Esta noche se celebra la gran final de Eurovisión 2015. Ese "gran" no va por la realización ni por la ORF que se ha coronado de gloria con una edición muy por debajo de la media de los últimos años. Ese "gran" se debe a lo reñidas que van a estar las votaciones. Suecia, Rusia, Italia, Bélgica y Australia, en este orden, parten como claras favoritas para alzarse con la victoria según las casas de apuestas y muchos foros. Estos pronósticos no parecen descabellados, pero lo cierto es que ganara Estonia, Noruega o Letonia no parecen cosa de ciencia ficción. Si habéis llegado a mi blog buscando información, supongo que conoceréis http://www.eurovision-spain.com/. En esta fantástica página donde sus responsables suben hangouts con sus impresiones sobre los ensayos o sobre los sentimientos hacia las diferentes candidaturas que estas despiertan entre la prensa acreditada en Viena o el público en general. Opinan sin dejarse llevar por un patriotismo tonto o por cualquier pasión, sino que dentro de lo posible siempre tienden a la objetividad. Esto a veces les lleva a recibir comentarios desafortunados por parte de sus usuarios, totalmente fuera de lugar, pues gracias a ellos podemos sentirnos un poco como si estuviéramos allí en Viena. Lo que quería decir con esto es que os recomiendo esa página para estar bien informados, para conocer más información sobre la historia del festival (la sección historia es una maravilla), etc.
A continuación, voy a dar mi opinión sobre las candidaturas finalistas del Big 5, Australia (país invitado) y Austria (país anfitrión).
FRANCIA: Lisa Angell - N'oubliez pas
Por mí, que gane. Me encantaría un París 2016, después, por supuesto, de Madrid 2016. La cantante francesa trae una balada con una apuesta en escena simple pero efectiva con un fondo de pueblo destruido que poco a poco se va reconstruyendo... El momento soldados tocando el tambor también es enorme. La voz de la cantante es magnífica, quizá la mejor de toda la edición. Francia no ganará y no porque su balada suele algo clásica (podría haber sido la candidatura de Francia en los años setenta perfectamente), sino porque es país infravalorado en el festival, a pesar de arriesgar cada año y apostar siempre por la elegancia a la par que por cierta "excentricidad". Quedará en la mitad de la tabla.
REINO UNIDO: Electro Velvet - Still in Love with you
Todo muy swing, estilo años veinte con una chispa actual. Es demasiado hortera, kitsch... Espero que estrene el último puesto porque es difícil saber si UK está de coña con este tema o va en serio. Prefiero pensar que es todo una broma. Parecen que los periodistas en el primer ensayo se rieron a carcajadas de la canción y la puesta en escena. Es demasiado mala. Estridente. Realmente es una pena pues me gustaría ver un Londres 20... lo antes posible. Si Reino Unido quisiera ganar, seguro que lo lograría con apuestas serias y contundentes y no con esto.
AUSTRALIA: Guy Sebastian - Tonight Again
A priori no me hizo gracia que participaran los australianos. ¿Eso no es cargarse la esencia del festival? Sin embargo, el tema es festivo, alegre, optimista, está magníficamente defendido por Guy Sebastian y supone un buen contraste entre tanta balada anodina. Fácilmente hará un top 10 o, incluso, un top 5, pero ganar no.
AUSTRIA: The Makemakes - I Am Yours
La sombra de los Beatles es alargada. Tiene ese aire de las grandes baladas de Lennon, aunque con un estilo algo más hippie. Si sus autores la hubieran parido cuarenta años antes, sería un clásico, pero llega tarde. Austria quedará probablemente alrededor del decimoquinto puesto. Por cierto, que Austria no gane hasta dentro de unas tres décadas, o nunca, menudo festival más decepcionante.
ALEMANIA: Ann Sophie - Black Smoke
La frescura y la gran aportación a esta edición de Ann Sophie recuerdan a Lena en Oslo 2010, sin embargo, verla alzar el ansiado micrófono de cristal es totalmente improbable. Alemania siempre queda en tierra en nadie y es una pena porque ofrece calidad y, dicho sea de paso, organizaría un festival de quitarse el sombrero como el Düsseldorf 2011.
ESPAÑA: Edurne - Amanecer
España actúa en el puesto 21, un gran puesto que puede favorecernos en las votaciones. Esto, sin duda, es una pequeña ayuda ante el desastre de la realización austriaca. Es cierto que en algún momento pensé que España podría quedar en el top 3 con esta especie de medio tiempo épico y con cierto misticismo al estilo Frozen de Madonna, en cambio, ahora veo complicado el triunfo, incluso quedar en el top 10. De hecho, no descartaría quedar de los diez últimos, eso sí sin merecerlo. Edurne canta estupendamente, baila e interpreta con la misma solvencia, y se nota que detrás de su incuestionable belleza hay una currante nata. Giuseppe di Bella la acompañará en el escenario, y eso es una buena noticia, tanto como lo es que Miryam Benedited y Gestmusic estén detrás de la puesta en escena. Todo son grandes noticias, salvo una: la ORF está detrás. Es la "mano negra". Es una incógnita porque destaca pero sobre todo por tener algo de barroca (este año predomina el minimalismo, el menos es más) y por haber sido más apropiada en los dosmiles.
ITALIA: Il Volo - Grande amore
Canto lírico muy Il Divo, aunque tiene algo de juvenil, básicamente porque son una boyband española. No es el no va más. Eso sí: ojalá gane este país porque me gustaría descubrir una edición italiana del festival, y la verdad es que hay posibilidades: el jurado les dará la mayoría de 12 y el televoto también les dará las calificaciones más altas. ANÁLISIS DE LA PRIMERA SEMIFINAL: http://elacantiladodelaspalabras.blogspot.com/2015/05/eurovision-2015-primera-semifinal.html
La
vida pudo ser otra cosa, pero no lo fue. Las ciudades son confluencias de
caminos y carreteras, sin embargo, solo poseo un par de pies. Ubicuidad, no
tuve en el reparto de dones. Tantas calles como parejas de carótidas todavía
contratadas. La variedad infinita de trayectos es abrumadora. ¿Qué me llevará
hasta el final de la calle? ¿Y si hubiera tomado otra? ¿Giro a la izquierda?
Debo detenerme. No puedo hacerlo. Alguien me espera. Perdí el mapa. ¿Cuánto
falta para llegar a Roma? Había cerrado los ojos: me perdí los Pirineos. ¿Habremos
pasado ya el Ródano? Nubes espesas, infranqueables. Nadie parece escucharme. No
me comprenden, o no los entiendo. No puedo quedarme dormida: tengo que ver los
Alpes. Estoy en Roma.
