martes, 31 de diciembre de 2013

Para cerrar este año en que El Acantilado de las Palabras ha vivido un "resurgir" después de un 2012, de gran sequía de entradas (sólo publiqué 8),  he pensado que lo mejor sería recopilar las diez más especiales, o al menos, las que me gustaría destacar, a sabiendas que eligiendo éstas, descarto otras que han sido fundamentales para este blog. 67 publicaciones de las 168 han sido escritas este año. 4654 ha sido la cifra exacta de visitas, lo que se traduce en algo más del 40% de las visitas totales. Además, este mes de diciembre ha sido el segundo con mayor número de "invitados" (el primero fue mayo de 2011). Tampoco me olvido de que en el top 10 de las entradas he colocado tres de este año: la crítica al último disco de Dani Martín (10ª posición), análisis de ARTPOP de Lady Gaga (6ª pos.) y comentario sobre María de LOVG (1ª posición). A continuación, os dejo el top 10 de las mejores entradas de este año y, después, un fragmento de "Villancicos y villanos", con el que quiero despedir el 2013.

Animado por el enorme seguimiento que tuvo La Voz (Telecinco) en su primera temporada, decidí analizar cada una de las galas del programa. Ésta fue la primera de las trece entradas que publiqué. Probablemente, para la próxima edición (si existiera) no repita como "comentarista amateur". El gran número de publicaciones sobre el programa se merece que esté dentro de este top 10.

ARTPOP, el tercer disco de la Gaga, es uno de los álbumes que más he escuchado. Al igual que opiné sobre el nuevo disco de Dani Martín o el Primera Fila de LOVG, también hice lo mismo con éste. Y si está en esta lista es por dos cosas: es la sexta entrada más visitada en toda la historia del blog y mi opinión no ha cambiado nada desde que la escribí. Me sigue pareciendo un discazo.

El sábado pasado acabó este programa. Me sentía "en deuda", porque a pesar del escaso respaldo de la audiencia, es un programa que cada sábado me entretenía y me hacía pasar ratos indescriptibles. Ojalá RTVE renueve el formato y le dé otra oportunidad. ¿Las razones? Pues, si pincháis sobre el título, podréis leerlas. 

El Acantilado de las Palabras es un blog donde la actualidad marca el rumbo, ya sea comentando las novedades musicales, programas de televisión o problemas de las sociedad. A raíz del embarazoso discurso de Ana Botella ante el COI y las críticas contra el escaso nivel de inglés de nuestros políticos, escribí unas líneas sobre lo fácil que es denunciar los defectos de los demás y no mirar los propios

No aguanto las supersticiones y no se me ocurrió otra idea que hacer inventario de los vicios y las manías de quienes padecen por estas ideas. Todo ello en clave irónica. Es de esas entradas que no me canso de releer.

Escribir en agosto a las doce de la noche en el porche es siempre un placer. Los veranos están llenos de experiencias, vivencias y ver cómo la adicción a los móviles va en crescendo. Si os apetece conocer mi opinión acerca de este fenómeno y leer una reinterpretación de la fauna ibérica, no dudes en leerlo.

Jamás pensé que la entrada que menos tiempo me ocupó fuera la que más alegrías me ha dado en la historia del blog. En tres meses es la entrada más vista. 571 visitas y subiendo. Ya sé que para algunos blogueros estas cifras son discretas, pero para mí es todo un regalo, casi tanto como escuchar este temazo del grupo donostiarra. No obstante, ahora me gusta muchísimo más que cuando redacté el texto.

Adoro la filología hispánica y la lectura, por lo que puse todo mi empeño en hacer una valoración de la novela culmen de Gabo, sin excluir datos didácticos, porque a mi parecer es siempre un buen momento para aprender, y si es sobre este magnífico autor colombiano, pues mejor que mejor. 

2  DECÁLOGO DE SUPERVIVENCIA DEL HOMO TALIFÁN Y UNAS BRAGAS 
Esta entrada, si bien no está en el top de las más visitadas, es de las pocas que ha sido compartida en redes sociales y no por mí, sino por otras personas, que jamás he visto en la vida y ni he hablado con ellas. En Twitter leí comentarios como "es lo mejor que le he leído desde hace mucho tiempo", "grandísimo"... Sea como sea, a mí me encanta, porque en mi opinión retrato bastante bien esos seres tan insoportables: ¿los colaboradores de Salvamé? No, que también, pero me refería a los talifanes. Algún día publicaré una versión resumida. I promised

1  VILLANCICOS Y VILLANOS: "MAÑANA DE PUTAS POÉTICAS, NOCHE DE VIEJAS EMOCIONES"
Estas Navidades pensé que la mejor idea para celebrar este año, repleto de entradas y visitantes, era escribir un relato, dividido en varias partes. 21, 22, 24,25, 28 y 31 de diciembre fueron los días en que publiqué las primeras seis partes. Sólo faltan dos (mañana 1 de enero y el día 5). A día de hoy me satisface leer cada parte, especialmente la primera, la tercera y la sexta. Me he decantado con esta última, porque es mi última publicación y porque refleja cómo veo la realidad y el día de Nochevieja, aunque tal vez con punto de vista más crudo, más desgarrado. Tres hombres: un soltero cuarentón y en paro que teme morir sin ser padre, un cura con una crisis de fe tremenda y un divorciado cornuda que, a sus 67 años, se ve solo y desgraciado en un mundo que ya no le ampara. A quien le apetezca leer otro relato (en este caso, "mini"), también tenéis  El compás de un bolero descompasado.

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Las postrimerías del año siempre fueron una píldora ácida en su estómago nostálgico. La vida iba pasando; la juventud, también. Cada año Emilio, Antonio y don Francisco se veían más viejos y no mucho más sabios. Sentían que los años corrían a la velocidad de la luz y que estaban desaprovechando la época más feliz de sus vidas.

A las nueve de la noche se sentaron a cenar con la misma hambre de siempre y con menos comida que nunca. [...] “¡Qué se le iba a hacer!”, se resignó Antonio, quien había visto cómo la cesta de Navidad que su empresa le regalaba cada año se reducía a pasos agigantados. Del jamón de Jabugo al chorizo de Cantimpalos, del chorizo al jamón de York, del jamón cocido a nada. [...] Se troncharon con el humor arcaico de Los Morancos y bailaron hasta desfallecer con las actuaciones musicales que echaban en La 1. Tal vez lo más femenino de aquella estancia fuera Anne Igartiburu, que dio las Campanadas desde la Puerta del Sol, el queso de tetilla y la panza prominente de Antonio, más propia de una parturienta que la de un señor de sesenta y siete años. 

Brindaron con sidra El Gaitero por un próspero 2014 y para que los mejores momentos de este año, pocos por cierto, fueron los peores del siguiente. Pero, sobre todo, brindaron con el deseo de seguir sonriendo y viviendo, aunque el porvenir fuera hostil, aunque el amor y el trabajo siguieran ausentes, aunque la salud flaqueara, y aunque el mayor de los males les persiguiera con una perseverancia insólita. Lo mejor estaría aun por llegar, porque todo, al fin y al cabo, es posible.

