Con fines asociados más bien al masoquismo que a encontrar (si existe) la verdad en los hechos, que acaban convirtiéndose en una conspiración bajo los ojos de la obsesión; encontramos ese grupo tan numeroso de “traductores”, que mediante “des-razonamientos” o calentamientos de cabeza hacen de una gota de agua un inmenso mar que les lleva a perder no sólo una ración de felicidad (que ya es bastante); sino también a personas que sin esos “des-pensamientos diabólicos” conseguirían mantener aquello que siempre prometieron no abandonar, y no acabar ahogado en esas tenebrosas aguas.
A pesar de que en un principio puede sonar a topicazo eso de que la FELICIDAD se halla SUMERGIENDOSE EN SÍ MISMO, finalmente se llega a la conclusión que no hay más verdad que esa. Por eso, abogo a que cada uno de nosotros que algunas veces hemos querido traducir los sentimientos, las palabras, los gestos o las acciones de otros (y que, en el 99% de las veces hemos cometido mil y un errores en la traducción) dejemos de hacerlo, pues los únicos que se hacen daño somos nosotros mismos, nosotros (los seres humanos) que hemos creído tener la razón sapiencial y que, por tal vanidad, la vida nos ha reportado a la revisión de la traducción.
Así que, desde aquí, mando un mensaje a quien haya tenido valor de leer esto y hacerse una revisión interna o una traducción de sí mismo –traducirse a sí mismo sí que está permitido y es bien lícito–. Y, espero que, a partir de este momento, recuerden que los traductores profesionales traducen únicamente textos y no sentimientos ni acciones ni palabras; pues para ello tenemos unos señores y señoras que, después de infinitas horas incando los codos y con la ilusión de ayudar a los demás (y -¿por qué no decirlo?- también de llenar la cartera?) han estudiado el maravilloso campo de la psicología.
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