De
mi mano colgaban muchos destinos, pero a veces las carreteras están cortadas.
Me precipito como el péndulo de un reloj al desterrarlo de su engranaje. En su
oscilar se barrunta el presagio de la eternidad que poseen una caja de
cerillas, el efecto de la vacuna del tétanos o el color y el brillo de un
cartel publicitario de sol a sol. La Tierra es la sepultura de las expresiones
fervorosas de amor eterno; es, también, la fuente de los libros con páginas
blanquísimas que devienen en amarillas. Las cajas de bastoncillos, como el
tóner de la impresora, parecen eternas, inagotables; en verdad, no lo son.
Entro
en la librería. Las estanterías están repletas de libros de cualquier género,
aunque de muy distinta calidad. Los best-sellers a primera vista, a la mano, en
la entrada con eslóganes llamativos y atractivas portadas rompen el tablero
editorial… Durante unos meses. Luego la inmensa mayoría se olvida. Caduca
presurosa al igual que la canción del verano de 2001. ¿Cuál era? ¿Alguien se
acuerda? Me sumerjo en los pasillos solo aptos para ratas de biblioteca.
Traspaso el lugar cómodo. Rehúyo de las campañas de marketing, quiero ir más
allá de los destacados. No queda más
remedio que trabucar el confort, mover los dedos y meterme en travesías de
barro. Busco, me siento perdida bajo esta luz blanca cegadora. Me asfixia.
Quiero salir de la librería. Tomar el aire. ¿Cuántos libros geniales nunca vas
a leer porque no sabes que existen? ¿Cómo dar con ellos? ¿Cómo ampliar tus
miras tras el estante de best-sellers? ¿Cuántos libros quedan escondidos por el
poder de la chequera? La búsqueda es el único resuello que puedo introducir en
mi cuerpo trémulo.
A
mi espalda queda la librería. Me habría gustado sumar al catálogo mi libro (en
un blog, por nada en el mundo). Quizá el primero sea el postre, quizá se
produzca cuando entregue la cuchara. 60
días para vivir será el título –¡qué complicado es elegirlo, resumir el
electrocardiograma de mi espíritu!–. Hablar es mentir. Las palabras son los
peleles de los cuerpos con obesidad mórbida. Nunca dan la talla.
Algunos
clientes del bar aún toman el aperitivo. Echan sus partidas de naipes. Reparten
la baraja, cada uno toma su rol y, convencidos de su futurible victoria,
apuestan sus ahorros. Demasiados derrotados, un solo vencedor. Barajan. El rey
de copas es de otro; el as de oros ha cambiado de mano… Con las demás cartas,
ídem. Comienzan privando de flores a sus difuntos montones de naipes, a sus
anteriores jugadas. No existen, al parecer. Á auga de correr e ós cans de ladrar, non llo podes
privar. El recuerdo se sepulta bajo capas de presente. Al final todas
las cosas son iguales,
como el dorso de las cartas. Sedimento.
Las imágenes
de aquella tarde en el parque de atracciones llaman a la puerta de mis
pensamientos. Por cortesía, nada más: no piden permiso, o lo dan por hecho. Se
abren las puertas. Entran. Me siento maravillada por las luces, los atractivos
visuales, los carteles, los anuncios en lenguas desconocidas, los ruidos, el
bullicio, el megáfono. Yo, grano de mostaza donde los haya, doy pasos de
hormiga por un universo inabarcable, por ese gran recinto de… A la derecha, la
noria… Allí, una montaña rusa… En el fondo, la caída libre… Y solo estoy a dos
pasos de la entrada. Tengo que descubrirlo todo: las atracciones mecánicas, los
espectáculos, las tiendas, los restaurantes, los puestos ambulantes, los
jardines… Hay demasiados para un solo día, para unas horas. Tengo que vivir al
máximo la experiencia. No habrá más oportunidades. Corro. Mi impaciencia me
hace intolerante a las colas: los ratos de espera destruyen posibilidades. No
te preocupes, Irene: seguro que te da tiempo. ¡Me quedaría a vivir aquí para
siempre! Mamá, ¿podremos volver? No, dice que no. Horas después, me siento
plena, siento la felicidad extrema, la adrenalina. Sospecho que antes o después
caeré de la montaña rusa. No me ha dado tiempo a recorrer el recinto. ¿Qué
habrá detrás de esa puerta? Veo una capa de hielo en el coche de mi padre.
Impecable en su superficie, aunque el desenlace es previsible con su escaso
grosor. Mejor será que piense en otras cosas. El parque de atracciones es ya
historia, y debe serlo. Sigamos el camino.
La vida pudo
ser otra. Pude haber sido una hippie, una choni, una pija, una borracha, una
rebelde, una monja, una ministra, una madre coraje, una drogata, una rocker, una artista de éxito, una
modelo, una tenista admirada, una lesbiana, una grupi, una funcionaria borde
(valga la redundancia), una humanista... No participé de estas vidas, sin
embargo, las conozco en el fondo de mi ser, por su inevitable desgaste, y por
el mío propio. Los infinitivos son infinitos, aunque inútiles por sí mismos. Yo
quise ser uno de ellos. Amar, follar o sentir, si tuviera el privilegio de escoger. Pero nací siendo
gerundio. Y los gerundios siempre acaban siendo participios. Es su naturaleza.
Como se va consumiendo una botella de orujo sin abrir en casa del abstemio.
También pude
haber sido una rueda de neumático, la suela de mis zapatos, el hilo de
wolframio de una bombilla tradicional, la pintura fresca de un banco del
parque, el grafito del compás en una lección de circunferencias, una esponja
íntegra y colorida, los filamentos de mi cepillo de dientes, un charco de
cemento temiendo el paso de los humanos… Vividos poco, nada tienen de útil los
largos días.
La vida pudo
ser otra, y puedo imaginarla. Ingenua sin amuletos de hierro y bronce,
despojada incluso de la necesidad de armadura, a mis diecinueve años, habría seguido
en la universidad, alternando periodos de vagancia extrema con fines de semana en
discotecas y garitos de moda. Considerando a mis padres unos anticuados, unos
trasnochados, que no supieron divertirse; creyendo que las generaciones jóvenes
éramos diferentes. Habría seguido bebiendo, ligando y prometiéndome frenar mis
impulsos antes de que el alcohol me subiera a la cabeza y acabara comprobando
al día siguiente que siempre puede haber una resaca peor. Llegarían las
Navidades y, luego, mayo, y, después, septiembre, y empezarían los
arrepentimientos (y sus “debería haber empezado a estudiar mucho antes”).
