lunes, 17 de agosto de 2015

Si tuviera que definir con tres palabras El río del Edén (2012), novela del leonés y académico de la RAE José María Merino, emplearía las siguientes: contención, intertextualidad y naturaleza. Como carezco de tal restricción y soy consciente de que estas ofrecen una visión reducida y, por tanto, no del todo auténtica, analizaré la obra con cierta hondura partiendo, no obstante, de las tres palabras anteriores.

Contención
La contención se vislumbra tanto en la precisión léxica, en la sobriedad estilística y en otros planos formales como en el contenido. En la trama no anidan aventuras truculentas, escabrosas o increíbles, ni las necesita. Se trata de una novela intimista, cuyo eje vertebrador son los sentimientos  en general y, en concreto, el amor, la traición, el arrepentimiento y la redención. Es la historia de Daniel y su hijo Silvio, menospreciado por su propio padre por sufrir síndrome de Down, hacen una larga caminata por los parajes del Alto Tajo donde piensan arrojar las cenizas de la difunta Tere, esposa y madre respectivamente de los personajes, precisamente en el lugar que fue testigo del intenso amor que vivieron Daniel y ella en años de juventud y que, luego, se prolongó con sus idas y venidas, con sus más y con sus menos. A lo largo de la caminata, se suceden los recuerdos de Daniel sobre su historia de amor y las conversaciones algo particulares con su hijo Daniel. En un principio el argumento por su sencillez no despierta grandes simpatías. No parece una historia de esas que cortan la respiración y que enganchan de tal modo que te bebes sus páginas en dos tardes, por decirlo de alguna manera. En parte, es cierto, pues al intimismo hay que sumarle una evolución previsible no debida a la frecuencia con que ciertos giros argumentales aparecen en las novelas folletinescas, sino más bien por la experiencia, por los datos estadísticos y por otros parámetros de esta índole que, pese a su predictibilidad, no disminuyen el grado de interés del lector, sino que favorecen el principio de verosimilitud.

Aparte de esto, la verosimilitud encuentra otra aliada fiel: la contención en sus múltiples aspectos. Baste mencionar la emocional, que se genera, entre otros procedimientos, a través de los circunloquios, como la mención al síndrome de Down en la página 21 como “ese dichoso problema del cromosoma de más”. El escritor aborda un tema sensible y con el que un mal escritor aprovecharía para caer en excesos sentimentales, en vistas a que los lectores experimenten una emoción facilona, gratuita. José María Merino no lo es, se atreve a plantear cuestiones como a quién le corresponde decidir la búsqueda de un hijo o la interrupción del embarazo, al padre o a la madre, o como si merece la pena vivir en cualquier condición. Además, descarta un tratamiento sensiblero, compasivo y condescendiente acerca del síndrome de Down en favor de unas reflexiones e ideas más reales, más humanas, aunque menos gratas.

Si bien el tono en los dos primeros tercios de la novela resulta si no lineal, ligeramente ascendente, los toques esporádicos de humor, el erotismo sutil (“Necesitabas casi de continuo mirar, acariciar, besar y lamer su cuerpo, en sus colinas y en sus humedales, en sus vaguadas y en sus oteros, en sus selvas y en sus desiertos, buscar sus desfiladeros y sus lagunas”, página 58) y la creciente complejidad de la relación entre Tere y Daniel ayudan a no perder el interés, el cual se disparará en el último tercio, o seas, las últimas cien páginas. En lo que concierne a la generación de intriga, debo mencionar las anticipaciones a modo de “spoilers” en medio de un texto donde convergen pasado, presente y futuro con una plausible maestría.

No menos favorecedora es la capacidad de Merino para identificarnos muchas veces con unos personajes que, incluso, cuando sacan su peor cara, llegas a comprenderlos, a aceptarlos, salvo con una decisión de Tere (no diré cuál, para no destripar la historia), que a mí me indigna. Creo que es la primera vez que un personaje me ha transmitido tanta indignación. Esto solo ocurre ante personajes reales, capaces de traspasar el texto. Con todo, sí que quiero aportar un par de puntualizaciones. Por un lado, he echado en falta algún ápice de maldad en Silvio. Por otro lado, la dualidad de la pareja y de Carla, la hermana de Tere, me parece primaria y simplista, recuerda a cuando en las ficciones de la televisión y el cine un personaje tiene que decir entre dos opciones e intervienen un ángel, a la derecha de este, y un diablo, a la izquierda, persuadiéndole de enfilarse hacia el bien o hacia el mar. Tal vez el autor buscaba crear ese efecto en este libro que claramente se nutre de La Biblia –solo hace falta leer el título y las referencias de la pareja como una suerte de Adán y Eva modernos. El ser humano no cobija el Bien y el Mal en dos estancos autónomos, sino que estos conviven. De hecho, el propio Daniel da cuenta de su lucha por integrar en él sus dos Danieles, el egoísta e intransigente y el enamorado y apacible. A esta dualidad, al tema del doble, vuelve a recurrir a la hora de articular a Tere y a Daniel, configurando un entramado de binomios (realista-idealista, previsora-no previsor, cerebral-pasional) que respectivamente encarnan. Y cuando se fractura este carácter dual, el narrador habla de un tercer Daniel o de una nueva Tere. El perfil de estos personajes carece, por tanto, de una absoluta autonomía psicológica. Pese a ello, en cuanto estrategia generadora de conflictos, funciona y el propio narrador en la página 55 lo explicita así: “Tere demostró una actitud que disentía claramente de la tuya y que marcaría dos formas contrapuestas de enfocar vuestra relación”.