GRACIAS

>  CAPÍTULO 1. EN BUSCA DE LA SUERTE PERDIDA (Para leer los capítulos, pinchad sobre su título)

CAPÍTULO 6. MAÑANA DE PUTAS POÉTICAS, NOCHE DE VIEJAS EMOCIONES
En ocasiones, bajo la forma de la calma aparente, la fatalidad acecha, como el cernícalo aguarda a su presa para devorarla después. Hacía tres días que Emilio había fagocitado parte de sus pesares al arreglar las rencillas con su padre. Estaba feliz, sin duda, y su rostro estaba abandonando su palidez casi perenne a favor de tonos rosáceos. “Cámbiate los calzones, y ponte unos decentes, que los que llevas de Bob Esponja son de todo menos sexis”, le aconsejó don Francisco. Antonio y el clérigo salieron de casa. El primero, para aprovisionarse de alimentos para la última cena del año; el segundo, para reencontrarse con La Pili.

El Corte Inglés. La taberna de enfrente. Varios barriles a modo de mesas, un mostrador concurrido y una gran variedad de tapas, de platos fríos y calientes, y de gustosos jamones. La Pili estaba sentada en un taburete alto, frente a una mesa con un plato de gambas al ajillo y un chato de vino. Sus senos turgentes y sus nalgas, enormes y sensuales como las de Jennifer López, quedaron ocultos por un suéter de cuello alto, unos vaqueros anchos y unas botas de terciopelo negras. Sin embargo, todos los allí presentes se percataron de ese cuerpazo oculto entre prendas abaratadas y de ese par de muslos, que se unificaban en un punto que debía de ser un paraíso terrenal en la intimidad y en la mente calenturienta de aquellos hombres y de alguna mujer que otra.

- Buenos días, Pili –la saludó Francisco-. Tengo prisa, así que seré breve. Emilio está más salido que el pico de una plancha. De todos modos, él no busca sexo. Él desea encontrar a la mujer de su vida.
- ¡Qué tierno y qué gilipollas! Menos películas de Disney y más Torrente –interrumpió la meretriz- Y, ¿cuánto me pagarás por el servicio?
- Cállate, 100 euros. Sea como sea, pilingui, actúa como si fueras una señora decente y católica, no te tires a la bragueta como una ninfómana. Sé sutil, hazle sentir un donjuán. Y, fornica con él.

A Pilar jamás le atrajo la interpretación, pero se sentía cómoda en el arte de fingir. Ventajas de su oficio. El cura calvo giró la llave, abrió la puerta, la invitó a pasar y a gritos dijo: “Emilio, ya estamos en casa. Vengo con una catequista”. Su compañero estaba hojeando la sección de contactos del diario. “Mujer de 36 años busca amigo y lo que surja. Aficiones: leer, cine y cocinar” le resultó un anuncio tan sugerente que la hubiera llamado, si no se hubiera topado con las mamas voluminosas de aquella mujer pizpireta. Don Francisco y La Pili discutieron la estructura y los contenidos de unas clases de catequesis que jamás se celebrarían. Cinco minutos después se marchó, no sin antes excusarse ante la mujer y prometiéndole que en quince minutos volvería. El truco era viejo, pero efectivo. “Emilio entreténmela, hazme el favor”, pidió a su compañero.

Había olvidado la última vez que había estado a solas con una mujer. Ahora mismo, su cabeza era una amalgama de silencios tensos, de comentarios estúpidos y de esperanzas encontradas. Por suerte, la impronta impulsiva de su madre y su idiosincrasia le arrastró hasta proponerse seducir a aquella dama que parecía de ilustre linaje. El pasota, el misterioso, el canalla, el romántico, el pagafantas, el cantautor… A pesar de su variedad de estrategias, el resultado fue el mismo: fracaso. Sólo le quedaban dos más: la del musculitos y la del poeta enamorado. La primera le inspiraba tanta vagancia que nada más pensarlo la descartó. La poesía sería su salvación, creyó.

- No sabe qué es amor quien no te ama, celestial hermosura, esposo bello… Tu boca como lirio, que derrama licor al alba…
- ¡Vaya galán, madre mía! –contestó La Pili. ¡Qué tierno!
- Es yelo abrasador, es fuego helado… -prosiguió Emilio animándose ante el estímulo que ella le había otorgado-.
- ¡Venga, bribón, déjate de mariconadas! Menos poesía y más acción.
- Es herida que duele y no se siente, es un soñado bien, un mal presente… -haciendo caso omiso a las palabras de Pilar.

“Pues empezamos bien. Otro micropene”, pensó La Pili. “Quítatelo todo, que no tenemos tiempo, que viene el padre Francisco y nos puede pillar. ¡Ay, Emilio, qué te lo como todo!”, le dijo al cada vez más excitado soltero. Entraron al dormitorio y, según don Francisco, que, al regresar a casa, pegó la oreja a la puerta, Emilio había repasado el mecanismo del amor después de más de dos décadas de sequía. Mientras se volvían a vestir, el cuarentón con una alegre sonrisa, inaudita en su triste cara, recitó otro fragmento de Neruda. “Para mi corazón basta tu pecho, para tu libertad bastan mis alas. Desde mi boca llegará hasta el cielo lo que estaba dormido sobre tu alma.”. Ella le siguió el juego versionando al mismo autor: “Me gusta cuando callas porque estás como inerte, podrido y sufriendo como si hubieras muerto. Una mortaja entonces, unas exequias bastan.”.

Don Francisco, aprovechando que Emilio buscaba algo en su cuarto, pagó a La Pili. Sin embargo, quedó un cabo suelto: Antonio acababa de entrar y estaba con la oreja puesta.
- Aquí tienes tus cien euros, zorra.
- ¿Cómo que cien euros? Tu amigo está muy ilusionado conmigo, ¿no querrás romperle el corazón? Son quinientos –chantajeó Pilar al párroco.
- Eres demasiado puta, y nunca mejor dicho. Se nota que has disfrutado. Como una guarrilla descocada, que nunca se pone ni un mísero tanga porque lo pierde entre áreas de servicio, moteles y polígonos. Pero, aquí tienes tu dinero, así que cierra el pico y que los disfrutes, cacho golfa.

Al salir, Pilar encontró a Antonio en el vestíbulo. Tras un saludo tímido y un portazo atronador, éste recriminó al sacerdote su celibato quebrantado.
- ¿¡Te has acostado con una puta!?
- Antonio, cállate, que te van a escuchar hasta en China. No sabes de qué va esto.
- ¿Y lo que oído qué es? Haz lo que te salga de los huevos, y nunca mejor dicho, pero no quiero saber nada, ¿me oyes? –Antonio comenzó a gritar.
- Te lo cuento: es para Emilio. Quería que despidiera el año feliz, pero él cree que ha ligado.


Lo cierto es que lo logró: Emilio vivió la Nochevieja más dichosa desde las Navidades de 1986, las últimas en que se tomó las doce uvas con su madre. Desde entonces, la fortuna le dio la espalda y ni siquiera el fin de año de 1987 ni el escote revoltoso de Sabrina Salerno impulsaron la ventura en su juventud. Con todo, había llegado el momento de aparcar la nostalgia y de arrancar los preparativos para la última cena del año. Don Francisco encendió la radio y sintonizó una cadena de música. Cadena 100 o Los 40 Principales, probablemente. Para fortuna de su melancolía y para desgracia suya, sonó Un año más de Mecano. A través de los altavoces irrumpió el 1988 en aquel salón cutre. Evocó aquel año, en que fue ordenado sacerdote, y los sueños que por esas fechas le perseguían. Quería batallar contra la pobreza y las injusticias; quería que a su parroquia acudieran ancianos, pero también jóvenes; quería que el pueblo se uniera y pusiera en práctica los valores del cristianismo, que no eran los que las altas esferas eclesiásticas se empeñan en instaurar, sino  la humildad, el perdón, la búsqueda de la paz, la paciencia o el amor mutuo. Quería tantas cosas y ninguna consiguió.

