Con Negra espalda del tiempo he entrado en el universo mariesco y, precisamente, lo hago con una novela híbrida, de difícil catalogación, que no pocos consideran la mejor obra de su autor. Debo confesar que me animé a leer esta novela por un “desdén irracional”. Mi sentimiento no provenía directamente del autor, sino de transferir al autor la antipatía que me despertado un fiel seguidor, y adulador y adulado, suyo. Entonces, con el fin de evitar que los prejuicios me arrastraran, decidí leer a Marías, ignorando ideas preconcebidas y valoraciones negativas sin fundamento. Necesitaba leer Negra espalda del tiempo ya fuera para poner fin a ese “desdén irracional” o para ratificar mi idea.
Una vez leída Negra espalda del tiempo, experimento sensaciones dispares e, incluso, contradictorias. De hecho, no pretendo hacer una reseña, sino, más bien, compartir mis impresiones, como se suele hacer en los foros literarios.
Con esta novela el autor pretende desmentir que Todas las almas (1989) fue un roman à clef, una novela en clave, es decir, donde se ocultan personajes reales, hechos y lugares detrás de nombres ficticios. Al parecer, se levantó un gran revuelo cuando ciertos entes de la vida real se reconocieron en la novela. Esto motiva la aparición de Negra espalda del tiempo, un libro donde se refleja las intersecciones de la ficción y la realidad y cómo están se invaden mutuamente. Entre ellas encontramos a los dueños de una librería de libros usados que al verse identificados con dos personajes de Todas las almas desean encarnarlos en la versión cinematográfica de la novela. Sobre esta película hallamos un humor mordaz y críticas ácidas hacia los responsables máximos de esta, pues, al parecer, desvirtuaron la esencia del libro. De hecho, señala en boca de la señora Stone sobre los Querejeta lo siguiente: “Aunque ya escribimos al productor español, algo así como con Q y con la palabra reject dentro, ¿no es así, querida?”. Reject, como el propio narrador indica, significa ‘desecho’ en inglés. Esta chanza ejemplifica un gusto por las bromas –el propio Marías lo reconoce– a lo largo de las cuatrocientas páginas y, especialmente, sobresalen cuando las comparte con Juan Benet o con Francisco Rico, que quería aparecer en Corazón tan blanco como tal, sin maquillar su identidad bajo el personaje Del Diestro, es decir, directamente como Francisco Rico, del mismo modo en que las instituciones aparecen con su nombre real, porque quiere “ser como el Museo del Prado” (página 69). También Javier Marías reflexiona acerca de los efectos de su propia ficción en su vida. Podría enumerar otras invasiones de la ficción en la realidad y como esta última también puede irrumpir en la primera, sin embargo, me limitaré a añadir un caso más, el de una mujer que se reconoce, se identifica, con un personaje femenino adúltero que construyó en Todas las almas y protesta por amenazar su honor. El narrador afirma que no se basó en nadie en concreto, aunque descarta la expresión ex nihilo, porque puede que en la vida real haya algún referente al que se le pueda atribuir. Entonces, cavila sobre las consecuencias de la identificación del personaje Clara Bayes con una adúltera real. Entonces, aprovecha para relacionar su caso con Desdémona de Otelo y advierte de que hay “Yagos por todas partes” (página 89). La intertextualidad con Shakespeare la podemos hallar, además, en el propio título de la novela.
En los párrafos anteriores he catalogado esta obra de “novela”. Con todo, esta etiqueta, como suelen hacerlo todas, reducen el ADN hasta un nivel cómodo para los críticos, si bien no del todo cierto. A decir verdad, Negra espalda del tiempo es más un ensayo sobre las relaciones entre ficción y realidad, un ensayo que en un nivel más profundo se pregunta por lo posterior a la muerte. Javier Marías no solo es el autor, sino también el narrador y el personaje central, por lo que se le podría atribuir el carácter de autoficción, con todo, la atribuyo con cierto reparo, dado que en la actualidad no hay una visión unitaria de este concepto, el cual se confunde con mucha frecuencia con el de autobiografía. Sea como sea, lo cierto es que estamos ante un ensayo que incluye con generosidad elementos narrativos, tales como anécdotas, historias familiares que en el propio hecho de la narración y del trascurrir del tiempo se ficcionalizan, crónicas o fragmentos de libros. Esto es una consecuencia de la posmodernidad, la cual destruye la imagen del narrador fidedigno y favorece novelas como Muertes de perro de Francisco Ayala, que en la propia obra se cuestiona los resortes de la ficción. No se puede ignorar el intento de Marías, característico también de la posmodernidad, por reflejar el fluir de conciencia y el fragmentarismo, lo que se materializa en Negra espalda del tiempo en la ausencia del esquema planteamiento-nudo-desenlace de la novela tradicional. Por el contrario, la propia estructura del ensayo actúa de marco para la inclusión de los elementos novelescos y de las pequeñas historias que salpican el texto. Esto no sorprende dado que Montaigne en sus ensayos, o al menos en los que he tenido el placer de leer, añade anécdotas sobre personas ilustres y otras anónimas, o más bien, universales, a modo de ejemplos, para reforzar sus hipótesis. En el caso de Marías, a veces estos ejemplos pertenecen a su privacidad, a su vida familiar, y precisamente en estos logra emocionar. Me refiero a los capítulos que conciernen a la muerte de Lolita y Julianín, madre y hermano respectivamente del autor. Estremece sin excesos sentimentales y con una contención que no limita la crudeza en el tratamiento.
