jueves, 7 de julio de 2016

Los límites de la novela contemporánea nunca han estado demasiado definidos; de hecho, debido a la estructura de este género, móvil, no cristalizado y en continua evolución, tal y como señala Bajtin, la novela se erige como un género abarcador de otros géneros. Por ello, a nadie le desconcierta que Contra natura presente elementos del texto ensayístico. El autor santanderino no escribe un ensayo, ojo, pero tampoco una novela al uso. En sus más de quinientas páginas aborda diversas maneras de vivir la homosexualidad, sin embargo, no por ello estamos ante literatura LGTB (si acaso podemos afirmar que existe tal subgénero: lo literario parte siempre, a mi parecer, de lo particular, de lo concreto, y proyecta lo universal, o sea, la condición humana), sino ante una literatura sobre la superficialidad, la frivolidad y el compromiso.

Asesinatos, suicidios, celos, venganzas y sexo desenfrenado y nada convencional quiebran el carácter introspectivo e intimista de los cincuenta capítulos. Si bien funcionan estos elementos de la trama como estímulos para continuar leyendo, como descansos entre párrafos que destilan complejidad sintáctica, referencias intertextuales (tanto implícitas como explícitas, como La voluntad de poder de Nietzche, Semónides de Samos o Le Deuxième sexe de Simone de Beauvoir) y digresiones de Pombo, a veces más interesado, al parecer, por plasmar sus reflexiones filosóficas sobre la realidad gay y sobre la superficialidad que en alimentar la trama novelesca. En efecto, habría ganado en interés y en empaque de haberse desarrollado con la mitad de páginas, puesto que la trama se reduce a cómo la inteligencia y la vanidad de Javier Salazar, un editor gay jubilado, influye y subyuga los deseos del joven y atlético Ramón Durán, generoso, inocente y con una única baza: su cuerpo musculado para atraer, así como a Juanjo Garnacho, un entrenador de fútbol hortera capaz de convertir la relación de estos “en un peligroso campo sembrado de minas, calculado para que todo salte por los aires”, como bien expresa la contraportada de la novela. Una pieza fundamental es Paco Allende, un profesor maduro cuyas acciones son fruto del conflicto entre la ética y el placer egoísta. Otras piezas fundamentales de la novela son Chipri, Emilia, Carlos, etc.

Con el fin de no desvelar los entresijos de la trama y evitar los destripes, paso a valorar la caracterización de los personajes. Si hay un acierto en este aspecto, este es el cinismo, los comentarios malintencionados y el humor ácido de Salazar. Se echa en falta un mayor despliegue de esa capacidad de hacer saltar por los aires la armonía por parte del personaje, pero lo cierto es que Álvaro Pombo los sitúa en los momentos apropiados y así consigue que la atención del lector se mantenga, aunque la falta de grandes revulsivos y su tono demasiado lineal conducen a una prosa algo plana. Al igual que Salazar, los demás personajes masculinos (Juanjo, Ramón y Allende) son fácilmente reconocibles: su personalidad están bien descritos y conocemos sus motivaciones. Sin embargo, sus diálogos adolecen de artificiosidad y no logran que el lector distinga unos personajes de otros a través de los usos lingüísticos de cada uno.

Asimismo, el estilo del discurso del narrador poco dista del estilo de los personajes. Con todo, esto en algunos casos se justifica por el multiperspectivismo, esto es, se relatan los hechos, los sentimientos y los pensamientos de los personajes desde la perspectiva de cada uno de los personajes, perspectiva que se va alternando continuamente. Dado este complejo multiperspectivístico, Álvaro Pombo, o más bien el narrador de esta historia, del cual me atrevería a decir que es un yo desdoblado del autor basándome en el innecesario epílogo podría haber aprovechado esto para objetivar la novela, esto es, para ocultarse y no tomar partido por los personajes. En cambio, Pombo va más allá de las intromisiones de Pérez Galdós en sus narraciones y salpica la novela con su particular visión del mundo. Baste mencionar el caso de la página 264: “Ser maricón era un sambenito en aquel entonces, e incluso pensar que un amigo nuestro era maricón como nosotros mismos tenía un componente de agresión larvada”. Aunque sin llegar a la nitidez de Javier Marías en Negra espalda del tiempo, novela donde los elementos del ensayo predominan frente a los puramente narrativos creando un texto con un claro hibridismo, Contra natura parece alternar una voz ensayística (escribe Pombo desde el yo, ofrece reflexiones filosóficas propias y referencias de filósofos como Spinoza, etc.) con otra voz narrativa.

