sábado, 23 de mayo de 2015


Esta noche se celebra la gran final de Eurovisión 2015. Ese "gran" no va por la realización ni por la ORF que se ha coronado de gloria con una edición muy por debajo de la media de los últimos años. Ese "gran" se debe a lo reñidas que van a estar las votaciones. Suecia, Rusia, Italia, Bélgica y Australia, en este orden, parten como claras favoritas para alzarse con la victoria según las casas de apuestas y muchos foros. Estos pronósticos no parecen descabellados, pero lo cierto es que ganara Estonia, Noruega o Letonia no parecen cosa de ciencia ficción. Si habéis llegado a mi blog buscando información, supongo que conoceréis http://www.eurovision-spain.com/. En esta fantástica página donde sus responsables suben hangouts con sus impresiones sobre los ensayos o sobre los sentimientos hacia las diferentes candidaturas que estas despiertan entre la prensa acreditada en Viena o el público en general. Opinan sin dejarse llevar por un patriotismo tonto o por cualquier pasión, sino que dentro de lo posible siempre tienden a la objetividad. Esto a veces les lleva a recibir comentarios desafortunados por parte de sus usuarios, totalmente fuera de lugar, pues gracias a ellos podemos sentirnos un poco como si estuviéramos allí en Viena. Lo que quería decir con esto es que os recomiendo esa página para estar bien informados, para conocer más información sobre la historia del festival (la sección historia es una maravilla), etc.

A continuación, voy a dar mi opinión sobre las candidaturas finalistas del Big 5, Australia (país invitado) y Austria (país anfitrión).

FRANCIA: Lisa Angell - N'oubliez pas
Por mí, que gane. Me encantaría un París 2016, después, por supuesto, de Madrid 2016. La cantante francesa trae una balada con una apuesta en escena simple pero efectiva con un fondo de pueblo destruido que poco a poco se va reconstruyendo... El momento soldados tocando el tambor también es enorme. La voz de la cantante es magnífica, quizá la mejor de toda la edición. Francia no ganará y no porque su balada suele algo clásica (podría haber sido la candidatura de Francia en los años setenta perfectamente), sino porque es país infravalorado en el festival, a pesar de arriesgar cada año y apostar siempre por la elegancia a la par que por cierta "excentricidad". Quedará en la mitad de la tabla.

REINO UNIDOElectro Velvet - Still in Love with you
Todo muy swing, estilo años veinte con una chispa actual. Es demasiado hortera, kitsch... Espero que estrene el último puesto porque es difícil saber si UK está de coña con este tema o va en serio. Prefiero pensar que es todo una broma. Parecen que los periodistas en el primer ensayo se rieron a carcajadas de la canción y la puesta en escena. Es demasiado mala. Estridente. Realmente es una pena pues me gustaría ver un Londres 20... lo antes posible. Si Reino Unido quisiera ganar, seguro que lo lograría con apuestas serias y contundentes y no con esto.

AUSTRALIAGuy Sebastian - Tonight Again
A priori no me hizo gracia que participaran los australianos. ¿Eso no es cargarse la esencia del festival? Sin embargo, el tema es festivo, alegre, optimista, está magníficamente defendido por Guy Sebastian y supone un buen contraste entre tanta balada anodina. Fácilmente hará un top 10 o, incluso, un top 5, pero ganar no.


AUSTRIA: The Makemakes - I Am Yours
La sombra de los Beatles es alargada. Tiene ese aire de las grandes baladas de Lennon, aunque con un estilo algo más hippie. Si sus autores la hubieran parido cuarenta años antes, sería un clásico, pero llega tarde. Austria quedará probablemente alrededor del decimoquinto puesto. Por cierto, que Austria no gane hasta dentro de unas tres décadas, o nunca, menudo festival más decepcionante. 


ALEMANIAAnn Sophie - Black Smoke
La frescura y la gran aportación a esta edición de Ann Sophie recuerdan a Lena en Oslo 2010, sin embargo, verla alzar el ansiado micrófono de cristal es totalmente improbable. Alemania siempre queda en tierra en nadie y es una pena porque ofrece calidad y, dicho sea de paso, organizaría un festival de quitarse el sombrero como el Düsseldorf 2011.


ESPAÑAEdurne - Amanecer
España actúa en el puesto 21, un gran puesto que puede favorecernos en las votaciones. Esto, sin duda, es una pequeña ayuda ante el desastre de la realización austriaca. Es cierto que en algún momento pensé que España podría quedar en el top 3 con esta especie de medio tiempo épico y con cierto misticismo al estilo Frozen de Madonna, en cambio, ahora veo complicado el triunfo, incluso quedar en el top 10. De hecho, no descartaría quedar de los diez últimos, eso sí sin merecerlo. Edurne canta estupendamente, baila e interpreta con la misma solvencia, y se nota que detrás de su incuestionable belleza hay una currante nata. Giuseppe di Bella la acompañará en el escenario, y eso es una buena noticia, tanto como lo es que Miryam Benedited y Gestmusic estén detrás de la puesta en escena. Todo son grandes noticias, salvo una: la ORF está detrás. Es la "mano negra". Es una incógnita porque destaca pero sobre todo por tener algo de barroca (este año predomina el minimalismo, el menos es más) y por haber sido más apropiada en los dosmiles. 


ITALIA: Il Volo - Grande amore
Canto lírico muy Il Divo, aunque tiene algo de juvenil, básicamente porque son una boyband española. No es el no va más. Eso sí: ojalá gane este país porque me gustaría descubrir una edición italiana del festival, y la verdad es que hay posibilidades: el jurado les dará la mayoría de 12 y el televoto también les dará las calificaciones más altas.

ANÁLISIS DE LA PRIMERA SEMIFINAL: 
http://elacantiladodelaspalabras.blogspot.com/2015/05/eurovision-2015-primera-semifinal.html

ANÁLISIS DE LA SEGUNDA SEMIFINAL: 
http://elacantiladodelaspalabras.blogspot.com/2015/05/eurovision-2015-segunda-semifinal.html


