lunes, 3 de agosto de 2015

PÉREZ GALDÓS - Fortuna y Jacinta (Reseña)

Leer Fortunata y Jacinta no es una empresa titánica, a pesar de sus mil cien páginas (no nos engañemos: al principio entrar en un tocho como este impone casi tanto como nadar en arenas movedizas). No obstante, Benito Pérez Galdós no defrauda y nos provee de los resortes necesarios para devorarla de principio a fin. Su lectura, como digo, no es difícil o, al menos, no tanto como verter en un texto, en mi caso en esta entrada, mis impresiones y ciertas cuestiones filológicas. No pretendo hacer un ejercicio de erudición. Para ello, para ampliar nuestros horizontes sobre esta novela y redescubrirla, podéis encontrar los grandes trabajos de Germán Gullón ("El subtexto de Fortuna y Jacinta" o el propio prólogo de la edición de Austral) o el interesante estudio "La educación de la mujer en Fortunata y Jacinta" de María Dolores Melendreras Reguero. 

De este autor canario ya había leído Marianela y Miau, esta última en dos ocasiones, y conocía de cerca su maestría y su capacidad de observación para capturar los ambientes de la España decimonónica, los problemas políticos y sociales y, también, para retratar lugares, personajes y conflictos con una viveza y una minuciosidad capaces de competir con la fotografía. 

Para lograrlo no abusa de los excesos de retórica, generalmente vacuos, cargantes y pomposos. Todo lo contrario: prefiere un estilo cotidiano, nada afectado y sencillo, por supuesto, sin renunciar a una precisión léxica incuestionable o a acentuar el registro coloquial cuando la acción se desarrolla en ambientes de analfabetismo y en torno al pueblo llano, como tampoco renuncia a fines estéticos. Por mucho que el lenguaje sea el de la calle, el espontáneo, detrás de este, hay un trabajo minucioso para limarlo hasta convertirlo en un deleite para el lector. Con todo, es cierto que no alcanza las cotas de la obsesiva preocupación lingüística de Flaubert en Madame Bovary.


En cuanto a la acción, no nos engañemos: el centro de la novela son los personajes, puesto que la trama es de corte folletinesco. Dos mujeres, Fortunata y Jacinta, pugnan por el amor de Juanito Santa Cruz, caprichoso, mimado y víctima del "demonio malo de la variedad", que le lleva a descartar a la primera, la amante, cuando vuelve a ver a la segunda como a una novedad, como a la mujer de otro. Y entra idas y venidas, va cambiando de objeto amoroso. Por cierto, defiendo las historias amorosas y folletinescas, ¿por qué son siempre el blanco de las críticas por parte de los esnobs? No negaré que las malas novelas suelen transitar por esos terrenos, pero una temática no es mala, los malos son los escritores. Tampoco es un indicador de mala literatura que un libro goce del respaldo masivo del público. No sé quién tiene menos criterio y más estupidez, quien juzga sin conocer lo juzgado dejándose llevar por prejuicios o quien prefiere la mala literatura directamente. La literatura de evasión cumple una función, responde a una necesidad de un tipo de lector; el problema surge cuando la literatura de calidad no encuentra un hueco en el mercado literario más allá de los autores consagrados y beneficiarios de la sumisión de los críticos literarios reputados del país.