Terminaría la
carrera, con más novios a la espalda y no muchos menos por delante. Rompería
con ellos, porque no habría ninguna que me satisficiera al completo. Todos
tendrían fallos, y yo habría creído que merecería un hombre mucho, mejor, a mi
altura. Es fácil ser alta con tacones. Por esas fechas, allá por el 2017,
comenzaría a plantearme la vida en serio, o tal vez diría: “Soy joven, aún
tienes tiempo, Irene”. Eso es lo que hacen todos.
La vida pudo
ser otra, pero, de todos modos, no habría querido seguir el mismo camino que
mis padres, que mis abuelos, que la tradición. Por los euros en la cuenta
corriente, por las facturas a fin de mes, por los bonos o los descuentos en el
supermercado me habría dejado llevar mucho menos que por los billetes de tren,
de avión, de barco, por la mochila a la espalda, por mi coche con su depósito
lleno, por el viaje… Habría descubierto mucho mundo. Pekín, Buenos Aires, Nueva
York… Ambiciones cosmopolitas, pasaportes de libertad. Habría jurado una y otra
vez que no seguiría al rebaño, desterrando de mi existencia el esquema estudios–trabajo
fijo–casa en propiedad–boda–maternidad–jubilación–muerte. ¿Cómo soportar el
peso de las obligaciones y las responsabilidades frente a los placeres de estar
viva? ¿Cómo soportar tantos deberes? ¿Por qué no luchar por una parcela de mi
voluntad? ¿Por qué debo aceptar los límites que me han impuesto?
Mientras me
rebelara contra el mundo, contra el sistema y contra lo inevitable, mi hermano
seguiría creciendo, convirtiéndose en granos de pus, acné y hormonas jacobinas
concentrados en su cuerpo. Mis padres comenzarían a dar síntomas de vejez. Las
arrugas, los senos caídos de mi madre, la menopausia… El pelo canoso, el mal
humor, las patas de gallo de mi padre, las ojeras… Empezaría a ser consciente
de que dentro de unas décadas se marcharían… Me aterrorizaría pensar en abrir
un día los ojos, buscarlos por la casa y encontrar no más que silencio. Ver sus
números de teléfono en la guía y concluir que las llamadas y los mensajes
enviados nunca serían recibidos. Quedarían sus fotos en el ordenador,
en el álbum, en la pared (colgando de alcayatas muy cansadas, agotadas),
quedaría incluso su recuerdo o la sensación de tenerlos cerca, pero ni el
papel, ni las impresiones ni los bytes
me permitirían abrazarlos, hablarles y escucharlos decir que al nacer
yo una nueva puerta de amor se abrió en sus corazones.
La vida pudo
ser otra cosa, pero siempre habrá formas que nacen para romperlas. El papel de
regalo, los fusibles, las bombas, la cinta en una ceremonia de apertura, el
filtro de papel de la cafetera, el himen, el abre fácil de una lata, la corbata
del novio en una boda rancia o la estrella del Mercedes. Cuando estoy perdiendo,
es cuando soy más consciente de todo lo que nunca voy a ganar. Siendo honesta,
diré que a veces sospechaba que, tarde o temprano, acabaría escarmentando, que
sería menos perra, cuando llegara una desgracia; ahora descubro que esa
desgracia es la que vivimos cada día. Que la mayor desdicha es que te amordacen
la gloria escasa y el comportamiento ejemplar. Los locos y los zombis no son
los que viven a sus anchas y pretenden satisfacciones mayúsculas, sino los que
huyen echándose atrás, o quedándose quietos. Son sus propios Caronte en sus
barcas varadas cruzando aquel río.
Mi hermano
comenzaría a ir al gimnasio a poner cachas, para sumar una ventaja más en la
seducción, para sentirse mejor o, simplemente, para no ser mañana uno de esos
que lucen sus barrigas abultadas por activa o pasiva. Se sentiría el dios del
mundo y creería ver en los demás la cara de la envidia y la desgracia. Hasta
caer. Pero antes de eso, me casaría con un buen hombre, rico, inteligente,
bienquisto, si bien carente de una mirada seductora, de picardía y de un
compromiso más allá de la firma de los papeles de la hipoteca. Yo no lo querría
tanto, aunque le trataría bien. Los invitados nos darían tirones de orejas y
bromearían. «¡Que al final has pasado por el aro!». Me pedirían el dudoso
placer de realizar una serie de bailes ridículos, y fingiría ser plenamente
feliz. ¿Hasta cuándo te vas a seguir
engañando creyendo que vives al máximo? Otros beben alcohol para olvidar; yo
tal vez tragaría cicuta hasta acostumbrarme a que la plenitud y la vida de
cuento de hadas son, en realidad… Déjalo estar, no quiero amargarte. La vida,
pese a todo, merece la pena. Temer el
empujón guarda en su interior más sufrimiento que el propio empujón. Las jeringuillas
son menos dolorosas cuando atraviesan la piel.
Más allá de
2025, en la sección de maternidad tendría en mis brazos a mi primer hijo con el
gozo y el temor que implica ser madre primeriza. Luego vendría la niña.
Llegarían los días de la madre, los cumpleaños con sándwiches de Nocilla,
piñata y tarta de la abuela. Cumpleaños
feliz, cumpleaños feliz, te deseamos todos, cumpleaños feliz. ¡Felicidades,
cariño, ya tienes un añito!. Ese año Miguel estaría viajando por el mundo,
ilocalizable, seduciendo a mujeres, conociendo mundo o amando, por encima de su
hermana olvidada, el speed o la
cocaína. Cumpleaños feliz, cumpleaños
feliz, te deseamos todos, cumpleaños feliz. ¡Felicidades, mi niño! ¡3 años ya!.Llegarían los regalos de los abuelos,
de algún vecino, de sus amigos del cole y… ¿de Natalia? Ella ya no. Ya no la
vería, desde que se hubiera casado, nos habríamos ido distanciado. No tengo tiempo, ya quedamos, si eso, otro
día para tomar café. Nos encontraríamos en bodas, en funerales, en el
médico, en el supermercado o en alguna tienda por circunstancias de la vida,
las mismas que escindieron la eternidad de nuestra amistad. Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te
deseamos, Jose, cumpleaños feliz. Una década que tiene mi niño. ¡Qué viejos nos
vamos haciendo!. Discutiría con mi marido en medio de la fiesta, como de
costumbre; seguiría con él en mi vida por comodidad. ¿Dónde iba yo con cuarenta
años? Ni mi Jose ni mi Laura se merecían ser hijos de padres divorciados. Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te
deseamos, Laura, cumpleaños feliz. ¡Doce añitos!. Sería su segundo
duodécimo cumpleaños (el primero, en casa de su padre y de la zorra de su
madrasta).
