Me
estreno con esta autora (1925-2000) con su novela Lo raro es
vivir (1996). Una sorpresa en toda regla. Sorprenden la vitalidad, el
optimismo y la frescura que rezuman sus páginas; sobre todo,
sorprende y estremece que su autora, a menos de un lustro para morir,
despachara una novela concisa y con carácter en la que el núcleo
temático sea el descubrimiento personal (la búsqueda del amor, la
aceptación del pasado y la autoaceptación) de una chica de 35 años
tras la muerte de su madre.
No son pocas las virtudes de esta narración: el tono vivo, natural y vibrante de los diálogos logran una verosimilitud inmejorable: en Lo raro es vivir los diálogos no están al servicio de la autora, sino al servicio del relato; tampoco cae en florituras y retórica vacua: la narración fluye con una facilidad pasmosa. También nutren esta novela las variadas, pero bien bien dosificadas, influencias literarias y las referencias filosóficas, como la de Kierkegaard, de quien se nutre Martín Gaite en el existencialismo en que se inserta esta novela. Entre sus virtudes ocupa un lugar de relevancia absoluta la magistral caracterización de la protagonista, pero también de los interesantísimos personajes secundarios, en especial Rosario Tena, el padre de la protagonista, el abuelo y Tomás –la duración de sus apariciones no es suficiente para el deleite del lector, deja con ganas de más–.
Sin embargo, no podría considerar esta novela más allá de disfrutable o muy digna, puesto que la ruptura constante del ordo naturalis, los continuos saltos cronológicos, aminoran en ocasiones el interés del lector y lo confunden, quiero decir, la novela carece de un hilo sólido o, mejor dicho, no inserta las distintas escenas de tal manera que al lector le despierte interés conocerlas, porque solo al final las piezas, hasta entonces inconexas, logran encajar y, a mi modo de ver, no por completo: algunas escenas podrían omitirse y la historia no se resentiría. Con todo, no niego que Martín Gaite premia la paciencia y la confianza de sus lectores con un desenlace mágico, estremecedor como pocos y coherente con las escenas anteriores. Asimismo, quizá algún lector se sienta decepcionado o confuso cuando descubra que la trepidante aventura que parece anunciar el primer capítulo apenas tenga desarrollo. Puede que el caos, la confusión, que puede sufrir el lector fuera buscada por la propia autora con vistas a transmitir el caos, la confusión, de la protagonista. Pese a las anteriores objeciones, Lo raro es vivir es una apuesta muy personal, original, cuya lectura merece la pena, porque forma parte de esa literatura, cada vez menos frecuente, la literatura capaz de radiografiar con precisión la condición humana.
No son pocas las virtudes de esta narración: el tono vivo, natural y vibrante de los diálogos logran una verosimilitud inmejorable: en Lo raro es vivir los diálogos no están al servicio de la autora, sino al servicio del relato; tampoco cae en florituras y retórica vacua: la narración fluye con una facilidad pasmosa. También nutren esta novela las variadas, pero bien bien dosificadas, influencias literarias y las referencias filosóficas, como la de Kierkegaard, de quien se nutre Martín Gaite en el existencialismo en que se inserta esta novela. Entre sus virtudes ocupa un lugar de relevancia absoluta la magistral caracterización de la protagonista, pero también de los interesantísimos personajes secundarios, en especial Rosario Tena, el padre de la protagonista, el abuelo y Tomás –la duración de sus apariciones no es suficiente para el deleite del lector, deja con ganas de más–.
Sin embargo, no podría considerar esta novela más allá de disfrutable o muy digna, puesto que la ruptura constante del ordo naturalis, los continuos saltos cronológicos, aminoran en ocasiones el interés del lector y lo confunden, quiero decir, la novela carece de un hilo sólido o, mejor dicho, no inserta las distintas escenas de tal manera que al lector le despierte interés conocerlas, porque solo al final las piezas, hasta entonces inconexas, logran encajar y, a mi modo de ver, no por completo: algunas escenas podrían omitirse y la historia no se resentiría. Con todo, no niego que Martín Gaite premia la paciencia y la confianza de sus lectores con un desenlace mágico, estremecedor como pocos y coherente con las escenas anteriores. Asimismo, quizá algún lector se sienta decepcionado o confuso cuando descubra que la trepidante aventura que parece anunciar el primer capítulo apenas tenga desarrollo. Puede que el caos, la confusión, que puede sufrir el lector fuera buscada por la propia autora con vistas a transmitir el caos, la confusión, de la protagonista. Pese a las anteriores objeciones, Lo raro es vivir es una apuesta muy personal, original, cuya lectura merece la pena, porque forma parte de esa literatura, cada vez menos frecuente, la literatura capaz de radiografiar con precisión la condición humana.
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