Interrumpo
esta semana la tónica de las últimas entradas, todas ellas de crítica literaria
–ya habrá tiempo para discutir la poesía de la generación del 27, la prosa de
Chirbes o la obra ensayística de Rosario Castellanos–. Hoy quiero dedicar la
entrada semanal a El viaje de Copperpot
con motivo de la celebración de su
decimoséptimo aniversario el pasado lunes 11 de septiembre, y lo haré desde
esa perspectiva, el álbum a prueba del
paso del tiempo. Decía Bunbury en un reportaje de la revista Efe Eme sobre The Rise And Fall Of Ziggy Stardust And The
Spiders From Mars: «Hace tiempo que no escucho el álbum entero. Lo escuché
tanto, que ya no me apetece volver a él, porque ya habita en mí». Precisamente,
esto es lo que me ocurre con el segundo disco de LOVG, el disco de mi infancia,
como en la adolescencia pudo serlo Pájaros
en la cabeza de Amaral o como ahora, en la juventud, ★ de
Bowie o Darkness On The Edge Of Town,
de Bruce Springsteen pueden serlo. Sí, pueden,
es arriesgado señalar el álbum más emblemático de una época que se está
viviendo. También, podría haber mencionado el segundo de Michael Kiwanuka,
entre otros.
El viaje de Copperpot, que se publicó en 2000, consta de
doce canciones más una pista escondida en la duodécima, «Tic Tac». Amenizaron compras,
trayectos en coche, fiestas de cumpleaños, instantes a solas y otros momentos
en los que, sin radio o megafonía cerca, uno tenía alguno de esos malditos temas en la cabeza, tan
pegadizos, tan memorables. A todo ello contribuyó la inmensa promoción del
álbum. Hasta ocho sencillos sonaron en las radios e, incluso, los que no lo
fueron también se pudieron escuchar. Ahora
hay quien explica el éxito solo como una causa del marketing, pero eso es
injusto. Es innegable que los medios de comunicación influyen más o menos,
dependiendo de su sentido crítico, en los gustos y en los hábitos del público y
más a principios de milenio con un acceso a Internet que aún estaba por
generalizarse. Sin embargo, resultaría
ridículo pensar que toda la cultura o todo el entretenimiento –dejo a tu
elección situar a LOVG en la categoría que consideres– de carácter popular o divulgados por la prensa carecen de valor
artístico. En el campo de la literatura española, siguiendo esa regla,
habría que despreciar clásicos como el Romancero Viejo o los cuentos de Edgar
Allan Poe.
Junto
con el respaldo de Sony, una de las
discográficas más importantes del país, y, por descontado, el apoyo mediático colosal que ello conlleva, tenemos un factor
decisivo, si no para el respaldo de los medios, sí para la popularidad del
grupo y la supervivencia de sus canciones: el
talento para confeccionar unas melodías pop-rock contundentes, vigorosas,
con un acompañamiento musical vivaz, naïf,
y, en cuanto a lo lírico, con una defensa
de la inocencia, de la ensoñación y el optimismo.
De
no ser por la contención en las letras,
por el acierto o, quizá, el instinto de Pablo Benegas, Xabi San Martín y Amaia
Montero, para contar historias prescindiendo
de ese tono melodramático que caracterizó algunos trabajos posteriores,
como «Vestido azul», «Muñeca de trapo» y, en especial, por resultar casi una
parodia involuntaria de ese melodrama, algunos temas de Cometas por el cielo («Día cero» y «Paloma blanca») y casi todo El planeta imaginario, las canciones de Copperpot no continuarían funcionando.
