miércoles, 24 de diciembre de 2014

"EN LA CUERDA FLOJA" (Cuento de Navidad)


Agarra la cuerda con fuerza y con las manos frías, terriblemente frías, la sujeta con los pies y comienza la escalada. Recuerda, de inmediato, las ya lejanas clases de rope climbing. De aquellos tiempos, solo quedan los abdominales y los tríceps bien cincelados. El resto, su novia, su hija, su cuenta corriente en alza o el calor de la familia, solo habita en la memoria. Sigue subiendo con ímpetu, pese a la distancia que le separa aún del balcón. En el callejón no hay nadie y la noche le permite cuajar el hurto sin delatores. El abrigo rojo, la barba blanca y las botas negras lo convierten en un Papá Noel diferente, en un azote al consumismo, en un marxista por necesidad. Desde que la vida le dio aquel manotazo y lo despojó de todo y de todos, como si fuera una piñata golpeada por Augusto Gloop, vive de la caridad. Una caridad en tiempos de vacas flacas que no conoció más luz que la que le irradió un décimo de lotería. Una semana pidiendo limosna necesitó para comprarlo. Sin embargo, los niños de San Ildefonso cantaron otros números. Otros, tantos… Pero no ese. Le duele pensar en todo lo que contenía ese décimo, sobre su indudable valor, y en la facilidad para vaciarse, para ser solo un trozo de papel. Le duele más aún recordar que en Marta, su mujer, también vivió el mismo proceso de vaciado.

Comienza a sentir el cansancio; los dedos ya visten códigos de barras rojos, fruto de la fricción con la cuerda. Aun así, continúa con la escalada. Esta Nochebuena se parece tanto a las tres últimas que se presenta menos interesante que el poseer veinte cromos iguales. La misma soledad, la misma pobreza, idéntico dolor. Sus bolsillos vacíos le privan de señoras de compañía; su acritud, de estar en compañía de señoras. Sigue subiendo la cuerda, la agarra con más nervio, no tanto por la fuerza de sus bíceps, sino por estar a seis centímetros de la reja del balcón. Por fin, la agarra como antes ha hecho con la cuerda. Ignora al Papá Noel de tela que trepa por una miniescalera de guita.


De pronto, un niño atraviesa la calle con sus padres observa la escena.
—Papá, mamá, ¡Santa Claus está ahí, ahí, en el balcón! ¡Ya está repartiendo los regalos! –exclama fascinado.
—Marcos, hijo, es solo un muñeco de tela.
—Pues lo mismo que tú para mamá.
—Marcos, Marcos –le propina su madre un pescozón–, ¿quieres que volvamos a casa y te dejemos allí y papá y yo nos vamos a casa de la abuelita? Pues, cremallera.
—Papi, de verdad, que acabo de ver a Papá Noel…
—¡Marcos, que es un muñeco! ¡Si en casa también tenemos uno! Laura –se dirige ahora a su esposa–, ¿para qué fumaste porros en el embarazo? Ya te lo dije, que el crío nos salía tonto, como tu padre.

El Papá Noel ladronzuelo y desdichado se camufló detrás del árbol de Navidad. Un minuto después, pone la oreja pegada en la persiana cerrada. Los dueños de la casa deben de estar fuera. Rompe la persiana. Entra. Nadie en el salón. Tantea por el pasillo a oscuras. De golpe abre la puerta de la cocina. Acaban de descubrirlo en su villanía una mujer y una niña en su trona.
—Santiago…
—Marta…
—Quédate con nosotros: la Navidad nos regala otra oportunidad.
FIN



>>> Feliz Navidad<<<

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