miércoles, 18 de octubre de 2017


Rara es la reseña de Mala letra (2016) que no compara esta colección de cuentos publicados con Cicatriz (2015), novela de la misma autora que coronó las listas de mejores novelas de 2015. Existen dos motivos: por un lado, el temor a que fuera una obra poco meditada, un tachón en su loable trayectoria literaria por el deseo de estirar el buen desempeño comercial de Cicatriz y el tirón de Sara Mesa gracias a este éxito (o de mantenerlo) con el fin de contar con un buen colchón de ventas de su próxima novela y, por otro lado, el interés por comprobar cómo evolucionaba la prosa de Mesa. ¿Continuaría intensificando, como hizo en Cicatriz respecto de Cuatro por cuatro, la economía de medios (personajes, acción y escenas), el carácter sobrio, distante, frío y afilado de su estilo y sus ambientes turbios, oscuros y asfixiantes? ¿Apostaría, por el contrario, por un tono más colorido, más conversacional, más próximo al lector y con sus personajes?  

Sobre el temor, nada que temer: si bien algunos cuentos descuellan entre el resto de modo notable, ningún cuento puede tacharse de tedioso ni de una prosa plana. La colección mantiene un nivel literario admirable a lo largo de sus 191 páginas, por mucho que dos de sus cuentos, «Nada nuevo», sobre la soledad y el sentimiento de abandono en la vejez, y «¿Qué nos está pasando?», sobre el desamor, incurran en lugares comunes, es decir, por mucho que estos carezcan de un tratamiento especial que los individualice, más allá de los saltos temporales, de determinadas epifanías y de los cambios de perspectiva del narrador, recursos empleados en cada cuento. Sin duda, la heterogeneidad temática no exenta, sin embargo, de coherencia, por cuanto la culpa, la infancia y la educación son los tres centros temáticos del volumen–, ayuda a que cada relato funcione; así soslaya cualquier riesgo de que la excelencia de cuentos como «Mármol», «Papá es de goma» o «Apenas unos milímetros» abata los menos conseguidos.

En lo que concierne a la evolución del estilo, Sara Mesa no abandona el estilo característico de Cicatriz, sobrio, oscuro y punzante. Así, tenemos «Creamy milk and crunchy chocolate», un relato sobre un accidente de tráfico y el remordimiento de sus responsables que no logra mantener en sus últimas páginas el carácter lúgubre tan logrado y certero de las primeras; «Nosotros, los blancos», el cuento que, por su extensión (unas 40 páginas), más bien, podría ser considerado una novela breve sobre la maternidad subrogada y los hechos que se desencadenan cuando la madre decide romper el acuerdo y quedarse con el bebé; el esquematismo y la brutalidad de «Picabueyes», «Palabras-piedra», que con un inicio muy obsesivo, en la línea de Poe en «El gato negro» y en otros cuentos de obsesiones, aborda el padecimiento de una adolescente ante el ambiente opresivo familiar, de represión de sus inclinaciones; y «Papá es de goma», donde se recrean los escollos de tres hermanos menores de edad abandonados por sus padres. Los dos últimos sobresalen entre los mencionados como continuadores del estilo de Cicatriz, entre los que habría que incluir «Nada nuevo» y «¿Qué nos está pasando?», y suponen una excepción, un impedimento para afirmar que, de manera imprevista, los mejores relatos son los que más se alejan de Cicatriz.

Sin embargo, la escritora explora otros terrenos. En «El cárabo», el primer relato, adopta una voz colorista que disuena del resto de cuentos, acaso con la excepción de «Mustélidos», el último cuento. Del primero destaco no el tono misterioso que adquiere en la segunda mitad cuando se produce una desaparición y la madre con su hijo se interna en el bosque, en el que Mesa recoge elementos tradicionales propios de los cuentos de terror infantiles, sino que en él brille como en ningún otro cuento la capacidad de sugerencia, la elocuencia de lo no dicho. Del segundo, de «Mustélidos» he de subrayar el carácter metaliterario, donde Nuria responde a la queja de un compañero de trabajo por la distancia entre la vitalidad y la ternura de su vida cotidiana y la oscuridad y la violencia de las escenas que escribe en sus relatos. No es fácil imaginar, después de leer Mala letra, a su autora suscribir las palabras de Nuria, su concepto de literatura como desagüe. Un ejercicio metaliterario, a mi parecer, anecdótico, es el de «Mármol», cuya protagonista se erige como la autora del propio relato después de un caso de suicidio, que lo escribe mucho tiempo después, puede que desfigurado por la memoria. El suicidio y la enseñanza como temas se concretan en el cuento acaso más brillante de la colección: no es fortuito que una de sus líneas le dé título. Desde otra perspectiva, este cuento de Mala letra comparte un trasfondo muy similar a una novela breve de Chirbes no menos recomendable, La buena letra.

Por último, comentaré «Apenas unos milímetros», que, aunque, en el fondo, complementa a «Mármol», pues cuestiona, también, algunos aspectos de la educación y enfrenta a los estudiantes jóvenes con aquello que, a priori, les es ajeno, la muerte o la enfermedad con un estilo bien diferente: el humor negro. Quizá sea el cuento más políticamente incorrecto (pocos o ninguno no lo son); de hecho, su tesis se opone frontalmente con la corrección política. En él se plantea esa igualdad tramposa con que el sistema educación niega las diferencias por ese afán de este por la integración, por encima de la sensatez, a través de una profesora de biología que cuestiona el provecho de que un adolescente tetrapléjico reciba una clase de educación sexual y le enseñen a ponerse un preservativo. ¿Asistir a esta clase le hará sentir más integrado o más excluido? Si bien la tesis se presenta de manera bastante obvia, Sara Mesa sortea este problema a través de la reacción final del chico y el sarcasmo que rezuma el relato. Baste mencionar las siguientes líneas de la página 39 después de que el chico le comunicara (ni puede hablar de decir o de escribir) que le gustaban los libros de fantasía: «Pensé que para él cualquier libro, incluso el más realista, era de fantasía, pero de inmediato me arrepentí de mi cinismo y le recomendé los cuentos de Poe».