Mis pronósticos:
  1. Rusia
  2. Italia
  3. Suecia
  4. Noruega
  5. Australia
  6. Estonia
  7. Azerbaiyán
  8. Bélgica
  9. Eslovenia
  10. España
  11. Letonia
  12. Israel
  13. Grecia
  14. Francia
  15. Hungría
  16. Georgia
  17. Rumanía
  18. Montenegro
  19. Alemania
  20. Austria
  21. Lituania
  22. Serbia
  23. Chipre
  24. Polonia
  25. Albania
  26. Armenia
  27. Reino Unido 
Mi top 27:
  1. Estonia
  2. Bélgica
  3. Noruega
  4. Eslovenia
  5. Francia
  6. Rusia
  7. Australia
  8. Azerbaiyán
  9. España
  10. Alemania
  11. Suecia
  12. Italia
  13. Israel
  14. Letonia
  15. Montenegro
  16. Austria
  17. Grecia
  18. Hungría
  19. Georgia
  20. Rumanía
  21. Lituania
  22. Serbia
  23. Reino Unido
  24. Chipre
  25. Polonia
  26. Albania
  27. Armenia

viernes, 22 de mayo de 2015


La vida pudo ser otra cosa, pero no lo fue. Las ciudades son confluencias de caminos y carreteras, sin embargo, solo poseo un par de pies. Ubicuidad, no tuve en el reparto de dones. Tantas calles como parejas de carótidas todavía contratadas. La variedad infinita de trayectos es abrumadora. ¿Qué me llevará hasta el final de la calle? ¿Y si hubiera tomado otra? ¿Giro a la izquierda? Debo detenerme. No puedo hacerlo. Alguien me espera. Perdí el mapa. ¿Cuánto falta para llegar a Roma? Había cerrado los ojos: me perdí los Pirineos. ¿Habremos pasado ya el Ródano? Nubes espesas, infranqueables. Nadie parece escucharme. No me comprenden, o no los entiendo. No puedo quedarme dormida: tengo que ver los Alpes. Estoy en Roma.

De mi mano colgaban muchos destinos, pero a veces las carreteras están cortadas. Me precipito como el péndulo de un reloj al desterrarlo de su engranaje. En su oscilar se barrunta el presagio de la eternidad que poseen una caja de cerillas, el efecto de la vacuna del tétanos o el color y el brillo de un cartel publicitario de sol a sol. La Tierra es la sepultura de las expresiones fervorosas de amor eterno; es, también, la fuente de los libros con páginas blanquísimas que devienen en amarillas. Las cajas de bastoncillos, como el tóner de la impresora, parecen eternas, inagotables; en verdad, no lo son.

Entro en la librería. Las estanterías están repletas de libros de cualquier género, aunque de muy distinta calidad. Los best-sellers a primera vista, a la mano, en la entrada con eslóganes llamativos y atractivas portadas rompen el tablero editorial… Durante unos meses. Luego la inmensa mayoría se olvida. Caduca presurosa al igual que la canción del verano de 2001. ¿Cuál era? ¿Alguien se acuerda? Me sumerjo en los pasillos solo aptos para ratas de biblioteca. Traspaso el lugar cómodo. Rehúyo de las campañas de marketing, quiero ir más allá de los destacados. No queda más remedio que trabucar el confort, mover los dedos y meterme en travesías de barro. Busco, me siento perdida bajo esta luz blanca cegadora. Me asfixia. Quiero salir de la librería. Tomar el aire. ¿Cuántos libros geniales nunca vas a leer porque no sabes que existen? ¿Cómo dar con ellos? ¿Cómo ampliar tus miras tras el estante de best-sellers? ¿Cuántos libros quedan escondidos por el poder de la chequera? La búsqueda es el único resuello que puedo introducir en mi cuerpo trémulo.

A mi espalda queda la librería. Me habría gustado sumar al catálogo mi libro (en un blog, por nada en el mundo). Quizá el primero sea el postre, quizá se produzca cuando entregue la cuchara. 60 días para vivir será el título –¡qué complicado es elegirlo, resumir el electrocardiograma de mi espíritu!–. Hablar es mentir. Las palabras son los peleles de los cuerpos con obesidad mórbida. Nunca dan la talla.

Algunos clientes del bar aún toman el aperitivo. Echan sus partidas de naipes. Reparten la baraja, cada uno toma su rol y, convencidos de su futurible victoria, apuestan sus ahorros. Demasiados derrotados, un solo vencedor. Barajan. El rey de copas es de otro; el as de oros ha cambiado de mano… Con las demás cartas, ídem. Comienzan privando de flores a sus difuntos montones de naipes, a sus anteriores jugadas. No existen, al parecer. Á auga de correr e ós cans de ladrar, non llo podes privar. El recuerdo se sepulta bajo capas de presente. Al final todas las cosas son iguales, como el dorso de las cartas. Sedimento.  

Las imágenes de aquella tarde en el parque de atracciones llaman a la puerta de mis pensamientos. Por cortesía, nada más: no piden permiso, o lo dan por hecho. Se abren las puertas. Entran. Me siento maravillada por las luces, los atractivos visuales, los carteles, los anuncios en lenguas desconocidas, los ruidos, el bullicio, el megáfono. Yo, grano de mostaza donde los haya, doy pasos de hormiga por un universo inabarcable, por ese gran recinto de… A la derecha, la noria… Allí, una montaña rusa… En el fondo, la caída libre… Y solo estoy a dos pasos de la entrada. Tengo que descubrirlo todo: las atracciones mecánicas, los espectáculos, las tiendas, los restaurantes, los puestos ambulantes, los jardines… Hay demasiados para un solo día, para unas horas. Tengo que vivir al máximo la experiencia. No habrá más oportunidades. Corro. Mi impaciencia me hace intolerante a las colas: los ratos de espera destruyen posibilidades. No te preocupes, Irene: seguro que te da tiempo. ¡Me quedaría a vivir aquí para siempre! Mamá, ¿podremos volver? No, dice que no. Horas después, me siento plena, siento la felicidad extrema, la adrenalina. Sospecho que antes o después caeré de la montaña rusa. No me ha dado tiempo a recorrer el recinto. ¿Qué habrá detrás de esa puerta? Veo una capa de hielo en el coche de mi padre. Impecable en su superficie, aunque el desenlace es previsible con su escaso grosor. Mejor será que piense en otras cosas. El parque de atracciones es ya historia, y debe serlo. Sigamos el camino.

La vida pudo ser otra. Pude haber sido una hippie, una choni, una pija, una borracha, una rebelde, una monja, una ministra, una madre coraje, una drogata, una rocker, una artista de éxito, una modelo, una tenista admirada, una lesbiana, una grupi, una funcionaria borde (valga la redundancia), una humanista... No participé de estas vidas, sin embargo, las conozco en el fondo de mi ser, por su inevitable desgaste, y por el mío propio. Los infinitivos son infinitos, aunque inútiles por sí mismos. Yo quise ser uno de ellos. Amar, follar o sentir, si tuviera el privilegio de escoger. Pero nací siendo gerundio. Y los gerundios siempre acaban siendo participios. Es su naturaleza. Como se va consumiendo una botella de orujo sin abrir en casa del abstemio.

También pude haber sido una rueda de neumático, la suela de mis zapatos, el hilo de wolframio de una bombilla tradicional, la pintura fresca de un banco del parque, el grafito del compás en una lección de circunferencias, una esponja íntegra y colorida, los filamentos de mi cepillo de dientes, un charco de cemento temiendo el paso de los humanos… Vividos poco, nada tienen de útil los largos días.

