martes, 30 de julio de 2013

Es el turno para una de las novelas que hay que leer antes o después: Cien años de soledad. Traducida a muchos, muchísimos, idiomas, leída por millones de personas, estudiada y analizada hasta la saciedad, esta novela se convirtió desde su publicación en 1967 en un éxito rotundo. Un éxito no con fecha de caducidad, sino imperecedero. De hecho, su atemporalidad radica en reflejar los mismos dramas y problemas que acucian aún en la actualidad: guerras, represión política, amores, y el olvido, la soledad y el abandono a las que se ve postrado el ser humano. 

García Márquez, también conocido como Gabo, nació en 1928 en Aracatana (Colombia), estudió Derecho, pero siempre trabajó como periodista y escritor. Entre su producción literaria, destacan La hojarasca, El coronel no tiene quien le escriba, Crónica de una muerte anunciada o El amor en los tiempos del cólera. No obstante, la novela más famosa es Cien años de soledad, cuyos ejes temáticos son la soledad, el tiempo y el amor. Esta obra cumbre de las letras hispanas es uno de los máximos exponentes del realismo mágico, que consiste en la incorporación de elementos míticos, legendarios y mágicos, procedentes de tradiciones indígenas y africanas, sin contradicción con el plano real de la historia narrada. Esto es, la inclusión de tales elementos con una pasmosa naturalidad que, aunque estén totalmente alejados de la razón, parecen cotidianos, naturales. En esta obra de Gabo, encontramos por ejemplo una olla en el centro de una mesa que se desplaza sin ninguna fuerza externa hasta caer al suelo, personajes muertos que continúan deambulando por el pueblo, un personaje que sale volando de la casa con unas sábanas al estilo de una abeja, etc. Antes de concluir con esta contextualización, es indispensable mencionar que el autor pertenece al boom de la novela hispanoamericana de los años 60, un fenómeno literario y un fenómeno sociológico al mismo tiempo. Según éste, se perciben en escritores como Vargas Llosa, J. Cortázar, Augusto Roa Bastos o Alejo Carpentier las influencias del realismo mágico, el mundo de lo mítico y lo onírico, el surrealismo, la denuncia social, las innovaciones técnicas y la recuperación de formas tradicionales de narrar. Además, se ve impulsada por la gran difusión internacional de la narrativa hispanoamericana y por el gran desarrollo editorial. 




Pero, como una reseña literaria, no es un texto para informarse como si de un libro de texto se tratara, voy a desmenuzar mi experiencia al leer el libro. Esta vez no voy a ser tan crítico como ya lo he sido en las dos críticas literarias anteriores, pues Cien años de soledad posee una grandeza tan abismal que yo, un estudiante de primer año de Filología Hispánica, no me veo capaz todavía de criticar o valorar, pero sí de reflejar mi opinión, la sensación que me ha producido al leerlo...

Un argumento tan complejo como inexplicable.
En esta obra, no vamos a encontrar casi ningún aliciente argumental que nos ponga el alma en vilo y nos haga morirnos de ganas por conocer cómo acaba. Pues, en verdad, se trata simplemente de la narración de las vicisitudes de la familia Buendía durante 100 años. Por tanto, lo que incita a leer es el encomiable estilo de Gabo que nos sumerge en los milagros, rebeldías, adulterios, obsesiones, tragedias, descubrimientos y condenas de estos familiares. Así pues, podríamos entender la obra como una serie de anécdotas cosidas con el buen hacer de la aguja (o la pluma) del escritor, que dotan a la novela de un desbordante interés y una genialidad constante. Como podéis advertir, no hay un protagonista individual, sino que estamos frente a un protagonista colectivo, muy característico de la narrativa del siglo XX. 

Una novela difícil de leer
Muchos conocidos y amigos han intentado leerla, pero siempre la han postergado sine die. A mí también me pasó igual el verano pasado. Comencé pero tuve que dejarla por la mitad. Demasiado densa, demasiados personajes, demasiados "demasiados". Pero, intentando ser un poco tenaz y tomándome esto como una cuestión ya personal, he vuelto a retomar la lectura, y sin palabras. Literatura de alta costura. Hace un año, la inclusión de elementos fantásticos y del realismo mágico me molestaba. Nunca me ha gustado la novela de fantasía, por lo que leer sobre una olla moviéndose sola no era un buen augurio. Sin embargo, esta vez he percibido este recurso como una crítica mordaz a los supersticiosos y los que creen en los fenómenos paranormales. 