Mala letra es buen libro de cuentos, bastante recomendable. Puede que la voz narrativa, pese a ser más sombría o más vital en unos relatos que en otros, sea muy similar y esto le reste cierta verosimilitud en algunos casos. Puede que pese a incluir temas de Cicatriz como el robo, el aislamiento o la culpa no goce siempre de la misma contundencia. Sin embargo, existe una gran variedad dentro de los límites de la coherencia; existen, asimismo, ideas provechosas, la mayoría de veces desarrolladas con excelencia. Todo ello confirma que Sara Mesa se consolida como una de las grandes plumas de la narrativa española actual y asegura que los once cuentos de Mala letra merecen su lectura.

MESA, Sara (2016). Mala letra. Barcelona: Anagrama. 191 páginas.

*La portada incluye una fotografía de James Pond extraída de https://unsplash.com/photos/hAu6KyCdHAc

miércoles, 4 de octubre de 2017

Esta semana quisiera reflexionar sobre la tendencia de los hablantes a censurar ciertos usos lingüísticos correctos por desconocimiento o por sobrevalorar sus conocimientos, consecuencia quizá de lo primero. No resulta complicado encontrar ejemplos a modo de ilustración.

Caracterialmente 
Leí en FormulaTV, una web históricamente sobre televisión que con cada vez más frecuencia disimula muy su supuesta identidad con noticias de diversa índole, que Jordi González negaba en un tono burlón la existencia del adverbio caracterialmente. Al igual que él, he de admitir que jamás había escuchado esa palabra; sin embargo, mi reacción no habría sido señalar el supuesto error, sino comprobar que realmente lo es. Hay que consultar antes el DLE (el antes denominado DRAE), la Nueva gramática de la lengua española, el Diccionario panhispánico de dudas (DPD) o, incluso, la Fundéu. En este caso, basta con buscar en el diccionario caracterial para comprobar su existencia, aunque su ausencia no entraña necesariamente su inexistencia o que su uso sea incorrecto: este diccionario no incluye toda la terminología científica de una disciplina y a veces, como bien sabemos, se demora en la inclusión de palabras tan comunes en España como golosina y el galicismo pochar, que no fueron incluidas hasta la última actualización del DLE.

Volviendo a caracterial, cuyo significado es 'relativo o perteneciente al carácter de una persona', se incluye en este diccionario y pasa a la categoría gramatical de adverbio de manera regular, como el sistema prevé, esto es, mediante el sufijo -mente. Por ello, como en la mayoría de adverbios creados a partir de este procedimiento, no poseen entrada, dado que se puede deducir el significado fácilmente a partir del significado de caracterial.

Saborizar
Esta palabra la escuché en Ven a cenar conmigo, un programa de Cuatro en que cinco desconocidos (algunos no tanto) ejercen de anfitriones a lo largo de la semana con el fin de ganar 3000€ y muchos, ya de paso, promocionarse o satisfacer las necesidades de sus ego. El anfitrión de la cuarta velada de la segunda semana, Juanjo, empleó el verbo saborizar para explicar un paso de su receta y los encargados de posproducción recurrieron a un efecto con que indicar su presunta incorrección idiomática. 
Saborizar existe. No podemos olvidar el carácter creativo del idioma (y de los hablantes). Existen multitud de mecanismos para crear nuevos términos, no todos, obviamente, sobreviven. En este caso, tenemos un caso de derivación mediante el sufijo -izar (clica en la palabra anterior para consultar la entrada del DLE). Con todo, este concursante podría haber optado por saborear, que, empleada hoy, sobre todo, como 'percibir un sabor con deleite', significa también 'dar sabor'.

Bajo mi punto de vista
No me gusta nada esta expresión, imagino que surge por la confusión entre bajo mi opinión y desde mi punto de vista. Muchas veces he escuchado a profesores corregirla alegando que uno ve desde sus ojos, ya que bajo estos hay piel. Supongo que se habrá extendido tanto bajo mi punto de vista que la RAE la acabó aceptando como correcta. Ahora bien, el NGLE y el DPD aconsejan emplear desde mi punto de vista en detrimento de bajo mi punto de vista, por razones estilísticas, ya que la segunda, pese a la polémica que concita, se utiliza desde hace dos siglos.

http://lema.rae.es/dpd/srv/search?id=OhOXxZeOMD62hZtXCD
http://www.fundeu.es/consulta/desde-mi-punto-de-vistabajo-mi-punto-de-vista-1627/

miércoles, 27 de septiembre de 2017


Hace dos años y medio, leí Hombres buenos y, después de recuperar un breve ensayo que realicé sobre esta novela de Pérez-Reverte publicada en 2015, realizo esta crítica. Esta distancia temporal respecto de su lectura me permitirá ser más objetivo con la novela, ajustar mi valoración con la realidad. Por ser una tarea obligatoria en una asignatura de Filología Hispánica, tuve que leer una novela de este autor. Después de intentos fallidos con La reina del sur, El francotirador paciente y alguna novela de El capitán Alatriste, en ninguno de los cuales superé las veinte páginas por encontrarlas poco sugestivas, con Hombres buenos por fin descubro la narrativa de Pérez-Reverte.