La vida pudo ser otra, y puedo imaginarla. Ingenua sin amuletos de hierro y bronce, despojada incluso de la necesidad de armadura, a mis diecinueve años, habría seguido en la universidad, alternando periodos de vagancia extrema con fines de semana en discotecas y garitos de moda. Considerando a mis padres unos anticuados, unos trasnochados, que no supieron divertirse; creyendo que las generaciones jóvenes éramos diferentes. Habría seguido bebiendo, ligando y prometiéndome frenar mis impulsos antes de que el alcohol me subiera a la cabeza y acabara comprobando al día siguiente que siempre puede haber una resaca peor. Llegarían las Navidades y, luego, mayo, y, después, septiembre, y empezarían los arrepentimientos (y sus “debería haber empezado a estudiar mucho antes”).

Terminaría la carrera, con más novios a la espalda y no muchos menos por delante. Rompería con ellos, porque no habría ninguna que me satisficiera al completo. Todos tendrían fallos, y yo habría creído que merecería un hombre mucho, mejor, a mi altura. Es fácil ser alta con tacones. Por esas fechas, allá por el 2017, comenzaría a plantearme la vida en serio, o tal vez diría: “Soy joven, aún tienes tiempo, Irene”. Eso es lo que hacen todos.

La vida pudo ser otra, pero, de todos modos, no habría querido seguir el mismo camino que mis padres, que mis abuelos, que la tradición. Por los euros en la cuenta corriente, por las facturas a fin de mes, por los bonos o los descuentos en el supermercado me habría dejado llevar mucho menos que por los billetes de tren, de avión, de barco, por la mochila a la espalda, por mi coche con su depósito lleno, por el viaje… Habría descubierto mucho mundo. Pekín, Buenos Aires, Nueva York… Ambiciones cosmopolitas, pasaportes de libertad. Habría jurado una y otra vez que no seguiría al rebaño, desterrando de mi existencia el esquema estudios–trabajo fijo–casa en propiedad–boda–maternidad–jubilación–muerte. ¿Cómo soportar el peso de las obligaciones y las responsabilidades frente a los placeres de estar viva? ¿Cómo soportar tantos deberes? ¿Por qué no luchar por una parcela de mi voluntad? ¿Por qué debo aceptar los límites que me han impuesto?


Mientras me rebelara contra el mundo, contra el sistema y contra lo inevitable, mi hermano seguiría creciendo, convirtiéndose en granos de pus, acné y hormonas jacobinas concentrados en su cuerpo. Mis padres comenzarían a dar síntomas de vejez. Las arrugas, los senos caídos de mi madre, la menopausia… El pelo canoso, el mal humor, las patas de gallo de mi padre, las ojeras… Empezaría a ser consciente de que dentro de unas décadas se marcharían… Me aterrorizaría pensar en abrir un día los ojos, buscarlos por la casa y encontrar no más que silencio. Ver sus números de teléfono en la guía y concluir que las llamadas y los mensajes enviados nunca serían recibidos. Quedarían sus fotos en el ordenador, en el álbum, en la pared (colgando de alcayatas muy cansadas, agotadas), quedaría incluso su recuerdo o la sensación de tenerlos cerca, pero ni el papel, ni las impresiones ni los bytes me permitirían abrazarlos, hablarles y escucharlos decir que al nacer yo una nueva puerta de amor se abrió en sus corazones.

La vida pudo ser otra cosa, pero siempre habrá formas que nacen para romperlas. El papel de regalo, los fusibles, las bombas, la cinta en una ceremonia de apertura, el filtro de papel de la cafetera, el himen, el abre fácil de una lata, la corbata del novio en una boda rancia o la estrella del Mercedes. Cuando estoy perdiendo, es cuando soy más consciente de todo lo que nunca voy a ganar. Siendo honesta, diré que a veces sospechaba que, tarde o temprano, acabaría escarmentando, que sería menos perra, cuando llegara una desgracia; ahora descubro que esa desgracia es la que vivimos cada día. Que la mayor desdicha es que te amordacen la gloria escasa y el comportamiento ejemplar. Los locos y los zombis no son los que viven a sus anchas y pretenden satisfacciones mayúsculas, sino los que huyen echándose atrás, o quedándose quietos. Son sus propios Caronte en sus barcas varadas cruzando aquel río.

Mi hermano comenzaría a ir al gimnasio a poner cachas, para sumar una ventaja más en la seducción, para sentirse mejor o, simplemente, para no ser mañana uno de esos que lucen sus barrigas abultadas por activa o pasiva. Se sentiría el dios del mundo y creería ver en los demás la cara de la envidia y la desgracia. Hasta caer. Pero antes de eso, me casaría con un buen hombre, rico, inteligente, bienquisto, si bien carente de una mirada seductora, de picardía y de un compromiso más allá de la firma de los papeles de la hipoteca. Yo no lo querría tanto, aunque le trataría bien. Los invitados nos darían tirones de orejas y bromearían. «¡Que al final has pasado por el aro!». Me pedirían el dudoso placer de realizar una serie de bailes ridículos, y fingiría ser plenamente feliz. ¿Hasta cuándo te vas a  seguir engañando creyendo que vives al máximo? Otros beben alcohol para olvidar; yo tal vez tragaría cicuta hasta acostumbrarme a que la plenitud y la vida de cuento de hadas son, en realidad… Déjalo estar, no quiero amargarte. La vida, pese a todo, merece la pena. Temer el empujón guarda en su interior más sufrimiento que el propio empujón. Las jeringuillas son menos dolorosas cuando atraviesan la piel.

Más allá de 2025, en la sección de maternidad tendría en mis brazos a mi primer hijo con el gozo y el temor que implica ser madre primeriza. Luego vendría la niña. Llegarían los días de la madre, los cumpleaños con sándwiches de Nocilla, piñata y tarta de la abuela. Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos todos, cumpleaños feliz. ¡Felicidades, cariño, ya tienes un añito!. Ese año Miguel estaría viajando por el mundo, ilocalizable, seduciendo a mujeres, conociendo mundo o amando, por encima de su hermana olvidada, el speed o la cocaína. Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos todos, cumpleaños feliz. ¡Felicidades, mi niño! ¡3 años ya!. Llegarían los regalos de los abuelos, de algún vecino, de sus amigos del cole y… ¿de Natalia? Ella ya no. Ya no la vería, desde que se hubiera casado, nos habríamos ido distanciado. No tengo tiempo, ya quedamos, si eso, otro día para tomar café. Nos encontraríamos en bodas, en funerales, en el médico, en el supermercado o en alguna tienda por circunstancias de la vida, las mismas que escindieron la eternidad de nuestra amistad. Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos, Jose, cumpleaños feliz. Una década que tiene mi niño. ¡Qué viejos nos vamos haciendo!. Discutiría con mi marido en medio de la fiesta, como de costumbre; seguiría con él en mi vida por comodidad. ¿Dónde iba yo con cuarenta años? Ni mi Jose ni mi Laura se merecían ser hijos de padres divorciados. Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos, Laura, cumpleaños feliz. ¡Doce añitos!. Sería su segundo duodécimo cumpleaños (el primero, en casa de su padre y de la zorra de su madrasta).