Las Nocheviejas pasadas también danzaron sobre la mente de Antonio, quien recordó los años que pasó anhelando su ascenso en Correos, con la misma fortuna que había corrido su fatídico matrimonio. Su hija Laura comiéndose las uvas, por error, al sonar los cuartos; la que fue su esposa atragantándose con los huesecitos de las uvas; su suegra llorando al extrañar al marido difunto; su yerno bebiendo Anís del Mono para olvidar el sonoro suspenso en las oposiciones; y él, bailando con su cuñada, la soltera de la familia, para que dejara de empinarse la botella de orujo y, así de paso, se olvidara de la soledad que la amargaba. Las postrimerías del año siempre fueron una píldora ácida en su estómago nostálgico. La vida iba pasando; la juventud, también. Cada año Emilio, Antonio y don Francisco se veían más viejos y no mucho más sabios. Sentían que los años corrían a la velocidad de la luz y que estaban desaprovechando la época más feliz de sus vidas.

A las nueve de la noche se sentaron a cenar con la misma hambre de siempre y con menos comida que nunca. De todos modos, daban gracias al Señor y, especialmente, a Antonio por haberse gastado sus últimas pelas en una botella de sidra, algo de queso, jamón york y un turrón blando. “¡Qué se le iba a hacer!”, se resignó Antonio, quien había visto cómo la cesta de Navidad que su empresa le regalaba cada año se reducía a pasos agigantados. Del jamón de Jabugo al chorizo de Cantimpalos, del chorizo al jamón de York, del jamón cocido a nada. Absolutamente nada tenía, y lo poco que había lo compartía con otros dos muertos de hambre. En tanto que escuchaban las noticias de los informativos radiofónicos, charlaban, reían, contaban chistes, se proponían nuevos retos para el próximo año, que nunca lograrían… Se troncharon con el humor arcaico de Los Morancos y bailaron hasta desfallecer con las actuaciones musicales que echaban en La 1. Tal vez lo más femenino de aquella estancia fuera Anne Igartiburu, que dio las Campanadas desde la Puerta del Sol, el queso de tetilla y la panza prominente de Antonio, más propia de una parturienta que la de un señor de sesenta y siete años.


Brindaron con sidra El Gaitero por un próspero 2014 y para que los mejores momentos de este año, pocos por cierto, fueron los peores del siguiente. Pero, sobre todo, brindaron con el deseo de seguir sonriendo y viviendo, aunque el porvenir fuera hostil, aunque el amor y el trabajo siguieran ausentes, aunque la salud flaqueara, y aunque el mayor de los males les persiguiera con una perseverancia insólita. Lo mejor estaría aun por llegar, porque todo, al fin y al cabo, es posible. 

sábado, 28 de diciembre de 2013

Hoy sábado 28 de diciembre acaba Uno de los nuestros, un talent show de TVE que desde su estreno en TVE ha tenido audiencias discretas. Si soy sincero, no comprendo por qué no ha triunfado. ¿Prefiere el público otro tipo de formatos los sábados? ¿Están desgastados los programas musicales? ¿Falta de promoción por parte de La 1? Es probable que los televidentes opten este día por contenidos de debate político, como La Sexta Noche, o contenidos de la prensa rosa, como Abre los ojos y mira (Telecinco). De lo que no dudo es de la vigencia de los programas musicales. Si La Voz o El Número Uno no han tenido el éxito esperado en sus últimas ediciones, es porque para la primera priman los ingresos de los concursantes o la promoción del jurado muy por encima de los concursantes, y porque el talent de Antena 3 carecía de una mecánica más estable y, para más inri, fue programada un viernes, día en que su público potencial sale, en lugar de quedarse en casa postrado en un sofá como así sucede de lunes a jueves. 

Parece improbable que haya una segunda edición. No obstante, me gustaría enumerar las razones por las que debería regresar a la tele, tras la final de hoy.


  1. Aporta variedad a la programación del sábado por la noche. Demasiados debates políticos hay durante la semana y demasiados programas del corazón (todos ellos procedentes de Telecinco) como para que llegue el sábado y tener que soportar las "vidas tan interesantes" de la Pantoja, Belén Esteban o cuñado de Rocío Jurado. No digo que los formatos sobre política sobren, pero yo al menos los sábados prefiero otros más livianos. 
  2. No es un talent al uso. OT, El número uno o La voz tienen (o tenían) la premisa de encontrar nuevos cantantes con talento que consigan renovar el panorama musical. Sin embargo, Uno de los nuestros va más allá. Lo principal es entretenerse, disfrutar y reír con las pruebas chorras y con el ingenio de los concursantes y la orquesta.
  3. Un casting variado y cercano. A diferencia de La voz, por ejemplo, aquí conocemos a pocos artistas, pero con mayor profundidad. De este modo, podemos empatizar con ellos y cogerles cariño, lo que hace que el programa fidelice a sus espectaculares. ¿Quién no se ha quedado fascinado con la autenticidad y la naturalidad de Aurora Salazar? ¿Quién no ha sentido cierta repulsión hacia Edu Cayuela por exagerar su expresión corporal o hacia la guapa Sandra Polop, al no encajar las críticas del jurado?
  4. El protagonismo de la banda. Yo diría que es el programa donde la orquesta adquiere más protagonismo. Por eso la productora ha sabido escoger músicos con un humor ácido y, a veces, corrosivo, pero sin perder nunca la simpatía y la consideración hacia los concursantes y hacia el público.
  5. El jurado correcto. Roser ha sido un descubrimiento televisivo importante, a pesar de haber estado tanto tiempo ausente de los medios y del mundo de la música (o al menos no ha hecho mucho "ruido"). Ha jugado con algunos concursantes a "crear tensión sexual", como José Montoro o Wences Sánchez, al que no dudó a la hora de darle un morreo. María del Monte y Gurruchaga también han dado juego. Con todo, les ha faltaba algo más de implicación en el programa.
  6. Las grandes pruebas. Cantar sufriendo las inclemencias del tiempo, atosigados por una aluvión de seguidores o vestidos de los disfraces más disparatados supone un puntazo más para este programa, porque evoluciona y casi "revoluciona" el mundo del talent, pues desvirtúa al programa en cuanto que formato para lanzar artistas al mercado musical, pero lo hace más dinámico, más ágil y mucho más cercano al otro enorme formato de la productora Gestmusic: Tu cara me suena.
  7. Carlos Latre y su humor. Tal vez su tarea como presentador queda empañada por la solvencia de los otros elementos, pero probablemente sea uno de los profesionales más idóneos para este formato, si bien su tendencia a imitar a Mario Vaquerizo o a la Duquesa de Alba a "trochimoche" y sin fundamento no me haga mucha gracia.
  8. Gran escenario, los "nuestris" y los "bailongos". En un principio resulta algo barroco con tantas luces, tantas estructuras, etc. Pero recrea tan bien el ambiente de una verbena de pueblo (y cabe mencionar que ése es su objetivo) que se le puede llegar a perdonar. Los "nuestris" es una clara influencia del pulsador de Tu cara me suena, y la presencia de los bailongos (bailarines amateurs y profesional que, si les aburre la actuación de un concursante, se sientan; por cada bailongo sentado pierden un punto) también anima más el programa. El resultado es una fiesta total, en la que se demuestra la ilusión y el interés de la productora por hacer un programa divertido, por sorprender al espectador y por cuidar el formato sin caer en la autocomplacencia.
En definitiva, Uno de los nuestros es un gran programa, que merecía morir en el cielo de los grandes formatos como el Un, dos, tres... o Tu cara me suena. Lo dicho, que me encantaría que este programa siguiera en la "vida terrenal", porque me ha hecho disfrutar los sábados lo que no está escrito. 

