lunes, 9 de febrero de 2015

A dos metros bajo tierra (Six Feet Under) - Análisis


Hace tres días terminé de ver A dos metros bajo tierra y el calado emocional que deja es tan grande que no me puedo resistir a recomendárosla. Consta de 63 episodios repartidos en 5 temporadas. Con ella su creador, Alan Ball, se convierte en un dios de la televisión y del cine; está a otro nivel, porque desnudar y mostrar las inquietudes, los problemas y la condición humanas con tanta nitidez y crudeza es complicadísimo y no menos arriesgado, pero él consiguió salir por la puerta grande, como también lo hizo con American Beauty, aunque no tanto con True Blood. Su emisión comenzó en HBO en 2001 y acabó en 2005, erigiéndose en una de las mejores series de la historia de la televisión, a la altura de The Wire, Friends o The Sopranos. De hecho, los últimos seis minutos, acompañados de Breath me de Sia, son emocionantes, desgarradores y antológicos, nadie ha conseguido superar un final donde tú mismo descubres tu lugar en el mundo y te haces plenamente consciente de tu destino, de que vas a morir y que la vida huye, que la vida no da otra oportunidad, solo existe el aquí y el ahora. 

A dos metros bajo tierra, o Six Feet Under, como queráis llamarla, comienza con la muerte del patriarca de la familia Fisher, Nathaniel Fisher Sr. (Richard Jenkins) un día antes de celebrar la Navidad, y con todo lo que ello entraña para su mujer, sus hijos y para el negocio familiar, una empresa funeraria. La matriarca de los Fisher, Ruth (Frances Conroy), lucha contra la soledad y el síndrome del nido vacío, pues, tras la defunción del marido, ella deja de cuidar a los demás, como ha hecho toda la vida, y se da cuenta de que ahora le toca cuidarse a ella misma. Nate Fisher Jr. (Peter Krause) es el hijo mayor y el pródigo, se fue muy joven de casa para huir de cualquier responsabilidad, pero la muerte de su padre le obliga moralmente a volver a casa y a hacerse cargo del negocio familiar. El segundo hijo es David Fisher (Michael C. Hall), quien a lo largo de las temporadas pasa de superar su fe cristiana para dejar de reprimir su homosexualidad a aceptarse, aunque sin perder ese sentido de la máxima responsabilidad y su carácter perfeccionista. Por último, Claire Fisher (Lauren Ambrose) es la hija menor, la que intenta conocerse a sí misma, descubrir su identidad, encauzar su vida, pero siempre acaba perdida, y, también, compaginar sus inquietudes artísticas con las convenciones sociales.

En esta serie los personajes son totalmente humanos, complejos, a veces contradictorios, y eso porque sus guionistas tuvieron el talento y pusieron todo su empeño en hacer que nos sintamos identificados con cada personaje. Todos ellos van evolucionando, pero lo hacen con tanta sutilidad, con tanta coherencia y tanta humanidad que, cuando los conoces, ya no hay vuelta atrás, ya acabas enganchado y cuando acaba la serie, los sientes como personas reales, sientes incluso que una parte de ti ha muerto. Incluso la maestría de los guionistas se palpa en otros personajes como Brenda Chenowith (Rachel Griffiths) o Keith Charles (Mathew St. Patrick). Ella, mi personaje favorito, es una mujer con una infancia difícil y una psicología compleja, llena de contradicciones, y con problemas para comprometerse con un hombre, lo que descubrimos pronto cuando se acuesta con Nate nada más conocerlo en el aeropuerto. Brenda nunca fue feliz, no supo cómo o no nació para serlo. En cuanto a Keith, es un policía de Los Angeles y es el novio de David; ellos se convierten en una de las parejas más estables de la serie, a pesar de todas dificultades que afrontan. No menos importante es el embalsamador, y luego socio, de la funeraria, el entrañable Federico Díaz (Freddy Rodriguez), un latino visceral que va ganando protagonismo a partir de la cuarta temporada. 