Ambientada en el siglo XVIII, la Real Academia Española elige a dos académicos, el almirante Pedro Zárate y el bibliotecario Hermógenes Molina para que adquieran en Francia la primera edición de la Encyclopédie, obra que recoge todo el conocimiento de la época y símbolo de la Razón frente a la superstición, la religión y la incultura. Sin embargo, su búsqueda se ve obstaculizada por la firme determinación de otros dos académicos, el pedante Sánchez Terrón y el ultraconservador Manuel Higueruela, de evitarlo, temerosos de que estudiosos poco preparados manejen sus ideas progresistas y de que estas pongan en jaque el fervor religioso y la influencia de la Iglesia. Queriendo sabotearles el viaje recurren a Pascual Raposo, un sicario, para que vigile a sus dos compañeros y que, además, tome las medidas necesarias, salvo el asesinato, para impedir que los veintiocho volúmenes lleguen a España.

Pérez-Reverte describe los personajes con una eficacia y una economía ejemplares: le bastan unas pocas líneas para caracterizar a los personajes, en especial, su apariencia física y su indumentaria, a la cual vincula con la calidad moral y psicológica de estos. El resto de rasgos psicológicos se presentan por medio de los diálogos, de las acciones o de la carga onomástica de sus nombres. Ilustra esto el apellido de Pascual, «Raposo», que evoca la imagen de astucia y engaño a la que se vincula el zorro en el folclore. Otro ejemplo sería el nombre de Hermógenes, también llamado, Hermes, que lo asocia con el dios griego de los mensajeros, de las fronteras y los viajeros.
[Pedro Zárate y Queralt] tiene fama de hombre retraído y excéntrico. Brigadier retirado de la Real Armada, autor de un notable diccionario de Marina, el almirante es sujeto alto, delgado, todavía apuesto, de aire melancólico y maneras rígidas, casi adustas. Lleva el cabello gris moderadamente largo, aunque empieza a escasearle, sujeto en corta coleta con cinta de tafetán. Lo más llamativo de su rostro son los ojos de color azul claro, muy acuosos y transparentes, que suelen mirar a los interlocutores con una fijeza que se torna inquietante, casi fastidiosa, cuando la sostiene demasiado (p. 51).

Tanto los protagonistas como los antagonistas se hallan bien perfilados. Sin embargo, he de señalar alguna deficiencia: por un lado, resulta innegable, a juzgar por las apariciones públicas del autor, que el almirante Pedro Zárate resulta un alter ego de Pérez-Reverte. Parecen compartir las mismas ideas. Esto, desde luego, no es censurable, pero sí que Hermógenes esté al servicio de la ideología de Pedro Zárate. Esto se aprecia en las conversaciones continuamente trufadas de expresiones de acuerdo, de aserción y laudatorias como las siguientes: «—Tiene usted razón… Tomo nota», «—Estoy de acuerdo», «—Tampoco en eso le falta razón» (pp. 96-97)… Además, percibo un cierto sectarismo en Zárate, cuyo discurso y debido al carácter de Hermes, débil, inseguro y timorato, va atenuando sus ideas. Incurre así en unos personajes, si no estereotipados, típicos, carentes de contrastes o extremos –baste mencionar cómo subraya hasta casi caricaturizar estos rasgos de Hermes por medio de reacciones infantiloides (no encuentro verosímil que de un hombre tan culto al encontrar una primera edición de la Encyclopédie como Hermes tartamudee cuando toma asiento, palabras casi incoherentes de reconocimiento y admiración, y afirme que éste es uno de los momentos más importantes de mi vida) así como por medio de la degradación del personaje para restarle crédito y relevancia a sus ideas, como ocurre en el episodio de su diarrea).

Maestro de las técnicas narrativas, Arturo Pérez-Reverte se sirve de todo tipo de recursos novelescos con el objetivo de mantener el interés del lector, para que a este le resulte más amena la historia. Por ello, la estructura adquiere una especial relevancia en esta novela, quizá más que en las anteriores novelas del cartagenero, por cuanto el texto se compone de fragmentos en que alternan dos voces, en épocas y espacios distintos. Por un lado, uno apela al lector para informarle del proceso de documentación, para justificar los motivos que lo condujeron a resolver la historia tal y como hoy la conocemos e, incluso, para describir personajes y espacios. Por otro lado, otro narrador cuenta los acontecimientos que tienen lugar en el ambiente de la RAE y la ciudad parisina del siglo XVIII, principalmente, desde tres perspectivas (la primera es la de Hermógenes y Zárate; la segunda, la de Pascual Raposo; y, por último, la tercera, la de Sánchez Terrón y Miguel Higueruela). La primera voz narrativa nos va indicando cuándo interrumpe  la narración de los dos académicos persiguiendo una finalidad doble: abreviar el relato y mantener el interés reservando información. Otra estrategia efectiva para atrapar al lector y estimular su interés por la novela es el empleo de los cliffhangers, es decir, el finalizar cada uno de los doce capítulos, todos ellos de similar extensión, con una escena trepidante, inesperada, capaz de mantener a los lectores expectantes sentados leyendo más para descubrir qué depara el capítulo siguiente. Como botón de muestra, he aquí las líneas finales del capítulo tercero:
Mientras caminan bajo los soportales hacia el farol que señala la puerta de la posada, única luz encendida en las cercanías, el joven oficial y el académico se cruzan con un jinete solitario que atraviesa despacio la plaza, floja la rienda del caballo, envuelto en las sombras.

Tampoco podemos ignorar la expectación que producen la ruptura del orden cronológico de los hechos, los saltos temporales, el inicio in media res, y el ocultarnos hasta bien avanzada la novela el nombre de los dos dualistas del inicio.