El corte folletinesco es obvio; el trasfondo no lo es tanto. Las idas y venidas, la pasión y la docilidad, de Santa Cruz hacia las dos mujeres que dan título a esta obra pretenden reflejar los vaivenes políticos, las preocupaciones sociales, las desigualdades, etc. Lo hacen a través de distintos procedimientos. El primero es la inclusión de escenas costumbristas, como es el caso de la sección III, I, I, donde expone la íntima relación de los españoles con los bares. El segundo procedimiento es el uso de los símiles políticos que se aplican para ilustrar conflictos personales, en su mayoría, amorosos. Y otro es a través de juegos de palabras con los significados de "parlamentario", en el sentido político y el de la pasión por hablar. Del divertido Estupiñá, un personaje hortera y cuyo carácter hablador le lleva a la ruina de su negocio por desatender a los clientes, se dice: "Érale simpático; conocía sus apetitos parlamentarios, y aunque por sus amistades con los de Santa Cruz podía contarle ella en el número de sus enemigos, le miraba ella con buenos ojos, teniéndole por hombre inofensivo y bondadoso". También hay casos de digresiones insertadas nada pretenciosas, sino que dirigen la interpretación y exigen un lector activo, que se plantee por qué cada elemento aparece en lugar de otros, cómo se desarrolló el proceso de organización, redacción y de codificación del trasfondo. Por último, tendríamos los títulos de secciones como "La Restauración vencedora" o "La Restauración vencida".

Con vistas a conseguir una verosimilitud enorme, una baza importante, quizá la que más, es la hondura psicológica de los personajes, nutrida por las abundantes semblanzas, esto es, por las referencias biográficas de los personajes, y por el mimo de Galdós en ofrecer una imagen minuciosa del aspecto físico de estos. Por ejemplo, a doña Lupe, tía de Maxi, esposo de Fortunata, le estirparon un pecho y tal apunte clínico (el Naturalismo fue una corriente muy dada a aportar datos clínicos sobre los personajes) no es baladí, sino que es motivo de burlas y, según señala Melendreras Reguero en el estudio antes citado, representa la autoridad de la casa, la cual en la época de la novela era cosa de hombres. Otro ejemplo sería el caso de Mauricia la Dura, cuyos rasgos faciales hombrunos refuerzan el salvajismo de esta, su nula sumisión a los convenciones sociales y su comportamiento varonil. 

Esta cercanía de los personajes no existiría a no ser por la variedad y la excelente dosificación de las formas discursivas. A mi parecer, existe un equilibrio entre narración, descripción y diálogo. Los diálogos reflejan con enorme veracidad la identidad de los personajes, gracias a que Galdós incluye leísmos, vulgarismos (—¡Se va jaciendo! ¿Y el honor, señor de Santa Cruz...?) o expresiones reiteradas en exclusiva por uno de los personajes. No menos importantes resultan la reproducción de sus pensamientos, los cuales se insertan con mayor frecuencia mediante el estilo directo sin verbos dicendi que con ellos. Por su parte, el estilo indirecto libre se halla en prácticamente todas las páginas, como en "Esta revelación hizo vacilar un momento la ira de doña Lupe. ¡Era económica...!". 

Esto tal vez se alimente de la tendencia a romper con el requisito naturalista propugnado por Zola de la objetividad narrativa. Es cierto que el narrador omnisciente proporciona numerosas perspectivas y, en muchos casos, antagónicas (solo hay que ver los prismas desde que observan la realidad Fortunata y Jacinta), sin embargo, Pérez Galdós se permite el capricho de tratar con enorme cercanía a los personajes. Baste mencionar que a Juanito Santa Cruz lo llega a llamar "mi hombre", y no es el único personaje que cuenta con este privilegio. Si esta muestra no es suficiente, otra es que la ideología progresista del escritor parece inclinarle a apreciar más a Fortunata que a Jacinta, que asume los valores de clase burguesa de la época. Pese a esta cuestionable objetividad del narrador, cabe catalogarla como una novela realista con rasgos naturalistas. Uno de ellos es el el determinismo. Como botón de muestra, se reiteran y, en buena medida, articulan la trama y generan los conflictos la idea de que si Fortunata no se hubiera criado en ambientes marginales y si hubiera tenido acceso a la educación, habría sido una mujer "decente" y la idea de que Santa Cruz es un hombre caprichoso y mimado debido al patriarcado de la época y la permisividad de sus padres 

En cuanto a las descripciones, el autor las gestiona de manera excelente sin exasperar. Si en Papá Goriot, Balzac abruma un poco con el detallismo a la hora de describir hasta el punto de hacer inventarios con los objetos que el protagonista guarda en los armarios y los cajones en la pensión Vauquer, en Fortunata y Jacinta la descripción posee un papel funcional: enriquece los espacios y a los personajes en pos de adquirir una mayor hondura psíquica de estos, pero sin caer en excesos. Distribuye con tanta habilidad los pasajes descriptivos que podrían pasar desapercibidos en una lectura rápida.