Continuarían
los aplausos de fin de curso de los niños, los veranos llevándolos a la playa y
ajustando las proporciones de libertad y autoridad en mi modo de educarlos;
trabajaría preparando las clases del próximo curso universitario y los trabajos
de investigación; me quedaría en casa optando por la comodidad del sofá,
descartando salir de noche o conocer hombres en afters.
Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos, Laura,
cumpleaños feliz. ¡Veinte años!. Pero mi hija
no soplaría las velas. Estaría Dios sabe dónde, tan perdida como su madre, con
tantas posibilidades como yo a su edad. Mi hijo no sabría ahorrar, gastaría,
como si el dinero cayera del cielo, y no del bolsillo de su madre. Querría
vivir tantas vidas: ser perezoso y trabajador, ser loco y sensato, ser golfo y
continente, ser exigente y acomodadizo... Iría dando lecciones morales,
despreciando a diestro y siniestro, pero sería la misma mierda que todos: un
borrego más sin la valentía suficiente para discriminar lo coherente conforme a
sus ideas y acciones de lo accesorio, lo aleatorio, lo propio de otras vidas
que no eran la suya. Un desgraciado ansioso por vivir todo sin vivir nada. Como
un extranjero en un autobús turístico que no se detiene. No hay peor lluvia
para la agricultura que la torrencial, porque esa no sabe qué es atravesar la
tierra, crecer en profundidad e intensidad ni qué es nutrir a las plantas, esa
solo es veloz, dañina, erosiva, olvidada.
Existir y
vivir no son lo mismo, como tampoco lo son vivir mucho y vivir mejor. Se
equivocará, seguro. Jose y Laura se equivocarán, serían hermanos hasta que viva
y mi dinero descanse en la cuenta corriente. Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos, Martín, cumpleaños
feliz. En 2056 mi padre celebraría sus 82 cumpleaños. Mi hermano Miguel y
yo discutiríamos continuamente por los cuidados de nuestros padres. Yo quiero vivir mi vida, hermanita, tengo mi
familia, mi trabajo y tú estás sola, me diría. «No me llames hermanita en tu puñetera vida. Para ti
soy un saco de mierda, eres asqueroso, despreciable, eres como la esquina de un
barrio marginal: solo te mereces que te meen y te escupan. Si no lo haces por
mí, hazlo por tus padres, ¿así le agradeces todo lo que hicieron por ti?».
Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos,
Asun, cumpleaños feliz. Octogésimo sexto
cumpleaños.Feliz y último. Por esas
fechas mi padre estaría muerto, enterrado y siendo una víctima más, tal y como
apuntan las estadísticas, de cáncer, de ictus o de infarto de miocardio. Y yo
cada vez más vieja, más canosa y no mucho más sabia frente al espejo. Lo fácil
es el bisturí; lo jodido es el trago de vinagre, el tragar la cicuta. El
bisturí elimina arrugas, tersa la piel… Sin embargo, la ciencia no ha llegado
tan lejos para estirar la vida, realizar un lifting a los desengaños… Y, si lo
consiguiera, habría llegado demasiado lejos.
La vida pudo
ser otra cosa; podría haber sido una de esas ancianas que esperan la muerte
pasando las tardes con una vecina, leyendo un libro o concluyendo que la lucha
por la eternidad y contra la soledad enajena y, cuando no, alcanza el final de
los peces de hielos. «¡Pececillos, vosotros no vais a morir, os lo juro», dije
de niña, tras la muerte de mi perro, tras el instante en que descubrí en mí la
mirada del miedo y los ojos de la rabia. Cuando el frío te atraviesa, la
esperanza de calor es solo eso: esperanza y desengaño.
La vida pudo
ser el lienzo del pintor. Pude ser un Velázquez o un Malevich, pero prefiero
ser los periódicos y los plásticos que todos colocan con vistas a dejar el
techo inmaculado e impoluto el suelo. No, me opongo. La vida está ahí, hay que
mancharse, hay que salpicar. Los tachones y las enmiendas de Bécquer en el
cuaderno de borradores valen mucho más que la edición más cuidada de sus Rimas.
La vida pudo
ser otra; yo, también. No he caído en el error de ser una bicicleta amarrada a
la farola. No me he colocado mis propios candados. No he tirado la cerilla
encendida a mi propio barril de gasolina. Lo fácil es regalar la libertad; lo
complicado es cuidarla a pesar de su carácter escurridizo, de su vulnerabilidad
de ángel de mantequilla.
La vida pudo
ser otra, si bien el eje habría sido idéntico. Venimos al mundo a recibir mimos
y besos (al principio); llegan luego los años de jugar (y se acaban); llegan
las dudas y las seguridades de humo de la adolescencia (y el tormento de los
padres); llega el amor (o, más bien, su reflejo) y se combina con los estudios
y/o el trabajo (y se relega el papel de los amigos); toca plantearse si seguir
lo que nuestros padres hicieron con sus vidas, incluso, criticarlo,
despreciarlo y rebelarse contra ello (y luego aceptarlo a veces por
convencimiento, otras con desdén); se descongela el férreo yo no me casaré, no tendré hijos; quiero ser libre (y no hace falta
explicar cómo acaba); llegan los cuarenta años, los cincuenta, los sesenta (y
las arrugas y la defunción de los padres); llega la jubilación para viajar y
disfrutar de los nietos y, en general, de la familia (pero el cuerpo ya posee
menos ganas que fuerzas, o menos fuerzas que salud). Va llegando la muerte y se
advierte; llega. Muchos deciden avanzar en ese eje, en esas líneas
discontinuas. Sin reflexiones. Con fe ciega. Otros muchos intentan distanciarse
(y nunca lo conseguirán). En ocasiones se se alejan y acercan, se alejan y
vuelve a acercarse. Pero el eje, la guía, ahí está. Y quienes nunca pisan sus
líneas, siempre las tienen presentes. A decir verdad, todos seguimos su estela
ya sea para asumirla, ya sea para desafiarla. El magnífico juego de las
sustituciones. Hay quienes se casan con una mujer o con un hombre; hay quienes
contraen matrimonio con el alcohol y la barra del bar o con la Biblia o con el
Código Civil o con… Somos derviches y nuestros giros son siempre de 360º.
Los más sabios
en materia de la vida son los niños y los ancianos; los primeros, porque no la
razonan y los segundos porque la entienden. No hay manera más rápida de morir
que la de tomarse la muerte demasiado en serio. Todo lo que nos rodea va
devorando porciones de vida: todo lo que nos rodea está muriendo. Hay otros que
han muerto antes. Nadie en la entrada de este teatro nos dijo a qué hora
acababa la función. En cambio, sí nos invitaron a disfrutar de lo representado.