Continuarían los aplausos de fin de curso de los niños, los veranos llevándolos a la playa y ajustando las proporciones de libertad y autoridad en mi modo de educarlos; trabajaría preparando las clases del próximo curso universitario y los trabajos de investigación; me quedaría en casa optando por la comodidad del sofá, descartando salir de noche o conocer hombres en afters.

Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos, Laura, cumpleaños feliz. ¡Veinte años!. Pero mi hija no soplaría las velas. Estaría Dios sabe dónde, tan perdida como su madre, con tantas posibilidades como yo a su edad. Mi hijo no sabría ahorrar, gastaría, como si el dinero cayera del cielo, y no del bolsillo de su madre. Querría vivir tantas vidas: ser perezoso y trabajador, ser loco y sensato, ser golfo y continente, ser exigente y acomodadizo... Iría dando lecciones morales, despreciando a diestro y siniestro, pero sería la misma mierda que todos: un borrego más sin la valentía suficiente para discriminar lo coherente conforme a sus ideas y acciones de lo accesorio, lo aleatorio, lo propio de otras vidas que no eran la suya. Un desgraciado ansioso por vivir todo sin vivir nada. Como un extranjero en un autobús turístico que no se detiene. No hay peor lluvia para la agricultura que la torrencial, porque esa no sabe qué es atravesar la tierra, crecer en profundidad e intensidad ni qué es nutrir a las plantas, esa solo es veloz, dañina, erosiva, olvidada.

Existir y vivir no son lo mismo, como tampoco lo son vivir mucho y vivir mejor. Se equivocará, seguro. Jose y Laura se equivocarán, serían hermanos hasta que viva y mi dinero descanse en la cuenta corriente. Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos, Martín, cumpleaños feliz. En 2056 mi padre celebraría sus 82 cumpleaños. Mi hermano Miguel y yo discutiríamos continuamente por los cuidados de nuestros padres. Yo quiero vivir mi vida, hermanita, tengo mi familia, mi trabajo y tú estás sola, me diría. «No me llames hermanita en tu puñetera vida. Para ti soy un saco de mierda, eres asqueroso, despreciable, eres como la esquina de un barrio marginal: solo te mereces que te meen y te escupan. Si no lo haces por mí, hazlo por tus padres, ¿así le agradeces todo lo que hicieron por ti?».

Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos, Asun, cumpleaños feliz. Octogésimo sexto cumpleaños. Feliz y último. Por esas fechas mi padre estaría muerto, enterrado y siendo una víctima más, tal y como apuntan las estadísticas, de cáncer, de ictus o de infarto de miocardio. Y yo cada vez más vieja, más canosa y no mucho más sabia frente al espejo. Lo fácil es el bisturí; lo jodido es el trago de vinagre, el tragar la cicuta. El bisturí elimina arrugas, tersa la piel… Sin embargo, la ciencia no ha llegado tan lejos para estirar la vida, realizar un lifting a los desengaños… Y, si lo consiguiera, habría llegado demasiado lejos.
 

La vida pudo ser otra cosa; podría haber sido una de esas ancianas que esperan la muerte pasando las tardes con una vecina, leyendo un libro o concluyendo que la lucha por la eternidad y contra la soledad enajena y, cuando no, alcanza el final de los peces de hielos. «¡Pececillos, vosotros no vais a morir, os lo juro», dije de niña, tras la muerte de mi perro, tras el instante en que descubrí en mí la mirada del miedo y los ojos de la rabia. Cuando el frío te atraviesa, la esperanza de calor es solo eso: esperanza y desengaño.

La vida pudo ser el lienzo del pintor. Pude ser un Velázquez o un Malevich, pero prefiero ser los periódicos y los plásticos que todos colocan con vistas a dejar el techo inmaculado e impoluto el suelo. No, me opongo. La vida está ahí, hay que mancharse, hay que salpicar. Los tachones y las enmiendas de Bécquer en el cuaderno de borradores valen mucho más que la edición más cuidada de sus Rimas.

La vida pudo ser otra; yo, también. No he caído en el error de ser una bicicleta amarrada a la farola. No me he colocado mis propios candados. No he tirado la cerilla encendida a mi propio barril de gasolina. Lo fácil es regalar la libertad; lo complicado es cuidarla a pesar de su carácter escurridizo, de su vulnerabilidad de ángel de mantequilla.

La vida pudo ser otra, si bien el eje habría sido idéntico. Venimos al mundo a recibir mimos y besos (al principio); llegan luego los años de jugar (y se acaban); llegan las dudas y las seguridades de humo de la adolescencia (y el tormento de los padres); llega el amor (o, más bien, su reflejo) y se combina con los estudios y/o el trabajo (y se relega el papel de los amigos); toca plantearse si seguir lo que nuestros padres hicieron con sus vidas, incluso, criticarlo, despreciarlo y rebelarse contra ello (y luego aceptarlo a veces por convencimiento, otras con desdén); se descongela el férreo yo no me casaré, no tendré hijos; quiero ser libre (y no hace falta explicar cómo acaba); llegan los cuarenta años, los cincuenta, los sesenta (y las arrugas y la defunción de los padres); llega la jubilación para viajar y disfrutar de los nietos y, en general, de la familia (pero el cuerpo ya posee menos ganas que fuerzas, o menos fuerzas que salud). Va llegando la muerte y se advierte; llega. Muchos deciden avanzar en ese eje, en esas líneas discontinuas. Sin reflexiones. Con fe ciega. Otros muchos intentan distanciarse (y nunca lo conseguirán). En ocasiones se se alejan y acercan, se alejan y vuelve a acercarse. Pero el eje, la guía, ahí está. Y quienes nunca pisan sus líneas, siempre las tienen presentes. A decir verdad, todos seguimos su estela ya sea para asumirla, ya sea para desafiarla. El magnífico juego de las sustituciones. Hay quienes se casan con una mujer o con un hombre; hay quienes contraen matrimonio con el alcohol y la barra del bar o con la Biblia o con el Código Civil o con… Somos derviches y nuestros giros son siempre de 360º.

Los más sabios en materia de la vida son los niños y los ancianos; los primeros, porque no la razonan y los segundos porque la entienden. No hay manera más rápida de morir que la de tomarse la muerte demasiado en serio. Todo lo que nos rodea va devorando porciones de vida: todo lo que nos rodea está muriendo. Hay otros que han muerto antes. Nadie en la entrada de este teatro nos dijo a qué hora acababa la función. En cambio, sí nos invitaron a disfrutar de lo representado. Cada minuto es un regalo; cada día, un tesoro.