Baste mencionar el caso de «La playa»; en ella se aborda la nostalgia de una
playa donde se vivieron los primeros años y los primeros amores desde la
perspectiva del protagonista de aquellos vivencias de la niñez cincuenta años
después. Xabi San Martín no necesitó encriptar la letra con metáforas vacuas y
manidas; todo lo contrario, para emocionar con la canción si no la más bonita del mundo, la más bonita del grupo, optó por una
economía de elementos. Se intuye la muerte de un familiar (ya no ve a “quien me
trajo a ti”), la ruptura de un amor temprano, la nostalgia del tiempo pasado,
de la infancia o el regreso a una tierra tras años de distancia sirviéndose
solo de pinceladas, de manera que al
oyente le resulta creíble, puede reconstruir las anécdotas del protagonista a
partir de estas pinceladas y conmoverse por la contención con que estas son
referidas en las estrofas y el contraste entre estas y la energía de los
estribillos, plasmada en unos versos que duplican el tamaño de las
estrofas, para reflejar el gozo de la memoria, la satisfacción por poder
rendirle homenaje y, por tanto, para celebrar que el recuerdo alivie y supere
la melancolía.
Este
juego de contención-pasión funciona con idéntica solvencia en «París»,
cuya letra, según he leído, en alguna web, trata la muerte de un amigo, aunque
se camufle dentro del ropaje innecesario
de una canción romántica. En sus estrofas, lentas y pausadas, la
protagonista parece refrenar su dolor por el duelo o por la ruptura amorosa
–aunque descartaría esta interpretación, ya que, si mal no recuerdo, no fue
hasta «El primer día del resto de mi vida» cuando LOVG rompió su costumbre de
escribir letras donde la mujer no acepta que el amado no la corresponda o haya
puesto fin a su relación («Rosas», «Dulce Locura» o «V.O.S»). Del mismo modo,
soslayaron la sensiblería en «Soledad», donde la protagonista se pregunta si
algún día volverá a enamorarse, si son compatibles el amor y la soledad –con
todo, ese “donde me leías para dormir” me hace suponer que se trata, en el
fondo, de otra canción sobre la pérdida de un ser querido, en este caso, un
familiar muy cercano–, o en dos canciones donde se rememora un viejo amor del
pasado tras un encuentro casual, «Cuídate» y «La chica del gorro azul». En estas tres últimas,
hallamos ritmos más rápidos que en los dos temas antes mencionados, jugando con
los cambios incesantes de tempo y de estilo. Pop inofensivo, no comprometido, pero fresco: «La chica del gorro azul», por
ejemplo, ilustra esto de modo muy claro, por cuanto no se agota la gracia de la
descripción bucólica de un escenario amoroso y de un estribillo a base de
repetir “tu” durante más de la mitad de la canción. Un gesto al que se le suele
atribuir la huella de la desidia, pero aquí funciona y me atrevo a considerar
sustancial, a diferencia de en la pausada, mágica y ambiental «Los amantes del
círculo polar», un tema tímidamente experimental, de referencias
cinematográficas, donde, a mi juicio, los lalala
de Amaia empañan el intimismo de la canción. Es una canción para reflexionar y la parte cantada distrae. Con
todo, este fallo no arrebata la distinción de esta composición.
Junto a la contención, habría que
destacar el humor como elemento que ha propiciado que El viaje de Copperpot sea un clásico. Sobresalen en dos temas, «Pop» y «Dicen que dicen»,
más recordadas en el plano lírico que en el estrictamente musical, por
cuanto, en el fondo, resultan ser los
hermanos menos agraciados de «Cuídate» y «Soledad», respectivamente, lo que, aún así, no
deja de ser un mérito dadas las cualidades de los temas con que pugnan. «Dicen que dicen»
invita al optimismo sorteando los
lugares comunes, esos en los que en tantas ocasiones recientes ha incurrido
la banda, de modo que se erige como un ejemplo de combinación perfecta de
optimismo, de originalidad y elegancia para otros compositores y para el propio
grupo. Como anécdota, a mi modo de ver, Amaia Montero incurrió en dichos clisés
en el estribillo de «Caminando». Ojalá que en el cuarto álbum, que ya ha
comenzado a grabar en el mismo estudio y con el mismo productor del muy
recomendable Si Dios quiere yo también,
continúe en estado de gracia compositiva y ofrezca sonidos nuevos y letras con
un núcleo temático que vaya más allá del amor y el desamor de la mano de
Benjamín Prado, compositor de muchos temas de Joaquín Sabina. Volviendo al
humor en el álbum que hoy analizo, en «Dicen que dicen» se relativiza el
sufrimiento de los agoreros, porque en la vida, igual que la cebolla hace
llorar, existe otra hierba que hace reír, la marihuana. En la misma línea,
desmitifica en «Pop»
la supuesta vida perfecta de las divas y, en general, de las grandes estrellas
de la música, la humaniza a través de la parodia y el humor.