Cada minuto es un regalo; cada día, un tesoro.
La vida pudo
ser otra cosa, y ojalá me hubiese acostumbrado antes a la muerte. Subí una
noche a mi cuarto y me encontré treinta esqueletos del aula de biología. Cosas
de mi madre. ¿Querría ayudarme a desmitificar a la muerte? No lo sé. Lo cierto
es que lo hizo. La valentía de la muerte es un soufflé fanfarrón que se
desploma al mínimo contacto con los dientes del tenedor. Repite tantas veces esas
seis letras hasta desgastarlas con su poder para tambalearte, con su capacidad
para temerlas. Masca esa palabra como un chicle de fresa ácida.
La vida pudo
ser otra cosa, pero no lo fue. Fui feliz; lo fui tanto que no podría mencionar ningún
momento en que no lo fuera o que no me hubiera conducido a serlo Fui yo misma
pero la vida pudo ser otra Lloré reí amé amé dilo antes de que sea demasiado
tarde ella ya ha venido ella está aquí por ti te busca no te escondas ese truco
ya no te sirve la vida pudo ser otra cosa otra cosa otra cosa muerte muerte
muerte muerte muerte muerte muerte muerte muerte muerte muerte muerte muerte la
vida pudo ser otra cosa pero no lo fue y así la prefiero la vida pudo ser otra
cosa pero me quedo con la mía y la acepto y la agradezco y la celebro la vida
es lo que yo he sido
A las 21.00 se celebra la segunda semifinal de Eurovisión 2015. Ojalá hoy la realización de la ORF mejore ya que el martes estuvieron poco acertados. Pocas puestas en escena (Estonia, Rusia y Georgia) no fueron destrozadas por la realización austriaca. El festival te puede gustar más o menos, lo puedes odiar incluso, pero no hay nadie que pueda decir que su factura sea mala. Esta organizado al milímetro, las puestas en escena están trabajadas... En lo técnica se le pueden reprochar poco. Sin embargo, la primera semifinal fue un desastre. Por ejemplo, cuando el cantante moldavo saltaba la pantalla del suelo debía "agrietarse", pues lo hizo. Es verdad, pero desde el televisor no lo pudimos apreciar, ya que la cámara señaló esto dos segundos después de realizarse. Luego, el belga se tumbaba en el suelo para cantar y en vez de enfocarle desde arriba, no lo hicieron. Planos quemados, abuso del efecto de zoom, etc. Y para más inri, el momento de selección los 10 países careció de emoción: iban a toda velocidad. ¡Qué lejos están estos austriacos de la grandeza de los daneses! Eurovisión ha sufrido una involución tremenda.
LITUANIA: Monika Linkytė and Vaidas Baumila - This Time
Lituania trae un cursi, ñoño y con besos en manos de un dúo de chica-chico sin química entre ellos. Pasará a la final por ser una de las pocas canciones animadas y quizá por marcar la diferencia con los sonidos country. Pasará, pero la canción es bastante mala y en la final seguramente no superará la segunda mitad de la tabla.
IRLANDA: Molly Sterling - Playing With Numbers
No puedo negar que sea una buena balada y que Molly le aporta lo que pide la canción. Sin embargo, pasa desapercibida, nadie se acordará de ella a la hora de las votaciones.
SAN MARINO: Anita Simoncini & Michele - Playing With Numbers
Podría dar la sorpresa San Marino con esta balada y llegar a la final del sábado. Es verdad que suena ñoño, demasiado empalagosa, pero si la escuchas bien, descubres que tiene un encanto en varias partes. Además, según la prensa, tiene un fondo bonito y un realización correcta, eso este año parece ser lo más sorprendente, porque la verdad es que los austriacos se están coronando.
MONTENEGRO: Knez - Adio
Zeljko Joksimovic, compositor e intérprete que ha cosechado grandes puestos (2º y 3º como intérprete, y 4º y 6º como compositor, ha escrito esta balada balcánica, la típica de todos los años, con cierto encanto, pero nada más, salvo en el último minuto cuando se vuelve más animada y consigue tener algo de lo que carecía hasta entonces: de personalidad. Por esto último, me gustaría verla en la final.
MALTA: Amber - Warrior
¿No os parece algo histriónica y estridente? El ritmo tan marcado la hace carne de bottom, y seguramente se podría disfrutar como tapones en los oídos.
NORUEGA: Mørland & Debrah Scarlett - A Monster Like Me
Una de las favoritas, tanto para los seguidores del festival como en las casas de apuestas. No me extrañaría que ganara, pues puede cautivar tanto al televoto como a los jurados nacionales. Es una canción intemporal, una balada con esencia, un temazo.
PORTUGAL: Leonor Andrade - Há um Mar que nos Separa
Portugal no parece implicarse mucho en el festival, parece más un compromiso que otra cosa. Leonor Andrade me despierta simpatía; su medio tiempo pop no está mal, es correcto. Hasta aquí. Habría que ser muy optimista para crear que puede pasar a la final.
REPÚBLICA CHECA: Marta Jandová and Václav Noid Bárta - Hope Never Dies
Los checos traen una balada rock con tintes épicos. Un milagro, como el portugués, sería que pasarán, aunque, para ser sincero, no me parecería mal.
ISRAEL: Nadav Guedj - Golden Boy
El cantante israelí, jovencísimo (si no recuerdo mal tiene 16 años), trae al festival esa frescura propia de la juventud con un tema de pachangueo, festivo, y necesario ante tanta balada. Agita a la audiencia. A menos que las cuestiones políticos lo impidan, como lleva pasando desde hace años, Israel pasará a la final.
LETONIA: Aminata - Love Injected
Pop, R&B, una gran voz, buena presencia escénica, puesta en escena milimetrada... Es un buena propuesta, sin embargo, no me dice mucho. ¿Qué debe prevalecer la técnica o la emoción? Esta chica destaca por su técnica. En cambio, no veo emoción, es todo artificial, frío...
AZERBAIYÁN: Elnur Huseynov - Hour of the wolf
El cantante azerí, el primer representante de Azerbaiyán en su estreno en el 2008, regresa con una power ballad, muy del estilo de Queen y totalmente alejada de un aroma azerí. ¿La razón? Ha sido compuesta como siempre hacen los azeríes por compositores suecos. Confieso que este país no me transmite buenas vibraciones, no quiero que regrese el festival a Bakú. Pero, lo cierto es que el tema de Elnur, junto con buen hacer, es de lo mejorcito de esta edición. Deben pasar a la final y estoy cien por cien seguro de que lo hará.