La vida pudo ser otra cosa, y ojalá me hubiese acostumbrado antes a la muerte. Subí una noche a mi cuarto y me encontré treinta esqueletos del aula de biología. Cosas de mi madre. ¿Querría ayudarme a desmitificar a la muerte? No lo sé. Lo cierto es que lo hizo. La valentía de la muerte es un soufflé fanfarrón que se desploma al mínimo contacto con los dientes del tenedor. Repite tantas veces esas seis letras hasta desgastarlas con su poder para tambalearte, con su capacidad para temerlas. Masca esa palabra como un chicle de fresa ácida.


La vida pudo ser otra cosa, pero no lo fue. Fui feliz; lo fui tanto que no podría mencionar ningún momento en que no lo fuera o que no me hubiera conducido a serlo Fui yo misma pero la vida pudo ser otra Lloré reí amé amé dilo antes de que sea demasiado tarde ella ya ha venido ella está aquí por ti te busca no te escondas ese truco ya no te sirve la vida pudo ser otra cosa otra cosa otra cosa muerte muerte muerte muerte muerte muerte muerte muerte muerte muerte muerte muerte muerte la vida pudo ser otra cosa pero no lo fue y así la prefiero la vida pudo ser otra cosa pero me quedo con la mía y la acepto y la agradezco y la celebro la vida es lo que yo he sido

FIN
Gracias por leer


23 DÍAS PARA MORIR. «Aun muertos los hijos de putas lo siguen siendo»

jueves, 21 de mayo de 2015

A las 21.00 se celebra la segunda semifinal de Eurovisión 2015. Ojalá hoy la realización de la ORF mejore ya que el martes estuvieron poco acertados. Pocas puestas en escena (Estonia, Rusia y Georgia) no fueron destrozadas por la realización austriaca. El festival te puede gustar más o menos, lo puedes odiar incluso, pero no hay nadie que pueda decir que su factura sea mala. Esta organizado al milímetro, las puestas en escena están trabajadas... En lo técnica se le pueden reprochar poco. Sin embargo, la primera semifinal fue un desastre. Por ejemplo, cuando el cantante moldavo saltaba la pantalla del suelo debía "agrietarse", pues lo hizo. Es verdad, pero desde el televisor no lo pudimos apreciar, ya que la cámara señaló esto dos segundos después de realizarse. Luego, el belga se tumbaba en el suelo para cantar y en vez de enfocarle desde arriba, no lo hicieron. Planos quemados, abuso del efecto de zoom, etc. Y para más inri, el momento de selección los 10 países careció de emoción: iban a toda velocidad. ¡Qué lejos están estos austriacos de la grandeza de los daneses! Eurovisión ha sufrido una involución tremenda.

LITUANIA: Monika Linkytė and Vaidas Baumila - This Time
Lituania trae un cursi, ñoño y con besos en manos de un dúo de chica-chico sin química entre ellos. Pasará a la final por ser una de las pocas canciones animadas y quizá por marcar la diferencia con los sonidos country. Pasará, pero la canción es bastante mala y en la final seguramente no superará la segunda mitad de la tabla.


IRLANDAMolly Sterling - Playing With Numbers

No puedo negar que sea una buena balada y que Molly le aporta lo que pide la canción. Sin embargo, pasa desapercibida, nadie se acordará de ella a la hora de las votaciones. 


SAN MARINO: Anita Simoncini & Michele - Playing With Numbers

Podría dar la sorpresa San Marino con esta balada y llegar a la final del sábado. Es verdad que suena ñoño, demasiado empalagosa, pero si la escuchas bien, descubres que tiene un encanto en varias partes. Además, según la prensa, tiene un fondo bonito y un realización correcta, eso este año parece ser lo más sorprendente, porque la verdad es que los austriacos se están coronando.


MONTENEGROKnez - Adio


Zeljko Joksimovic, compositor e intérprete que ha cosechado grandes puestos (2º y 3º como intérprete, y 4º y 6º como compositor, ha escrito esta balada balcánica, la típica de todos los años, con cierto encanto, pero nada más, salvo en el último minuto cuando se vuelve más animada y consigue tener algo de lo que carecía hasta entonces: de personalidad. Por esto último, me gustaría verla en la final.

MALTAAmber - Warrior
¿No os parece algo histriónica y estridente? El ritmo tan marcado la hace carne de bottom, y seguramente se podría disfrutar como tapones en los oídos.

NORUEGAMørland & Debrah Scarlett - A Monster Like Me
Una de las favoritas, tanto para los seguidores del festival como en las casas de apuestas. No me extrañaría que ganara, pues puede cautivar tanto al televoto como a los jurados nacionales. Es una canción intemporal, una balada con esencia, un temazo. 

PORTUGALLeonor Andrade - Há um Mar que nos Separa
Portugal no parece implicarse mucho en el festival, parece más un compromiso que otra cosa. Leonor Andrade me despierta simpatía; su medio tiempo pop no está mal, es correcto. Hasta aquí. Habría que ser muy optimista para crear que puede pasar a la final.

REPÚBLICA CHECAMarta Jandová and Václav Noid Bárta - Hope Never Dies
Los checos traen una balada rock con tintes épicos. Un milagro, como el portugués, sería que pasarán, aunque, para ser sincero, no me parecería mal.

ISRAELNadav Guedj - Golden Boy 
El cantante israelí, jovencísimo (si no recuerdo mal tiene 16 años), trae al festival esa frescura propia de la juventud con un tema de pachangueo, festivo, y necesario ante tanta balada. Agita a la audiencia. A menos que las cuestiones políticos lo impidan, como lleva pasando desde hace años, Israel pasará a la final.

LETONIAAminata - Love Injected
Pop, R&B, una gran voz, buena presencia escénica, puesta en escena milimetrada... Es un buena propuesta, sin embargo, no me dice mucho. ¿Qué debe prevalecer la técnica o la emoción? Esta chica destaca por su técnica. En cambio, no veo emoción, es todo artificial, frío... 

AZERBAIYÁN: Elnur Huseynov - Hour of the wolf
El cantante azerí, el primer representante de Azerbaiyán en su estreno en el 2008, regresa con una power ballad, muy del estilo de Queen y totalmente alejada de un aroma azerí. ¿La razón? Ha sido compuesta como siempre hacen los azeríes por compositores suecos. Confieso que este país no me transmite buenas vibraciones, no quiero que regrese el festival a Bakú. Pero, lo cierto es que el tema de Elnur, junto con buen hacer, es de lo mejorcito de esta edición. Deben pasar a la final y estoy cien por cien seguro de que lo hará.