>  CAPÍTULO 1. EN BUSCA DE LA SUERTE PERDIDA (Para leer los capítulos, pinchad sobre su título)

CAPÍTULO 5. LOS SANTOS Y PECADORES INOCENTES
Pocas cosas existían en el mundo con la capacidad de trastocar las expectativas de Antonio como lo hizo el encuentro con su hija Laura. Seis meses de silencio se habían liquidado cuando quedaron en un bar aquel 26 de diciembre. Un bar de esos que se convierten en el lugar de reunión de jubilados, que matan el tiempo entre partidas de dominó, jarras de cerveza, pinchos de tortilla y calamares a la romana, y que acogen los domingos a padres, hijos y abuelos a la salida de misa. Entre charlas futbolísticas y análisis de mujeres explosivas, Laura le contó que su madre había reconocido su infidelidad y le confesó que se sentía avergonzada por no haber confiado en él. Le pidió disculpas, al mismo tiempo que se mostraba un tanto rencorosa, porque su padre no era más que un hombre bonachón e insulso, que no había cumplido las expectativas amorosas y carnales de su esposa, ni, mucho menos, había estado a la altura como padre. “¡Venga, pelillos a la mar, hija!”, propuso Antonio, quien, a pesar de estar realmente feliz por haber hecho las paces, no pudo formatear sus sentimientos al completo, ni, menos aun, eliminar todo el resentimiento. Con todo, confiaba en que el tiempo fuera el analgésico más eficaz contra su alma afligida.

Frente a la felicidad incipiente de su compañero, Emilio también estaba animándose a dar portazo a su pasado tormentoso. Por culpa de todos los varapalos que la vida le tenía guardados, él se había convertido en una especie de artesano que, al llevar las manos ensuciadas de sufrimiento, en cualquier pieza que moldeaba quedaban impresas las huellas negras de sus dedos. En su caso, se trataba de odio, hacia el mundo y hacia sí mismo. Odio por sus intentos amatorios frustrados, odio por ser un desempleado sin formación y desconocedor de los vericuetos de algún oficio, odio por su nula relación con su padre…  Tal vez, por la acumulación de tragedias humanas que se cocía entre las cuatro paredes del apartamento, Emilio nunca había desvelado a don Francisco y a Antonio si tenía familia o cómo era su relación con ella. Pero, el transcurrir de los acontecimientos y, por supuesto, la complicidad de compartir la comida, el baño o el secuestro de un niño allanaron el camino hasta animarlo a desembuchar todo. “Mi madre murió cuando yo tenía doce años, así que mi padre me crió solo. No hubo día que no me acordara de ella, pero, en general, en mi adolescencia no tuve grandes carencias. Sin embargo, mi padre me sobreprotegió. Siempre estaba preocupado, pidiendo explicaciones de con quién y a dónde iba, de qué cosas podía tomar, de quién me convenía y  quién no… Creyó que sobreprotegerme era amarme, cuando, en realidad, así lo único que hacía era dañarme y subestimarme.”, admitió Emilio.

A tres días de despedir el 2013, salió de casa dispuesto a reconciliarse con su progenitor. Sólo necesitó cruzar la calle para que empezara a vacilar. Regresar a casa o insuflar en sus pulmones el aliento necesario para golpear la aldaba del hogar donde nació. Dos fuerzas con el mismo peso. Aún así, ganó la segunda. Tomó el autobús de línea y, en tres cuartos de hora, llegó a su lugar de destino. Inspiró con el mismo ímpetu con que un buceador principiante toma aire para zambullirse después en el mar. De hecho, Emilio también iba a sumergirse, pero, más bien, en un océano de ausencias, desengaños y rencores, provocados por un padre opresor y una madre ausente, pero tan presente en su memoria, que su pérdida le dolía aún, como la llaga reciente al contacto con el agua salada.

- Ah, Emilio, eres tú… -dijo su padre simulando indiferencia y encubriendo sus ganas por abrazarle.
- Sí, soy yo, ¿puedo entrar?
- Quien se marcha sin ser echado, puede regresar cuando quiera.

Entraron. El anciano, a pesar de carecer del vigor y la vitalidad de antaño, no había sucumbido a arrellanarse en su sillón y aguardar a la muerte con tesón y pundonor. Todo lo contrario: auxiliado por una muleta y movido por la necesidad de sentirse joven, aquel septuagenario permanecía inexorable a cualquier mota de polvo, a la mínima arruga o, incluso, a todo objeto que alimentara su neurosis por no estar en su sitio. Le ofreció zumo de naranja y bizcocho de avellanas -tan apetitoso, pero tan poco hipocalórico como siempre.

- Y, ¿cómo es que te has animado a visitarme? Ya ha pasado más de un año desde que te marchaste “para no volver” –preguntó el viejo.
- Pues yo también me lo pregunto. No sé si es por mí, o por mamá… o por ti.
- O porque te has visto solo y perdido… -interrumpió ayudando a su hijo y a la vez lanzándole una pulla.
- ¿Ya empezamos, papá? –respondió furioso Emilio. Parece que te alegras de mis desgracias.
- Un padre jamás gozaría con el sufrimiento de su vástago –contestó a modo de sentencia.
- Claro, claro, ni tampoco le sobreprotegería hasta el punto de prohibirle cocinar para “evitar peligros”, de acompañarlo a las discotecas para que no le echaran drogas en la bebida, de espiarlo cuando tenía alguna cita por si era “una golfa con sífilis”, o de entrometerse en su relación con su novia diciéndole que su hijo era maricón…
- Te estás pasando, hijo. No te puedes imaginar lo difícil que es ser padre y más aún cuando sólo tienes ganas de morir, al darte cuenta de que la mujer de tu vida falleció. Yo lo hice como mejor supe. Tal vez me pasé, pero también te digo que Alicia, Elisa o cómo se llamara la muy zorra no te convenía. Además, me soportaste todo este tiempo, pero cuando te quedaste en paro porque mi empresa se fue a pique, tu padre ya no era tan bueno, sino un ogro asqueroso.
- Bueno, dejémoslo -dijo Emilio intentando ignorar las palabras hirientes de su padre-, sólo quería verte, porque estoy seguro que a mamá estará llorando al saber que los dos hombres de su vida no se hablan.