Tampoco ayuda mucho el batiborrillo de nombres repetidos. Una veintena de personajes llamados todos Aureliano, varios José Arcadio, varias Remedios... Y cuando no, se entremezclan nombres: Úrsula, Amaranta, Amaranta Úrsula, Aureliano José... En fin, una novela bajo una lluvia torrencial de nombres repetidos y de acciones parecidas que inexpugnablemente lleva a confundir personajes frecuentemente. Por ello, es recomendable tener a mano un plano con el árbol genealógico de los Buendía. 

Tiempo y espacio como recursos de la evolución lineal.
La novela se desarrolla en Macondo, un escenario mítico sin localización geográfica precisa, pero que representa la realidad hispanoamericana (guerras civiles, represión militar, llegada de multinacionales de América del Norte, etc.). Además, las descripciones sobre la cada vez más vetusta casa de los Buendía o la soledad de sus últimos habitantes también contribuyen a esa sensación de decrepitud y soledad que van inundando las páginas finales de la obra. 

En numerosas ocasiones, los personajes, sobre todo, Úrsula Iguarán, expresan su percepción del tiempo como un círculo. Los personajes con el mismo nombre suelen comportarse de un modo similar, la secuencia de fundación-prosperidad-decadencia es reiterativa. También los manuscritos de Melquíades ofrecen esa idea. 


Personajes con altas dosis de realismo.
García Márquez no necesita recurrir a métodos como los de Frankenstein para dotar de vida a sus personales. Unos personajes que salen del texto, que se te aparecen, sin descargas eléctricas, tornillos ni fuerzas sobrenaturales. Tal vez lo más sobrenatural son las enormes aptitudes del novelista para hacernos sentir que los personajes están vivos, que son para los lectores algo más que lo que son para ellos mismos ver cómo sus muertos deambulan por Macondo en tanto que etéreos espectros . Gracias al escritor, conocemos sus intereses, lo que les impulsa a actuar, sus inquietudes, sus gustos, su evolución personal, su todo... Además, por si fuera poco, la narración nos evoca a aquellas tardes en las que nuestros abuelos nos cuentan (o nos contaban) anécdotas propias. 

El estilo: el estímulo para continuar leyendo. 
Tan inefable e indescriptible como rico y variado es su estilo. Nadie como Márquez maneja con esas altas cotas de maestría los saltos temporales, las perspectivas múltiples, el monólogo interior, los narradores ficticios, algunas técnicas del periodismo, o la inclusión de historias intercaladas en la narración principal. Disfruté mucho con sus descripciones tan fieles, su afán de mostrarnos la fotografía más nítida de lo que acontece en Macondo. Disfruté con su ingenio, con la complicidad que establece con el lector a base de ironías, apelaciones y pinceladas de sarcasmo. Como un fragmento del texto vale más que mil palabras, aquí os dejo unas líneas. En ellas se hallan las siguientes líneas en estilo indirecto libre de Fernanda que se queja de que ningún Buendía se haya preocupado nunca por ella, aunque fuera por cortesía.  


"[...] y era Fernanda que se paseaba por toda la casa doliéndole de que la hubieran educado como una reina para terminar de sirvienta en una casa de locos, con un marido holgazán, idólatra, libertino, que se acostaba bocarriba a esperar que le llovieran panes del cielo, mientras ella se destroncaba los riñones tratando de mantener a flote un hogar emparapetado con alfiléres, [...] y, sin embargo, nadie le había dicho nunca buenos días, Fernanda, [...] a pesar de que ella no esperaba, por supuesto, que aquello saliera del resto de una familia que al fin y al cabo la había tenido siempre como un estorbo, como el trapito de bajar la olla, como un monigote pintado en la pared, y que siempre andaban desbarrando contra ella por los rincones, llamándola santurrona, llamándola farisea, llamándola lagarta, y hasta Amaranta, que en paz descanse, había dicho de viva voz que ella era de las que confundían el culo con las témporas, bendito sea Dios, qué palabras, y ella había aguantado todo con resignación por las intenciones del santo padre, pero no había podido soportar más cuando el malvado de José Arcadio Segundo dijo que la perdición de la familia había sido abrirle las puertas a una cachaca, imagínese, a una cachaca mandona, válgame Dios, una cachaca hija de la mala saliva, de la misma índole de los cachacos que mandó el gobierno a matar trabajadores, dígame usted, y se refería a nadie menos que a ella, ..."
¿A qué os quedáis con ganas de más? ¿Verdad? Pues leed el libro entero, o por lo menos el fragmento entero. (Aquí podéis encontrarlo)

