas páginas, se habría acrecentado el interés si la autora hubiera alternado de vez en cuando capítulos donde se diera cuenta de la vida en México mientras Mauro estaba fuera del país o sobre las vicisitudes de Nico. Otra idea habría sido otorgarle un papel más activo a Tadeo Carrús, el prestamista de Mauro, en lugar de ceñirse a ser la excusa por la que el protagonista tiene que buscarse la vida con el fin de cumplir los plazos del préstamo con intereses desorbitados.


En definitiva, La Templanza es una novela que demuestra el indudable esmero y cuidado con que su autora organiza su documentación y su redacción, sin embargo, el resultado es decepcionante al adolecer de unos personajes más bien planos, de la falta de frescura y la reiteración de expresiones lingüísticas y de tópicos e ideas manidas. Es una novela escrita con mucha cabeza, pero carente de corazón. Del mismo modo, carece de sutileza, de riesgo y de un trasfondo, a pesar de que el final evoca un mensaje necesario en nuestra sociedad. Por todo ello y siendo sincero, no la recomendaría. No obstante, confío en que María Dueñas saldrá de este batacazo, porque el talento, la simpatía y el instinto para atrapar el lector los tiene, tal y como demostró en El tiempo entre costuras y Misión Olvido.

nota 4,5 de 10

Mi reseña de Misión Olvido AQUÍ.

2 comentarios:

  1. Creo que te has pasado un poco con los detalles técnicos, aún así buena reseña, un saludo

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    1. Muchas gracias por dejar tu comentario.

      No sé si te refieres con "te has pasado un poco con los detalles técnicos" a que mi reseña está escrita con crudeza o a que debí abreviar y no entrar en tanto detalles, dado que puede ser abrumador leer esta cantidad de texto en el ordenador. En cualquier caso, tendré en cuenta lo segundo en mis próximas entradas; en cuanto a la crudeza del comentario, no me puedo resistir a una honestidad absoluta, siempre y cuando no falte el respeto a nadie.

      Un saludo. :D

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