La discusión concluyó con un afectuoso abrazo, y dos corazones cosiendo, a todo trapo, los retales de cariño que les unía años atrás. Al mismo tiempo, pero en un lugar bien distinto, don Francisco, vestido de paisano, pretendía que su amigo, el soltero de oro, hilvanara dos momentos de felicidad. Estaba convencido de que su encuentro con su padre iba a ser fructífero, así que decidió alimentar su alegría unos días más. Lo malo es que pensó que la solución no era un contrato de trabajo, ni una cesta de Navidad, ni una psicóloga, sino una meretriz. Se acordó de un hombre rudo, rollizo y libidinoso que, por exigencia de su madre, acudía a la iglesia a confesarse cada domingo. Ya había pasado casi un año de aquello, pero aún recordaba cuándo le contó, muy arrepentido, que había mantenido relaciones con una prostituta. Si la memoria no le fallaba, se trataba de una, que siempre rondaba el aparcamiento del Eroski de la localidad. Y, allí, estaba él, rodeado de vehículos, filas de carritos y el frío adherido a sus carnes, cada vez más flácidas. “Olé y olé. Aquí está La Pili”, pensó al reconocerla. Minifalda roja, medias negras de mallas anchas, bisutería barata, un bolso diminuto de cuero negro, y un sujetador negro que se asomaba por la abertura del bolso. Sabía que estaba perdido si alguien lo reconocía. No obstante, podría salvar su culo alegando que se trataba de una inocentada o, mejor, de una estrategia para salir en los medios y promocionar crucifijos de madera.

- ¡Ey, bombón! Te propongo una misión.
- ¿El misionero? –preguntó la prostituta- ¡Qué moñas es este tío, ostias! Ni Ned Flanders. Aunque, éste tiene más pinta de Ned Flácido –murmuró.
- Exacto, estuve en una misión por África para predicar el mensaje de Dios entre los pobres negritos.
- ¿Cómo? Este hombre es tonto –refunfuñó-. Venga, al tajo. Mira, bribón, nos vamos a ir detrás de esa furgoneta –señaló con el dedo- y allí ya veremos si la misión es en Cuenca, en Turquía o en Móstoles.  
- ¡Qué no, guarrilla descocada! No es para mí, es para un amigo. Se llama Emilio y, como no encuentra novia, pues he venido a contratarte para que el pobre se desfogue; si supieras la mala leche acumulada que tiene… Desde que cortó con su novia hace casi treinta años, no ha estado con otra paya y con ese panorama se va a morir sin ser padre…
- ¡Cállate! Me rayas… -le espetó en la cara al sacerdote-. Y que yo, con una carrera y sabiendo tres idiomas, tenga que soportar a este gilipollas… Para que luego digan que estudiar sirve para algo… -refunfuñó La Pili.
- El día de Nochevieja, a las 10 y media, nos vemos en la taberna que está frente a El Corte Inglés. Allí te espero y te cuento cómo actuar. Eso sí: vístete como una señorita refinada y, no así, que con esas pintas se nota de qué calaña estás hecha.

-  ¡Qué te den por el culo, imbécil! ¿Te crees que por ser puta ya valgo menos que la mierda? Si hago esto es por mi hijo, porque con los cuatrocientos euros del paro no me da ni para un paquete de arroz. ¡Puta crisis! Y, ¡puta yo! 

miércoles, 25 de diciembre de 2013

>  CAPÍTULO 1. EN BUSCA DE LA SUERTE PERDIDA (Para leer primer capítulo, pincha sobre el título).
CAPÍTULO 2. CUANDO LOS SUEÑOS SE PONEN A JUGAR. (Para leerlo, pincha sobre el título).
CAPÍTULO 3. UNA LIBERACIÓN EMBARAZOSA Y UNA “NOCHEMALA”. (Para leerlo, pincha sobre el título).

CAPÍTULO 4. CONDENADOS A OLVIDAR Y SER OLVIDADOS
Despertar en un apartamento mugriento, con el desorden de una obra de Joan Miró y el hedor de una cloaca no debía ser plato de buen gusto y, en efecto, no lo era para ninguno de esos tres caballeros. Quizá, la simple acción de abrir los ojos y ponerse en pie fuera una desgracia para ellos, especialmente, para Antonio. “Señor, si me quieres, llévame; si no soy más que un viejo moribundo y una carga para el Estado.”, decía a menudo. 8:05 a.m. 25 de diciembre. Llovía, llovía, pero no con la suficiente virulencia como para aquella tierra del levante español eliminara de la litosfera cualquier rescoldo de desdicha. El despertar de don Francisco fue casi una experiencia religiosa. Entreabrió los ojos y, sin reconocer dónde se encontraba, se sintió confuso por la gran luz polícroma y pensó “¿estoy en el Edén?”. Respuesta incorrecta. Estaba en su parroquia, recostado en posición fetal en un banco y la iluminación era fruto, simplemente, de las vidrieras ornamentadas con motivos sagrados. A medianoche celebró la Misa del Gallo y, tras la marcha de los feligreses, acabó dormido en aquel mueble de madera que le provocaría un dolor de espalda abismal durante los próximos días. Por su parte, Emilio llevaba despierto desde las seis de la madrugada y después de competir contra su cabeza por ver quién daba más vueltas, si él sobre la cama, o ella sobre sus tormentos, resultó vencido por la tenacidad de la segunda. Asumida la derrota, otra más, desayunó un polvorón de almendras junto con Antonio, más impertérrito que nunca, que se entretenía, mientras tanto, con ejercicios de papiroflexia para principiantes.

- ¿Cómo has dormido? –preguntó el soltero.
- ¿Hace falta que conteste? Muy mal. Mi hija me ha enterrado en el pozo negro del olvido. Pero, curiosamente, hoy lo que más extrañan mis entrañas es otra cosa.
- Metáfora pura y paronimia. Estás hecho todo un poeta, Antoñete- contesta Emilio intentando sonsacarle una sonrisa- ¿A qué te refieres?
- A mi madre. Si siguiera viva, ella jamás hubiera permitido que mi Laura me tratara así.
- Que sepas, que aunque a veces me comporte como un cabrón, puedes contar conmigo. Yo también estoy hecho polvo. ¡Ay, Emilio Junior, cuánto te echo de menos! Si quieres podemos salir a pasear –propuso Emilio.
- Está bien, salgamos.

Abrigados con sendos gabanes, que parecían enemistados con la lavadora y el detergente, y desarropados de toda muestra de afecto, comentaron el discurso del Rey y, asfixiados en las palabras fútiles y baladíes, optaron por visitar el cementerio. La ciudad estaba atestada de familias felices, árboles de Navidad, niños disfrutando de sus nuevos juguetes y carteles publicitarios de perfumes onerosos, de conciertos vibrantes y de ofertas suculentas de El Corte Inglés. Al menos, el camposanto reflejaba mejor sus ánimos, y el bullicio del centro se reducía a silencio, allí, entre aquellas lápidas de mármol y granito, las menos acicaladas con lirios, alcatraces y claveles; las más, aderezadas con mantos de polvo, advirtiendo que el hombre está condenado a olvidar y ser olvidado. Guiados por la morbosidad, se deleitaron pensando en cómo les gustaría morir, qué sentirían si acabaran sepultados vivos, o incluso en los detalles más nimios de sus funerales, que, no tanto por sus pálpitos sino, más bien, por sus anhelos, pensaban que estarían a la vuelta de la esquina. “Vamos a la sepultura de mi madre, Emilio, que ya que estamos aquí, pues aprovecho el viaje”, dijo Antonio.