La contención emocional no consiste en ocultar o maquillar los sentimientos; esta surge del narrador en segunda persona, que actúa como un yo desdoblado. He aquí uno de los grandes aciertos de la novela, pues esta persona gramatical ofrece una visión objetiva de la realidad del personaje al observarse desde fuera y, gracias a ello, la voz del narrador resulta fidedigna, aunque restringida. Con esto, no quiero decir que el lector conozca la verdad absoluta de la historia, dado que solo puede acceder al pensamiento y a la reproducción de los diálogos de los personajes gracias a la conversación consigo mismo del protagonista. Esto no nos lleva a descartar que la imagen tan benevolente de Tere no lo sea tanto. Tampoco significa que solo conozcamos la perspectiva de Daniel, pues en esta obra se halla un clara multiperspectivismo que exige que el lector extraiga sus propias conclusiones y sus juicios. Con esta segunda persona Daniel, el narrador, transmite la sensación de estar conteniendo las ganas de llorar. Esta contención es la que produce realmente emoción en el lector.

Intertextualidad
En las entrevistas del José María Merino que he leído, unas cinco, siempre habla de su afición desde joven por el género de la ciencia ficción y defiende el género del cuento, leído por un público minoritario, aparte de una serie de ideas y de reflexiones sobre la sociedad con las que empatizo. Los cuentos, los mitos, las leyendas y la ciencia ficción tienen cabida en esta historia y un papel fundamental en el avance de la historia. Es el caso del paralelismo entre el mito del conde don Julián, que gira en torno a una traición en el río Tajo, y la relación entre Daniel y Tere. Este gran acierto es fruto de la dilatada formación y el conocimiento verdaderamente profundo del cuento tradicional gracias a su labor de recopilación de cuentos populares y leyendas. Para muchos es el mayor conocedor en España del género cuento, además de unos de los cuentistas más talentosos en la actualidad. En cuanto a los elementos fantásticos y de ciencia ficción, estos son trasversales y se incluyen en forma conversación sobre extraterretres, en los cuentos que Tere narraba a Silvio o en forma de recurso para explicar a Silvio fenómenos del mundo de un modo fácilmente entendible o que no aminore su ánimo.

La intertextualidad se halla tanto en la inclusión de canciones populares o en la memorización y la posterior recitación de un fragmento de una obra de teatro por parte de Daniel que le gustaba a su esposa. Llamativa es la referencia implícita a La dama duende (1629) en “El montaje de la obra, la historia de la joven viuda a quien sus hermanos pretenden mantener aislada en su casa, pero que anda por las calles disimulando su personalidad, y que a través de una puerta oculta tras el armario del cuarto de huéspedes entabla una extraña relación, de algún modo fantasmal, con un invitado que reside en la habitación, entusiasmó a Tere” (página 141).

Y la intertextualidad no termina aquí, ya que unas líneas más abajo (página 142) Tere reflexiona sobre cómo “las mujeres de Lope, las del Quijote, esta del Calderón” sobrepasaban las limitaciones sociales y del patriarcado para afirmar su autonomía y su identidad. He aquí otro paralelismo entre la obra de teatro calderoniana y El río del Edén, puesto que, como en esta novela, las mujeres en el teatro barroco de Calderón o el de Tirso de Molina y en la mayoría de mujeres de Don Quijote de la Mancha no son objetos amorosos, sino sujetos amorosos capaces de demostrar determinación. Gisela, Carla o Leti beben, como digo, de la protagonista de Don Gil de las calzas verdes. También en la página 236 atina con el sugestivo símil de vincular las vicisitudes de Silvio en el recreo con la Ilíada. Casualidad o no, el propio nombre de Silvio sugiere la forma estrófica procedente de Italia de la silva, estrofa cuyo tema más fructífero en el Siglo de Oro fue el amor.