Se confunde quien imagine que el escritor confunde el ritmo fluido con las prisas. Todo lo contrario, el ritmo suele ser pausado al predominar los diálogos en detrimento de la narración y la descripción. Al igual que ocurre en El Quijote, aunque salvando las distancias, el aspecto que sobresale sin lugar a dudas en Hombres buenos es la conversación como pilar de la novela. De hecho, la trama, las escenas de acción, se puede considerar un pretexto para incluir las conversaciones de los académicos, pues estas son una especie de cuentos enmarcados o, más bien, de ensayos enmarcados, de reflexiones enmarcadas del mismo modo que en la mayoría de ocasiones la trama marco funcionaba como pretexto para incluir cuentos.  Así Pérez-Reverte recupera el diálogo renacentista, de estirpe socrática, para abordar los problemas sociales y políticos de la España del siglo XVIII, que, en el fondo, son también los de nuestro tiempo, de una manera más cercana al lector, más comprensible. A esta intención didáctica le achaco la escasa hondura de las ideas de los personajes, por lo general, superficiales y repetitivas, las cuales se pueden resumir en la urgencia de una revolución política para purgar la sociedad española, corrupta, analfabeta y, además, orgullosa de serlo. Tampoco contribuye a la profundidad del discurso que el autor pretenda establecer de modo continuo relacionar entre las dos épocas de la historia de España mencionadas. Ahora bien, esta condición no socava la amenidad del relato.

Asimismo, la intertextualidad protege esa amenidad: me atrevería a generalizar y afirmar que a todo lector le place encontrarse con referencias a otros libros, gusto que el escritor cartagenero satisface con una red densa de menciones a obras literarias, cartografía empleada en el proceso de documentación y de otros productos artísticos, etc. La primera y más relevante, la Encyclopédie de D'Alembert y Diderot, cimenta el eje argumental. Una relevancia próxima posee la huella de Miguel de Cervantes: Hermógenes Molina y Pedro Zárate recuerdan Sancho Panza y Don Quijote. Al primero se le describe como “un hombre bajo, grueso, bonachón” (p. 50), miedoso, inofensivo y defensor del conocimiento, siempre y cuando se respete la monarquía y la religión, esto es, una suerte de Sancho Panza. Acerca del segundo, se dice que es “sujeto alto, delgado, todavía apuesto, de aire melancólico y maneras rígidas, casi adustas” (p. 51) y demuestra determinación cuando ha de luchar por sus ideales aunque eso conlleve su muerte.

La práctica intertextual, del mismo modo, comprende la de Lope y la de Calderón de la Barca, o, mejor dicho, la del teatro que surgió a imitación de estos dos dramaturgos del Barroco («¿Hablaríamos como en el mal teatro que imita a Lope de Vega y a Calderón?», p. 129]. Pérez-Reverte alude a la rima XXI de Bécquer en («Clavó en mi pupila su pupila azul», p. 18) y a algunas obras suyas, algunas de ellas ficticias como El enigma del Dei Gloria. También, percibo en el siguiente fragmento reminiscencias de la prosa satírica y burlesca de Francisco de Quevedo, en concreto, a Gracias y desgracias del ojo del culo:
—Él dice que sí –se bate en retirada Bringas–. Aunque es cierto que sus colegas se lo discuten. Hay cierto barullo con eso... En realidad es un especialista en problemas oculares. Hasta tiene escrito algo sobre el particular... Y también un tratado sobre la gonorrea.

Habría que mencionar otros recursos con los Hombres buenos logra cierta comicidad: la parodia, el empleo de estereotipos, la obscenidad o, incluso, en alguna ocasión, el uso no normativo de la ortografía se erigen en Hombres buenos como medios para alcanzar determinados efectos humorísticos. Ejemplifica este humor el estereotipado abate Bringas, uno de los personajes más divertidos y caricaturescos, debido a su postura radical y a su tendencia a gorronear: en no pocas escenas se excusa para que los dos académicos paguen lo que él consume en ventas, restaurantes, etc.


Hombres buenos complace, a menos que al lector le irrite el uso casi abusivo del adjetivo «cuanto», porque el autor posee un dominio absoluto de las técnicas narrativas para mantener el interés del lector sin incurrir de manera obsesiva en efectismos: gracias a sus personajes, aunque típicos, reconocibles y empáticos, logra que la conversación –aun sin ser demasiado profunda–, lejos de resultar un escollo para continuar leyendo, una parte superflua cuyo único fin es abultar el volumen, sea la parte más apetecible de la novela, junto con las intervenciones del narrador que nos explica el proceso de creación de esta, un deleite para quien aprecia escribir y leer.

miércoles, 20 de septiembre de 2017


Parece mentira que El acantilado de las palabras haya inaugurado este mes su sexta temporada y que nunca haya dedicado una entrada a la poesía; solo realicé un breve comentario sobre Quién lo diría, el último poemario de Sánchez Rosillo y, también, sobre En la tierra de en medio, de Rosario Castellanos, en «Lo mejor de 2015», donde repasaba las diez obras culturales que más me habían marcado ese año. Hoy, por fin, en este blog se habla de poesía, en concreto, de la poesía de la generación del 27, después de haber leído la antología de Víctor de Lama a lo largo de este verano, como contrapunto a las novelas que he leído, algunas de las cuales ya he reseñado aquí. Debido a la heterogeneidad de este grupo de poetas, considero de escaso provecho valorar la contribución poética de todos los escritores de una manera tan escueta que resulte excesivamente superficial, máxime cuando de cada uno solo he leído unos treinta poemas. Así, puesto que un análisis pormenorizado sobrepasaría los límites razonables de una entrada de un blog y precisaría de una lectura de un corpus de texto mayor de la realizada, mis propósitos con esta entrada de hoy son mucho más humildes: analizar la antología leída, señalar mi poema favorito de cada autor y recomendar de cada escritor el poema más accesible, no por ello menos bello, con el fin de animar a los lectores de esa poesía mal llamada juvenil, porque desacredita injustamente de manera automática la literatura escrita por jóvenes (hablemos mejor de poesía comercial o de poesía de súper) a que descubran que la poesía con sustancia ni tiene por qué ser indescifrable ni fría.

