Con el día de los Reyes Magos las Navidades se
despedían, para desdicha de estudiantes ociosos, que venderían su alma al
diablo por regocijarse aún más tiempo en el periodo vacacional, y también, para
la desgracia de los tres hombres. Cuando el más dormilón de ellos, Antonio, se
despertó, encontró a sus compañeros sentados alrededor de la mesa. Una mesa que
atestiguaba la vagancia de aquellos varones para con la limpieza. Sobre ella,
seguían las tazas de chocolate de la noche anterior, que habían dejado sobre su
superficie circunferencias, trazadas por chocolate reseco. Junto a ellas, dos trozos moribundos de roscón
de nata acompañaban a los tres varones, que contemplaban como la cutrez de su
vivienda poco difería a la de sus vidas. Sin más dilación, nada más ver a
Emilio embelesado con su teléfono inteligente, le pidió que buscara por
Internet aquel blog que había arrancado la privacidad de sus vidas, desde que
su autor había decidido tomarse la libertad de subyugarles a ser carne de
curiosos lectores.
- ¡Mierda, mierda, ha vuelto a escribir sobre
nosotros! –dijo Emilio-.Todo lo que hicimos ayer lo ha desvelado en un capítulo
que se llama “Tres reyes nada majos” y lo cuenta todo: lo que le dijiste a la
pobre niña que mezclaba español e inglés y al zagal afeminado, mis deseos de
ser padre, y hasta por dónde buscamos las cámaras.
- Lo siento, amigos -replicó el sacerdote-, pero
esto es peor de lo que me temía. Si algún conocido, lee ese blog y nos
reconoce, puede chivarse de que pagué a una prostituta, de que no vivo en mi
casa y de cómo me comporto. ¡Dios, líbrame de esta pesadilla! ¡No quiero que me
suspendan a divinis de mi cargo ni acabar en la cárcel! Y, vosotros igual, el
secuestro de aquel niño, o sea, de tu nieto, Antonio, nos puede meter en un
follón de los grandes.
- ¡Sí! Pero, ¿qué hacemos? ¿Matamos al sinvergüenza
que escribió sobre nosotros? –propuso Emilio.
- No seas, bestia –terció Antonio-. Si ni conocemos
su nombre, ni su edad, ni su sexo, ni dónde vine. Nada de nada.
- ¡Oh! Ya estoy viendo la cárcel y no quiero
–prosiguió don Francisco. No quiero ir a prisión y acabar rodeado de sarasas
sodomitas, deseosos de que en las duchas mi pastilla de jabón caiga al suelo, y
aprovechar el desliz para aliviar sus pasiones más bajas. ¿Por qué el Señor
hizo de mi anatomía un templo para el pecado? A Dios pongo por testigo, que
jamás me tocaran ni un pelo esos presos, que ya no hacen ascos al pescao por la falta de carne.
- ¿De qué vas Paco, de rompecorazones? Te voy a
decir una cosa. Aunque fueras el último hombre en la Tierra, toda mujer
preferiría aparearse con una cucuracha que antes contigo –se burló Emilio de
él-.
- Mira, yo respeto a todo el mundo, no soy como mis
jefes, yo respeto que a un hombre le gusten otros hombres, o que a una mujer se
sienta atraída por un chimpancé… Pero, yo soy frío y casto como las gambas
ultracongeladas del Atlántico, ya os lo dije… Pero, si supierais el tirón que
tiene las sotanas… Es más, cuando estuve visitando monasterios por Burgos, una
monja concupiscente me quiso llevar a su celda y hacerme guarradas, y hasta un
cura julay se encariñó de mí. Por suerte, cuando le dije: “¡Ey, amigo
homosexual, que no vea tus manos en mi mazapán!”, la cosa no fue a mayores.
- Bueno, dejad ese tema. Ahora lo que importa es lo
del blog. ¿Qué vamos a hacer? –interrumpió Antonio.
- No sé vosotros –respondió don Francisco-, pero yo
me voy… a mi parroquia. A mi casa, que la Iglesia me paga y ya está.
- ¿Cómo que te vas? Eres un cobarde: al primer
problema huyes –dijo ofendido Emilio.
- Emilio, el cobarde será tu puto padre. ¿Es que no
te das cuenta que lo importante de nuestra historia es que estamos juntos? Si
nos separamos, al imbécil del blog no les interesará para nada nuestras vidas.
Además, yo no me voy a arriesgar a que mis superiores me arrebaten el derecho
de ser sacerdote.
Intentaron retenerlo y reorganizar los planes del
párraco, motivados por el miedo a las represalias y el valor de virar los acontecimientos,
cuyo final parecía cada vez más funesto. Sin embargo, desde pequeño, fue muy
testarudo y de ideas firmes, hasta el punto de que a los seis años ya soñaba
con el momento en que celebraría la primera misa, o bautizaría a un futuro
cristiano. También, es cierto que se sentía con las fuerzas necesarias como
para ponerse al frente de su iglesia con el vigor que no poseía desde hacía
muchos años. Si hace seis meses le hubieran dicho que, junto a Emilio y a Antonio,
volverían a brotar en él la confianza en el ser humano y la fe cristiana, don
Francisco probablemente habría pensado que querían tomarle el pelo. Fuera como
fuera, ahora el sacerdote había advertido que había gente buena en este mundo y
que merece la pena luchar y dejarse la piel por quienes amamos, y, en efecto,
eso es lo que había hecho: había sacrificado su sosiego por alegrarles la
miserable existencia de sus compañeros, aunque eso se tradujera en ser cómplice
en un secuestro o en relacionarse con una prostituta.
Al final, la despedida fue más difícil, porque no
sólo se marchaba el sacerdote, sino que Emilio decidió hacer las maletas para
mudarse a la casa de su progenitor, porque, pese a sus diferencias, le
entristecía que aquel señor septuagenario viviera sus últimos años en la más completa
soledad. Antonio fue el más reticente a abandonar la casa, y no porque le
resultara agradable y hogareño aquel apartamento vetusto y rancio, sino porque,
como buen nostálgico, le dolía desvincularse de aquella estancia en la que
revivió las satisfacciones de la amistad y el amor. Con todo, al recordar que
el casero los había amenazado con expulsarlos del piso por no pagar los tres
últimos meses del alquiler, el jubilado hizo de tripas corazón y llamó a su
hija para instalarse en su casa. “Me tienes para todo lo que necesites, papá.”,
le había dicho, y eso es lo que él haría: aferrarse a sus palabras y al calor
de una familia.
En definitiva, don Francisco, Emilio y Antonio se
dispersarían por la ciudad. Y así fue. Desde entonces, sus lazos afectivos estuvieron
menos atados, mientras su realidad los atrapaba en el hastío y la rutina. No
obstante, a pesar de la distancia, nunca olvidaron lo que aprendieron en el
tiempo que pasaron juntos, o sea, que en la vida no hay cosa más maravillosa
que el amor. Que ser amado es, simplemente, una sensación basada en la
esperanza y la ingenuidad; que, en cambio, amar es una percepción real, ya que nadie
puede dudar de su propio amor. Además, cuando se ama, el odio desaparece y la
felicidad emerge, aunque toneladas de tierra intenten enterrarla o los
problemas económicos y de salud acechen, porque contra amoríos frustrados,
enemistades, enfermedades o problemas pecuniarios, la mejor medicina es el
amor.
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