En el anterior epígrafe he avanzado la influencia bíblica y sobre ella, ahora, quisiera añadir dos cuestiones. Una es el empleo de la expresión bíblica “por los siglos de los siglos” en la página 54, que irremediablemente al texto sagrado, y otra es la identificación de Daniel y Tere con Adán y Eva en secuencias retrospectivas como la de la página 17: “Aunque era verano, en aquel tiempo estos lugares no habían sido conocidos todavía por demasiada gente y el día de vuestra caminata erais vosotros dos, una pareja de jóvenes, sus visitantes exclusivos, los únicos seres humanos que recorríais el espacio silvestre en el silencio que hacía aún más preciso el suave murmullo del río o algún súbito aleteo de aves entre el arbolado”. Pero más evidente resulta la referencia adánica treinta y tres páginas después: “«Somos Adán y Eva en el río del Edén, en las aguas donde se han disuelto las primeras esmeraldas de la Creación»”.

Este texto no solo abre a las puertas a otros textos, sino también a los dibujos, concretamente, a los mandalas, que ilustran el comienzo de cada uno de los cuarenta capítulos. El papel decorativo queda cumplido, pero no contento con eso José María Merino los justifica en más de un párrafo como el último del capítulo segundo sin extravagancias, sino con una pasmosa limpieza, dado que refuerza la percepción vital de Daniel. He aquí el párrafo: “Aunque a ti el tiempo te haya castigado, la corriente de ese río de aguas misteriosamente glaucas permanece fluyendo con la misma cadencia e idéntico resonar que la primera vez que lo contemplaste, ignorante de ti, de tu paso, de ese recorrido sinuoso, inexplicable, que es tu vida, que es la vida de todos, una raya continua, enrevesada e informe trazada siguiendo el puro capricho, como las que dibujaba Tere en sus cuadernos por puro entretenimiento.

José María Merino logra aunar la tradición y la modernidad en una novela que recupera la línea de Dafnis y Cloe de Longo de Lesbos, por el protagonismo de la naturaleza y por la visión idílica de Daniel en los primeros dos años de relación. Este libro es verdaderamente tradicional en su temática y en su estructura narrativa, salvo por su ordo artificialis. El talento del autor no precisa de aditivos tales como arquitecturas narrativas complejas o fusionar la novela con otros géneros, más allá de incluir algún fragmento de un poema o de una pieza teatral y otras muestras de intertextualidad.

Naturaleza
Su estilo es tradicional, pero con una voz propia inequívoca. Entre sus características, además de la ya citada contención, mencionaría su propensión a las enumeraciones extensas, especialmente las referidas a la naturaleza, y su tendencia a duplicar sintácticamente el complemento final de la oración. Como botón de muestra, en la página  173 tenemos “[el tiempo feliz] se desmorona apenas evocado, muy a menudo solo quedan de él esbozos fugitivos, fogonazos”. En este caso funciona como aposición explicativa del sujeto “esbozos fugitivos”, pero es más frecuente este recurso en los complementos circunstanciales.

La naturaleza se erige como un personaje central y es precisamente el entorno el que anticipa el rumbo que toma la relación. En concreto, cuando Daniel y Tere paseaban o, ahora, Daniel y Silvio pasean, el estado anímico del esposo y padre se caracteriza por una estabilidad emocional y una felicidad que en el trascurso de los años incluirá cierto regusto amargo, fruto de la asunción de que “la felicidad verdadera está hecha de una mezcla de elementos entre los que predomina lo grato, pero sin que se pueda excluir en ningún caso lo desagradable, e incluso lo doloroso” (página 208).

La naturaleza, descrita con precisión y, a mi parecer, con la pretensión de concienciar de la necesidad de preservarla y protegerla, es una fuente constante de paralelismos. Para ilustrar esto, hallo una proyección del desdén y del abandono a Silvio por parte de su padre a partir del gamo hembra que abandona a su cría, “que, tras descender con torpeza, intentó remontar el abrupto talud sin conseguirlo, y que ofrecía una imagen patética mientras pataleaba con sus extremidades débiles y flacas intentando trepar por el repecho” (página 82). Esta escena retrospectiva de Tere y Daniel con el gamo indefenso y torpe es un anticipo y me atrevería a decir que también una paradoja. Solo tenéis que leer este fragmento de la conversación que mantienen: “Acabamos de presenciar un ejemplo de alta traición -respondiste tú-, una madre abandonando a su vástago en un momento de peligro”. “De traición nada, pobre bicho, ha sido la lógica reacción de miedo, de pavor”, objetó Tere (página 83). Por cierto, puede que sea muy descabellada mi siguiente conclusión, pero lo cierto es que yo no percibo que Daniel, pese a la aceptación de su hijo, lo ame o, al menos, no directamente, sino como una prolongación de su esposa. De hecho, considera al niño como la herencia de su relación con Tere, con la que actúa  al final con una entrega y una generosidad que, en verdad, podría haber evadido perfectamente.

