El próximo mes de enero se producirá un cambio trascendental en la
sociedad. Una de las multinacionales con más beneficios en los últimos
trimestres ha decidido embarcarse en un proyecto arriesgado: la fabricación de
teléfonos móviles que permitan, entre otras funciones, escribir sms,
efectuar llamadas o recibir tanto mensajes de texto y voz como llamadas.
Después de los últimos adelantos en este campo, se prevé una transformación
especialmente significativa en las relaciones personales.
Tras la magnífica acogida de productos como Tuenti (obsoleto, en la
actualidad), el Whatsapp (con el que se registró una venta masiva de smartphones) o el iPisapapeles (una
actualización del sistema operativo de los iPad y los iPhones que impedía que
el viento moviera los papeles de su sitio), llega el momento de revolucionar
las comunicaciones con el servicio de mensajería. Tal servicio permite componer
tus sms con un número reducido de carácteres, enviarlo con la ayuda de
un sistema semejante al de las redes sociales, y que el destinatario lo reciba
y pueda leerlo. El coste ronda los quince céntimos, sin contemplar las ofertas y tarifas especiales. Y, ¿cómo podremos
conversar telefónicamente? Muy sencillo. Marca los nueve dígitos (los de
Whatsapp) y pulsas, luego, el botón (o el emoticono de la pantalla) con un
teléfono verde. El precio suele ser superior al del servicio de mensajería.
Por supuesto, como sucede en estos casos, las primeras voces en contra ya
se han manifestado alegando que marcar nueve dígitos es demasiado agotador, que
ellos solo pueden escribir xd, ola o (L). “Por encima de
mi cádaver. No voy a permitir que me llamen por teléfono. Pero, ¿en qué mundo
vivimos? Yo sólo puedo articular un ¡hacho, tío!, ¡puta!, o, como
mucho, ¿tienes What'sapp?. Como se atrevan esos mamones, les tiraré mi smartphone a la cabeza, que como es más grande
que un campo de fútbol les dolerá y... como... entonces...”, hasta aquí las
declaraciones de un joven automóvil (aquel adicto al móvil, que lo
emplea por inercia, como si fuera un robot). Recuerdo que en mi entrevista a
pie de calle, este individuo dejó de hablar porque agonizaba de cansancio. “En
mi caso, creo que eso será un atraso, porque en la ubicación de comentar
con los amigos lo que hemos deglutido, el fragmento de cabellera
que me he encontrado en el plato de la sopa, o la tos por introducir en
los agujeros nasales un poco de pimienta, ahora vamos a finiquitar
hablando sólo para cosas importantes, porque las llamadas y los sms son
mucho más caros”, afirma Javier, un joven de dieciocho años con una marcado
complejo de inferioridad y de incultura, por lo que en sus palabras ha
sustituido lugar por ubicación, comer por deglutir,
pelo por fragmento de cabellera, o acabar por finiquitar.
Entre las risas de algunos ciudadanos curiosos por tal ultracorrección,
ofendido se ha defendido argumentando que él es un chico “con mucha cultura” y
que entre sus lecturas se halla Guía rápida para el buen automóvil, Don
Quijote de Galicia o Cien whatsapps de soledad.
Entre esta polémica y esta agitación social, ha brotado otro foco de
controversia: algunos advierten que esas funcionalidades de los nuevos móviles
ya existían en el 2013, o incluso en el 2004. Para más inri, afirman que quizá
las multinacionales han intentado por medio de nuevas funcionalidades hacer
olvidar a los usuarios de estas utilidades básicas como hacer una llamada o
escribir un mensaje para volver a lanzarlas al mercado años más tarde como si
fueran una novedad. “Intuyo que este año reaparecerán las pantalones de pitillo
o los vestidos de piel de bisonte, que tiemble el hombre primitivo, que como
nos dé un arrebato de originalidad, dentro de unos meses estarán de vuelta los
cuchillos de marfil, piedra o hueso de ciervo”, ironiza el presidente del Club
español del telégrafo en otra manifestación.
En un contexto tan revuelto y por miedo a los fallecimientos en masa de automóviles,
tras subir a una torre de tensión para cortar los suministros de electricidad
con un estrepitoso y mortal fracaso, los directivos de las empresas de
teléfonos móviles han tomado medidas. Anuncian, por ejemplo, ofertas
interesantes (tales como hablar por teléfono dos horas al mes y pagar como si
hubieran sido cuatro, o participar en sorteos para ganar un euro, si mandas un
mensaje que cueste 1,45 euros); comentan sus futuros proyectos entre los que
destaca un móvil con una pantalla del tamaño de un sello y cuyo modo de
navegación por él sea a través de un teclado limitado a no más de doce teclas
en las que se enclaustran tres o cuatro letras del abecedario. “Es un ventaja
para nuestros clientes, quienes son en verdad nuestra principal prioridad. De
hecho, si tenemos que malvender nuestros Mercedes y nuestro patrimonio para que
ellos tengan papel higiénico de seda natural, lo haremos. Lo que pretendemos es
que ellos puedan guardar el telefóno en el bolsillo sin que se les deshilache el bolsillo del pantalón, o se les
caiga de las manos.”, reconoce un accionista de una empresa cuyo nombre
desconocemos. Avisadas quedan, entonces, las multinacionales de la moda. En
efecto, un diseñador, tan conocido en su casa, tan ignorado por los consumidores,
afirma que ya ha propuesto que las costuras de los bolsillos de la ropa sean
menos resistentes y que los bolsillos no sean tan grandes, pues últimamente
tenían la capacidad suficiente como para albergar en su interior el Camp Nou.
Ello supondría un alivio para las arcas públicas y el escueto presupuesto
público para la Sanidad, pues las urgencias están a rebosar de pacientes automóviles,
que se tropiezan con sus bolsillos, o se lesionan, adoleciendo de contracturas,
por el uso excesivo de los móviles y por el trepidante bailoteo de unos dedos
tan hábiles para escribir “xd” o “jajaja” como tan ineptos para desempeñar
actividades de provecho.
Hasta aquí la noticia. Pero, un momento... Acabamos de recibir un
comunicado gracias al cual podemos avanzar, en primicia, que en tres años
llegarán los teléfonos móviles con pantallas en blanco y negro.
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