viernes, 11 de noviembre de 2016


Durante los últimos veinte años el pop español ha estado capitaneado por la banda donostiarra. En su trayectoria ha dejado tal cantidad de sencillos exitosos que permitiría publicar un álbum triple de grandes éxitos sin que la calidad musical palideciera. Guste algunos más que a otros, LOVG nos ha acompañado en nuestras vidas y se ha granjeado una posición privilegiada en la historia del pop español, no solo gracias a una discografía envidiable sino también por haber influido a numerosos artistas con su particular modo de entender la música. Desde luego, esto es un mérito, pero también un lastre: si lo que les caracteriza, esa mal llamada “esencia oreja”, es imitada, entonces, sus rasgos característicos dejan de serlo o, por lo menos, lo son con menor intensidad. Con la marcha de Amaia Montero, recuperaron en A las cinco en el Astoria algunas fórmulas del emblemático para muchos seguidores El viaje de Copperpot. Si bien mantiene un nivel compositivo notable, al Astoria le faltaban la frescura y la genialidad de aquel. En los intentos por recuperar su sonido primigenio, LOVG ha ofrecido, por lo general, unos temas menos eficaces o algunas veces, incluso, autoparodias (“Las noches que no mueren”, “Mientras quede por decir una palabra”, etc.). El planeta imaginario supone un paso adelante para el grupo, por cuanto deja de buscar la imitación y emprende un sonido más maduro y más acorde con su público, cuya edad media está mucho más cerca de los treinta que de los veinte.

En EPI, que así es como muchos fans llamamos a El planeta imaginario, yo deseaba encontrar unas letras mucho más elaboradas y las he encontrado; quería un sonido más maduro, con baladas clásicas y sin canciones simples y facilonas y, por suerte, así ha sido, y, también, les pedía que, de una vez por todas, dejaran las fórmulas trilladas, que no optaran por canciones que ahondaran en la misma senda “Día cero”, “El último vals”, “Cuídate” o “Mi calle es Nueva York”: temía que me ocurriera lo mismo que con Sia, pues, de tanto reutilizar la fórmula de "Chandelier" en su último álbum, ha pasado de encantarme a resultarme un tema más del montón. 

El planeta imaginario no corre riesgo alguno, no lleva a cabo una revisión de los rasgos característicos de LOVG, solo apuesta por trajes más contenidos y algunos nuevos, como el del country en “Cuando menos lo merezca” o una base machacona con cierto aire reguetonero en “Camino de tu corazón”, que recuerda ligeramente a “Humanos a Marte” de Chayanne o el estilo de “Bailando” de Enrique Iglesias. Y para los detractores o los fans más puristas del grupo, LOVG no se ha vendido por beber del sonido de moda: los donostiarras siempre han jugueteado con géneros muy dispares como la electrónica en “La niña que llora en tus fiestas”, la bossa nova en “Perdóname”, la ranchera en “Cuántos cuentos cuento” o los sonidos latinos en “Geografía”. Esta última jamás fue criticada por ello y eso que a principio de los dos miles lo latino estaba de moda. ¿Por qué reprocharlo ahora?

De EPI no es difícil señalar puntos a su favor. El orden de las canciones es intachable: logra mantener el nivel a lo largo del álbum y mezcla con enorme habilidad las canciones lentas con los medios tiempos. Quizá sea el disco del grupo en el que el orden reporte más beneficios a cada canción. Los 47 minutos pasan rápidos. Agradezco que se tomen su tiempo para el desarrollo musical de los temas, en especial, lo agradezco en “Estoy contigo”, canción que abre el disco. Los dos últimos minutos de esta son deliciosos con esos mmm que le confiere al tema un toque místico, como de un modo más acentuado ocurría en "Frozen" de Madonna. Con todo, en “Camino de tu corazón” e “Intocables” deberían haber apostado por una mayor concisión de la parte final. 

Asimismo, valoro la variedad temática: el Alzheimer (“Estoy contigo”), amores que llegan a su fin (“Diciembre” e “Intocables”), la violencia de género (“No vales más que yo”, la llegada de la muerte por una enfermedad (“Mi pequeño gran valiente”), la inmigración (“Camino de tu corazón”) o el lado negativo de la fama, la dificultad para digerirla (“Esa chica”). Reflexionando un poco, encontramos una mayor carga dramática en estas canciones, que solo da tregua gracias al contrapeso que supone “Pálida luna”, que expresa el despecho y las contradicciones tras una ruptura amorosa, y “Siempre”, un final tontorrón, pero necesario: es una especie de premio después de temas más duros, premia la paciencia del oyente. De algún modo, transmite esperanza y alivio, porque, a mi parecer, es una canto a la felicidad por el amor, el amor dichoso como refugio que compensa o equilibra los varapalos de la vida de los que ha ido hablando el disco. Es cierto que “Tan guapa”, una balada bastante popera con cierto aire vals rompe el camino temático que acabo de señalar, sin embargo, no podemos olvidar que se trata de una pista adicional.