En cuanto a la selección de una antología, opté por la de Víctor Lama, Poesía de la generación del 27. Antología crítica comentada (Edaf), pues esta proporciona una visión panorámica, pero completa de la generación del 27: no se reduce a unos diez poemas por autor como ocurre con la edición de Cátedra; todo lo contrario, la edición de Edaf ofrece una selección de los poemas más representativos de cada poeta(suele haber, al menos, uno de cada poemario) y cubriendo cada paso en la evolución poética suya. Esta es su principal virtud, aparte de su prólogo, donde con claridad expositiva y un rigor no menor se exponen las características generales de la generación del 27. Gracias a esta virtud se puede pasar por alto que no ofrezca una explicación detallada de la poesía de cada escritor, como sí la encontramos en la edición de Cátedra. Con todo, las anotaciones completas sobre aspectos críticos y otros más llanos de la mayoría de poemas permiten contextualizar y comprender la obra con mayor hondura. Asimismo, se podría objetar la ausencia de algunos poemas (he echado en falta representación de Historia de un corazón, de Vicente Aleixandre) o la omisión de autoras: Carmen Conde y Ernestina de Champourcín merecían un lugar en esta antología de más de cuatrocientas páginas, a mi juicio, antes que los poetas menores (así son denominados en la antología) Juan Larrea, José María Hinojosa y Fernando Villalón. Incluso, algunos poemas de estas podrían competir con muchos de sus congéneres, sobre todo, con Emilio Prados. En este aspecto, el editor ha sido demasiado fiel a la selección de Gerardo Diego en su famosa antología poética.

En relación a los poetas, estos comparten unos rasgos, aunque con un grado de incidencia dispar. Baste mencionar el neopopularismo en Lorca y Alberti, admiradores de Gil Vicente, el Romancero viejo y el Cancionero tradicional, cuyas formas y cuyos temas recuperan enriqueciéndolas con elementos vanguardistas y su propio genio. Asimismo, la generación del 27 admira la lírica popularista de Lope, a Bécquer, la poesía pura de Juan Ramón Jiménez, con el que primero establecen una colaboración que se verá truncada finalmente en ruptura y hostilidad, San Juan de la Cruz o a Gómez de la Serna, dado el gusto en común por la metáfora y la tendencia lúdica y evasiva (en la producción de estos poetas, por lo general, en la más temprana, proliferan las ideas ingeniosas, la asociación de ideas insólitas, los juegos lingüísticos…). Junto con la tradición poética hispana, cabe mencionar la influencia de las vanguardias europeas, en especial, el el ultraísmo, y del surrealismo. Sirva de modelo cuánto debe a Les fleurs du mal, de Beaudelaire, Jorge Guillén en la estructura de su Cántico. Y, por supuesto, tenemos a Góngora (y a los poetas gongorinos) como influencia. Esta generación de poetas nacidos entre 1891 y 1905, de hecho, se les denomina como la del 27 porque en ese año celebraron el tricentenario del poeta cordobés, creador de Soledades y de Fábula de Polifemo y Galatea.

Sin embargo, cada uno es irreemplazable y posee su propia personalidad; el clasificarlos en una corriente o en una generación solo responde a la necesidad de facilitar su estudio. Hay poetas para todos los gustos. Así, Pedro Salinas demuestra en sus poemas de amor y de desamor que la cursilería, la palabra empalagosa, no es inherente a la poesía amorosa, sino a los malos poetas, desmonta cualquier prejuicio sobre el amor en la poesía, al igual que Luis Cernuda, si bien en menor medida; Jorge Guillén, por su parte, demuestra que se puede cantar a la vida, al optimismo, con elegancia y con profundidad, evitando la efusividad excesiva y ridícula, caricaturizada gracias, en parte, a la aceptación de las sombras, al tono sincero, pasional aunque contenido y el dominio de la forma. Tenemos, además, el contraste entre la poesía de Gerardo Diego, quizá la más intelectual, la más centrada en los aspectos formales, en contraste con la más sentimental de Manuel Altolaguirre, especialmente, cuando aborda el dolor y el recuerdo de la madre fallecida, o con la más íntima, la de Emilio Prados, cuyo oído musical limitado, a mi parecer, dista mucho de Rafael Alberti. Los poemas de este último ofrecen, sin duda alguna, los versos más coloristas y de un profundo carácter, como García Lorca. Personalmente, si tuviera que escoger mis poetas favoritas, seleccionaría a Salinas, Cernuda, Dámaso Alonso –sus poemas conmueven, entre otros factores, por la variedad de longitud de sus versos, por su acercamiento al versículo de ascendencia whitmaniana y, por supuesto, bíblica– y Vicente Aleixandre –acaso sea su producción literaria con un dominio mayor del ritmo–. Esta es mi impresión, simplemente. ¿Qué opinas tú? ¿Cuáles son tus poetas favoritos? Anímate y comparte tu opinión dejando un comentario; me interesa mucho.