Otros momentos realmente reseñables son los relacionados con el “efecto tarima”, que no es sino una crítica despiadada (y real) de la universidad o, más bien, de los docentes que por ellos transitan. También destaca la mala relación con su antiguo editor para Todas las almas, que equipara al contrato “humillante” que acabó firmando Melville para ver publicado su Pierre. Tampoco salen bien parados una editorial y sus directores, a los que apoda “Vinagrera y Salero” (página 292). También denuncia que él, en cuanto autor de Todas las almas, no pueda conocer el número real de ejemplares vendidos. Los entresijos del mundo editorial y las intrigas universitarias, junto con las reflexiones acerca de la muerte, la mayoría de veces motivadas por las pérdidas familiares, constituyen la grandeza de este ensayo anovelado. A no ser por estos, carecería de interés y acabaría siendo considerada como una obra pretenciosa y fruto de una vanidad desmedida.
¿Para qué negarlo? Negra espalda del tiempo parte de una idea pretenciosa y busca el beneplácito de un público elitista, a mi parecer, claro está. El proyecto es demasiado grandilocuente, y eso quizá propicia unos pasajes sin interés como los dedicados a De Wet. Se podría decir que recuerda a El Quijote, no solo por ese guiño en “Todas las almas fue publicado por una editorial de cuyo nombre es mejor no acordarse”, sino porque es un comentario hacia los anteriores libros, y la segunda parte de El Quijote, también, lo es, pues en ella se hace referencia a la acogida de la novela por parte de los lectores o cómo interfieren en las aventuras de don Quijote y Sancho estos lectores, por supuesto, solo los ficticios, y se arremete contra el autor del Quijote apócrifo. Pese a ser una obra pretenciosa (no la calificaría de ambiciosa, porque el escritor debe poseer ambición para afrontar retos que lo saquen de la autocomplacencia e indagar (y cuestionar) los límites del género narrativo; me mantengo en mi calificativo de pretenciosa, por esa obsesión por mostrar erudición, por ciertos chistes que solo funcionan en el ámbito del “efecto tarima” y, sobre todo y por recurrir a la intertextualidad en exceso y sin fundamento en algunos casos. No obstante, admiro el guiño al conocido verso de Rubén Darío de “divinos tesoros” con un papel claramente irónico. En su poema divino tesoro se describe la juventud como un divino tesoro, y precisamente este sintagma se reutiliza en Negra espalda del tiempo para atribuírselo a unos libros de, cuando menos, segunda mano. Lo que quiero decir es que aunque en este ensayo percibo pretensión, también percibo brillantez, emoción y una necesidad clara del autor de expresar lo que expresa. No me he molestado en leer una entrevista suya, ni en conocer su ideología. Lo importante de la literatura no es quién la produce, sino lo producido. Con todo, si atiendo al narrador implícito, encuentro a un escritor honesto y verdaderamente valiente, y no me cabe duda de que correrá mejor suerte, y mayor transcendencia, que Ramón Campoamor.
El fluir de conciencia del que hablé antes explica la obsesión y la continua recuperación de ideas o de “apaga la luz y apaga la luz” de Shakespeare. No menos reiterada es la idea mariesca de que “yo mismo me estoy enterrando con este escrito y en estas páginas, aunque nadie las lea, no sé qué es lo que estoy haciendo ni por qué lo hago”. Es decir, el contar mata, “uno puede compensar o variar o rectificar en la vida, hasta que el cuento no está acabado con la muerte que llega y cierra, y sobre todo con el relato de ambas, vida y muerte”.
Podría extenderme en varias reflexiones del autor, de estas que dejan huella en el lector, sobre que “nos pasamos la vida fingiendo que somos únicos” (p. 379), la idea de los objetos como símbolos del dueño difunto o la vida pasada como una maquinación, como un preparativo de lo que vendrá después (“el que llega a anciano acaba por recordarse como un lento proyecto de ancianidad en todo su tiempo”, p. 380) o que “duramos menos que nuestras intenciones” (p. 12), sin embargo, me parece más importante explicar qué es la “negra espalda del tiempo”, con que Marías hace referencia “al tiempo que no ha existido, al que nos aguarda y también al que no nos espera y no acontece por tanto, o sólo en una esfera que no es temporal propiamente y en la que quién sabe si no se hallará la escritura, o quizá solamente la ficción” (p. 363).
En definitiva, Negra espalda del tiempo gana enteros cuando recurre a los elementos autobiográficos y toma los cauces del ensayo sobre lo que hay después de la muerte; sin embargo, resultan poco estimulantes los elementos que no conciernen directamente al autor, pues lo que suma en experimentación en emoción lo pierde. Con todo, es de esos libros que enriquecen la visión de la literatura y a uno mismo, pues, como todo ensayo, conceptualiza nuestros sentimientos y pensamientos y a partir de su lectura el lector los reconoce y, por ende, se conoce mejor. Aunque me he despojado de ese “desdén” inicial, por el momento dejo aparcado el universo mariesco porque, si bien cumple, no entusiasma.
MARÍAS, Javier (1998). Negra espalda del tiempo. Madrid: Alfaguara.
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