No hay peor
muerte que morir en vida; despertarse cada mañana sin nada que incite a
levantarse de la cama y buscar, incansablemente, aquellos instantes que nos
reserva el mundo para pellizcarnos el alma y sacarnos una sonrisa.
Por desgracia,
a través de las anteriores palabras, se puede describir el día a día de quienes
no luchan por lo que quieren, de los que prefieren sentarse en el sillón esperando
que, por arte de magia, el tiempo les ofrezca aquello que nunca fueron capaces
de conseguir por sí mismos, o aquellos que se convierten en títeres de su
propia resignación que crece vertiginosamente, mientras la dignidad yace bajo su
propia sepultura del mismo modo en que un cadáver reposa sobre la tierra y las
esperanzas de resurrección se circunscriben a mera ficción.
Éste es el
epitafio bajo el cual reposan los que se refugian en diluir la felicidad de los
demás con el único fin de olvidar que, aunque de apariencia vivan y su corazón
lata, ellos dejaron de existir hace ya años, lustros o siglos, aunque para el
resto de mortales no sean más de un segundo. Para ellos, la vida es un pesado
lastre e intentan consolarse, sin éxito, en el sufrimiento de los demás. Y,
cuando, ingenuos, creen haber logrado su fin, dibujan en su rostro una siniestra
mueca; mas nunca equiparable al negror que se desprende desde su más profundo
ser.
En sus “alegres
fiestas”, la mayor felicidad que se advierte son las ondas sonoras que merodean
sobre el cementerio de sus cabezas y que provienen de un radiocasette. Éstos creen ser dueños de su vida; cuando, en verdad,
no son más que víctimas de su hábitat, donde la soledad, la frustración y la
tristeza son los protagonistas sobre el escenario de su sepultura.
Para acabar,
daré el ÚLTIMO ADIÓS a todos ellos, porque realmente es la desgracia que se
recuesta sobre estos seres e, insólitamente, creen tener el mundo a sus pies en
vez de acabar siendo pisoteados por los pies del mundo. No obstante, les seguiré
llevando flores al cementerio, para recordar que he de andar por un camino que
se alce como las antípodas del suyo; de lo contrario viviría en mi muerte o
moriría en mi vida.
RIP
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