En cuanto al resto del álbum,
comentaré las canciones aún no analizadas con mayor parquedad. De «Mariposa»
a «Desde el
puerto» encontramos el intimismo «Los amantes del círculo polar» y de
«Mariposa»,
donde se reflexiona sobre las causalidades, mediante la imagen de la
fecundación –similar al poema XII de Trilce
de César Vallejo–, y recuperando las
cuestiones filosóficas, existenciales, de Dile
al sol, el álbum con que debutó LOVG, el pop más radiante y radiable
del álbum en «La
chica del gorro azul» y «Desde el puerto» así como el pop más cadencioso y
maduro que explotarían en la segunda mitad de Lo que te conté mientras te hacías la dormida intimismo en «Tu pelo»
y «Tantas cosas
que contar». Sin lugar a dudas, la organización de las pistas
perjudica la percepción del disco, pues da
la impresión de que se distribuyeron en una mitad las canciones míticas y en la
otra, las que no. Aunque haber repartido mejor el primer tercio con el
segundo tercio de canciones podría haber disipado esa visión, por fortuna, el
disco mantiene un nivel muy alto de principio a fin; no deja de resultar ameno
y placentero.
El viaje de Copperpot
será uno de los discos más recordados de la historia del pop español. De hecho,
ya lo es. Diecisiete años y con el grupo en sus índices más bajos de
popularidad (aunque solo en ventas El
planeta imaginario se ha mantenido de manera digna y el grupo está
efectuado una gira extensa, gracias al renacer del grupo en Hispanoamérica)
respaldan mi afirmación. Gozará de este
reconocimiento por la calidad de las canciones, como he comentado, pero, también, por la producción: Nigel
Walker no pudo acertar más en sus labores de producción, en cuyo resultado se
aprecia la coherencia con las letras, la contención, la austeridad. Una melodía poderosa lo que necesita es que
se realce, no que se entierre en arreglos o en capas superfluas que distraen de
lo sustancial. Muestra de ello es «La playa»: en los innumerables trabajos en directo
desde la llegada de Leire han versionado la
canción más bonita del mundo adornándola con arreglos de cuerda, con
gorgoritos… ¿Por qué esmerarse en que un himno suene como un himno? «La playa»,
cuando más resplandece, es del modo en que fue concebida, cuando se conserva la
contención y el intimismo con que nació.
A El viaje de Copperpot hay que
reconocerle varios méritos: en primer lugar, renovó el pop español a pesar de sus riesgos escasos o nulos, pues
sin inventar nada tiene carácter, personalidad, no se confunde con la música de
otras artistas; en segundo lugar, no
incidió demasiado en esa chatez nociva del petrarquismo y ese romanticismo a lo
Bécquer, inferior como poeta a los grandes poetas románticos ingleses y
alemanes, pese a sus hallazgos y su talento en lo formal, porque la visión del amor ha cambiado, de manera que para rendirse
a las historias de amor idealizado de los últimos años de LOVG, hay que
estancarse en la infancia, ser un personaje de Disney o demasiado aficionado a
los dogmas. Quizá habría ganado enteros
con letras más comprometidas socialmente, un poco más profundas, como lo
fue antes «La carta» o
lo sería más tarde «Un
mundo mejor» o «Cumplir un año menos». No es, desde luego, un disco perfecto
(¿cuál lo es?), pero merece la pena reescucharlo, porque, sea más o menos
trascendental en lo musical, sea cultura o entretenimiento, mantiene su
frescura intacta gracias al humor y la contención tanto musical como lírica, su
emoción, lo que ha de admirarse, porque muchos
son los viajes de pop convencional que se publican y triunfan año tras año,
pero muy pocos y, mucho menos, con la intensidad de El viaje de Copperpot, sobreviven al pasado del tiempo.
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