A continuación, os propongo una lista con los poemas, a mi juicio, más destacados de cada literato, ya sea por su calidad (en magenta) ya sea por su accesibilidad (en rojo). Los más accesibles y, no por ello menos conmovedores (en absoluto peores, de hecho, son, salvo en el caso de los de poetas menores, han sido mis favoritos), los recomiendo a cualquier lector, pero, en especial, a aquellos amantes de esa poesía comercial, de versos cursis, aparentemente ingeniosos, que, en verdad, solo son frases pseudofilosóficas, “pseudointensas” y con recursos literarios traídos para adolescentes en Twitter o Facebook, camufladas en estrofas, sin ritmo alguno, para que se animen a leer poesía auténtica. No creo que esta poesía comercial en sí misma sea perjudicial; más bien, lo contrario, pues puede contribuir a que muchos jóvenes adquieran el hábito de la lectura. Lo perjudicial es asociar que toda la poesía comercial, mal llamada poesía juvenil, por cuanto se podría estar denostando a grandes poetas jóvenes o, más bien, a grandes promesas de la poesía, solo por su edad o, peor aún, acabar concibiendo la poesía como una serie de palabras empalagosas, cursis. Puro entretenimiento, hacer de la poesía un bien de consumo más. Un pasatiempo, una alternativa al crucigrama o a la sopa de letras. Y, por ende, esta poesía de supermercado puede hacer perder aún más la escasa estima general de la poesía más "comprometida", más elaborada, que muchos, por ignorancia y por prejuicios, tienen. Si no estás de acuerdo, no dudes en dar tu opinión comentando esta entrada. 

Sin más dilación, dejo la lista. Para leer cada poema, haz clic en cada título. El número hace referencia a la enumeración de la antología citada:
Lama, Víctor (ed.) (1997). Poesía de la generación del 27. Antología crítica comentada (ed. Víctor de Lama). Madrid: Edaf. 527 páginas

Pedro Salinas

Jorge Guillén
Accesible 26 Arsvivendi

Gerardo Diego
Accesible 16 Sucesiva

Vicente Aleixandre
Accesible 14 Se querían 

Federico García Lorca
Mejor 24. Ciudad sin sueño / 25. La aurora
Accesible 29. «4 Alma ausente» en Llanto por Ignacio Sánchez Mejías

Dámaso Alonso
Mejor 10. Insomnio
Accesible 11. Mujer con alcuza

Emilio Prados
Accesible 13. Dormido en la yerba

Luis Cernuda

Rafael Alberti
Accesible 15. Joselito en su gloria

Manuel Altolaguirre
Accesible 14. Era mi dolor tan alto

Fernando Villalón
Mejor Accesible 6. 894

Juan Larrea
Mejor Accesible 1. Centenario

Juan José Domenchina
Mejor 1. Hastío
Accesible 3. Mujer. Palabra rubia

José María Hinojosa
Mejor Accesible 1. Sueños


Algunos poemas de poetas no incluidos en la antología que por su calidad merecerían haber aparecido en la antología por encima, como mínimo de Villalón, Larrea e Hinojosa.
Carmen Conde

Ernestina de Champourcín

miércoles, 13 de septiembre de 2017


Interrumpo esta semana la tónica de las últimas entradas, todas ellas de crítica literaria –ya habrá tiempo para discutir la poesía de la generación del 27, la prosa de Chirbes o la obra ensayística de Rosario Castellanos–. Hoy quiero dedicar la entrada semanal a El viaje de Copperpot con motivo de la celebración de su decimoséptimo aniversario el pasado lunes 11 de septiembre, y lo haré desde esa perspectiva, el álbum a prueba del paso del tiempo. Decía Bunbury en un reportaje de la revista Efe Eme sobre The Rise And Fall Of Ziggy Stardust And The Spiders From Mars: «Hace tiempo que no escucho el álbum entero. Lo escuché tanto, que ya no me apetece volver a él, porque ya habita en mí». Precisamente, esto es lo que me ocurre con el segundo disco de LOVG, el disco de mi infancia, como en la adolescencia pudo serlo Pájaros en la cabeza de Amaral o como ahora, en la juventud, de Bowie o Darkness On The Edge Of Town, de Bruce Springsteen pueden serlo. Sí, pueden, es arriesgado señalar el álbum más emblemático de una época que se está viviendo. También, podría haber mencionado el segundo de Michael Kiwanuka, entre otros.

El viaje de Copperpot, que se publicó en 2000, consta de doce canciones más una pista escondida en la duodécima, «Tic Tac». Amenizaron compras, trayectos en coche, fiestas de cumpleaños, instantes a solas y otros momentos en los que, sin radio o megafonía cerca, uno tenía alguno de esos malditos temas en la cabeza, tan pegadizos, tan memorables. A todo ello contribuyó la inmensa promoción del álbum. Hasta ocho sencillos sonaron en las radios e, incluso, los que no lo fueron también se pudieron escuchar. Ahora hay quien explica el éxito solo como una causa del marketing, pero eso es injusto. Es innegable que los medios de comunicación influyen más o menos, dependiendo de su sentido crítico, en los gustos y en los hábitos del público y más a principios de milenio con un acceso a Internet que aún estaba por generalizarse. Sin embargo, resultaría ridículo pensar que toda la cultura o todo el entretenimiento –dejo a tu elección situar a LOVG en la categoría que consideres– de carácter popular o divulgados por la prensa carecen de valor artístico. En el campo de la literatura española, siguiendo esa regla, habría que despreciar clásicos como el Romancero Viejo o los cuentos de Edgar Allan Poe.

Junto con el respaldo de Sony, una de las discográficas más importantes del país, y, por descontado, el apoyo mediático colosal que ello conlleva, tenemos un factor decisivo, si no para el respaldo de los medios, sí para la popularidad del grupo y la supervivencia de sus canciones: el talento para confeccionar unas melodías pop-rock contundentes, vigorosas, con un acompañamiento musical vivaz, naïf, y, en cuanto a lo lírico, con una defensa de la inocencia, de la ensoñación y el optimismo.

