martes, 30 de julio de 2013

CIEN AÑOS DE SOLEDAD - Gabriel García Márquez

Es el turno para una de las novelas que hay que leer antes o después: Cien años de soledad. Traducida a muchos, muchísimos, idiomas, leída por millones de personas, estudiada y analizada hasta la saciedad, esta novela se convirtió desde su publicación en 1967 en un éxito rotundo. Un éxito no con fecha de caducidad, sino imperecedero. De hecho, su atemporalidad radica en reflejar los mismos dramas y problemas que acucian aún en la actualidad: guerras, represión política, amores, y el olvido, la soledad y el abandono a las que se ve postrado el ser humano. 

García Márquez, también conocido como Gabo, nació en 1928 en Aracatana (Colombia), estudió Derecho, pero siempre trabajó como periodista y escritor. Entre su producción literaria, destacan La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba, Crónica de una muerte anunciada o El amor en los tiempos del cólera. No obstante, la novela más famosa es Cien años de soledad, cuyos ejes temáticos son la soledad, el tiempo y el amor. Esta obra cumbre de las letras hispanas es uno de los máximos exponentes del realismo mágico, que consiste en la incorporación de elementos míticos, legendarios y mágicos, procedentes de tradiciones indígenas y africanas, sin contradicción con el plano real de la historia narrada. Esto es, la inclusión de tales elementos con una pasmosa naturalidad que, aunque estén totalmente alejados de la razón, parecen cotidianos, naturales. En esta obra de Gabo, encontramos por ejemplo una olla en el centro de una mesa que se desplaza sin ninguna fuerza externa hasta caer al suelo, personajes muertos que continúan deambulando por el pueblo, un personaje que sale volando de la casa con unas sábanas al estilo de una abeja, etc. Antes de concluir con esta contextualización, es indispensable mencionar que el autor pertenece al boom de la novela hispanoamericana de los años 60, un fenómeno literario y un fenómeno sociológico al mismo tiempo. Según éste, se perciben en escritores como Vargas Llosa, J. Cortázar, Augusto Roa Bastos o Alejo Carpentier las influencias del realismo mágico, el mundo de lo mítico y lo onírico, el surrealismo, la denuncia social, las innovaciones técnicas y la recuperación de formas tradicionales de narrar. Además, se ve impulsada por la gran difusión internacional de la narrativa hispanoamericana y por el gran desarrollo editorial. 




Pero, como una reseña literaria, no es un texto para informarse como si de un libro de texto se tratara, voy a desmenuzar mi experiencia al leer el libro. Esta vez no voy a ser tan crítico como ya lo he sido en las dos críticas literarias anteriores, pues Cien años de soledad posee una grandeza tan abismal que yo, un estudiante de primer año de Filología Hispánica, no me veo capaz todavía de criticar o valorar, pero sí de reflejar mi opinión, la sensación que me ha producido al leerlo...

Un argumento tan complejo como inexplicable.
En esta obra, no vamos a encontrar casi ningún aliciente argumental que nos ponga el alma en vilo y nos haga morirnos de ganas por conocer cómo acaba. Pues, en verdad, se trata simplemente de la narración de las vicisitudes de la familia Buendía durante 100 años. Por tanto, lo que incita a leer es el encomiable estilo de Gabo que nos sumerge en los milagros, rebeldías, adulterios, obsesiones, tragedias, descubrimientos y condenas de estos familiares. Así pues, podríamos entender la obra como una serie de anécdotas cosidas con el buen hacer de la aguja (o la pluma) del escritor, que dotan a la novela de un desbordante interés y una genialidad constante. Como podéis advertir, no hay un protagonista individual, sino que estamos frente a un protagonista colectivo, muy característico de la narrativa del siglo XX. 

Una novela difícil de leer
Muchos conocidos y amigos han intentado leerla, pero siempre la han postergado sine die. A mí también me pasó igual el verano pasado. Comencé pero tuve que dejarla por la mitad. Demasiado densa, demasiados personajes, demasiados "demasiados". Pero, intentando ser un poco tenaz y tomándome esto como una cuestión ya personal, he vuelto a retomar la lectura, y sin palabras. Literatura de alta costura. Hace un año, la inclusión de elementos fantásticos y del realismo mágico me molestaba. Nunca me ha gustado la novela de fantasía, por lo que leer sobre una olla moviéndose sola no era un buen augurio. Sin embargo, esta vez he percibido este recurso como una crítica mordaz a los supersticiosos y los que creen en los fenómenos paranormales. 