Por último, sobre la idea del Edén y del no tiempo, encuentro un buen puñado de aciertos, que no puedo ignorar. El primero es el recurso de los sumarios y el manejo de la frecuencia, especialmente, para hablar de las rutinas y las costumbres, los cuales consiguen crear una impresión circular de los acontecimientos. Una visión cíclica, que desactiva la percepción lineal del tiempo. El segundo contribuye a esto último a través de la búsqueda de una indeterminación. Con esto me refiero a las escasas referencias temporales. ¿Cuándo comienza la historia? ¿En qué año? ¿Qué edad tienen los personajes? Hay ciertos referencias que sirven de anclaje, como el reencuentro de la pareja en el colegio electoral o la mención posterior a la caída del muro de Berlín (págna 159). Esto nos hace sospechar que esta historia de amor comenzó a principio de los ochenta, cuando los protagonistas tendrían en torno a dieciocho años. También en la página 260 descubrimos que Daniel ha pasado “con creces los cuarenta”.


En resumen, José María Merino firma una novela brillante que segura y merecidamente trascenderá y superará las capas de olvido con que el paso del tiempo amenaza, pues la atemporalidad de El río del Edén la avalan la contención estilística, la expresión de las emociones sin excesos o histrionismos, la coherencia entre el no tiempo del paraíso y el manejo puntual de las referencias temporales, escasas, y la constante intertextualidad no enfocada en un alarde de erudición, sino en ahondar en la psicología de los personajes y en nutrir de verosimilitud esta novela a caballo entre la tradición y la modernidad, especialmente por reflejar el sentir del hombre del siglo XXI y de sus problemas (en su mayoría los de siempre, los que estimularon a Homero como al más joven de los escritores).

martes, 4 de agosto de 2015

Years & Years publicaron su primer disco, Communion, hace unas semanas, después de que la banda se formara en 2010, después de la marcha de algunos miembros, la llegada del vocalista Olly Alexanders y del prestigio premio Sound of 2015, ganado en anteriores ediciones por artistas de la talla de Haim, Adele o Keane. Ellos mismos confiesan que entre sus influencias se encuentran Hot Chip o Major Lazer, aunque, en mi opinión, Years & Years ofrece una música más ligera, con esa atmósfera sensual y misteriosa, si bien esta banda la sirve con menos densidad y más agradable a la primera escucha. Hot Chip son, además, más experimentales.

Take Shelter, Real, King, Desire y Shine han sido los singles de Communion lanzados hasta la fecha y, sin duda, garantizan un éxito comercial al álbum, pues estos cinco temas destacan por su eclecticismo, por la fusión del R&B con ritmos exóticos y un synthpop fresco, capaz de gustar (o, al menos, de no desagradar) a las masas, sea cual sea su educación musical. Take Shelter es el ejemplo perfecto de lo que digo y junto a King, el gran éxito del grupo. Real es un medio tiempo que no abandona la cadencia sensual de Take Shelter, y una melodía pegadiza pese a que en un principio no lo parezca. Otro medio tiempo es Shine, menos atmosférico, pero con un estribillo elegante, pegadizo y de los más redondos del álbum. Desire, por su parte, bebe del Vogue de Madonna y, en general, del house. Con todo, el resultado no está a la altura de las expectativas y lo cierto es que es el peor single. Y el éxito absoluto es King, el tema más movido del disco y disfrutable tanto si estás tirado en el sofá como para bailarlo en la playa y darlo todo en las discotecas este verano. 

Es evidente que hay dos pistas centrales: Take Shelter y King. Más allá de ellas, encontramos temas que parecen cortados por el mismo patrón, que reciclan los ingredientes de estos. En el bando del primero tendríamos RealGold y Ties, que suena a futuro pelotazo y me atrevería a decir que es aún más potente que Take Shelter. Además con ese incuestionable toque ochentero posee una contundencia que la débil y prescindible Gold, aunque correcta, no posee. En el bando de King tenemos Shine, similar al primero aunque más calmado, Desire, y el bonus track tremendamente pegadizo I Want To Love. Por su parte, Worship es un híbrido entre Take Shelter y King  en el buen sentido, posee una melodía enigmática y todas las papeletas para ser el próximo single. 

En cuanto a las baladas (Foundation, Eyes Shut, Without, Memo y Ready For You), ninguna aporta nada que no aporte ya Sam Smith, por poner un ejemplo. Toda la originalidad y la frescura de los medios tiempos y de los temas rápidos desaparecen en los temas lentos, en los que se percibe con mayor nitidez el estilo musical de las boybands. Esto último no tiene por qué ser negativo, y en este caso no lo es. Con todo, sí cabe reconocer que los temas ganan con ese filtro indie de la producción.

