domingo, 28 de septiembre de 2014

«El nombre (Le prénom)» (2012) - Crítica


Esta comedia francesa, dirigida por Matthieu Delaporte y Alexandre de la Patellière, autores también de la obra teatral homónima en que se basa el film, se estrenó en 2012 y desde entonces, se considera una muestra más de la consolidación del cine francés como un referente mundial y de la superación de la nouvelle vague. El reparto lo encabezan Patrick Bruel, Valérie Benguigui, Charles Berling, Guillaume de Tonquédec y Judith El Zein.

El nombre ofrece unos 109 minutos de talento, de un gran reparto y de cine sin complejos, donde la comedia y los tintes dramáticos se conjugan. En un salón muy "francés", con estanterías rebosantes de libros, una mesa, unos sofás y un sillón, se desarrolla una reunión familiar que, si bien comienza con un buen rollo, con conversaciones banales y bromas, estalla en un huracán de sentimientos enterrados que acaban emergiendo, de secretos bajo y frustraciones ocultas que dejarán de estarlo... Aborda los grandes conflictos de toda familia y de la sociedad, en general, aunque sin abusar de dramatismos ni caer en la afectación.

Respecto a los lugares donde se desarrolla la historia, el salón de Elisabeth y Pierre protagoniza la mayoría de escenas; las restantes suceden en las calles parisinas de los primeros minutos (muy ágiles, con tintes de documental y alternando una serie de imágenes que nos permite empatizar rápidamente con los personajes y su entorno), o en el hospital, donde, a modo de epílogo, asistimos al nacimiento de aquella criatura cuyo nombre se convirtió en el epicentro del conflicto familiar. 


Tal enfrentamiento surge cuando en el salón del matrimonio anfitrión, este, Claude, el amigo de la familia, y Vincent, hermano de Elisabeth, intentan adivinar cómo este último llamará a su hijo. Lo que empieza como un juego al final se convierte en una "guerra" cuando descubren el nombre. Más tarde, Anna, la mujer de Vincent, llega a la cena familiar y la acción se precipita. Es entonces cuando se destapan las grandes pasiones, las rivalidades y los miedos hasta ofrecen una radiografía cruda y precisa de la realidad.

La pedantería, la presunción, la envidia, la diferencia de edad de los amantes, la insatisfacción, la inseguridad, la altanería, el rencor, el dilema entre el éxito personal y la vida familiar, los prejuicios o el egoísmo del ser humano son algunos de los temas que salpican la obra y que la convierten en algo más que un film chicle, de usar y tirar. No, no es el caso. Estamos ante un largometraje de diálogos trabajados y frescos, de actores que bordan sus roles, de personajes bien reconocibles y perfilados... 

Al igual que en Jeux d'enfants o Amélie, el color en El nombre es otro protagonista, pero esquivando los escenarios recargados y luminosos. De hecho, el salón, más sombrío que iluminado, me parece una metáfora del alma de los cinco protagonistas. Esto es, igual que las lámparas de luz tenue bucean en las zonas sombrías de la estancia, las almas de los personajes no son oscuras completamente, sino que en ellas tienen cabida la esperanza, la felicidad y la superación de los trances de la vida con humor. 

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