A juzgar por el título, alguno se echará las manos a la cabeza, y pensará
que se me ha ido la olla, que creo poseer la autoridad y la credibilidad
suficientes como para embarcarme en motores, neumáticos, embragues o cambios de marcha. Que no cunda el pánico. Aquí, en
este blog, el castellano y sus términos se llevan hasta el límite. Por
tanto, y como quién avisa no es traidor, si continuas leyendo, sabrás lo que es
un automóvil y qué puedes hacer con él.
Un automóvil es un vehículo de motor. Sí, pero no. ¿Cómo que no?, diréis.
Sí, que lo es, pero jugando un poco con las palabras, surge una nueva acepción.
Etimológicamente, procede de acoplar “autómata” (aquel que actúa sin pensar,
por inercia, como si estuviera programado, al igual que un robot) y “móvil”
(dispositivo telefónico que, a menos que sea para cargar la batería, es
inalámbrico). Luego, automóvil es la persona cuya conducta viene
fuertemente marcada por un uso del teléfono móvil sistemático y dependiente, y
que posee pautas similares a las de un mecanismo programado (en este caso, para
el empleo de dicho objeto). Pues, acronimia
artificial. Todo esto no significa que debamos renunciar a los móviles. En
efecto, han facilitado en gran medida las comunicaciones, y me encantan por
ejemplo el diseño y las funcionalidades de los iPhone o las pantallas táctiles
del resto de smartphones, que conste.
No es de extrañar que el significado de automóvil, no el
significante, pueda sonar novedoso, aún así lo más innovador de todo no es
éste, sino su referente. Pues, sus orígenes se remontan a la fecha de aparición
de ese gran invento, de ese gran amigo del hombre, que ha terminado por
desplazar en muchos casos a amigos, a familiares, a docentes y discentes, a
dueños y mascotas... Una situación mucho
más traumática no es cuando la pantalla, sedienta de energía, pide una caña
más de electricidad, ni tampoco cuando se desliza el dedo hasta meterte en el Whatsapp
y que, por lo tanto, tus conocidos sepan que has leído sus mensajes; es cuando
el perro y el dueño están separados por el móvil, el maldito móvil. Perdonad, automóviles,
nunca debí llamar al móvil móvil, sé que esa denominación es humillante,
¿preferís el pijo smartphone o el pretencioso iPhone? ¡No lapidarme, por
favor! Bueno, mientras construyo un búnker para defenderme de los adictos, de
los zombies del smartphone, continúo con la cuestión del perro. Éste se
siente desamparado y, al igual que una esposa resignada siente que el nuevo
televisor de cien pulgadas se interpone en su cada vez más tediosa relación
matrimonial, el perro compara los viejos paseos cargados de júbilo por las
calles otoñales con las actuales salidas forzadas para mantener la relación con
la misma desidia que un automóvil destroza el castellano. Al final, la
esposa acaba desligándose del marido-sofá, como lo hace la mascota consigo
misma, hasta acabar más dueños de sí mismos que nunca. Y, claro, la mascota se
vuelve más dueña de sí que su propio dueño. Y, ¡tachán, tachán! El perro
se convierte en el propietario de su dueño, y el dueño, despojado de voluntad e
ilusiones, se transforma en el animal. Dicen las malas lenguas que ahora los perros son los que sacan a pasear
a la mayoría de personas, y si se dejan atar con las correas, es sólo para
evitar los ladridos de los automóviles y para que, en caso de que éstos
se pierdan, poder llevarlos hasta casa.
“Bloguero, no nos la des con queso”, me estaréis diciendo. Queréis
soluciones y medidas estrictas, para que vuestro hijo, vuestro marido, vuestra
niña, vuestra esposa, vuestro perro, vosotros mismos, o para vuestra vecina
adolescente del quinto se despegue de ese terrorífico aparato. Pues, nada, aquí
tenéis dos tazas. Tal vez no sean muy ortodoxos los consejos, tal vez vaya siendo hora de comprar coronas
funerarias o tal vez haya llegado el momento preciso de que vuestro
familiar haga el testamento, pero eres tú quien toma la última decisión.