Antes de abordar las debilidades de la novela, nimias comparadas con sus virtudes, enumero la intertextualidad del texto y sus influencias. Las huellas de Balzac, Flaubert o Dickens son evidentes, aunque no más que las de Francisco de Quevedo y, sobre todo, de Cervantes. Sostengo el influjo de Quevedo en la figura de José Izquierdo, cercano moralmente al protagonista de El Buscón o a Lazarillo de Tormes, puesto que es capaz de vender a un niño y haciéndolo además por la vía del engaño (no diré más para no destripar la trama), y también este influjo está también en llamar Francisco de Quevedo a un vecino de Fortunata "por una de esas ironías tan comunes en la vida" (pág. 1003, IV,I,XII). Este personaje es celoso y teme ser un cornudo. Partiendo de esto, Benito articula dos ironías. La primera es apodar a su mujer doña Desdémona, al igual que la esposa de Otelo en el drama de Shakespeare, de la que se sospecha una injusta infidelidad hacia su esposo. La segunda ironía se encuentra en que Francisco de Quevedo fue un autor célebre, en otros motivos, por el desarrollo burlesco y caricaturesco del cornudo. En cuanto a la influencia de Cervantes, esta no puede ser más clara. Ido del Sagrario es un novelista que "de escribir tanto adulterio, no comiendo más que judías, se le reblandeció el cerebro" (I,VIII,IV). De hecho, la admiración del autor canario por el de Alcalá de Henares se muestra en una referencia explícita al personaje quijotesco en "¡Ah!, este D. Quijote reventando a cuchilladas los cueros de vino, para el amigo Davidson, que llama a D. Quijote don Cuiste, y se las tira de hispanófilo... Bien, bien". Podría dar otros muchos ejemplos, como el eco del episodio de los títeres de don Quijote cuando el falso Pituso coge y estrella contra el suelo las figuras del belén o como la referencia a la burla cervantina hacia el lenguaje de la novela de caballerías que encontramos en el título de la sección "La razón de la sinrazón".

Como veis los puntos fuertes son numerosos y, por desgracia, los aquí mencionados en número no hacen justicia, básicamente, por aquellos no mencionados. Pero, por suerte, también hay en esta obra imperfecciones. Sí, el anterior enunciado parece contradictorio. No lo es. Prefiero una novelas con pequeñas "debilidades" antes que una novela milimetrada, cuidada al máximo, pero sin alma, fría. El Quijote está considerada la narración más importante no solo de la literatura española, sino también de la universal, y eso que las erratas, los descuidos y ciertas incoherencias son constantes. Entre esas "imperfecciones" destaco la pérdida de ritmo desde la segunda mitad de la segunda parte hasta la segunda mitad de la tercera parte. Son páginas decisivas, como todas las demás, pero la trama se ralentiza y los personajes carecen de un perfil emblemático como el hortera Estupiñá, la autoritaria solidaria Guillermina o el propio Juanito Santa Cruz, el cual, pese a desencadenar la trama, pasa algo desapercibido. Maximiliano Rubín, su tía Lupe, Guillermina, el boticario Ballester o Evaristo Feijoo, según los estudiosos un álter ego de Galdós, cuentan con más líneas que el propio Juanito. Del mismo modo, Jacinta tampoco ocupa las líneas que proporcionalmente le corresponderían por ser uno de los cuatro personajes generadores del conflicto (estos son Juanito, Fortunata, Jacinta y la sociedad burguesa e hipócrita). Y es que por muy titular que sea en la portada de Fortunata y Jacinta, es Fortunata la verdadera protagonista, que incluso en la primera parte, donde no aparece salvo cuando Juan relata a su esposa cómo conoció a su amante, está muy presente, como si de una sombra se tratara. 