ISLANDIA: Maria Olafs - Unbroken
Con las escuchas ganas y se comienza a intuir su personalidad. En Eurovisión suena a balada genérica (es una balada genérica), ñoña, empalagosa, etc. Claramente no va a pasar, y si lo hiciera, nada bueno diría del ESC.
SUECIA: Måns Zelmerlöw - Heroes
De mis preferidos en el Melodifestivalen Mans ha pasado a ser una "pesadilla". Es una canción de originalidad cuestionable. Recuerda a David Guetta, a Avicii... La puesta en escena con los muñecos es la misma que en el festival sueco, solo han cambiado un poco los muñecos. Adivinad por qué. ¡Exacto! Por acusación de plagio. Para ello le han quitado los muñecos un gorro de lana por una boina, y con una especie de mono de trabajo. No creo que merezca ganar como tampoco la SVT organizar Eurovisión 2016. ¿Nadie recuerda el escenario cutre del festival de 2013 o los errores con la infografía?
SUIZA: Mélanie René - Time to Shine
Un medio tiempo interpretado por una mujer. Una canción estridente que por suerte no pasará a la final.
CHIPRE: John Karayiannis - One Thing I Should Have Done
Otra balada más (¿cuántas van ya?). Esta parece darle cierto prestigio al festival, tanto como aburrimiento. Seguro que, cuando suene en el Wiener Stadthalle, también sonarán en las casas las cisternas.
ESLOVENIA: Maraaya - Here For You
Este dúo esloveno trae una de las más agradables sorpresas de esta edición. Puede recordar un poco a Duffy. Por lo demás, no podemos reprocharle nada: evoca los cincuenta o los sesenta y al mismo tiempo suena actual. Es quizá la canción más actual, más contemporánea de este año, junto la de Bélgica. No creo que gane el sábado, pero sí tengo la impresión de quedará más abajo de lo que realmente merece.
POLONIA: Monika Kuszyńska - In The Name Of Love
No se puede decir que cante mal, no puedo negar que se trata de una apuesta digna... ¿Cuál es el pero? Lo aburrido y lo escuchada que está. No me gusta. Otro instante "cisternas".
En cada ataúd siempre se encierra más de un corazón, apuntó Irene en media cuartilla semanas atrás, cuando todavía escribir
y hablar resultaban tareas triviales y corrientes, y no irrealizables, como lo
eran ahora. Una enfermera trasladó en camilla a Irene, sedada y reducida a un
cuerpo que a duras penas respiraba. La esperaban para realizarle diversas
pruebas en la planta de abajo. La camilla se detuvo frente a la puerta de un
ascensor. Lo llamó la enfermera, atenta a su smartphone y a los wasap que llegaban. La sanitaria se mordía las
uñas, incluso cuando pasaban varias de sus compañeras. Un sonido algo
estridente avisó de que las puertas se abrían; vio llegar a otra enfermera. Sin
mirar el ascensor, con confianza, empujó la camilla para introducir a Irene. ¡Cuidado, no la metas, detente!, gritó
la otra. La cabina no había llegado a esa planta. El espacio era siniestramente
negro. Fue demasiado tarde. Irene cayó al vacío, a la oscuridad lúgubre del
hueco del ascensor. Dio un alarido, un aullido de pánico, de auxilio, de
sufrimiento. En shock, la enfermera también gritó con las fuerzas de que Irene
carecía. De pronto, la cabina del ascensor se desplomó. «¡Dios mío! ¡La ha
aplastado!», exclamó al escuchar cómo los huesos de Irene fueron triturados por
la energía potencial de la cabina.
El informe técnico apuntaba a un fallo del patín
retráctil de la puerta, y a que, por razones aún desconocidas, la cabina descendió
a una velocidad mortal. El sistema de frenos de la primera planta funcionó, empero
la posición de la camilla al caer y el propio resorte de contención del
ascensor impidieron que Irene bajara más. La cabina le destrozó el cráneo, los
pulmones y las extremidades. Acabó aplastada y con la apariencia de la carne
separada mecánicamente.
—Hija,
¡¿esto sí que no te lo esperabas?! Se te quitará la cianosis en lo que dura un
parpadeo. Un parpadeo mío, porque con un parpadeo de los tuyos daría tiempo
para… ¡Para todo!
—Asunción,
no puede estar aquí –la interrumpió el embalsamador–. ¿No le parece macabro y
asqueroso ver a su hija muerta sobre esta plancha metálica?
—Cerrar
los ojos no va a traerme a Irene de vuelta. Me horroriza más mirar mi reflejo
en su carne putrefacta, comprobar lo que intento negarme: que la muerte siempre
triunfa.
—Y
gracias doy a la vida, que en este trabajo siempre hay clientes y lo bueno es
que nunca protestan. Mis clientes no tienen sangre en las venas, son unos
sosos.
—Pues
le están saliendo hilos de sangre por la nariz y por las orejas a mi niña… Echa
ambientador, porque entre el formol y la peste que desprende vomito. Y su
carita de dolor y de pánico, como la de un inocentón en Magaluf…
—Todo
es normal, Asunción. Nadie espera la muerte, la vida sorprende hasta el último
segundo. Ahora márchese. Le haré una incisión en la arteria carótida, le
extraeré la sangre y le…
—¿Me
está amenazando? Me cago en sus muertos, embalsamador, así se lo digo. Que
usted se gane la vida vaciando de sangre, vísceras o de mierda a los muertos no
me intimida.
—¡Me
refería a Irene! Ahora salga. En media hora me traen al siguiente cadáver, y
mira cómo tiene la cara su hija. ¡Es carne picada!
—¿Cree
que podrá hacerlo? Está demasiado desfigurada… –respondió Asun con palabras
entrecortadas–. Ella no quería ser velada a ataúd abierto. Antes carne para
insectos necrófagos y animales carroñeros que carne para el morbo, para el
deleite de cotillas que, ante el difunto, no saben hacer otra cosa que valorar el
maquillaje, el peinado o su ropa.
—Es
un reto, Asunción. Los embalsamadores somos los Goya del siglo XXI, aunque por
repercusión estaríamos al nivel de esos poetas veinteañeros que publican en
blogs y que solo los lee su madre y el gato. Un día de exposición y al hoyo. Lo
de tu hija tiene mala pinta. Va a quedar más Saturno devorando a un hijo que La
condesa de Chinchón.
Se
metió en el coche y regresó a casa, para cerrar los ojos y asegurarse de que todo
era fruto de la más macabra pesadilla. Abrazó a Miguel, que la había esperado
sentado en las escaleras porque no se atrevía a entrar en casa y sentirse
abrumado por los recuerdos. Demasiado dolor sentía ya. Lloró tanto que no podía
llorar más; sufrió tanto que… siguió sufriendo. Asun engoló la voz y le dijo: «Cariño.