1º Truco casero: Retención y humedad.
Mientras ese ser vivo, ese ermitaño enfermo, esté despierto no lo ataques:
podría retraerse sobre sí mismo como un bicho bola. Además, a modo de
venganza, podría subir el volumen del móvil (pero, ¡qué manía más tonta!, ¡si
ya me habéis pedido que diga smartphone!) y obligaros a escuchar el
estridente, el repetitivo, el ensordecedor sonidillo avisando de la llegada de
otro insignificante What'sApp. Madres y padres del mundo, nunca bajo
ningún concepto, ridiculicéis su incesante actividad automovilística
delante de él. Podría regalarte un billete gratis al cementerio, pero no os
preocupéis, al menos, allí el maquillaje, las mechas y los implantes de
silicona están de más. Pues eso. Dormido el enfermo, maniátalo y amordázalo a una silla; a continuación, dirígete a la
cocina y cojes un vaso. Lo llenas de agua hasta rebosar, y ante el automóvil,
mojas a su dueño, el móvil. ¡Fallo técnico! En el vaso del vino no cabe. ¿Has
probado en el de la leche? ¡Ay, qué tonto! ¡Si tampoco cabe...! Veamos... ¿la
ensaladera? ¿El fregadero? ¿La bañera? ¡Mierda! ¡Si tampoco posee la capacidad
suficiente como para sumergirlo...! ¡Eureka! Ya está: la piscina municipal, la
que más calles tenga, para evitar perder el tiempo entre desplazamientos,
porque entre que sacas al obseso de casa con la silla y todo... A lo mejor te
vendría bien aprovechar las procesiones de Semana Santa y que un costalero despistado traslade a tu hijo, aunque
más te vale no perder tiempo, porque si se le ocurre fagocitar la cuerda, la
tela o la silla de acero, estaremos perdidos. Entonces, sumerges el móvil en el
agua. RIP para el smartphone.
¿Cómo es posible que los ordenadores
tiendan a empequeñecerse y, por contra, los smarthphones dupliquen su
tamaño con un vigor semejante? El
tamaño importa, parece. ¡Viva el ladrillo! Además, ¿para qué ver una película
en la televisión, frente a un cómodo y mullido sofá cuando se puede ver también
en una pantalla pequeña, sujeta con las manos a lo robocot y sentado en
la misma posición con que esperas el autobús o con que esperas tu turno en las
tiendas de Movistar para comprarte otro Smarthphone? En este aspecto, sí
que encuentro una envidia y una competencia insana entre los jóvenes varones
especialmente, porque eso de comparar los centímetros de un móvil, debe ser una
técnica de apareamiento o de cortejo, o un ritual entre los machos aparentemente
alfa para mostrar su superioridad y virilidad. Según cuentan los espectadores
de Salvamé que afirman ver al mismo tiempo los documentales de La 2 bajo el
truco de la ubicuidad, el otro día hubo un
enfrentamiento entre ciervos cornudos por
ver quién le medía más. “El mío mide 20 centimetros”, presumió uno. “Pues yo lo
tengo más ancho”, replicó otro. Y, como no sabían cuál de los dos móviles era
mejor, más viril, pues dijieron vamos a luchar, como se ha hecho toda la vida,
y nos dejamos de mariconadas.
2º Truco casero: Aniquila toda su personalidad, residente sólo en su móvil.