NOTA 14/20

lunes, 3 de agosto de 2015

Leer Fortunata y Jacinta no es una empresa titánica, a pesar de sus mil cien páginas (no nos engañemos: al principio entrar en un tocho como este impone casi tanto como nadar en arenas movedizas). No obstante, Benito Pérez Galdós no defrauda y nos provee de los resortes necesarios para devorarla de principio a fin. Su lectura, como digo, no es difícil o, al menos, no tanto como verter en un texto, en mi caso en esta entrada, mis impresiones y ciertas cuestiones filológicas. No pretendo hacer un ejercicio de erudición. Para ello, para ampliar nuestros horizontes sobre esta novela y redescubrirla, podéis encontrar los grandes trabajos de Germán Gullón ("El subtexto de Fortuna y Jacinta" o el propio prólogo de la edición de Austral) o el interesante estudio "La educación de la mujer en Fortunata y Jacinta" de María Dolores Melendreras Reguero. 

De este autor canario ya había leído Marianela y Miau, esta última en dos ocasiones, y conocía de cerca su maestría y su capacidad de observación para capturar los ambientes de la España decimonónica, los problemas políticos y sociales y, también, para retratar lugares, personajes y conflictos con una viveza y una minuciosidad capaces de competir con la fotografía. 

Para lograrlo no abusa de los excesos de retórica, generalmente vacuos, cargantes y pomposos. Todo lo contrario: prefiere un estilo cotidiano, nada afectado y sencillo, por supuesto, sin renunciar a una precisión léxica incuestionable o a acentuar el registro coloquial cuando la acción se desarrolla en ambientes de analfabetismo y en torno al pueblo llano, como tampoco renuncia a fines estéticos. Por mucho que el lenguaje sea el de la calle, el espontáneo, detrás de este, hay un trabajo minucioso para limarlo hasta convertirlo en un deleite para el lector. Con todo, es cierto que no alcanza las cotas de la obsesiva preocupación lingüística de Flaubert en Madame Bovary.


En cuanto a la acción, no nos engañemos: el centro de la novela son los personajes, puesto que la trama es de corte folletinesco. Dos mujeres, Fortunata y Jacinta, pugnan por el amor de Juanito Santa Cruz, caprichoso, mimado y víctima del "demonio malo de la variedad", que le lleva a descartar a la primera, la amante, cuando vuelve a ver a la segunda como a una novedad, como a la mujer de otro. Y entra idas y venidas, va cambiando de objeto amoroso. Por cierto, defiendo las historias amorosas y folletinescas, ¿por qué son siempre el blanco de las críticas por parte de los esnobs? No negaré que las malas novelas suelen transitar por esos terrenos, pero una temática no es mala, los malos son los escritores. Tampoco es un indicador de mala literatura que un libro goce del respaldo masivo del público. No sé quién tiene menos criterio y más estupidez, quien juzga sin conocer lo juzgado dejándose llevar por prejuicios o quien prefiere la mala literatura directamente. La literatura de evasión cumple una función, responde a una necesidad de un tipo de lector; el problema surge cuando la literatura de calidad no encuentra un hueco en el mercado literario más allá de los autores consagrados y beneficiarios de la sumisión de los críticos literarios reputados del país.

El corte folletinesco es obvio; el trasfondo no lo es tanto. Las idas y venidas, la pasión y la docilidad, de Santa Cruz hacia las dos mujeres que dan título a esta obra pretenden reflejar los vaivenes políticos, las preocupaciones sociales, las desigualdades, etc. Lo hacen a través de distintos procedimientos. El primero es la inclusión de escenas costumbristas, como es el caso de la sección III, I, I, donde expone la íntima relación de los españoles con los bares. El segundo procedimiento es el uso de los símiles políticos que se aplican para ilustrar conflictos personales, en su mayoría, amorosos. Y otro es a través de juegos de palabras con los significados de "parlamentario", en el sentido político y el de la pasión por hablar. Del divertido Estupiñá, un personaje hortera y cuyo carácter hablador le lleva a la ruina de su negocio por desatender a los clientes, se dice: "Érale simpático; conocía sus apetitos parlamentarios, y aunque por sus amistades con los de Santa Cruz podía contarle ella en el número de sus enemigos, le miraba ella con buenos ojos, teniéndole por hombre inofensivo y bondadoso". También hay casos de digresiones insertadas nada pretenciosas, sino que dirigen la interpretación y exigen un lector activo, que se plantee por qué cada elemento aparece en lugar de otros, cómo se desarrolló el proceso de organización, redacción y de codificación del trasfondo. Por último, tendríamos los títulos de secciones como "La Restauración vencedora" o "La Restauración vencida".

Con vistas a conseguir una verosimilitud enorme, una baza importante, quizá la que más, es la hondura psicológica de los personajes, nutrida por las abundantes semblanzas, esto es, por las referencias biográficas de los personajes, y por el mimo de Galdós en ofrecer una imagen minuciosa del aspecto físico de estos. Por ejemplo, a doña Lupe, tía de Maxi, esposo de Fortunata, le estirparon un pecho y tal apunte clínico (el Naturalismo fue una corriente muy dada a aportar datos clínicos sobre los personajes) no es baladí, sino que es motivo de burlas y, según señala Melendreras Reguero en el estudio antes citado, representa la autoridad de la casa, la cual en la época de la novela era cosa de hombres. Otro ejemplo sería el caso de Mauricia la Dura, cuyos rasgos faciales hombrunos refuerzan el salvajismo de esta, su nula sumisión a los convenciones sociales y su comportamiento varonil. 