Irene nos entregó su vida y fue feliz, tenemos que agradecerle el gesto, ¿me
oyes? No se merece despedirla, ni menos recordarla, con tristeza. Unidos
saldremos de esta». Padre, madre y hermano se abrazaron en el portal sin contener
las lágrimas, reconociendo su dolor y recomponiendo a Irene, porque ella esté
donde esté posee parcelas en esos tres corazones fragmentados de aflicción y
con un simple abrazo restauran su imagen, la traen a la vida.
En
el tanatorio, al poner los pies en la segunda planta, escucharon música
electrónica. La funeraria había cumplido con lo pactado. Con una botella de
tila caliente Martín vio el cuerpo de la difunta. Parecía dormida, en paz. Se
le antojó que respiraba, que se movía sutilmente y que tarde o temprano
despertaría. Pegó un golpe en la pared de impotencia y gritó por qué, por qué. Miguel tardaría un
buen rato en verla tras del escaparate, en encarar el otro lado de la vida.
Llegaron el resto de futuros muertos: familiares, vecinos, amigos de la
familia, amigos de Irene, Roi, gente difícil de situar en el tiempo y con
nombre y apellido… «Servíos –les invitó Asun con una alegría artificial–, ¿qué
queréis beber? Tenéis refrescos, anís, vodka, whisky, ginebra, licores con y
sin alcohol, de todo… Van a traer mojitos».
Asun se sentó en una de las dos tarimas que había y musitó abatida, mas
intentando sonreír: «Lo que hay que hacer por una hija». Una chica de no más de
veinticinco años, alta, delgada y con tetas –muchas tetas– entró a la sala.
También entró un joven esbelto y musculoso e inflado, quizá, por cortesía de
esteroides. Ella, un ministerio de silicona, y él, un ayuntamiento de
anabolizantes, subieron a sendas tarimas y derrocharon tanta sensualidad como
estupefacción, tanto encanto como extrañeza.
Gente
expresando sus condolencias a los padres de Irene, gente consolando a Miguel, o
bailando, o empinando el codo… La concurrencia bebía, bailaba y, quien no lograba
prodigar un gozo trucado salía al baño, recorría los pasillos o buscaba excusas
para ausentarse en lo que dura un llanto eterno. El calor y el ruido restaban
nitidez a los ojos. Había niebla, confusión, como la calima en el mes de
agosto. Personas entrando y saliendo, saludando y despidiéndose; la multitud
nunca era la misma, sin embargo el número no variaba.
Serían
las cinco de la tarde cuando los padres escribieron desolados el capítulo que
su hija nunca pudo redactar. Sentados en un sofá confortable en un instante que
poco o nada tenía de eso.
—Cariño,
se nos fue… Se nos fue…
—Dime,
Asun, que esto es una pesadilla. Despiértame. Hace nada la tuve entre mis
brazos. ¿Te acuerdas? Dime que sí.
—Sí.
—Recién
nacida la cogía con miedo por si se me resbalaba, por si le quebraba algún
huesecillo… Era tan vulnerable, aunque albergaba tanta vida… Soñaba con el día
en que me llamara papá esa criatura que tenía tanto de mí y desbordaba tanta energía,
y chorreaba tanta magia. Cerraba los ojitos, apenas los abría… Lloraba, comía y
dormía, mientras yo imaginaba un futuro a su lado hasta que ella me enterrara,
se despidiera de mí para siempre y…
—Tenemos
que escribir el capítulo 2 días para
morir. En primera persona para mantener los rasgos de los 58 anteriores.
No, mejor en tercera. Mientras lo escribo, puedes leer esta hoja que dejó
olvidada en la guantera del coche –se la tendió.
—De
acuerdo. ¿Y el último capítulo?
—Lo
tenemos en su portátil. Ella me dijo que lo fue escribiendo poco a poco,
editando, modificando y tachando palabras, párrafos y el enfoque a medida que
su percepción del mundo cambiaba. No lo he leído. Ahora me preocupa más superar
con el penúltimo el 11 días para morir,
el mejor de todos.
El
alcohol invadía el sistema nervioso como los familiares más salidos y babosos
incordiaban a los gogós, introduciendo billetes en el elástico del tanga,
pretendiendo palpar pectorales o desnudando a la pobre bailarina. En tanto las
tarimas se revelaban como alegorías de Alsacia y Lorena en tiempos de menor paz
internacional, Martín leyó despacio y aferrándose al estoicismo de un papel
cada vez más húmedo por la acción de las lágrimas. Era un descarte del capítulo
XV, dejado en la estacada ante el peligro del olvido, mas no por ello menos
pertinente.
«En cada ataúd siempre se encierra más de un corazón, eso sí, pocos lo
saben. No lo saben, porque viven con los ojos vendados, jugando a la gallinita
ciega en una sala abandonada. Nadie. No hay nadie, quizá, la fetidez del
pesimismo, el tufo de un encierro voluntario y la sospecha infecta de que los
demás conspiran contra uno. También hay quienes mueren sin descubrir que fueron
amados, porque no descubrieron el amor, sino sucedáneos peligrosos como la
dependencia, los celos y el modus vivendi
del ceder.
Sé que no moriré sola; una parte de los que me han
acompañado en mi residencia terrenal, también, lo hará. A veces, incluso me
emociono y lloro de pura alegría –la causa más noble– al contemplar que sí he
sabido entender este juego, que sí he sabido amar y fluir, aunque no tanto como
hubiera deseado, y que he gastado este viaje con las personas adecuadas. Cuando
miro a mis padres, a mi hermano, a mi familia, a mis amigos y a todos aquellos
a los que quiero, me atraviesa una luz de los pies a la cabeza. Satisfacción,
felicidad o plenitud. Llámala como quieras. Lo importante es que me eleva de
tal manera que necesito gritarle al mundo lo feliz que me siento, la alegría de
haber entendido las reglas del juego de la vida, donde el manual de
instrucciones no existe, porque, si existiera, solo podría ser escrito por los
difuntos, los únicos que han jugado en los dos bandos».
—Esto
es miel para mí, cariño.
—Me
alegra que te encuentres algo mejor, Martín.
—¡Eso
nunca! Irene está muerta: no puedo sentirme mejor.
—Quería
consolarte. Hablas de miel.
—No
hay miel suficiente para tanta tristeza y sería mal padre si me sintiera bien.
—¡Yo
también la quiero! Hay otras maneras de expresar el dolor más allá del llanto.
Solo digo que temo que con tanto sufrimiento acabe estancada en el pasado.
Quiero mirar hacia delante, pero ante mis ojos solo veo un muro de hormigón. No
sé cómo superarlo.