De no ser por la contención en las letras, por el acierto o, quizá, el instinto de Pablo Benegas, Xabi San Martín y Amaia Montero, para contar historias prescindiendo de ese tono melodramático que caracterizó algunos trabajos posteriores, como «Vestido azul», «Muñeca de trapo» y, en especial, por resultar casi una parodia involuntaria de ese melodrama, algunos temas de Cometas por el cielo («Día cero» y «Paloma blanca») y casi todo El planeta imaginario, las canciones de Copperpot no continuarían funcionando. Baste mencionar el caso de «La playa»; en ella se aborda la nostalgia de una playa donde se vivieron los primeros años y los primeros amores desde la perspectiva del protagonista de aquellos vivencias de la niñez cincuenta años después. Xabi San Martín no necesitó encriptar la letra con metáforas vacuas y manidas; todo lo contrario, para emocionar con la canción si no la más bonita del mundo, la más bonita del grupo, optó por una economía de elementos. Se intuye la muerte de un familiar (ya no ve a “quien me trajo a ti”), la ruptura de un amor temprano, la nostalgia del tiempo pasado, de la infancia o el regreso a una tierra tras años de distancia sirviéndose solo de pinceladas, de manera que al oyente le resulta creíble, puede reconstruir las anécdotas del protagonista a partir de estas pinceladas y conmoverse por la contención con que estas son referidas en las estrofas y el contraste entre estas y la energía de los estribillos, plasmada en unos versos que duplican el tamaño de las estrofas, para reflejar el gozo de la memoria, la satisfacción por poder rendirle homenaje y, por tanto, para celebrar que el recuerdo alivie y supere la melancolía.


Este juego de contención-pasión funciona con idéntica solvencia en «París», cuya letra, según he leído, en alguna web, trata la muerte de un amigo, aunque se camufle dentro del ropaje innecesario de una canción romántica. En sus estrofas, lentas y pausadas, la protagonista parece refrenar su dolor por el duelo o por la ruptura amorosa –aunque descartaría esta interpretación, ya que, si mal no recuerdo, no fue hasta «El primer día del resto de mi vida» cuando LOVG rompió su costumbre de escribir letras donde la mujer no acepta que el amado no la corresponda o haya puesto fin a su relación («Rosas», «Dulce Locura» o «V.O.S»). Del mismo modo, soslayaron la sensiblería en «Soledad», donde la protagonista se pregunta si algún día volverá a enamorarse, si son compatibles el amor y la soledad –con todo, ese “donde me leías para dormir” me hace suponer que se trata, en el fondo, de otra canción sobre la pérdida de un ser querido, en este caso, un familiar muy cercano–, o en dos canciones donde se rememora un viejo amor del pasado tras un encuentro casual, «Cuídate» y «La chica del gorro azul». En estas tres últimas, hallamos ritmos más rápidos que en los dos temas antes mencionados, jugando con los cambios incesantes de tempo y de estilo. Pop inofensivo, no comprometido, pero fresco: «La chica del gorro azul», por ejemplo, ilustra esto de modo muy claro, por cuanto no se agota la gracia de la descripción bucólica de un escenario amoroso y de un estribillo a base de repetir “tu” durante más de la mitad de la canción. Un gesto al que se le suele atribuir la huella de la desidia, pero aquí funciona y me atrevo a considerar sustancial, a diferencia de en la pausada, mágica y ambiental «Los amantes del círculo polar», un tema tímidamente experimental, de referencias cinematográficas, donde, a mi juicio, los lalala de Amaia empañan el intimismo de la canción. Es una canción para reflexionar y la parte cantada distrae. Con todo, este fallo no arrebata la distinción de esta composición.

Junto a la contención, habría que destacar el humor como elemento que ha propiciado que El viaje de Copperpot sea un clásico. Sobresalen en dos temas, «Pop» y «Dicen que dicen»,  más recordadas en el plano lírico que en el estrictamente musical, por cuanto, en el fondo, resultan ser los hermanos menos agraciados de «Cuídate» y «Soledad», respectivamente, lo que, aún así, no deja de ser un mérito dadas las cualidades de los temas con que pugnan. «Dicen que dicen» invita al optimismo sorteando los lugares comunes, esos en los que en tantas ocasiones recientes ha incurrido la banda, de modo que se erige como un ejemplo de combinación perfecta de optimismo, de originalidad y elegancia para otros compositores y para el propio grupo. Como anécdota, a mi modo de ver, Amaia Montero incurrió en dichos clisés en el estribillo de «Caminando». Ojalá que en el cuarto álbum, que ya ha comenzado a grabar en el mismo estudio y con el mismo productor del muy recomendable Si Dios quiere yo también, continúe en estado de gracia compositiva y ofrezca sonidos nuevos y letras con un núcleo temático que vaya más allá del amor y el desamor de la mano de Benjamín Prado, compositor de muchos temas de Joaquín Sabina. Volviendo al humor en el álbum que hoy analizo, en «Dicen que dicen» se relativiza el sufrimiento de los agoreros, porque en la vida, igual que la cebolla hace llorar, existe otra hierba que hace reír, la marihuana. En la misma línea, desmitifica en «Pop» la supuesta vida perfecta de las divas y, en general, de las grandes estrellas de la música, la humaniza a través de la parodia y el humor.