ISLANDIAMaria Olafs - Unbroken 
Con las escuchas ganas y se comienza a intuir su personalidad. En Eurovisión suena a balada genérica (es una balada genérica), ñoña, empalagosa, etc. Claramente no va a pasar, y si lo hiciera, nada bueno diría del ESC.

SUECIAMåns Zelmerlöw - Heroes
De mis preferidos en el Melodifestivalen Mans ha pasado a ser una "pesadilla". Es una canción de originalidad cuestionable. Recuerda a David Guetta, a Avicii... La puesta en escena con los muñecos es la misma que en el festival sueco, solo han cambiado un poco los muñecos. Adivinad por qué. ¡Exacto! Por acusación de plagio. Para ello le han quitado los muñecos un gorro de lana por una boina, y con una especie de mono de trabajo. No creo que merezca ganar como tampoco la SVT organizar Eurovisión 2016. ¿Nadie recuerda el escenario cutre del festival de 2013 o los errores con la infografía?

SUIZAMélanie René - Time to Shine
Un medio tiempo interpretado por una mujer. Una canción estridente que por suerte no pasará a la final.

CHIPREJohn Karayiannis - One Thing I Should Have Done 
Otra balada más (¿cuántas van ya?). Esta parece darle cierto prestigio al festival, tanto como aburrimiento. Seguro que, cuando suene en el Wiener Stadthalle, también sonarán en las casas las cisternas. 

ESLOVENIAMaraaya - Here For You 
Este dúo esloveno trae una de las más agradables sorpresas de esta edición. Puede recordar un poco a Duffy. Por lo demás, no podemos reprocharle nada: evoca los cincuenta o los sesenta y al mismo tiempo suena actual. Es quizá la canción más actual, más contemporánea de este año, junto la de Bélgica. No creo que gane el sábado, pero sí tengo la impresión de quedará más abajo de lo que realmente merece.

POLONIAMonika Kuszyńska - In The Name Of Love
No se puede decir que cante mal, no puedo negar que se trata de una apuesta digna... ¿Cuál es el pero? Lo aburrido y lo escuchada que está. No me gusta. Otro instante "cisternas".

Los 10 países que me gustaría que pasaran
  1. NORUEGA
  2. ESLOVENIA
  3. AZERBAIYÁN
  4. SUECIA
  5. ISRAEL
  6. MONTENEGRO
  7. PORTUGAL
  8. LITUANIA
  9. REPÚBLICA CHECA
  10. LETONIA

Los 10 países que seguramente pasarán
  1. SUECIA
  2. AZERBAIYÁN
  3. NORUEGA
  4. ESLOVENIA
  5. LETONIA
  6. MONTENEGRO
  7. LITUANIA
  8. CHIPRE
  9. PORTUGAL
  10. ISRAEL




 

En cada ataúd siempre se encierra más de un corazón, apuntó Irene en media cuartilla semanas atrás, cuando todavía escribir y hablar resultaban tareas triviales y corrientes, y no irrealizables, como lo eran ahora. Una enfermera trasladó en camilla a Irene, sedada y reducida a un cuerpo que a duras penas respiraba. La esperaban para realizarle diversas pruebas en la planta de abajo. La camilla se detuvo frente a la puerta de un ascensor. Lo llamó la enfermera, atenta a su smartphone y a los wasap que llegaban. La sanitaria se mordía las uñas, incluso cuando pasaban varias de sus compañeras. Un sonido algo estridente avisó de que las puertas se abrían; vio llegar a otra enfermera. Sin mirar el ascensor, con confianza, empujó la camilla para introducir a Irene. ¡Cuidado, no la metas, detente!, gritó la otra. La cabina no había llegado a esa planta. El espacio era siniestramente negro. Fue demasiado tarde. Irene cayó al vacío, a la oscuridad lúgubre del hueco del ascensor. Dio un alarido, un aullido de pánico, de auxilio, de sufrimiento. En shock, la enfermera también gritó con las fuerzas de que Irene carecía. De pronto, la cabina del ascensor se desplomó. «¡Dios mío! ¡La ha aplastado!», exclamó al escuchar cómo los huesos de Irene fueron triturados por la energía potencial de la cabina.

El informe técnico apuntaba a un fallo del patín retráctil de la puerta, y a que, por razones aún desconocidas, la cabina descendió a una velocidad mortal. El sistema de frenos de la primera planta funcionó, empero la posición de la camilla al caer y el propio resorte de contención del ascensor impidieron que Irene bajara más. La cabina le destrozó el cráneo, los pulmones y las extremidades. Acabó aplastada y con la apariencia de la carne separada mecánicamente.

—Hija, ¡¿esto sí que no te lo esperabas?! Se te quitará la cianosis en lo que dura un parpadeo. Un parpadeo mío, porque con un parpadeo de los tuyos daría tiempo para… ¡Para todo!
—Asunción, no puede estar aquí –la interrumpió el embalsamador–. ¿No le parece macabro y asqueroso ver a su hija muerta sobre esta plancha metálica?
—Cerrar los ojos no va a traerme a Irene de vuelta. Me horroriza más mirar mi reflejo en su carne putrefacta, comprobar lo que intento negarme: que la muerte siempre triunfa.
—Y gracias doy a la vida, que en este trabajo siempre hay clientes y lo bueno es que nunca protestan. Mis clientes no tienen sangre en las venas, son unos sosos.
—Pues le están saliendo hilos de sangre por la nariz y por las orejas a mi niña… Echa ambientador, porque entre el formol y la peste que desprende vomito. Y su carita de dolor y de pánico, como la de un inocentón en Magaluf…
—Todo es normal, Asunción. Nadie espera la muerte, la vida sorprende hasta el último segundo. Ahora márchese. Le haré una incisión en la arteria carótida, le extraeré la sangre y le…
—¿Me está amenazando? Me cago en sus muertos, embalsamador, así se lo digo. Que usted se gane la vida vaciando de sangre, vísceras o de mierda a los muertos no me intimida.
—¡Me refería a Irene! Ahora salga. En media hora me traen al siguiente cadáver, y mira cómo tiene la cara su hija. ¡Es carne picada!
—¿Cree que podrá hacerlo? Está demasiado desfigurada… –respondió Asun con palabras entrecortadas–. Ella no quería ser velada a ataúd abierto. Antes carne para insectos necrófagos y animales carroñeros que carne para el morbo, para el deleite de cotillas que, ante el difunto, no saben hacer otra cosa que valorar el maquillaje, el peinado o su ropa.
—Es un reto, Asunción. Los embalsamadores somos los Goya del siglo XXI, aunque por repercusión estaríamos al nivel de esos poetas veinteañeros que publican en blogs y que solo los lee su madre y el gato. Un día de exposición y al hoyo. Lo de tu hija tiene mala pinta. Va a quedar más Saturno devorando a un hijo que La condesa de Chinchón.