Cansada o cansado de convivir con un automóvil sin frenos, que va
cuesta abajo por la vida, cuyo destino parece resumirse en una caída inminente
hacia el precipicio. Pues ya sabes, mete
primera y acelera. Traduzco: arranca y comienza por lo grande, como en los
coches antiguos. Y un buen arranque es dañar la manzanita de Apple, ya que un
iPhone vale por esta fruta del pecado. Puede
estar roto, puede quedar carbonizado, pero si en el entorno social del automóvil
sólo hay una manzana y esa es la tuya, eres el amo. Si el móvil no es de la
empresa de la manzana, entonces lo protegerá con una carcasa. Su función
básicamente es mostrar la personalidad y el carisma del propietario, porque,
¡claro!, no reside en las ideas o en la actitud para con la vida, sino en algo
más profundo: en si la carcasa es una cinta de radiocasette o si contiene
dibujitos de Hello, Kitty!. En efecto, algunos automóviles
colocan manzanitas al estilo Apple en la cartera, en el armario o en el cajón
donde guardan su iPhone para señalar la presencia de sus dueños, -digo perdón
de sus nuevas mascotas-, los móviles. Sí, como en los Sims, que sobre ellos
siempre hay una figura geométrica verde para localizarlos con facilidad. Pues
nada, rompe la carcasa o la manzana. Así perderá reputación, por lo que te
asegurarías una hora sin que tu parto desgraciado se deje la vista y las
dioptrías en el gran invento del milenio. Y, ¿qué sucederá después? Pues, o
bien se compra otro, o bien te intenta agredir, o bien las dos cosas.
Necesitarás una dosis grandísima de coraje.
3º Truco casero: Consulta el voltaje doméstico a tu proveedor, construye un
zulo o acude a un profesional.
Y, la tercera salida es quizá la más angosta y con la que menos capacidad
de maniobra tendrás para dar marcha atrás. En este blog no se apoya la
violencia, claro está. La agresividad y el mal trato nunca pueden justificarse.
Nunca. Sería como perder los ocho o doce puntos del carnet de la humanidad y de
la ética. Por eso, quisiera dejar constancia de que en todo momento estaré
hablando del móvil, no del automóvil, salvo que así lo indique. Una idea sería planificar alguna argucia
para provocar una subida de tensión eléctrica y cargarte el móvil del automóvil.
Repito me refiero al móvil (o smarthphone), pues aunque desees con toda
tu alma achicharrar o producirle una descarga eléctrica al adicto, eso está
prohibido, podrías acabar en la cárcel, pero, por desgracia o por suerte, no lo
sé, esa prisión no tendría jamás el mismo calibre de dolor y dependencia que la
del un autoencarcelado automóvil.
Podrías meter en un zulo el móvil.
Pero, no adolezcas de ingenuidad. Una automóvil tiene la apariencia de
la niña de la curva, y es tan irritante como los largometrajes publicitarios en
medio de una película televisada. Con su irritación es capaz de escarbar con
las uñas, de esnifar las ondas que emite el litio de la batería, de aguzar el
oído para escuchar entre las partículas de aire la desintegración de la carcasa
del móvil mil años después, cuando ya sea un zombie. Por tanto, entiérralo
entre capas y más capas de cemento, madera, mármol o yeso, y bajo el zulo del
zulo del zulo de otro zulo, escóndelo y, finalmente, entiérralo. Recuerdo que
se trata del aparatejo, no del automóvil, aunque ahora creas que tu
prioridad es enterrar a tu automóvil a lo vampiro. Pero, piénsalo mejor.
Un psicólogo es una buena salida. No des más vueltas, aparca en una consulta médica y. con mucha suerte, con el gasto del
servicio sólo le permitirás al especialista que se compre Rusia, y no siento
ningún rechazo hacia este país, pero su enorme superficie ilustra bastante bien
lo que quería decir.
Lamentablemente, suele ser más
sencillo estacionar en segunda fila, lo que no es otra cosa que aferrarse a
la idea que haga lo que quiera, que es cosa suya, cuando en verdad lo que
necesitaría a gritos es que alguien le ayude a tomar consciencia de que las
nuevas tecnologías sirven para unir a los individuos, siempre y cuando se les
dé un buen uso; pero que, por culpa de un consumismo fervoroso, de unos hábitos
de consumo nada saludables y de una autoestima calibrada por el prestigio de la
marca y los centímetros del teléfono móvil, ahora la permanencia de los grupos
de amigos, la intimidad y la libertad real con la conjugación de los adelantos
tecnológicos queda en un mito, o sea, en una gran mentira que nos quisieron
vender, pero que sólo entrañaba la
creación en los más vulnerables de una necesidad innecesaria hasta
transformarlos en simples automóviles.
>> En la próxima entrada, seguiremos con el tema de la adicción al
móvil y los automóviles.
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