Asimismo, encuentro que el brillo del lenguaje galdosiano pierde lustre en el último tercio de la obrapor supuesto, sin llegar a un nivel alarmante, brillo que recupera hasta emocionar en las últimas treinta páginas. Sí, es muy emocionante el final, aunque, siendo sincero, no sé si el desenlace es el más conveniente. Cierra las tramas y deja una sensación agridulce, pero tal vez esperaba otra cosa que no llego a adivinar qué. 

En mi opinión, Fortunata y Jacinta adolece de muchas páginas y de una historia que podría contarse con la mitad de ellas. No obstante, arrancar una página de la novela, incluso la más insignificante en apariencia, sería como perder una pieza del puzzle. Quedaría incompleta la novela y perderíamos matices y verosimilitud en esta enorme historia. También la sensación de que sobran páginas se produce cuando Pérez Galdós se centra en los personajes secundarios, las más de las veces, y parece olvidarse de la trama central. Tengo la impresión de que esta estructura influyó en La colmena de Camilo José Cela, aunque las historias y los personajes gocen de mayor autonomía. Ante esto, muchos lectores pueden sentirse perdidos y/o perder el interés en una maraña de presentaciones, anécdotas o situaciones cotidianas, articuladas como una especie de historias intercaladas y desvinculadas de la trama central. Nada más lejos de la realidad: a medida que vas leyendo descubres que todas las piezas cuadran y que refuerzan la sensación de realidad de unos personajes que chorrean sangre y vida, mucha vida. Paradójicamente, Galdós hace peligrar el pacto narrativo con una ironía sutil al hablar de ellos como personajes. Baste mencionar cuando nace un niño (no diré su nombre ni el nombre de sus padres) y lo menciona como "el recién venido personaje" (IV,VI,I) o las no escasas referencias a la creación literaria, motivadas muchas veces por la presencia de un crítico literario. He aquí un ejemplo de ello de la sección IV,VI, XVI, página 1219:
"Segismundo contó al buen Ponce todo lo que sabía de la historia de Fortunata, que no era poco, sin omitir lo último, que era sin duda lo mejor; a lo que dijo el eximio sentenciador de obras literarias, que había allí elementos para un drama o novela, aunque a su parecer, el tejido artístico no resultaría vistoso sino introduciendo ciertas urdimbres de todo punto necesarias para que la vulgaridad de la vida pudiese convertirse en materia estética. No toleraba él que la vida se llevase al arte tal como es, sino aderezada, sazonada con olorosas especias y después puesta al fuego hasta que cueza bien. Segismundo no participaba de tal opinión, y estuvieron discutiendo sobre esto con selectas razones de una y otra parte, quedándose cada cual con sus ideas y su convicción, y resultando al fin que la fruta cruda bien madura es cosa muy buena, y que también lo son las compotas, si el repostero sabe lo que trae entre manos".
El número de página corresponde a la edición que he seguido, la de Austral (Fortunata y Jacinta, edición de Germán Gullón, Madrid, Austral, 2013). El precio de esta edición es altamente competitivo (algo más de doce euros) respecto a editoriales como Cátedra o Alianza, que editan la novela en dos tomos y cuyo coste se duplica. Estas dos últimas ni siquiera las he tenido en mis manos, pero está claro que Cátedra y Alianza son dos editoriales que ofrecen ediciones críticas de enorme calidad, con unos prólogos fantásticos y unas anotaciones que, normalmente, cumplen con las expectativas. La edición de Austral cuenta con un prólogo de Germán Gullón y una guía de lectura de Heilette Van Ree de gran valor, aunque he echado en falta más anotaciones a pie de página y que algunas de estas comentaran aspectos filológicos en vez de ceñirse a los sociohistóricos. Asimismo, las páginas son bastante finas y se transparenta un poco el texto de las siguientes, lo cual puede llegar a ser algo molesto según la calidad de la luz y si no levantas un poco la hoja. Pese a ello, es una excelente edición, cuyos defectos son mucho menores de lo que en principio podrían parecer