Se metió en el coche y regresó a casa, para cerrar los ojos y asegurarse de que todo era fruto de la más macabra pesadilla. Abrazó a Miguel, que la había esperado sentado en las escaleras porque no se atrevía a entrar en casa y sentirse abrumado por los recuerdos. Demasiado dolor sentía ya. Lloró tanto que no podía llorar más; sufrió tanto que… siguió sufriendo. Asun engoló la voz y le dijo: «Cariño. Irene nos entregó su vida y fue feliz, tenemos que agradecerle el gesto, ¿me oyes? No se merece despedirla, ni menos recordarla, con tristeza. Unidos saldremos de esta». Padre, madre y hermano se abrazaron en el portal sin contener las lágrimas, reconociendo su dolor y recomponiendo a Irene, porque ella esté donde esté posee parcelas en esos tres corazones fragmentados de aflicción y con un simple abrazo restauran su imagen, la traen a la vida.

En el tanatorio, al poner los pies en la segunda planta, escucharon música electrónica. La funeraria había cumplido con lo pactado. Con una botella de tila caliente Martín vio el cuerpo de la difunta. Parecía dormida, en paz. Se le antojó que respiraba, que se movía sutilmente y que tarde o temprano despertaría. Pegó un golpe en la pared de impotencia y gritó por qué, por qué. Miguel tardaría un buen rato en verla tras del escaparate, en encarar el otro lado de la vida. Llegaron el resto de futuros muertos: familiares, vecinos, amigos de la familia, amigos de Irene, Roi, gente difícil de situar en el tiempo y con nombre y apellido… «Servíos –les invitó Asun con una alegría artificial–, ¿qué queréis beber? Tenéis refrescos, anís, vodka, whisky, ginebra, licores con y sin alcohol, de todo… Van a traer mojitos».  Asun se sentó en una de las dos tarimas que había y musitó abatida, mas intentando sonreír: «Lo que hay que hacer por una hija». Una chica de no más de veinticinco años, alta, delgada y con tetas –muchas tetas– entró a la sala. También entró un joven esbelto y musculoso e inflado, quizá, por cortesía de esteroides. Ella, un ministerio de silicona, y él, un ayuntamiento de anabolizantes, subieron a sendas tarimas y derrocharon tanta sensualidad como estupefacción, tanto encanto como extrañeza.

Gente expresando sus condolencias a los padres de Irene, gente consolando a Miguel, o bailando, o empinando el codo… La concurrencia bebía, bailaba y, quien no lograba prodigar un gozo trucado salía al baño, recorría los pasillos o buscaba excusas para ausentarse en lo que dura un llanto eterno. El calor y el ruido restaban nitidez a los ojos. Había niebla, confusión, como la calima en el mes de agosto. Personas entrando y saliendo, saludando y despidiéndose; la multitud nunca era la misma, sin embargo el número no variaba.

Serían las cinco de la tarde cuando los padres escribieron desolados el capítulo que su hija nunca pudo redactar. Sentados en un sofá confortable en un instante que poco o nada tenía de eso.
—Cariño, se nos fue… Se nos fue…
—Dime, Asun, que esto es una pesadilla. Despiértame. Hace nada la tuve entre mis brazos. ¿Te acuerdas? Dime que sí.
—Sí.
—Recién nacida la cogía con miedo por si se me resbalaba, por si le quebraba algún huesecillo… Era tan vulnerable, aunque albergaba tanta vida… Soñaba con el día en que me llamara papá esa criatura que tenía tanto de mí y desbordaba tanta energía, y chorreaba tanta magia. Cerraba los ojitos, apenas los abría… Lloraba, comía y dormía, mientras yo imaginaba un futuro a su lado hasta que ella me enterrara, se despidiera de mí para siempre y…
—Tenemos que escribir el capítulo 2 días para morir. En primera persona para mantener los rasgos de los 58 anteriores. No, mejor en tercera. Mientras lo escribo, puedes leer esta hoja que dejó olvidada en la guantera del coche –se la tendió.
—De acuerdo. ¿Y el último capítulo?
—Lo tenemos en su portátil. Ella me dijo que lo fue escribiendo poco a poco, editando, modificando y tachando palabras, párrafos y el enfoque a medida que su percepción del mundo cambiaba. No lo he leído. Ahora me preocupa más superar con el penúltimo el 11 días para morir, el mejor de todos.

El alcohol invadía el sistema nervioso como los familiares más salidos y babosos incordiaban a los gogós, introduciendo billetes en el elástico del tanga, pretendiendo palpar pectorales o desnudando a la pobre bailarina. En tanto las tarimas se revelaban como alegorías de Alsacia y Lorena en tiempos de menor paz internacional, Martín leyó despacio y aferrándose al estoicismo de un papel cada vez más húmedo por la acción de las lágrimas. Era un descarte del capítulo XV, dejado en la estacada ante el peligro del olvido, mas no por ello menos pertinente.


«En cada ataúd siempre se encierra más de un corazón, eso sí, pocos lo saben. No lo saben, porque viven con los ojos vendados, jugando a la gallinita ciega en una sala abandonada. Nadie. No hay nadie, quizá, la fetidez del pesimismo, el tufo de un encierro voluntario y la sospecha infecta de que los demás conspiran contra uno. También hay quienes mueren sin descubrir que fueron amados, porque no descubrieron el amor, sino sucedáneos peligrosos como la dependencia, los celos y el modus vivendi del ceder.

Sé que no moriré sola; una parte de los que me han acompañado en mi residencia terrenal, también, lo hará. A veces, incluso me emociono y lloro de pura alegría –la causa más noble– al contemplar que sí he sabido entender este juego, que sí he sabido amar y fluir, aunque no tanto como hubiera deseado, y que he gastado este viaje con las personas adecuadas. Cuando miro a mis padres, a mi hermano, a mi familia, a mis amigos y a todos aquellos a los que quiero, me atraviesa una luz de los pies a la cabeza. Satisfacción, felicidad o plenitud. Llámala como quieras. Lo importante es que me eleva de tal manera que necesito gritarle al mundo lo feliz que me siento, la alegría de haber entendido las reglas del juego de la vida, donde el manual de instrucciones no existe, porque, si existiera, solo podría ser escrito por los difuntos, los únicos que han jugado en los dos bandos».