Aparte de esta relación con el ensayo y de unos personajes bien modelados, aunque sus voces poco creíbles resulten, cabe señalar el dominio de la sintaxis, aspecto sobreentendido para un miembro de la Real Academia Española, como lo es él desde diciembre de 2003. Este dominio lo capacita a crear oraciones insólitas, con construcciones sintácticas fuera de lo común, arriesgadas y al borde de la inaceptabilidad, si bien respetuosas con la gramática. He aquí un ejemplo: “Por fuerza tiene a ti pena que darte este mi no poder sentir placer apenas, esto tiene que apenarte a ti bastante porque tú eres tierno y hermoso y justo y bello, Ramonín”. Como veis en un diálogo, encontramos una oración muy próxima al traductor de Google. Acierto o no de Álvaro Pombo, esta disposición de la sintaxis, en cierto modo caprichosa y retórica, puede responder al propósito del autor por apuntar la frivolidad de la sociedad.

Antes de concluir, quisiera mencionar el contraste abismal entre la fina ironía y la vulgaridad de las escenas sexuales. En la página 330 leemos “Es insaciable Salazar en esto: quiere saber quién se agachó primero, si se dieron mutuamente por el culo o sólo uno y quién, y cuánto duró la penetración y si sacó la polla excrementada, o no, del culo de Durán”. Y hay líneas mucho más explícitas. ¿Era necesario? No lo creo. Tengo la impresión de que o bien quería contentar al público homosexual mediante estos pasajes de novela erótica gay o bien quería resultar transgresor. Tampoco descarto que simplemente pretendiera mostrar con crudeza las relaciones homosexuales del mismo modo que muestra otros aspectos de la condición humana sin reparos, con una autenticidad conmovedora y dolorosa. Personalmente, al tratarse de la primera vez que leo pasajes de importante carga sexual entre hombres, me ha resultado curioso, como también me ocurrió al descubrir la realidad del mundo colonial africano en las novelas de Chinua Achebe. Curioso sí, pero también repetitivo. No es por un beatismo hipócrita, pero estoy convencido de que las investigaciones policiales y los flashbacks habrían resultado más provechosos para los lectores, pues es una pena que se esbocen avistando un giro hacia la novela policíaca y, luego, resulten anecdóticos, por el número de páginas destinadas a estos son poco relevantes para la progresión argumental y el desenlace de la novela, previsible.

Sin lugar a dudas, Contra natura es una buena novela para acceder al mundo novelesco de Álvaro Pombo dado que el autor consigue que sus bien definidos personajes, sus salidas de tono y los escarceos hacia la novela policial permitan al lector mantener el interés, lo cual debe mucho al multiperspectivismo y a los saltos espaciales y temporales, y no confundir al lector. No obstante, debido a la obscenidad a ratos gratuita, la prosa a veces plana, los diálogos poco veristas y más páginas de las necesarias para este argumento, es muy probable que esta obra no se encuentre entre lo más granado del autor y que convenga considerarla no tanto como una novela memorable, sino como una buena novela para descubrir a su autor y a su todas luces maestría narrativa y a su habilidad para introducir lo ensayístico, de largo lo mejor del volumen, en la novela.

miércoles, 6 de julio de 2016


Con Negra espalda del tiempo he entrado en el universo mariesco y, precisamente, lo hago con una novela híbrida, de difícil catalogación, que no pocos consideran la mejor obra de su autor. Debo confesar que me animé a leer esta novela por un “desdén irracional”. Mi sentimiento no provenía directamente del autor, sino de transferir al autor la antipatía que me despertado un fiel seguidor, y adulador y adulado, suyo. Entonces, con el fin de evitar que los prejuicios me arrastraran, decidí leer a Marías, ignorando ideas preconcebidas y valoraciones negativas sin fundamento. Necesitaba leer Negra espalda del tiempo ya fuera para poner fin a ese “desdén irracional” o para ratificar mi idea.

Una vez leída Negra espalda del tiempo, experimento sensaciones dispares e, incluso, contradictorias. De hecho, no pretendo hacer una reseña, sino, más bien, compartir mis impresiones, como se suele hacer en los foros literarios.