Por cierto, en la contraportada de esta edición y en el prólogo se considera a Fortunata y Jacinta como "la narración más importante en lengua española después del Quijote". A mi parecer, El Quijote está a un nivel muy superior, ya que la Cervantes posee el carácter de mito que la otra no tiene. Es un libro fantástico, de estos que dejan huella, pero ninguna situación es tan emblemática como muchas situaciones de la novela cervantina (los molinos de vientos, los cueros de vino, el caballo Clavileño, etc.). Quizás en una clasificación el segundo puesto sería para Cien años de soledad y el tercero para esta, a pesar de que Miau (1888), del mismo autor y publicada un año después de Fortunata y Jacinta, gana en concisión, mantiene la calidad del discurso y tiene más momentos míticos. Personalmente, pienso que para escribir Miau tomó muchos elementos de la novela que analizamos hoy, y no solo me refiero al cesante Ramón Villaamil, que fueron incluidos en Miau con mayor acierto, pero sin la ambición y el excelente resultado de Fortunata y Jacinta.

En pocas palabras, esta novela de Galdós, publicada entre 1886 y 1887, supone uno de los grandes éxitos de la literatura española porque la maestría narrativa del autor y su capacidad de observación (y descripción) logran un ritmo ágil, un interés permanente (aunque no siempre al mismo nivel) y un lenguaje poético logrado no por la vía de la pomposidad y la retórica vacua, sino por la del lenguaje sencillo y cotidiano, que no obstaculiza la comprensión del lector. En contrapartida, sí exige un lector activo, capaz de leer más allá de la literalidad del texto para captar el trasfondo y la denuncia social, y afortunado por disfrutar con mayor intensidad de un texto inimitable y un tanto infravalorado, aunque no por mucho tiempo.

Fragmentos

"Tenía Santa Cruz en altísimo grado las triquiñuelas del artista de la vida, que sabe disponer las cosas del mejor modo posible para sistematizar y refinar sus dichas. Sacaba partido de todo, distribuyendo los goces y ajustándolos a esas misteriosas mareas del humano apetito que, cuando se acentúan, significan una organización viciosa. En el fondo de la naturaleza humana hay también, como en la superficie social, una sucesión de modas, periodos en que es de rigor cambiar de apetitos. Juan tenía temporadas. En épocas periódicas y casi fijas se hastiaba de sus correrías, y entonces su mujer, tan mona y cariñosa, le ilusionaba como si fuera la mujer de otro. Así lo muy antiguo y conocido se convierte en nuevo. Un texto desdeñado de puro sabido vuelve a interesar cuando la memoria principia a perderle y la curiosidad se estimula. Ayudaba a esto el tiernísimo amor que Jacinta le tenía, pues allí sí que no había farsa, ni vil interés ni estudio. Era, pues, para el Delfín una dicha verdadera y casi nueva volver a su puerto después de mil borrascas. Parecía que se restauraba con un cariño tan puro, tan leal y tan suyo, pues nadie en el mundo podía disputárselo". (I,VIII,I, 230)


“—¿Quiere esto decir que yo sea partidario de la tiranía?…—prosiguió Ido—. No señor. Me gusta la libertad; pero respetando… respetando a Juan, Pedro y Diego… y que cada uno piense como quiera, pero sin desmandarse, sin desmandarse, mirando siempre para la ley. Muchos creen que el ser liberal consiste en pegar gritos, insultar a los curas, no trabajar, pedir aboliciones y decir que mueran las autoridades. No señor. ¿Qué se desprende de esto? Que cuando hay libertad mal entendida y muchas aboliciones, los ricos se asustan, se van al extranjero, y no se ve una peseta por ninguna parte. No corriendo el dinero, la plaza está mal, no se vende nada, y el bracero que tanto chillaba dando vivas a la Constitución, no tiene qué comer. Total, que yo digo siempre: «Lógica, liberales» y de aquí no me saca nadie.” (IV,V,I, 1100)

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