A juzgar por esto, debería sentirme satisfecho con EPI. Contra todo pronóstico, no lo estoy. Agradezco las intenciones y la senda emprendida, pero no puedo aplaudir unas canciones correctas, que lejos de entusiasmarme y seducirme, me producen indiferencia. No hay nada ni nadie perfectos, todos tenemos nuestro talón de Aquiles. El problema de EPI es que la técnica ha devorado la emoción. Por descontado, no se puede esperar la frescura de los comienzos. Ahora bien, tampoco puedo celebrar que muchas de estas canciones pudieran haber pertenecido a cualquier disco de cualquier artista de cualquier época. "Siempre" y "No vales más que yo" suenan genéricas. Esta última es Malú total, cosa  reprochable a menos que seas Malú y eso que esta no compone sus canciones. Tampoco pienso mirar con buenos ojos las estrofas de “Diciembre”, tan parecidas a “Sister Golden Hair” de America, de la que Guaraná hizo una versión, “En medio del camino”. Y eso que “Diciembre” es de lo mejor del disco, la canción con más probabilidades de convertirse en el pelotazo del disco. Un tema que, sin dejar de sonar a La oreja, trae a la mente a Amaral y a Fito y Fitipaldis, quizá por ver explorar un sonido americano que destaca sobre el resto de EPI. A la misma altura que la anterior, “Estoy contigo”, tiene momentos en las estrofas que me recuerdan a “La soledad” de Laura Pausini y, en cierto grado, también a "Pérdida" de la propia Oreja. 

El planeta imaginario es un disco agradable en el que se entrevén muchas horas de dedicación detrás. Eso es lo más positivo que puedo decir del disco y duele, sobre todo, siendo un seguidor de toda la vida. He crecido con los discos de los donostiarras y duele hallar en EPI unas canciones planas, con escasos estribillos redondos: los hay en los temas que suenan más ochenteros de todo el disco, esto es, “Mi pequeño gran valiente” y “Pálida luna”, que evoca, en algunos momentos, al “Girls Just Wanna Have Fun” de Cyndi Lauper; sin embargo, la producción a cargo de Áurea Baqueiro no consigue exprimir todo el potencial de estas composiciones, situación que se acentúa en otras canciones que carecen de una personalidad más acentuada, les falta carácter. Es el caso de “Intocables”, “Esa chica” y “Verano”, el peor primer single de La oreja, que, para ser sinceros, mejora mucho en directo, cuando suena menos electrónica y más guitarrera. La falta de estribillos más elaborados (son muy breves) y más memorables provoca que las canciones resulten planas, sin importantes variaciones ni demasiados giros. Si bien musical y líricamente es coherente y se agradece el sonido atmosférico que une a los doce temas, hay demasiada homogeneidad en el disco y dentro de cada canción. La producción, que suena tan actual y que, a ratos, satura, y los arreglos tan mimados salvan los muebles, pero la pregunta es: ¿esta producción cuando pase un año resultará anticuada? ¿Aguantan estas canciones un año de existencia y una instrumentación en acústico? Tengo serias dudas. 

El planeta imaginario debía haber sido más que una colección de canciones que merecen el sobresaliente solo como un ejercicio, como aquellas creaciones literarias que nos mandaban los profesores para poner en práctica con un fin que, desde luego, no era crear arte, sino asentar conocimientos o iniciarnos en la técnica de la escritura. En ocasiones, tengo la sensación de que para muchas personas una canción es emocionante dependiendo del tema que trate. Por tanto, la maravillosa letra de “No vales más que yo” debería bastar para resultar emocionante y “Estoy contigo” si tuviera un ser querido que padeciera Alzheimer, también. Una canción, por lo general, no se sostiene con una música genérica, por muy buena que sea la letra. Personalmente, concibo las letras y la música como elementos inseparables en una canción pop, en el sentido amplio del término. Por esta razón, no me basta con que las letras sean más directas, reflexivas y profundas, casi al nivel de Dile al sol y Lo que te conté mientras te hacías la dormida, aunque sin el ingenio y la belleza de aquellos discos; no me basta con que hayan reducido los clichés en los que cayeron en Cometas por el cielo y hayan ofrecido metáforas de gran potencia, muy plásticas y evocadoras, cuando en el plano musical las ideas brillantes, que tampoco abundan, se materializan en unos temas que, escucha tras escucha, se tornan más agradables, pero sin llegar a convencer. Por lo general, insignificante. Y esto queda reflejado en que las escasas reseñas del disco hasta ahora han sido escritas por gente que, al igual que yo, disfruta de la música y sigue a LOVG.

Acerca del formato físico, no demuestra mucha cortesía y respeto hacia el consumidor: en el cedé no tiene un soporte de plástico, sino un bolsillo de cartón, idea perfecta para que el disco se deteriore pronto; la calidad del cartón también deja mucho que desear: donde se guarda el libreto queda abombado. En cuanto al vinilo, es reprochable el orden cambiado de las canciones: deberían haber ordenado el cedé teniendo en cuenta las particularidades del vinilo si pretendían lanzarlo en este formato. Y se echa en falta en el vinilo el habitual código de descarga porque con la predominio de lo digital resulta poco práctico el vinilo solo. De esta manera, los que compren solo el vinilo, a menos que opten por algún método ilegal, solo les queda volver a comprar el disco en otro formato o escucharlo por streaming. La música no desaparecerá, no está en crisis; lo que está en crisis son las discográficas por no cuidar un poco a los consumidores.


En resumen, no puedo recomendar El planeta imaginario a menos que seas de esos que valoran mucho más las letras que la música y que te conformes con canciones agradables sin importar si aporta algo a la historia de la música o supone una evolución notoria en el grupo. Le otorgo al disco 6 de acuerdo a los siguientes criterios:
- 2,5 puntos de 3 por la calidad de las letras;
- 1,5 puntos de 3 por la calidad de la música;
- 0,5 de 1 punto por la producción;
- 1,5 punto de 3 posibles por la relevancia y la originalidad.

El planeta imaginario de La oreja de Van Gogh: 6.