Esta cercanía de los personajes no existiría a no ser por la variedad y la excelente dosificación de las formas discursivas. A mi parecer, existe un equilibrio entre narración, descripción y diálogo. Los diálogos reflejan con enorme veracidad la identidad de los personajes, gracias a que Galdós incluye leísmos, vulgarismos (—¡Se va jaciendo! ¿Y el honor, señor de Santa Cruz...?) o expresiones reiteradas en exclusiva por uno de los personajes. No menos importantes resultan la reproducción de sus pensamientos, los cuales se insertan con mayor frecuencia mediante el estilo directo sin verbos dicendi que con ellos. Por su parte, el estilo indirecto libre se halla en prácticamente todas las páginas, como en "Esta revelación hizo vacilar un momento la ira de doña Lupe. ¡Era económica...!". 

Esto tal vez se alimente de la tendencia a romper con el requisito naturalista propugnado por Zola de la objetividad narrativa. Es cierto que el narrador omnisciente proporciona numerosas perspectivas y, en muchos casos, antagónicas (solo hay que ver los prismas desde que observan la realidad Fortunata y Jacinta), sin embargo, Pérez Galdós se permite el capricho de tratar con enorme cercanía a los personajes. Baste mencionar que a Juanito Santa Cruz lo llega a llamar "mi hombre", y no es el único personaje que cuenta con este privilegio. Si esta muestra no es suficiente, otra es que la ideología progresista del escritor parece inclinarle a apreciar más a Fortunata que a Jacinta, que asume los valores de clase burguesa de la época. Pese a esta cuestionable objetividad del narrador, cabe catalogarla como una novela realista con rasgos naturalistas. Uno de ellos es el el determinismo. Como botón de muestra, se reiteran y, en buena medida, articulan la trama y generan los conflictos la idea de que si Fortunata no se hubiera criado en ambientes marginales y si hubiera tenido acceso a la educación, habría sido una mujer "decente" y la idea de que Santa Cruz es un hombre caprichoso y mimado debido al patriarcado de la época y la permisividad de sus padres 

En cuanto a las descripciones, el autor las gestiona de manera excelente sin exasperar. Si en Papá Goriot, Balzac abruma un poco con el detallismo a la hora de describir hasta el punto de hacer inventarios con los objetos que el protagonista guarda en los armarios y los cajones en la pensión Vauquer, en Fortunata y Jacinta la descripción posee un papel funcional: enriquece los espacios y a los personajes en pos de adquirir una mayor hondura psíquica de estos, pero sin caer en excesos. Distribuye con tanta habilidad los pasajes descriptivos que podrían pasar desapercibidos en una lectura rápida.

Antes de abordar las debilidades de la novela, nimias comparadas con sus virtudes, enumero la intertextualidad del texto y sus influencias. Las huellas de Balzac, Flaubert o Dickens son evidentes, aunque no más que las de Francisco de Quevedo y, sobre todo, de Cervantes. Sostengo el influjo de Quevedo en la figura de José Izquierdo, cercano moralmente al protagonista de El Buscón o a Lazarillo de Tormes, puesto que es capaz de vender a un niño y haciéndolo además por la vía del engaño (no diré más para no destripar la trama), y también este influjo está también en llamar Francisco de Quevedo a un vecino de Fortunata "por una de esas ironías tan comunes en la vida" (pág. 1003, IV,I,XII). Este personaje es celoso y teme ser un cornudo. Partiendo de esto, Benito articula dos ironías. La primera es apodar a su mujer doña Desdémona, al igual que la esposa de Otelo en el drama de Shakespeare, de la que se sospecha una injusta infidelidad hacia su esposo. La segunda ironía se encuentra en que Francisco de Quevedo fue un autor célebre, en otros motivos, por el desarrollo burlesco y caricaturesco del cornudo. En cuanto a la influencia de Cervantes, esta no puede ser más clara. Ido del Sagrario es un novelista que "de escribir tanto adulterio, no comiendo más que judías, se le reblandeció el cerebro" (I,VIII,IV). De hecho, la admiración del autor canario por el de Alcalá de Henares se muestra en una referencia explícita al personaje quijotesco en "¡Ah!, este D. Quijote reventando a cuchilladas los cueros de vino, para el amigo Davidson, que llama a D. Quijote don Cuiste, y se las tira de hispanófilo... Bien, bien". Podría dar otros muchos ejemplos, como el eco del episodio de los títeres de don Quijote cuando el falso Pituso coge y estrella contra el suelo las figuras del belén o como la referencia a la burla cervantina hacia el lenguaje de la novela de caballerías que encontramos en el título de la sección "La razón de la sinrazón".