Llegaron. Pero, no estaban solos, o, al menos, no tan solos como de costumbre.
- ¿Qué haces tú, aquí? No quiero saber nada de ti, papá –le espetó Laura a su padre con la altanería en ebullición y el desprecio candente.
- ¿Acaso me vas a prohibir que visite a mi propia madre? ¡Basta ya! Te he tratado toda mi vida como una princesa. Dime, ¿qué te ha faltado? Como todo humano, he tenido mis errores y los voy a seguir teniendo. Pero, tú me crucificas por algo que ni siquiera he hecho.
- ¡Pusiste los cuernos a mamá! Ella siempre aguantó tu apatía, lo aburrido que eras, que no quisieras hacer nada, sólo sentarte en tu sofá y ver telediarios, películas trasnochadas y jornadas maratonianas de fútbol.
- ¡Yo siempre la respeté!-replicó Antonio.
- Entonces, ¿quién fue el infiel? ¿Mi madre? ¿Ahora me vas a decir que fue mi madre la que se ha tirado a medio pueblo?
- No, yo nunca, ¿me has oído?, nunca, diría eso de ella –respondió Antonio.
- Es verdad –terció Emilio-, él jamás diría que se ha tirado a medio pueblo, sino a uno entero, o a dos, o a tres, o veinte pueblos. A tu madre lo que le pasa es que muy puta.
- Borracho, error de Dios. Me cago en tus muelas, hijo de perra. ¡Qué hayan raptado a mi hijo y no a ti! Eres tan hijo de la gran puta que tu madre cuando te parió te metía y te sacaba de su útero, porque le gustaba tener algo siempre entre las piernas. Mi madre es una señora.

La sangre de cada uno bullía por las venas a la velocidad de la luz y lo raro fue que a ninguno le explotara la yugular o que el enfrentamiento no sobrepasara los límites de la agresión verbal.
- ¡Parad! ¡Parad! ¡Ya no puedo más! Emilio, esto no es cosa tuya; y tú, hija, haz lo que veas, pero te confieso que ya no te conozco, que insultas sin reparo alguno, que no tienes criterio propio, y que te has creído todas las patochadas sin fundamento que te ha contado tu madre, a la que respeto porque, gracias a ella, conocí a la persona que más feliz me ha hecho en esta vida: tú. ¿Acaso te has olvidado de todos los sacrificios que he hecho por ti, de todas esas noches en vilo porque la fiebre no te bajaba de 39º grados, de todos los detalles que he tenido contigo, de…?
- No me olvido, no, -interrumpió Laura-, pero tampoco olvido cuando me controlabas las salidas y entradas como si fuera una terrorista… O cuando tocabas cada dos minutos la puerta de mi dormitorio cuando traía a algún chico a casa, o cuando me rompí los dientes y fui durante dos años con las paletas partidas a clase, o cuando preferiste comprarme las gafas más feas a no despilfarrar el dinero en partidas de mus con los colegas del bar…
- Hija, yo te quiero, si quieres cobijarte en el rencor y en el pasado, hazlo: eres libre. Pero, si quieres hacer borrón y cuenta nueva, llámame.
- Antes muerta –contestó Laura.


Ocho horas después la aflicción de su alma no había menguado. Sentados Emilio, Antonio y don Francisco en el sofá y viendo la reposición de un programa de humor de TVE, comentaron cómo les fue la mañana. Don Francisco optó por un tenaz secretismo, bajo la fórmula de un “ya os contaré, pero sólo os puedo decir una cosa: mi vida es una mierda y voy a hacer todo para que deje de serlo”. Emilio, por su parte, poco podía decir y mucho, lamentarse, así que acalló sus pugnas internas. Tampoco Antonio estaba por la labor de recrear, con palabras, su día infernal, por lo que con un “bien” se despachó. Ring-ring. Un SMS. Entonces, el jubilado fue por el móvil, seleccionó “abrir mensaje” y lo leyó. “Hola, papá. Quiero hablar contigo. Llámame y concretamos el lugar y la hora.”

martes, 24 de diciembre de 2013

CAPÍTULO 1. EN BUSCA DE LA SUERTE PERDIDA (Para leer primer capítulo, pincha sobre el título).

CAPÍTULO 2. CUANDO LOS SUEÑOS SE PONEN A JUGAR. (Para leerlo, pincha sobre el título).

CAPÍTULO 3. UNA LIBERACIÓN EMBARAZOSA Y UNA “NOCHEMALA”.
El día 24 de diciembre llegó a aquel piso de hombres desgraciados con la misma añoranza y el mismo bullicio de siempre, pero con la miseria y la soledad más adherida que nunca a sus huesos. Por suerte o por desgracia, la mañana iba a ser ajetreada, así que el tiempo para que los recuerdos de otras Navidades más felices carcomieran su ánimo sería escaso. Desde que don Francisco y Emilio llegaron a casa con un bebé el día de la Lotería de Navidad, Antonio lo tenía claro: el niño no podía estar allí. Habían traspasado la línea blanca del secuestro, sin embargo, él no iba a vacilar a la hora de restablecerles la cordura. Para reajustarles los valores de la sensatez, les obligó a que aquella criatura saliera de su hogar con la misma inmediatez con que se olvida la canción del verano al llegar el mes de septiembre y con la misma apatía con que su ex le había desmantelado una vejez gozosa. Después de horas trazando un plan milimétrico y pulverizando los intentos de Emilio de quedarse con el bebé, cinceló en la mente de sus compañeros su idea, que se reducía en abandonarlo en el primer contenedor que hallasen.

Los tres salieron de casa con el carricoche y la criatura, tan envuelta entre mantas blancas que en un museo hubiera pasado por una momia del Antiguo Egipto, a no ser por el par de lamparones que evidenciaban la falta de pulcritud de aquellos tipos. “Al mal tiempo, buena cara” y nunca mejor dicho: llovía a cántaros. Por ello, el párroco agradeció a Dios las inclemencias del tiempo, y previó que eso implicaría unas calles deshabitadas y unas probabilidades remotas de acabar en el calabozo en Nochebuena, bajo el acecho de un policía suspicaz, sediento de declaraciones. Deambularon por los alrededores, aturdidos por la zozobra de si alguien los sorprendía y por la preocupación que suponía abandonar al niño junto a un contenedor a merced de delincuentes, rufianes y yonquis. Los labios fruncidos, la mirada cabizbaja y la cabeza gacha de Emilio perfilaron su compunción. La efervescencia de su paternidad efímera erosionó aún más sus entrañas, ya que tendría que sufrir más de un millón de sinsabores para que pudiera olvidar el regusto amargo tras el abandono del único ser que le había hecho sonreír desde hace muchos años.