—Yo
tampoco. Dicen que el tiempo lo cura todo, que saldremos de esta, pero ¿y si
nos olvidamos de ella? Me llenaría de angustia levantarme una mañana y no
pensar en Irene u olvidarme de su voz y de su mirada.
—Ya
he escrito el capítulo 2 días para morir. Te lo leo. «Irene ha muerto».
—¿Ya?
¿Solo tres palabras?
—Detrás
de esas palabras hay mucho mensaje. Y no me apetece compartir mi intimidad.
También quiero guardarme este instante. Deberíamos entregarnos más a menudo a
nosotros mismos.
Por
la noche en la cafetería del tanatorio cenaron empanadillas rellenas de
tristeza, de rabia y de culpa, también ensaladilla rusa guarnecida de ansiedad
y autorreproches y algo de lechuga mustia aliñada con confusión, dificultad
para respirar e intrusivas imágenes mentales de la muerta. El agua fresca les
secaba aún más la boca. Cuando no miraban al suelo, miraban las mesas vacías o
la entrada buscándola hasta creyéndola ver. Cuando no miraban los rincones
deshabitados, cerraban los ojos y la llamaban con el pensamiento, sintiendo
incluso un abrazo en el alma de una Irene marchita y maniatada con las esposas
de la igualadora. Mas solo era una sensación. Nunca miraban los platos, como
tampoco se miraban entre ellos.
Subieron
a la sala apretando bien la mano de Miguel o, más bien, Miguel subió a la sala
apretando las manos de ellos.
—Hijo,
¿estás preparado de verdad para ver a tu hermana?
—Sí,
papá.
Dio
un paso más. Frente a frente a la plancha de cristal, y a la difunta.
—Hermanita,
¡te lo dije! Te dije que, si te llamaba la muerte, no le abrieras la puerta
–Miguel temblaba.
—Hijo,
pero…
—No
se le parece mucho… Yo creo que no es Irene, tiene la boca algo rara y la piel…
—Es
ella, Miguel. No va a volver.
El
pequeño enfiló hacia la casa de unos familiares, de la mano de una señora que
transmitía el privilegio de poseer alegría, aunque acartonada. No mucho más
tarde las plañideras comenzaron a largarse a cuentagotas dejando los sillones
de piel sintética aún algo aplastados por el efecto de sus pesadas nalgas. El
ambiento tornó silencioso, si bien persistía en su frialdad y en su
deshumanización. La única vida que se percibía en aquella estancia no eran los
padres de Irene y cuatro sombras más, sino las coronas de flores alrededor del
ataúd. Pretendían dormir, sin embargo, su sueño podía competir con la duración
de un parpadeo. No por cerrar los ojos se consigue adormecer la culpa
irracional y el pude hacer más por ella
y el debía haberla llevado al médico
mucho antes.
En
el funeral laico, a la mañana siguiente, el duelo gravitaba sobre los
dolientes. Al igual que Martín, Miguel, alguien más de la familia y una amiga
de Irene, Asun pronunció unas palabras en honor a la difunta al tiempo que
mascaba un chicle de aflicción y de alivio. Inagotable, insípido.
«Mi
hija ha muerto. Es duro, es harto difícil decirlo sin sentir rabia, impotencia
y un nudo cruel en la garganta, es, además, imposible visualizarlo, hacerme a
la idea y confiar en que algún día lo superaré. Agradezco vuestro apoyo,
vuestro cariño, aunque eso no me la traerá de vuelta. Por lo visto, tendré que
acostumbrarme a hablar de ella en pasado, a pesar de integrarla en mi presente.
Irene fue buena hija, mejor hermana, y mucho mejor persona. También cabezota,
algo vaga, a ratos insoportable y demasiado soñadora. Y aunque tenía motivos
para escupirle y patearle la espina dorsal a la vida, la amaba. Luchó. Me
consta que fue feliz; ese es mi consuelo, un delgado cojín en una cama de
clavos.
»A
carcajadas me reía cuando mi hija decía que el ser humano es un caracol que
arrastra un caparazón más pesado y más despótico que un flotador de plomo: la
conciencia, la mente y las cadenas que nos atan a ella. Podría engañarme y
afirmar lo contrario a lo que siento, de lo que sufro, sin embargo, solo existe
la soledad. Tú albergas soledad, el otro alberga otra soledad; somos suma de
soledades. En nuestra soledad vanidosa se aloja el querer ser diferentes,
aunque, para bien o para mal, somos idénticos: contenemos la misma esencia.
»Una
vez leí un poema de César Vallejo que decía así: «Cuando alguien se va, alguien
queda. El punto por donde pasó un hombre, ya no está solo. Únicamente está
solo, de soledad humana, el lugar por donde ningún hombre ha pasado». De este
modo, Irene se va, pero Irene se queda en mí y en cada uno de nosotros, porque
ella, la soledad humana y la muerte tan eternas son como Catulo y Borges, como
el agua y el aire. Ninguno de nosotros correremos mejor suerte. Mi sufrimiento,
mi amor hacia mi hija e, incluso, mi humor negro tienen los días contados, eso
sí, no desaparecerán de la Tierra antes que mi último suspiro».
Juraría
que cuando abandonó el atril, miró a la concurrencia y espetó un «aplaudan,
coño, aplaudan».
El
duelo persistiría mucho tiempo en casa de los Meroño. No hay amigo más leal que
el sufrimiento. Recorre autopistas, sobrevuela los tejados, se enquista en las
entrañas y rodea los coches fúnebres. En el cementerio bajaron del coche a la
difunta. En torno a ella, un círculo de dolientes. Apartándose con las mangas
del uniforme el sudor, los sepultureros seguían cavando un hoyo cada vez más
profundo. En el relativo silencio que permiten los llantos, las respiraciones
vehementes y los mocos siendo sonados, la caja se acercó a la sepultura.
Comenzó a descender, descendía, descendía… Descendió.
Un
sepulturero, cincuentón, quemado por el sol indolente, nada pudoroso, y no
menos relamido, interrumpió lo trágico de los acontecimientos.
—Súbase
los pantalones por lo que más quiera, hombre, que le estamos viendo la raja del
culo –exclamó muerto de asco Carlos.
—Y
encima es que no es un calvo, es la cresta de un punky. Depílese, depílese, que
a este paso solo se va a acostar con cadáveres –dijo Asun.
—Me
los subo, perdón. Ya le vale a usted, en el entierro de su hija y soltando
todas esas locuras.
IRENE MEROÑO
(1995-2015) A los 19 años, porque en la vida no siempre hay escaleras o porque
a menudo solo hay ascensores. Tu familia y tus amigos no te olvidan.