Como veis los puntos fuertes son numerosos y, por desgracia, los aquí mencionados en número no hacen justicia, básicamente, por aquellos no mencionados. Pero, por suerte, también hay en esta obra imperfecciones. Sí, el anterior enunciado parece contradictorio. No lo es. Prefiero una novelas con pequeñas "debilidades" antes que una novela milimetrada, cuidada al máximo, pero sin alma, fría. El Quijote está considerada la narración más importante no solo de la literatura española, sino también de la universal, y eso que las erratas, los descuidos y ciertas incoherencias son constantes. Entre esas "imperfecciones" destaco la pérdida de ritmo desde la segunda mitad de la segunda parte hasta la segunda mitad de la tercera parte. Son páginas decisivas, como todas las demás, pero la trama se ralentiza y los personajes carecen de un perfil emblemático como el hortera Estupiñá, la autoritaria solidaria Guillermina o el propio Juanito Santa Cruz, el cual, pese a desencadenar la trama, pasa algo desapercibido. Maximiliano Rubín, su tía Lupe, Guillermina, el boticario Ballester o Evaristo Feijoo, según los estudiosos un álter ego de Galdós, cuentan con más líneas que el propio Juanito. Del mismo modo, Jacinta tampoco ocupa las líneas que proporcionalmente le corresponderían por ser uno de los cuatro personajes generadores del conflicto (estos son Juanito, Fortunata, Jacinta y la sociedad burguesa e hipócrita). Y es que por muy titular que sea en la portada de Fortunata y Jacinta, es Fortunata la verdadera protagonista, que incluso en la primera parte, donde no aparece salvo cuando Juan relata a su esposa cómo conoció a su amante, está muy presente, como si de una sombra se tratara. 

Asimismo, encuentro que el brillo del lenguaje galdosiano pierde lustre en el último tercio de la obrapor supuesto, sin llegar a un nivel alarmante, brillo que recupera hasta emocionar en las últimas treinta páginas. Sí, es muy emocionante el final, aunque, siendo sincero, no sé si el desenlace es el más conveniente. Cierra las tramas y deja una sensación agridulce, pero tal vez esperaba otra cosa que no llego a adivinar qué. 

En mi opinión, Fortunata y Jacinta adolece de muchas páginas y de una historia que podría contarse con la mitad de ellas. No obstante, arrancar una página de la novela, incluso la más insignificante en apariencia, sería como perder una pieza del puzzle. Quedaría incompleta la novela y perderíamos matices y verosimilitud en esta enorme historia. También la sensación de que sobran páginas se produce cuando Pérez Galdós se centra en los personajes secundarios, las más de las veces, y parece olvidarse de la trama central. Tengo la impresión de que esta estructura influyó en La colmena de Camilo José Cela, aunque las historias y los personajes gocen de mayor autonomía. Ante esto, muchos lectores pueden sentirse perdidos y/o perder el interés en una maraña de presentaciones, anécdotas o situaciones cotidianas, articuladas como una especie de historias intercaladas y desvinculadas de la trama central. Nada más lejos de la realidad: a medida que vas leyendo descubres que todas las piezas cuadran y que refuerzan la sensación de realidad de unos personajes que chorrean sangre y vida, mucha vida. Paradójicamente, Galdós hace peligrar el pacto narrativo con una ironía sutil al hablar de ellos como personajes. Baste mencionar cuando nace un niño (no diré su nombre ni el nombre de sus padres) y lo menciona como "el recién venido personaje" (IV,VI,I) o las no escasas referencias a la creación literaria, motivadas muchas veces por la presencia de un crítico literario. He aquí un ejemplo de ello de la sección IV,VI, XVI, página 1219:
"Segismundo contó al buen Ponce todo lo que sabía de la historia de Fortunata, que no era poco, sin omitir lo último, que era sin duda lo mejor; a lo que dijo el eximio sentenciador de obras literarias, que había allí elementos para un drama o novela, aunque a su parecer, el tejido artístico no resultaría vistoso sino introduciendo ciertas urdimbres de todo punto necesarias para que la vulgaridad de la vida pudiese convertirse en materia estética. No toleraba él que la vida se llevase al arte tal como es, sino aderezada, sazonada con olorosas especias y después puesta al fuego hasta que cueza bien. Segismundo no participaba de tal opinión, y estuvieron discutiendo sobre esto con selectas razones de una y otra parte, quedándose cada cual con sus ideas y su convicción, y resultando al fin que la fruta cruda bien madura es cosa muy buena, y que también lo son las compotas, si el repostero sabe lo que trae entre manos".
El número de página corresponde a la edición que he seguido, la de Austral (Fortunata y Jacinta, edición de Germán Gullón, Madrid, Austral, 2013). El precio de esta edición es altamente competitivo (algo más de doce euros) respecto a editoriales como Cátedra o Alianza, que editan la novela en dos tomos y cuyo coste se duplica. Estas dos últimas ni siquiera las he tenido en mis manos, pero está claro que Cátedra y Alianza son dos editoriales que ofrecen ediciones críticas de enorme calidad, con unos prólogos fantásticos y unas anotaciones que, normalmente, cumplen con las expectativas. La edición de Austral cuenta con un prólogo de Germán Gullón y una guía de lectura de Heilette Van Ree de gran valor, aunque he echado en falta más anotaciones a pie de página y que algunas de estas comentaran aspectos filológicos en vez de ceñirse a los sociohistóricos. Asimismo, las páginas son bastante finas y se transparenta un poco el texto de las siguientes, lo cual puede llegar a ser algo molesto según la calidad de la luz y si no levantas un poco la hoja. Pese a ello, es una excelente edición, cuyos defectos son mucho menores de lo que en principio podrían parecer