Tampoco ayuda mucho el batiborrillo de nombres repetidos. Una veintena de personajes llamados todos Aureliano, varios José Arcadio, varias Remedios... Y cuando no, se entremezclan nombres: Úrsula, Amaranta, Amaranta Úrsula, Aureliano José... En fin, una novela bajo una lluvia torrencial de nombres repetidos y de acciones parecidas que inexpugnablemente lleva a confundir personajes frecuentemente. Por ello, es recomendable tener a mano un plano con el árbol genealógico de los Buendía. 

Tiempo y espacio como recursos de la evolución lineal.
La novela se desarrolla en Macondo, un escenario mítico sin localización geográfica precisa, pero que representa la realidad hispanoamericana (guerras civiles, represión militar, llegada de multinacionales de América del Norte, etc.). Además, las descripciones sobre la cada vez más vetusta casa de los Buendía o la soledad de sus últimos habitantes también contribuyen a esa sensación de decrepitud y soledad que van inundando las páginas finales de la obra. 

En numerosas ocasiones, los personajes, sobre todo, Úrsula Iguarán, expresan su percepción del tiempo como un círculo. Los personajes con el mismo nombre suelen comportarse de un modo similar, la secuencia de fundación-prosperidad-decadencia es reiterativa. También los manuscritos de Melquíades ofrecen esa idea. 


Personajes con altas dosis de realismo.
García Márquez no necesita recurrir a métodos como los de Frankenstein para dotar de vida a sus personales. Unos personajes que salen del texto, que se te aparecen, sin descargas eléctricas, tornillos ni fuerzas sobrenaturales. Tal vez lo más sobrenatural son las enormes aptitudes del novelista para hacernos sentir que los personajes están vivos, que son para los lectores algo más que lo que son para ellos mismos ver cómo sus muertos deambulan por Macondo en tanto que etéreos espectros . Gracias al escritor, conocemos sus intereses, lo que les impulsa a actuar, sus inquietudes, sus gustos, su evolución personal, su todo... Además, por si fuera poco, la narración nos evoca a aquellas tardes en las que nuestros abuelos nos cuentan (o nos contaban) anécdotas propias. 

El estilo: el estímulo para continuar leyendo. 
Tan inefable e indescriptible como rico y variado es su estilo. Nadie como Márquez maneja con esas altas cotas de maestría los saltos temporales, las perspectivas múltiples, el monólogo interior, los narradores ficticios, algunas técnicas del periodismo, o la inclusión de historias intercaladas en la narración principal. Disfruté mucho con sus descripciones tan fieles, su afán de mostrarnos la fotografía más nítida de lo que acontece en Macondo. Disfruté con su ingenio, con la complicidad que establece con el lector a base de ironías, apelaciones y pinceladas de sarcasmo. Como un fragmento del texto vale más que mil palabras, aquí os dejo unas líneas. En ellas se hallan las siguientes líneas en estilo indirecto libre de Fernanda que se queja de que ningún Buendía se haya preocupado nunca por ella, aunque fuera por cortesía.  


"[...] y era Fernanda que se paseaba por toda la casa doliéndole de que la hubieran educado como una reina para terminar de sirvienta en una casa de locos, con un marido holgazán, idólatra, libertino, que se acostaba bocarriba a esperar que le llovieran panes del cielo, mientras ella se destroncaba los riñones tratando de mantener a flote un hogar emparapetado con alfiléres, [...] y, sin embargo, nadie le había dicho nunca buenos días, Fernanda, [...] a pesar de que ella no esperaba, por supuesto, que aquello saliera del resto de una familia que al fin y al cabo la había tenido siempre como un estorbo, como el trapito de bajar la olla, como un monigote pintado en la pared, y que siempre andaban desbarrando contra ella por los rincones, llamándola santurrona, llamándola farisea, llamándola lagarta, y hasta Amaranta, que en paz descanse, había dicho de viva voz que ella era de las que confundían el culo con las témporas, bendito sea Dios, qué palabras, y ella había aguantado todo con resignación por las intenciones del santo padre, pero no había podido soportar más cuando el malvado de José Arcadio Segundo dijo que la perdición de la familia había sido abrirle las puertas a una cachaca, imagínese, a una cachaca mandona, válgame Dios, una cachaca hija de la mala saliva, de la misma índole de los cachacos que mandó el gobierno a matar trabajadores, dígame usted, y se refería a nadie menos que a ella, ..."
¿A qué os quedáis con ganas de más? ¿Verdad? Pues leed el libro entero, o por lo menos el fragmento entero. (Aquí podéis encontrarlo)