Con esta novela el autor pretende desmentir que Todas las almas (1989) fue un roman à clef, una novela en clave, es decir, donde se ocultan personajes reales, hechos y lugares detrás de nombres ficticios. Al parecer, se levantó un gran revuelo cuando ciertos entes de la vida real se reconocieron en la novela. Esto motiva la aparición de Negra espalda del tiempo, un libro donde se refleja las intersecciones de la ficción y la realidad y cómo están se invaden mutuamente. Entre ellas encontramos a los dueños de una librería de libros usados que al verse identificados con dos personajes de Todas las almas desean encarnarlos en la versión cinematográfica de la novela. Sobre esta película hallamos un humor mordaz y críticas ácidas hacia los responsables máximos de esta, pues, al parecer, desvirtuaron la esencia del libro. De hecho, señala en boca de la señora Stone sobre los Querejeta lo siguiente: “Aunque ya escribimos al productor español, algo así como con Q y con la palabra reject dentro, ¿no es así, querida?”. Reject, como el propio narrador indica, significa ‘desecho’ en inglés. Esta chanza ejemplifica un gusto por las bromas –el propio Marías lo reconoce– a lo largo de las cuatrocientas páginas y, especialmente, sobresalen cuando las comparte con Juan Benet o con Francisco Rico, que quería aparecer en Corazón tan blanco como tal, sin maquillar su identidad bajo el personaje Del Diestro, es decir, directamente como Francisco Rico, del mismo modo en que las instituciones aparecen con su nombre real, porque quiere “ser como el Museo del Prado” (página 69). También Javier Marías reflexiona acerca de los efectos de su propia ficción en su vida. Podría enumerar otras invasiones de la ficción en la realidad y como esta última también puede irrumpir en la primera, sin embargo, me limitaré a añadir un caso más, el de una mujer que se reconoce, se identifica, con un personaje femenino adúltero que construyó en Todas las almas y protesta por amenazar su honor. El narrador afirma que no se basó en nadie en concreto, aunque descarta la expresión ex nihilo, porque puede que en la vida real haya algún referente al que se le pueda atribuir. Entonces, cavila sobre las consecuencias de la identificación del personaje Clara Bayes con una adúltera real. Entonces, aprovecha para relacionar su caso con Desdémona de Otelo y advierte de que hay “Yagos por todas partes” (página 89). La intertextualidad con Shakespeare la podemos hallar, además, en el propio título de la novela.

En los párrafos anteriores he catalogado esta obra de “novela”. Con todo, esta etiqueta, como suelen hacerlo todas, reducen el ADN hasta un nivel cómodo para los críticos, si bien no del todo cierto. A decir verdad, Negra espalda del tiempo es más un ensayo sobre las relaciones entre ficción y realidad, un ensayo que en un nivel más profundo se pregunta por lo posterior a la muerte. Javier Marías no solo es el autor, sino también el narrador y el personaje central, por lo que se le podría atribuir el carácter de autoficción, con todo, la atribuyo con cierto reparo, dado que en la actualidad no hay una visión unitaria de este concepto, el cual se confunde con mucha frecuencia con el de autobiografía. Sea como sea, lo cierto es que estamos ante un ensayo que incluye con generosidad elementos narrativos, tales como anécdotas, historias familiares que en el propio hecho de la narración y del trascurrir del tiempo se ficcionalizan, crónicas o fragmentos de libros. Esto es una consecuencia de la posmodernidad, la cual destruye la imagen del narrador fidedigno y favorece novelas como Muertes de perro de Francisco Ayala, que en la propia obra se cuestiona los resortes de la ficción. No se puede ignorar el intento de Marías, característico también de la posmodernidad, por reflejar el fluir de conciencia y el fragmentarismo, lo que se materializa en Negra espalda del tiempo en la ausencia del esquema planteamiento-nudo-desenlace de la novela tradicional. Por el contrario, la propia estructura del ensayo actúa de marco para la inclusión de los elementos novelescos y de las pequeñas historias que salpican el texto. Esto no sorprende dado que Montaigne en sus ensayos, o al menos en los que he tenido el placer de leer, añade anécdotas sobre personas ilustres y otras anónimas, o más bien, universales, a modo de ejemplos, para reforzar sus hipótesis. En el caso de Marías, a veces estos ejemplos pertenecen a su privacidad, a su vida familiar, y precisamente en estos logra emocionar. Me refiero a los capítulos que conciernen a la muerte de Lolita y Julianín, madre y hermano respectivamente del autor. Estremece sin excesos sentimentales y con una contención que no limita la crudeza en el tratamiento.

Otros momentos realmente reseñables son los relacionados con el “efecto tarima”, que no es sino una crítica despiadada (y real) de la universidad o, más bien, de los docentes que por ellos transitan. También destaca la mala relación con su antiguo editor para Todas las almas, que equipara al contrato “humillante” que acabó firmando Melville para ver publicado su Pierre. Tampoco salen bien parados una editorial y sus directores, a los que apoda “Vinagrera y Salero” (página 292). También denuncia que él, en cuanto autor de Todas las almas, no pueda conocer el número real de ejemplares vendidos. Los entresijos del mundo editorial y las intrigas universitarias, junto con las reflexiones acerca de la muerte, la mayoría de veces motivadas por las pérdidas familiares, constituyen la grandeza de este ensayo anovelado. A no ser por estos, carecería de interés y acabaría siendo considerada como una obra pretenciosa y fruto de una vanidad desmedida.