Por fin, avistaron el lugar perfecto para abandonarlo: el hueco entre el contenedor azul y el amarillo. Zona perfecta, momento perfecto y un… un vecino tocapelotas.
- Buenos días, mosqueteros. ¡Qué ya estamos en Pascuas! – les dijo don José, un compinche de cañas y correrías.
- ¿Cómo que en ascuas? ¿En ascuas? ¿De qué, vamos? ¿Por qué íbamos a estar nerviosos? Nosotros somos unos vividores folladores, unos machos de pelo en pecho… ¿De qué vamos a tener miedo? –contestó Emilio haciendo acopio de su principio de sordera.
- Oye, un respeto, que yo soy casto y frío como la gamba arrocera del Atlántico que acaba ultracongelada, como una pordiosera en la nevera de un matrimonio pobre, que se conforma con tres peladillas rancias, porque no tiene dinero ni para una caja de Ferrero Rocher que llevarse a la boca. Yo mantengo mi celibato, faltaba más. –replicó el cura altivamente.  
- Corramos un tupido velo –propuso el inoportuno José. Por cierto, ¿qué hacéis con ese carricoche?
- Pues, practicando una coreografía para un concurso de chotis, ¿no te jode?, Pepico. Estoy paseando a mi nieta –responde Antonio.
- ¿Cómo? Pero si tu hija no te habla, dice que eres un putero que no duda en chuscar con furcias baratas.
- ¿Eso dice, mi Laurita? ¡Qué bromista ella! Clavadita a su madre.
- Las bromas pierden la gracia cuando descubres que nunca lo fueron- sentenció Emilio entre dientes.
- Está practicando para cuando nazca la criatura. ¡A ver si hacemos de él un abuelazo! –continuó don Francisco.
- Y, ¿qué lleváis entonces en el carricoche? ¿Una Barbie vuestra? –prosiguió José.
- ¿Una Barbie nuestra? No. Llevamos la de tu puta madre – dijo Emilio irrumpiendo en la conversación con gran virulencia-.
- Felices fiestas, don José. Nos vamos, que tenemos prisa. – concluyó Antonio evitando así echar más leña al fuego.

Pronto serían las once de la mañana y no podían postergar más el momento. Cambio de planes. Dejaron al niño, aún dormido, en un portal de un edificio de alto standing. Un niño aún sin nombre, por mucho que el eterno solterón lo llamara Emilio Junior, como señal de afecto, y sus dos compañeros, Laurencio, un nombre que les parecía tan horroroso que sería más fácil encariñarse con la programación de Telecinco, con una canción de Justin Bieber y hasta con el presidente del Gobierno antes que con aquel renacuajo.

Acto seguido, se encaminaron hacia la iglesia del pueblo. El día de Nochebuena era la ocasión idónea para recolectar dinero, alimentos y ropa para los más pobres. Cáritas era la organización que mejor definía los objetivos de la Iglesia Católica, que se podrían resumir en su lucha contra la pobreza, la exclusión social, la intolerancia y la discriminación. Sin embargo, el padre don Francisco no era un ejemplo de nada o, al menos, no debería serlo para nadie honrado. Abrió las puertas de su parroquia, desplazó algunos bancos, colocó una gran pancarta en la puerta de la iglesia y guarneció el altar de un par de velas. Con un micrófono salió a la calle y comenzó a vociferar: “Paisanos, creyentes y descreídos, cualquiera es bienvenido a la casa del Señor. Todo aquel que desee contribuir, ya sea con dinero, calzado, ropa, comida o material escolar, puede hacerlo. Le invitamos a colaborar, pues gracias a su inestimable ayuda, la sonrisa de los más necesitados es posible”.

- ¡Oh, padre! ¡Hace mucho tiempo que no le veía tan comprometido! Estoy totalmente estupefacto –exclamó Antonio.
- Y, más estupefacto vas a estar… -respondió con voz misteriosa el sacerdote.
- ¡No me cuentes, no me cuentes! Por cierto, ¿qué vamos a cenar esta noche? No tenemos ni diez euros en casa. Si no me hubiera gastado los 20 euros en el puto décimo…
- ¿Qué vamos a cenar, dices? Depende…
- ¿Depende?
- De según cómo se mire, todo depende… -contestó don Francisco.
- ¡Veo qué te gusta Jarabe de Palo! Yo es que soy más del gran Manolo Escobar, qué en gloria esté. Nunca habrá otro artista como él.

La muchedumbre fue llegando, cargada de paquetes de arroz, botes de fabada, latas de conserva, jerséis de lana… Todo aporte era bienvenido. También, hubo quienes trajeron alimentos gourmet: sucedáneo de caviar, gulas del Norte o un turrón Suchard. Paradójicamente los más necesitados suelen dejar los remilgos hambrientos, porque cuando el estómago y la piel adolecen de hambre y frío, no se les hace ascos ni a unos macarrones demasiados hechos, ni a un plato caldoso de lentejas ni mucho menos a un chaquetón más feo que matar a una abuela y empanarla entre panecillos de hamburguesa. Con el éxito de la colecta de alimentos a sus espaldas y con un montón de donativos que empaquetar, fueron clasificándolos. Antes de cerrarlos, don Francisco se encargó de buscar provisiones para la gran cena de Nochebuena, bueno en su caso, el adjetivo “gran” sólo estaba motivado por un principio de cortesía, justamente de ese principio del que carecía el cura, quien no dudó en quedarse con los alimentos más sugerentes al paladar. Sin importarles esa sonrisa de la que tanto hablaba entre los generosos donantes, tomó un sobre de gulas del Norte, una botella de sidra, un bote de fabada, una caja de polvorones y dos chorizos. “Los pecados en proporciones mínimas no cuentan como tales”, pensaba el cura.


Cinco horas más tarde estaban en casa, frente al televisor, como de costumbre. A la espera de que Su Majestad el Rey les felicitara las Navidades, Emilio aprovechó para cortar unas rodajas de chorizo y varias rebanadas de pan candeal. “Última hora. El bebé robado el pasado domingo, 22 de diciembre, ha sido encontrado en un portal a las afueras de la ciudad. Los padres han denunciado al responsable de maternidad del hospital y piden explicaciones. Aquí os ofrecemos sus declaraciones”, informaba la joven periodista del telediario. Los tres fueron corriendo hasta la tele y conocieron a los padres, víctimas del secuestro. “¿Cómo? ¿Qué hace hay mi hija? ¡Era mi nieto! ¡Habíais secuestrado a mi nieto, sinvergüenzas! Y mi hija, sin llamarme. Sesenta años asentando los cimientos de mi vida y de golpe y porrazo, todo estalla, y ni siquiera mi hija me habla. ¿Qué le he hecho yo? ¿Tan ogro he sido como para que no me llame y ni me avise de que ha nacido mi nieto?”, se lamentó el desdichado Antonio. Con el alma petrificada y fría, hizo de tripas corazón y escuchó el mensaje del Rey. Por suerte, aquella maldita noche pasó rápida para los tres, ya que a los cuatro minutos de oír al monarca se fueron los tres a la cama. “Pues, para qué, si para escuchar chistes ya está Wert. Definitivamente, Chiquito de la Calzada o Jaimito Borromeo resultaban más graciosos o, por lo menos, no jugaban con las habichuelas de nadie”, pensó Emilio.

domingo, 22 de diciembre de 2013

CAPÍTULO 1. EN BUSCA DE LA SUERTE PERDIDA (Para leer primer capítulo, pincha sobre el título).