Junto cuando la divertidísima escena donde Remedios la Bella se ducha y un hombre la espía, este momento de los reproches de Fernanda está en el top 2. Pero, sin duda alguna, lo mejor de todo es la intervención insignificante para muchos, pero para mí tremendamente divertida en la que Amaranta se ríe del arsenal de eufemismos que emplea Fernanda para referirse a asuntos tabú, para ella, claro, porque es tan finolis como en el monólogo interior de arriba habéis podido ver. Y dice así: 
"Amaranta se sintió tan incómoda con su dicción viciosa, y con su hábito de usar un eufemismo para designar cada cosa, que siempre hablaba delante de ella (de Fernanda) en jerigonza. 
-Esfetafa –decía- esfe defe lasfa quefe lesfe tifiefenenfe asfacofo afa sufu profopiftiafa mifierfedafa. 
Un día, irritada con la burla, Fernanda quiso saber qué era lo que decía Amaranta, y ella no usó eufemismos para contestarle. -Digo –dijo- que tú eres de las que confundes el culo con las témporas."
La parte en negrita la leído, releído y releído mil veces. Con carcajadas sonoras, y todo. Por cierto, un dato: este enunciado carente de valor semántico, pero con un valor irónico o fónico se denomina jitanjáfora

Con estas pequeñas muestras de la elegante y dinámica prosa del escritor ya os podéis hacer una idea de a lo que me refería antes, esto es, no hay un gancho que te arrastre a seguir leyendo para conocer cómo acaban los personajes, no hay un conflicto, sino pequeñas historias conectadas por tratar de los mismos personajes, por situar en las mismas coordenadas espacio-temporales, y por la exquisita narrativa del novelista. 

En ningún momento, la pluma del colombiano pierde gracia. No. Ab ovo usque ad mala, desde el principio hasta el final, la grandeza de su estilo se mantiene. De hecho, quizá esta linealidad en cuanto al estilo es otro recurso para mostrarnos la linealidad de la vida y su carácter circular. Como veis, la coherencia de la obra es brutal. Todo tiene un porqué. Incluso la rapidez con las que se narra las escenas violentas, lo que nos transmite la sensación de que tensión, de violencia, de agresividad que experimentan los personajes. 

Recomendable.
Obra compleja, confusiones entre personajes, alguna palabreja propia de la cultura hispanoamericana que nos obliga a buscar en el diccionario su significado, carencia de un conflicto que nos atrape. Esa retahíla de obstáculos quedan derribados por la calidad, la novedad y el buen hacer de Gabriel García Márquez. De verdad, merece la pena no sólo como entretenimiento, sino como fuente de inspiración y como punto de partida para reflexionar sobre la vida, o incluso, sobre la existencia de las cucarachas. Sí, como lo habéis leído, sobre las cucarachas. Se trata de un fragmento breve y banal sobre un tema trivial, pero que refleja la grandeza de Cien años de soledad
"… Las cucarachas, el insecto alado más antiguo sobre la tierra, era ya la víctima favorita de los chancletazos en el Antiguo Testamento, pero como especie era definitivamente refractaria a cualquier método de exterminio, desde las rebanadas de tomate con bórax hasta la harina con azúcar, pues sus mil seiscientas variedades habían resistido a la más remota, tenaz y despiadada persecución que el hombre había desatado desde sus orígenes contra ser viviente alguno, inclusive el propio hombre, hasta el extremo de que así como se atribuía al género humano un instinto de reproducción, debía atribuírsele otro más definido y apremiante, que  era el instinto de matar cucarachas, y que si éstas habían  logrado escapar de la ferocidad humana era porque se habían   refugiado en las tinieblas, donde se hicieron invulnerables por el miedo congénito del hombre a la oscuridad, pero en cambio se volvieron susceptibles al esplendor del mediodía, de modo que ya en la Edad Media, como en la actualidad y por los siglos de los siglos, el único método eficaz para matar cucarachas era el deslumbramiento."
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad
NOTA: 9,5.  

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