Por cierto, en la contraportada de esta edición y en el prólogo se considera a Fortunata y Jacinta como "la narración más importante en lengua española después del Quijote". A mi parecer, El Quijote está a un nivel muy superior, ya que la Cervantes posee el carácter de mito que la otra no tiene. Es un libro fantástico, de estos que dejan huella, pero ninguna situación es tan emblemática como muchas situaciones de la novela cervantina (los molinos de vientos, los cueros de vino, el caballo Clavileño, etc.). Quizás en una clasificación el segundo puesto sería para Cien años de soledad y el tercero para esta, a pesar de que Miau (1888), del mismo autor y publicada un año después de Fortunata y Jacinta, gana en concisión, mantiene la calidad del discurso y tiene más momentos míticos. Personalmente, pienso que para escribir Miau tomó muchos elementos de la novela que analizamos hoy, y no solo me refiero al cesante Ramón Villaamil, que fueron incluidos en Miau con mayor acierto, pero sin la ambición y el excelente resultado de Fortunata y Jacinta.

En pocas palabras, esta novela de Galdós, publicada entre 1886 y 1887, supone uno de los grandes éxitos de la literatura española porque la maestría narrativa del autor y su capacidad de observación (y descripción) logran un ritmo ágil, un interés permanente (aunque no siempre al mismo nivel) y un lenguaje poético logrado no por la vía de la pomposidad y la retórica vacua, sino por la del lenguaje sencillo y cotidiano, que no obstaculiza la comprensión del lector. En contrapartida, sí exige un lector activo, capaz de leer más allá de la literalidad del texto para captar el trasfondo y la denuncia social, y afortunado por disfrutar con mayor intensidad de un texto inimitable y un tanto infravalorado, aunque no por mucho tiempo.

Fragmentos

"Tenía Santa Cruz en altísimo grado las triquiñuelas del artista de la vida, que sabe disponer las cosas del mejor modo posible para sistematizar y refinar sus dichas. Sacaba partido de todo, distribuyendo los goces y ajustándolos a esas misteriosas mareas del humano apetito que, cuando se acentúan, significan una organización viciosa. En el fondo de la naturaleza humana hay también, como en la superficie social, una sucesión de modas, periodos en que es de rigor cambiar de apetitos. Juan tenía temporadas. En épocas periódicas y casi fijas se hastiaba de sus correrías, y entonces su mujer, tan mona y cariñosa, le ilusionaba como si fuera la mujer de otro. Así lo muy antiguo y conocido se convierte en nuevo. Un texto desdeñado de puro sabido vuelve a interesar cuando la memoria principia a perderle y la curiosidad se estimula. Ayudaba a esto el tiernísimo amor que Jacinta le tenía, pues allí sí que no había farsa, ni vil interés ni estudio. Era, pues, para el Delfín una dicha verdadera y casi nueva volver a su puerto después de mil borrascas. Parecía que se restauraba con un cariño tan puro, tan leal y tan suyo, pues nadie en el mundo podía disputárselo". (I,VIII,I, 230)


“—¿Quiere esto decir que yo sea partidario de la tiranía?…—prosiguió Ido—. No señor. Me gusta la libertad; pero respetando… respetando a Juan, Pedro y Diego… y que cada uno piense como quiera, pero sin desmandarse, sin desmandarse, mirando siempre para la ley. Muchos creen que el ser liberal consiste en pegar gritos, insultar a los curas, no trabajar, pedir aboliciones y decir que mueran las autoridades. No señor. ¿Qué se desprende de esto? Que cuando hay libertad mal entendida y muchas aboliciones, los ricos se asustan, se van al extranjero, y no se ve una peseta por ninguna parte. No corriendo el dinero, la plaza está mal, no se vende nada, y el bracero que tanto chillaba dando vivas a la Constitución, no tiene qué comer. Total, que yo digo siempre: «Lógica, liberales» y de aquí no me saca nadie.” (IV,V,I, 1100)