En cuanto al resto del álbum, comentaré las canciones aún no analizadas con mayor parquedad. De «Mariposa» a «Desde el puerto» encontramos el intimismo «Los amantes del círculo polar» y de «Mariposa», donde se reflexiona sobre las causalidades, mediante la imagen de la fecundación –similar al poema XII de Trilce de César Vallejo–, y recuperando las cuestiones filosóficas, existenciales, de Dile al sol, el álbum con que debutó LOVG, el pop más radiante y radiable del álbum en «La chica del gorro azul» y «Desde el puerto» así como el pop más cadencioso y maduro que explotarían en la segunda mitad de Lo que te conté mientras te hacías la dormida intimismo en «Tu pelo» y «Tantas cosas que contar». Sin lugar a dudas, la organización de las pistas perjudica la percepción del disco, pues da la impresión de que se distribuyeron en una mitad las canciones míticas y en la otra, las que no. Aunque haber repartido mejor el primer tercio con el segundo tercio de canciones podría haber disipado esa visión, por fortuna, el disco mantiene un nivel muy alto de principio a fin; no deja de resultar ameno y placentero.

El viaje de Copperpot será uno de los discos más recordados de la historia del pop español. De hecho, ya lo es. Diecisiete años y con el grupo en sus índices más bajos de popularidad (aunque solo en ventas El planeta imaginario se ha mantenido de manera digna y el grupo está efectuado una gira extensa, gracias al renacer del grupo en Hispanoamérica) respaldan mi afirmación. Gozará de este reconocimiento por la calidad de las canciones, como he comentado, pero, también, por la producción: Nigel Walker no pudo acertar más en sus labores de producción, en cuyo resultado se aprecia la coherencia con las letras, la contención, la austeridad. Una melodía poderosa lo que necesita es que se realce, no que se entierre en arreglos o en capas superfluas que distraen de lo sustancial. Muestra de ello es «La playa»: en los innumerables trabajos en directo desde la llegada de Leire han versionado la canción más bonita del mundo adornándola con arreglos de cuerda, con gorgoritos… ¿Por qué esmerarse en que un himno suene como un himno? «La playa», cuando más resplandece, es del modo en que fue concebida, cuando se conserva la contención y el intimismo con que nació.


A El viaje de Copperpot hay que reconocerle varios méritos: en primer lugar, renovó el pop español a pesar de sus riesgos escasos o nulos, pues sin inventar nada tiene carácter, personalidad, no se confunde con la música de otras artistas; en segundo lugar, no incidió demasiado en esa chatez nociva del petrarquismo y ese romanticismo a lo Bécquer, inferior como poeta a los grandes poetas románticos ingleses y alemanes, pese a sus hallazgos y su talento en lo formal, porque la visión del amor ha cambiado, de manera que para rendirse a las historias de amor idealizado de los últimos años de LOVG, hay que estancarse en la infancia, ser un personaje de Disney o demasiado aficionado a los dogmas. Quizá habría ganado enteros con letras más comprometidas socialmente, un poco más profundas, como lo fue antes «La carta» o lo sería más tarde «Un mundo mejor» o «Cumplir un año menos». No es, desde luego, un disco perfecto (¿cuál lo es?), pero merece la pena reescucharlo, porque, sea más o menos trascendental en lo musical, sea cultura o entretenimiento, mantiene su frescura intacta gracias al humor y la contención tanto musical como lírica, su emoción, lo que ha de admirarse, porque muchos son los viajes de pop convencional que se publican y triunfan año tras año, pero muy pocos y, mucho menos, con la intensidad de El viaje de Copperpot, sobreviven al pasado del tiempo

martes, 5 de septiembre de 2017


Esta semana habrá doble entrada: junto a la que publico el miércoles a las 16 h (esta semana será una crítica de las primeras novelas de Chinua Achebe, tenemos otra, la de hoy. 

Llevaba tiempo queriendo retomar una vieja sección en que recomendaba páginas sugestivas que merecen ser más conocidas de lo que son, la mayoría de las cuales superan de largo de manera holgada, por no decir, aplastante, el tráfico de visitas de este blog y el número de seguidores. Pero, bueno, ni esto es El País o cualquier otro diario de gran tirada ni falta que nos hace para dar a conocer webs ajenas aunque sea a una sola persona. 

Sin más dilación, hoy os recomiendo el blog Susurros de Yomi. Aunque es en sus primeros años se enfocaba solo en la literatura fantástica, ahora, en su nueva etapa se a una mayor variedad dentro del asunto literario: en él se publican críticas de libros de fantasía, pero, también, se reseñan literatura de terror, clásicos y obras contemporáneas. Además, hay algunas entradas enfocadas a los aficionados a la escritura, como "4 consejos para escribir un microrrelato" (http://susurrosdeyomi.blogspot.com.es/2017/09/4-consejos-para-escribir-un-microrrelato.html), otras que son especiales, como la de las recomendaciones literarias para el Día del Padre (http://susurrosdeyomi.blogspot.com.es/2017/03/especial-dia-del-padre-4-libros-para.html), otras entradas, asimismo, para mejorar nuestras experiencias lectoras (http://susurrosdeyomi.blogspot.com.es/2016/12/4-consejos-para-desarrollar-el-habito.html) y, por último, concursos literarios.

De hecho, quisiera aprovechar para invitaros a participar en un concurso literario de microrrelatos de fantasía que propone el blog. Más allá de la satisfacción por ser premiado, merece también la pena para animarse a escribir, para retarse a uno mismo y poner en práctica nuestras virtudes narrativas (y descubrir nuestros propios puntos débiles). Así es como se hace un escritor, escribiendo y, desde luego, los concursos literarios suelen ser clave a la hora de estimularlos para escribir. Os dejo las bases, los detalles sobre el premio y el resto de información en el siguiente enlace: http://susurrosdeyomi.blogspot.com.es/2017/09/concurso-literario-escapada-la-fantasia.html.



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