Tomó
aguja e hilo rojo, y pespuntó un mensaje en las bragas de la vecina. «¿Cenamos
en mi casa, Sandra?», le escribió a golpe de puntadas. Impulsado por la emoción
del momento, se aventuró a prescindir del dedal, para desgracia de sus dedos,
que sufrieron más de treinta punzadas. Una por cada año de indecisión, una por
cada año de vida. Gracias a su abuela había aprendido los entresijos de la
costura, además de remendar los retales de su vida cuando la muerte apresurada
de sus padres devastó su infancia. Recién licenciado en Derecho, ella murió y,
desde entonces, saborea la hiel de la soledad. A sus 23 años sobrellevaba el
dolor entregándose a los pleitos, mas ahora, entrado en la treintena, busca una
pareja estable con la que descubrir otra versión de él mismo, la del enamorado.
Hubo
mujeres dispuestas a compartir con él más que ternezas y carantoñas, pero Miguel
siempre las declinaba. Con cada rechazo daba una mano de brea más a su corazón.
Así no sufre, pero tampoco vive: solo respira. Y aun dejando pasar las
oportunidades y pespuntando una existencia sin sobresaltos ha acabado colgado
de la vecina. Se saludan en el descansillo y comparten el tendedero hasta
sentir celos de su propia ropa por estar más cerca de la de ella de lo que él
nunca ha podido. En verdad, entre ellos hay más distancia que los cinco metros
que separan su 3ºA del 3ºC de ella. Letras, siempre frente a frente, pero
siempre sin tocarse. Terminó el mensaje, colgó de nuevo las bragas en el
tendedero.
Esperó
impaciente. «¿Pensará que soy un pervertido o un tipo majo? ¡Madre de Dios! He
hecho el ridículo de mi vida, y, ahora, ¿con qué cara salgo de casa?», pensaba.
Con todo, embastó las distintas escenas de la cita, pero todas se
deshilachaban. Su método resultaba demasiado cerebral como para bordar una
relación. Por ello, probó planificar la escaleta de la cita con las emociones.
Miró el tendedero: seguían sus cinco calzoncillos, un par de calcetines, y tres
bragas de ella. «¿Qué hablabas con esa camarera?», «Mi niño guapo, espérame en
el coche, que bajo en cinco minutos» o «Quieres más a tu madre que a mí,
¿verdad? Dime la verdad, si no me voy a enfadar, cari», la escuchaba decir
muchas veces. Sin embargo, la semana pasada descubrió que ella volvía a estar
soltera cuando tras un «tenemos que hablar» le espetó un «lo nuestro no va a
ninguna parte: cortamos». Esta era su oportunidad de vivir por fin unas
Navidades en compañía de una mujer y de sentir el amor.
Se
dirigió al tendedero. Un calzoncillo suyo, por sorpresa, contenía un mensaje
bordado. «Mejor al centro comercial 20:30», leyó en sus calzones. Se acicaló
como nunca a la par que su organismo festejaba la posibilidad de darse el lote
con ella. No lo reprimió: tal pasión es igual de natural como que las uñas
crezcan.
Resumen
de la cita: dos besos a modo de saludo en el rellano, un trayecto marcado a
ratos por los silencios incómodos y a ratos por la charla atropellada, visitas
a todas las tiendas, a pesar de la premisa «solo voy a mirar, no compraré nada»
y un par de cubatas bien cargados en una tasca. Sandra le propuso tomarse el
último en su piso; Miguel no le quedó otra que aceptar. Antes de abrir la
puerta, le advirtió: «Mi ex vive conmigo. Ignóralo: no lleva bien la ruptura».
A este se quedó estupefacto al sentir que incluso dentro de la boca del lobo se
sentiría más cómodo.
—¡Anda,
si Marcos, mi ex, está en el baño! Ven, que te lo presento.
—Sinceramente
puedo esperar. No me lo quiero imaginar ahí… ¡En el váter!
No
lo vio. De hecho, nunca lo había visto.
—¿Dónde
está, Sandra? –preguntó incluso preocupado.
Ella
señaló con el índice un oso enorme de peluche sobre el cesto de la ropa sucia.
—¡¿Tu
novio era un muñeco?! ¿Un trozo de algodón?
—No,
es muy parado, le falta sangre, pero ¿cómo va a ser un muñeco?
—No
sé, Sandra, pero tu perro le está mordiendo la cabeza y él ni se inmuta.
—Ni
me va ni me viene. Los hombres son así: prefieren morir antes que demostrar
debilidad. Por cierto, ¿tienes móvil? Déjamelo.
—¿No
tienes?
—El
psiquiatra me lo prohíbe desde que intenté estallar con él una bomba en una
gasolinera. Bueno, ¿salimos juntos?
—Sí,
venga… Todo sea por una Navidad en compañía, como la de los anuncios.
Otro cuento: EN LA CUERDA FLOJA
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