—Esto es miel para mí, cariño.
—Me alegra que te encuentres algo mejor, Martín.
—¡Eso nunca! Irene está muerta: no puedo sentirme mejor.
—Quería consolarte. Hablas de miel.
—No hay miel suficiente para tanta tristeza y sería mal padre si me sintiera bien.
—¡Yo también la quiero! Hay otras maneras de expresar el dolor más allá del llanto. Solo digo que temo que con tanto sufrimiento acabe estancada en el pasado. Quiero mirar hacia delante, pero ante mis ojos solo veo un muro de hormigón. No sé cómo superarlo.
—Yo tampoco. Dicen que el tiempo lo cura todo, que saldremos de esta, pero ¿y si nos olvidamos de ella? Me llenaría de angustia levantarme una mañana y no pensar en Irene u olvidarme de su voz y de su mirada.
—Ya he escrito el capítulo 2 días para morir. Te lo leo. «Irene ha muerto».
—¿Ya? ¿Solo tres palabras?
—Detrás de esas palabras hay mucho mensaje. Y no me apetece compartir mi intimidad. También quiero guardarme este instante. Deberíamos entregarnos más a menudo a nosotros mismos.

Por la noche en la cafetería del tanatorio cenaron empanadillas rellenas de tristeza, de rabia y de culpa, también ensaladilla rusa guarnecida de ansiedad y autorreproches y algo de lechuga mustia aliñada con confusión, dificultad para respirar e intrusivas imágenes mentales de la muerta. El agua fresca les secaba aún más la boca. Cuando no miraban al suelo, miraban las mesas vacías o la entrada buscándola hasta creyéndola ver. Cuando no miraban los rincones deshabitados, cerraban los ojos y la llamaban con el pensamiento, sintiendo incluso un abrazo en el alma de una Irene marchita y maniatada con las esposas de la igualadora. Mas solo era una sensación. Nunca miraban los platos, como tampoco se miraban entre ellos.

Subieron a la sala apretando bien la mano de Miguel o, más bien, Miguel subió a la sala apretando las manos de ellos.
—Hijo, ¿estás preparado de verdad para ver a tu hermana?
—Sí, papá.

Dio un paso más. Frente a frente a la plancha de cristal, y a la difunta.
—Hermanita, ¡te lo dije! Te dije que, si te llamaba la muerte, no le abrieras la puerta –Miguel temblaba.
—Hijo, pero…
—No se le parece mucho… Yo creo que no es Irene, tiene la boca algo rara y la piel…
—Es ella, Miguel. No va a volver.

El pequeño enfiló hacia la casa de unos familiares, de la mano de una señora que transmitía el privilegio de poseer alegría, aunque acartonada. No mucho más tarde las plañideras comenzaron a largarse a cuentagotas dejando los sillones de piel sintética aún algo aplastados por el efecto de sus pesadas nalgas. El ambiento tornó silencioso, si bien persistía en su frialdad y en su deshumanización. La única vida que se percibía en aquella estancia no eran los padres de Irene y cuatro sombras más, sino las coronas de flores alrededor del ataúd. Pretendían dormir, sin embargo, su sueño podía competir con la duración de un parpadeo. No por cerrar los ojos se consigue adormecer la culpa irracional y el pude hacer más por ella y el debía haberla llevado al médico mucho antes.

En el funeral laico, a la mañana siguiente, el duelo gravitaba sobre los dolientes. Al igual que Martín, Miguel, alguien más de la familia y una amiga de Irene, Asun pronunció unas palabras en honor a la difunta al tiempo que mascaba un chicle de aflicción y de alivio. Inagotable, insípido.

«Mi hija ha muerto. Es duro, es harto difícil decirlo sin sentir rabia, impotencia y un nudo cruel en la garganta, es, además, imposible visualizarlo, hacerme a la idea y confiar en que algún día lo superaré. Agradezco vuestro apoyo, vuestro cariño, aunque eso no me la traerá de vuelta. Por lo visto, tendré que acostumbrarme a hablar de ella en pasado, a pesar de integrarla en mi presente. Irene fue buena hija, mejor hermana, y mucho mejor persona. También cabezota, algo vaga, a ratos insoportable y demasiado soñadora. Y aunque tenía motivos para escupirle y patearle la espina dorsal a la vida, la amaba. Luchó. Me consta que fue feliz; ese es mi consuelo, un delgado cojín en una cama de clavos.

»A carcajadas me reía cuando mi hija decía que el ser humano es un caracol que arrastra un caparazón más pesado y más despótico que un flotador de plomo: la conciencia, la mente y las cadenas que nos atan a ella. Podría engañarme y afirmar lo contrario a lo que siento, de lo que sufro, sin embargo, solo existe la soledad. Tú albergas soledad, el otro alberga otra soledad; somos suma de soledades. En nuestra soledad vanidosa se aloja el querer ser diferentes, aunque, para bien o para mal, somos idénticos: contenemos la misma esencia.

»Una vez leí un poema de César Vallejo que decía así: «Cuando alguien se va, alguien queda. El punto por donde pasó un hombre, ya no está solo. Únicamente está solo, de soledad humana, el lugar por donde ningún hombre ha pasado». De este modo, Irene se va, pero Irene se queda en mí y en cada uno de nosotros, porque ella, la soledad humana y la muerte tan eternas son como Catulo y Borges, como el agua y el aire. Ninguno de nosotros correremos mejor suerte. Mi sufrimiento, mi amor hacia mi hija e, incluso, mi humor negro tienen los días contados, eso sí, no desaparecerán de la Tierra antes que mi último suspiro».

Juraría que cuando abandonó el atril, miró a la concurrencia y espetó un «aplaudan, coño, aplaudan».

El duelo persistiría mucho tiempo en casa de los Meroño. No hay amigo más leal que el sufrimiento. Recorre autopistas, sobrevuela los tejados, se enquista en las entrañas y rodea los coches fúnebres. En el cementerio bajaron del coche a la difunta. En torno a ella, un círculo de dolientes. Apartándose con las mangas del uniforme el sudor, los sepultureros seguían cavando un hoyo cada vez más profundo. En el relativo silencio que permiten los llantos, las respiraciones vehementes y los mocos siendo sonados, la caja se acercó a la sepultura. Comenzó a descender, descendía, descendía… Descendió.

Un sepulturero, cincuentón, quemado por el sol indolente, nada pudoroso, y no menos relamido, interrumpió lo trágico de los acontecimientos.
—Súbase los pantalones por lo que más quiera, hombre, que le estamos viendo la raja del culo –exclamó muerto de asco Carlos.
—Y encima es que no es un calvo, es la cresta de un punky. Depílese, depílese, que a este paso solo se va a acostar con cadáveres –dijo Asun.
—Me los subo, perdón. Ya le vale a usted, en el entierro de su hija y soltando todas esas locuras.

IRENE MEROÑO (1995-2015) A los 19 años, porque en la vida no siempre hay escaleras o porque a menudo solo hay ascensores. Tu familia y tus amigos no te olvidan.


1 DÍA PARA MORIR. Estreno MAÑANA a las 16.00

23 DÍAS PARA MORIR. «Aun muertos los hijos de putas lo siguen siendo»