CAPÍTULO 2. CUANDO LOS SUEÑOS SE PONEN A JUGAR.
Pipipiií, pii, piiii… Pipipiií, pii, piiii… Sonó el despertador. 8:45. Antonio despertó y fue corriendo al baño. Con una premura inusual en él, exprimió los diez minutos siguientes de tal modo que pudo lavarse los dientes y la cara, ducharse y prepararse un cortado bien caliente, antes de que empezara la lotería. Sacó el décimo de su cartera, lo colocó sobre la mesa pequeña que tenía frente al televisor, y puso La 1. Enseguida seré un millonario más, pensaba. Lo peor de la espera no fueron los desaires de don Francisco y Emilio, que no querían que le tocase ni la pedrea, pues ¿de qué iban a vivir ellos si los abandonaba el único que aportaba algún ingreso? Pero, había algo mucho peor que eso: el aterrador anuncio de la Lotería de la Navidad. Sin embargo, embriagado por la ilusión de ser uno de los agraciados del sorteo y, por qué no decirlo, por un buen lingotazo de anís, sobrevivió a la ñoñería personificada, a lo grotesco de la escena e, incluso, a la pose de diva trasnochada de Marta Sánchez.

Sus dos compañeros de piso se negaban a presenciar tal panorama y, con más razón aún, si perdía. Demasiados lloriqueos habían soportado desde que se conocieron hace seis meses como para aguantar más. La coartada de don Francisco resultó la más sólida: era Domingo y el día del Señor no se iba a celebrar sólo. En cambio, Emilio buscó un pretexto enclenque desde el principio. “No nos va a tocar ni el reintegro, mierda de vida. Me voy por el niño –dijo el soltero-, a ver si hay suerte.”. Por desgracia no había mentido: su objetivo era el niño. El problema es que no se refería al del sorteo, sino a un bebé de carne y hueso.

Emilio atravesó las calles, saludó a vecinos y vio muchas parejas jóvenes tirando de un carricoche o protegiendo a sus hijos de un más que probable traspié. Quería ser padre simplemente. Siempre le aconsejaron que no se preocupara, que llegaría la mujer de su vida… Pero, lo cierto es que desde que rompió con Alicia, Elisa o Elicia (no recuerdo exactamente su nombre) esa mujer parecía estar a años luz. En aquella época era un adolescente imberbe, ingenuo y un blanco fácil sobre los que fueron los dardos envenenados de su amada. No obstante, no iba a resignarse: por una vez en su vida estaba decidido a que sus acciones sobrepasaran sus palabras. Así pues, la solución más rápida era secuestrar a un recién nacido.  Pero, antes, tenía que esperar a don Francisco, su cómplice. Tal vez Paco, que así es cómo Emilio lo llamaba entre fechoría y fechoría, infringía los diez mandamientos, pero todo se debía al hastío provocado por las férreas ataduras inherentes a su cargo eclesiástico.

Mientras que esperó al cura, se sentó en un banco, junto a un anciano que escuchaba la retransmisión del sorteo desde una pequeña radio portátil. El canto melódico y angelical de los niños de San Ildefonso recitando los números y los premios le evocaba todo aquello que siempre quiso hacer: cambiar pañales, escuchar “papá” en boca de un renacuajo llorón, reñirle por sus malas notas o enseñarle a montar en bici. 62246, 4 millones de euros… “¡Sí, sí, te jodes, Antonio”, pensó tras oír el Gordo. Cuando llegó don Francisco, repasaron el plan para evitar cualquier cabo suelto.
- Venga, Paco, ya sabes, vamos a la planta de maternidad, allí buscamos el nido, y bueno, allí haces eso que te he dicho esta mañana. Sin remilgos. La gente es tan idiota que se cree cualquier cosa.
- Tranquilo, hombre, ya tengo una buena argucia.

Primera planta, sección de maternidad, frente al nido. Por suerte, las ventanas de aquella habitación estaban acicaladas con unas cortinas venecianas. Pegó los ojos al cristal y entre lámina y lámina vio que en aquella estancia sólo había una enfermera entre decenas de bebés. “Venga, vamos a allá. Entretenla, yo voy a hacer como si fuera a tomar un café de este máquina”, dijo Emilio a Francisco. Acto seguido, el cura, con casulla morada incluida, llamó a la puerta, abrió y preguntó si podía entrar.
- Padre, salga, aquí sólo puede estar el personal sanitario –dijo la enfermera con un tono inquisitorial.
- Lo sé, buena mujer. Sólo quería bendecir a estos hijos de nuestro Señor. Mi alma sólo siente la inercia de iluminar la vida de estas criaturas tan tiernas. ¿Acaso no es ahora un buen momento?
- Puede, señor. Pero yo sólo me limito a cumplir órdenes.
- ¿Hace tiempo que no te pones de rodillas, verdad? Como líder espiritual, le invito a orar más a menudo.
- Muchas gracias por la recomendación. Pero, no puedo, entiéndame.
-¡Ay, señora! ¿Qué está pasando? Cada vez reúno a menos feligreses, los chiquillos cuando comulgan no vuelven a pisar la parroquia, ahora tú no confías en mí –dijo mientras sus lágrimas de cocodrilo circulaban por su jeta.
- Padre, padre. No se me venga abajo. Le acompaño a tomarse un café, le tranquilizará.

Aprovechando que la enfermera y el cura se aproximaban a la máquina dispensadora de café, Emilio entró al nido y robó un bebé de las cunas. El tiempo apremiaba. Don Francisco no podía entretenerla más: ya le había contado sus andanzas durante su misión en África, cuán dolorosa fue su operación de fimosis, los días que pasó a base de purés y salsas cuando le extirparon las muelas del juicio, o, incluso, cómo superó la muerte de su tortuga… En fin, no había otra solución: tenía que llevar a cabo el plan B.

- ¡Oh,  Dios mío! ¿Qué ven mis ojos? ¡Milagro, milagro, milagro! ¡En el café se puede ver una cruz! A Moisés se le separaron las aguas del Mar Rojo, pues a mí, igual, pero con mi café.
- Pero, ¿qué dice, Padre? ¡No blasfeme!
- Se lo digo en serio. Visto lo visto, voy a tener que bendecirla. Satán, sal de su cuerpo. Que no me cree esta zorra. –replicó y le tiró el café a la enfermera.
- ¡Seguridad, seguridad! Este cura infecto es un maleducado, qué digo, un hijo de perra. Venid, corred.
- Deja de gritar. Como cuentes algo, diré que te me habías tirado a la bragueta y que como yo me he negado, me has querido inyectar algo.

Desde luego, aquella mujer jamás pensó que su jornada laboral quedaría trufada por los delirios de un sacerdote loco, un milagro carente de veracidad y un bebé raptado. Y, es que a veces la realidad llega a ser tan insólita que hasta un capítulo de Bob Esponja puede resultar más creíble. El capricho de la realidad provocó que aquel niño acabara en unos brazos que no eran los de su madre, en una casa llena de cerveza y desprovista de biberones, y bajo el cuidado de un cura inmoral, un soltero sin escrúpulos, y un cornudo con 23 euros perdidos y los ánimos descuartizados. Antonio se iba a arrepentir hasta su muerte de haberse obcecado en comprar un décimo que no tocó, y todo por haber sido esclavo de un sueño, pero sobre todo, de haberse negado a comprar el número que le había ofrecido la joven del autobús. Si lo hubiera hecho, ahora mismo tendría cuatrocientos mil euros en el bolsillo. Pero, no. “Estoy condenado a ser un perdedor toda mi vida.”, pensó. Emilio y don Francisco no pudieron disimular su alegría al enterarse de la mala suerte de su compañero, pero es que cuando el hambre entra por la puerta, el amor, la amistad y la dignidad salen por la ventana.  Al fin y al cabo, todos pusieron sus sueños a jugar.