Catalogar la serie no es complicado, sino imposible. Es un drama, pero con frecuentes golpes de humor, a menudo, de humor negro; posee un ritmo lento, muy pausado, no recurre normalmente a cliffhangers, pero te atrapa hasta un nivel insospechable; es divertida a ratos, pero no pretende la diversión pura y dura, sino la reflexión sobre la vida a través de la muerte. Es una serie positiva con un carpe diem evidente, pero ofrece también una visión fatalista, una vida sin esperanza y la sensación de que cada día morimos y que cada momento nos acerca más a la muerte, que la felicidad absoluta no existe y que la vida no es un camino fácil, sino dramático. Es magia pura y dura, y lo peor de todo es que uno nunca sabe por qué. Objetivamente, tiene capítulos algo sosos, no transcendentales, pero tiene ese "algo" que magnifica los episodios. No hay palabras para describirla, hay que verla y punto. 

Inolvidables resultan la cabecera de la serie, cargada de simbolismo, nutrida de una música inquietante y no exenta de cierta ironía, y el comienzo de la mayoría de capítulos, esto es, con la muerte de alguien de un modo irónico y original y, a continuación, con un fondo blanco con el nombre del muerto y las fechas de nacimiento y de defunción. Un panadero, por ejemplo, acaba molido por las cuchillas de una batidora industrial; un hombre acaba partido en dos por un ascensor; un chico homosexual es asesinado por una pandilla de matones homófobos; un bebé fallece tranquilamente en la cuna; una mujer sufre una hemorragia enorme por la nariz y muere, etc. 

Con todo, sí que ha tenido sus puntos débiles. Uno de ellos sería que en las dos primeras temporadas Claire está algo desaprovechada, aunque sus tramas eran necesarias para convertirla en lo que acabó siendo, del mismo modo que los vaivenes sentimentales de Brenda y Nate resultaban algo forzados al final. Quiero decir que la necesidad de buscar conflicto y, por ende, tramas hace que en algunos momentos pierdan esa naturaleza humana y que seamos conscientes de los artificios de los guionistas. Otro punto débil es el referido a los impulsos sexuales. Me gustan que haya personajes con problemas para alcanzar una estabilidad emocional, que otros se inclinen hacia la promiscuidad (magnífica relación entre Brenda y su amiga prostituta, y todo lo que aquello supuso) y que haya personajes homosexuales, en concreto, David Fisher y Keith Charles. Sin embargo, la tendencia de los guionistas por "homosexualizar" a muchos personajes me resulta poco verosímil. Varios personajes heterosexuales experimentan con personajes de su mismo sexo (no digo nombres para no hacer spoilers) y eso en la vida real no es así. A mi parecer, la mayoría de personas tienen una identidad y una orientación sexuales bien asentadas. 

> Como siempre, os invito a dejar vuestros comentarios.
Gracias a Telediaria, llegué a conocer la existencia de esta enorme obra maestra. Espero haberos animado a formar parte de ese número cada vez más numeroso que ha conocido otro modo de entender la ficción desde el riesgo, la inteligencia y desde la magia.

SPOILERS
Probablemente el capítulo más emocionante, junto con el último, fue el 4x05 (That's my dog), en el que David recoge a un autoestopista, que resulta ser un heroinómano, que le humilla, le roba el coche y casi lo mata. Fue un capítulo en que acabas con el corazón en un puño y transmite un agobio y un angustia casi insoportables. Siempre le agradeceré a Michael C. Hall el enorme trabajo interpretativo que realizó, y por supuesto a los demás actores principales, porque consiguieron que sus personajes tuvieran más humanidad que la que tiene mucha gente. 

Tal vez el personaje que menos me gustó fue el de Lisa, dado que era poco identificable y algo monótono, aunque, a no ser por ella, la tercera temporada no habría acabado con tanta emoción como lo hizo, y qué decir del primer capítulo del cuarta cuando Nate la entierra. Otro momentazo.

Finalmente, querría mencionar la capacidad para hacer reflexionar al espectador sobre las personas discapacitadas que dependen de alguien (Ruth consideró una carga a George, su marido, al pensar que gastaría su vejez en cuidarlo), el debate entre adopción o vientre de alquiler (cuando Keith y David quisieron ser padres), la normalización de la prostitución y la expresión de impulsos sexuales considerados marginales (sobre todo, gracias al personaje de Brenda), etc. No menos importantes fueron las cuestiones sobre las dudas en cuanto a la orientación sexual, la conveniencia de tener una relación estable, el suicidio, la dismitificación del adulterio, la infidelidad y las relaciones abiertas, el uso de drogas sin prejuicios, etc. Para mí fue liberador que se atrevieran a burlarse de la muerte o, más bien, de aceptarla sin miedo. 

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