¿Para qué negarlo? Negra espalda del tiempo parte de una idea pretenciosa y busca el beneplácito de un público elitista, a mi parecer, claro está. El proyecto es demasiado grandilocuente, y eso quizá propicia unos pasajes sin interés como los dedicados a De Wet. Se podría decir que recuerda a El Quijote, no solo por ese guiño en “Todas las almas fue publicado por una editorial de cuyo nombre es mejor no acordarse”, sino porque es un comentario hacia los anteriores libros, y la segunda parte de El Quijote, también, lo es, pues en ella se hace referencia a la acogida de la novela por parte de los lectores o cómo interfieren en las aventuras de don Quijote y Sancho estos lectores, por supuesto, solo los ficticios, y se arremete contra el autor del Quijote apócrifo. Pese a ser una obra pretenciosa (no la calificaría de ambiciosa, porque el escritor debe poseer ambición para afrontar retos que lo saquen de la autocomplacencia e indagar (y cuestionar) los límites del género narrativo; me mantengo en mi calificativo de pretenciosa, por esa obsesión por mostrar erudición, por ciertos chistes que solo funcionan en el ámbito del “efecto tarima” y, sobre todo y por recurrir a la intertextualidad en exceso y sin fundamento en algunos casos. No obstante, admiro el guiño al conocido verso de Rubén Darío de “divinos tesoros” con un papel claramente irónico. En su poema divino tesoro se describe la juventud como un divino tesoro, y precisamente este sintagma se reutiliza en Negra espalda del tiempo para atribuírselo a unos libros de, cuando menos, segunda mano. Lo que quiero decir es que aunque en este ensayo percibo pretensión, también percibo brillantez, emoción y una necesidad clara del autor de expresar lo que expresa. No me he molestado en leer una entrevista suya, ni en conocer su ideología. Lo importante de la literatura no es quién la produce, sino lo producido. Con todo, si atiendo al narrador implícito, encuentro a un escritor honesto y verdaderamente valiente, y no me cabe duda de que correrá mejor suerte, y mayor transcendencia, que Ramón Campoamor.

El fluir de conciencia del que hablé antes explica la obsesión y la continua recuperación de ideas o de “apaga la luz y apaga la luz” de Shakespeare. No menos reiterada es la idea mariesca de que “yo mismo me estoy enterrando con este escrito y en estas páginas, aunque nadie las lea, no sé qué es lo que estoy haciendo ni por qué lo hago”. Es decir, el contar mata, “uno puede compensar o variar o rectificar en la vida, hasta que el cuento no está acabado con la muerte que llega y cierra, y sobre todo con el relato de ambas, vida y muerte”. 

Podría extenderme en varias reflexiones del autor, de estas que dejan huella en el lector, sobre que “nos pasamos la vida fingiendo que somos únicos” (p. 379), la idea de los objetos como símbolos del dueño difunto o la vida pasada como una maquinación, como un preparativo de lo que vendrá después (“el que llega a anciano acaba por recordarse como un lento proyecto de ancianidad en todo su tiempo”, p. 380) o que “duramos menos que nuestras intenciones” (p. 12), sin embargo, me parece más importante explicar qué es la “negra espalda del tiempo”, con que Marías hace referencia “al tiempo que no ha existido, al que nos aguarda y también al que no nos espera y no acontece por tanto, o sólo en una esfera que no es temporal propiamente y en la que quién sabe si no se hallará la escritura, o quizá solamente la ficción” (p. 363).

En definitiva, Negra espalda del tiempo gana enteros cuando recurre a los elementos autobiográficos y toma los cauces del ensayo sobre lo que hay después de la muerte; sin embargo, resultan poco estimulantes los elementos que no conciernen directamente al autor, pues lo que suma en experimentación en emoción lo pierde. Con todo, es de esos libros que enriquecen la visión de la literatura y a uno mismo, pues, como todo ensayo, conceptualiza nuestros sentimientos y pensamientos y a partir de su lectura el lector los reconoce y, por ende, se conoce mejor. Aunque me he despojado de ese “desdén” inicial, por el momento dejo aparcado el universo mariesco porque, si bien cumple, no entusiasma.

MARÍAS, Javier (1998). Negra espalda del tiempo. Madrid: Alfaguara.