Junto cuando la divertidísima escena donde Remedios la Bella se ducha y un hombre la espía, este momento de los reproches de Fernanda está en el top 2. Pero, sin duda alguna, lo mejor de todo es la intervención insignificante para muchos, pero para mí tremendamente divertida en la que Amaranta se ríe del arsenal de eufemismos que emplea Fernanda para referirse a asuntos tabú, para ella, claro, porque es tan finolis como en el monólogo interior de arriba habéis podido ver. Y dice así: 
"Amaranta se sintió tan incómoda con su dicción viciosa, y con su hábito de usar un eufemismo para designar cada cosa, que siempre hablaba delante de ella (de Fernanda) en jerigonza. 
-Esfetafa –decía- esfe defe lasfa quefe lesfe tifiefenenfe asfacofo afa sufu profopiftiafa mifierfedafa. 
Un día, irritada con la burla, Fernanda quiso saber qué era lo que decía Amaranta, y ella no usó eufemismos para contestarle. -Digo –dijo- que tú eres de las que confundes el culo con las témporas."
La parte en negrita la leído, releído y releído mil veces. Con carcajadas sonoras, y todo. Por cierto, un dato: este enunciado carente de valor semántico, pero con un valor irónico o fónico se denomina jitanjáfora

Con estas pequeñas muestras de la elegante y dinámica prosa del escritor ya os podéis hacer una idea de a lo que me refería antes, esto es, no hay un gancho que te arrastre a seguir leyendo para conocer cómo acaban los personajes, no hay un conflicto, sino pequeñas historias conectadas por tratar de los mismos personajes, por situar en las mismas coordenadas espacio-temporales, y por la exquisita narrativa del novelista. 

En ningún momento, la pluma del colombiano pierde gracia. No. Ab ovo usque ad mala, desde el principio hasta el final, la grandeza de su estilo se mantiene. De hecho, quizá esta linealidad en cuanto al estilo es otro recurso para mostrarnos la linealidad de la vida y su carácter circular. Como veis, la coherencia de la obra es brutal. Todo tiene un porqué. Incluso la rapidez con las que se narra las escenas violentas, lo que nos transmite la sensación de que tensión, de violencia, de agresividad que experimentan los personajes. 

Recomendable.
Obra compleja, confusiones entre personajes, alguna palabreja propia de la cultura hispanoamericana que nos obliga a buscar en el diccionario su significado, carencia de un conflicto que nos atrape. Esa retahíla de obstáculos quedan derribados por la calidad, la novedad y el buen hacer de Gabriel García Márquez. De verdad, merece la pena no sólo como entretenimiento, sino como fuente de inspiración y como punto de partida para reflexionar sobre la vida, o incluso, sobre la existencia de las cucarachas. Sí, como lo habéis leído, sobre las cucarachas. Se trata de un fragmento breve y banal sobre un tema trivial, pero que refleja la grandeza de Cien años de soledad
"… Las cucarachas, el insecto alado más antiguo sobre la tierra, era ya la víctima favorita de los chancletazos en el Antiguo Testamento, pero como especie era definitivamente refractaria a cualquier método de exterminio, desde las rebanadas de tomate con bórax hasta la harina con azúcar, pues sus mil seiscientas variedades habían resistido a la más remota, tenaz y despiadada persecución que el hombre había desatado desde sus orígenes contra ser viviente alguno, inclusive el propio hombre, hasta el extremo de que así como se atribuía al género humano un instinto de reproducción, debía atribuírsele otro más definido y apremiante, que  era el instinto de matar cucarachas, y que si éstas habían  logrado escapar de la ferocidad humana era porque se habían   refugiado en las tinieblas, donde se hicieron invulnerables por el miedo congénito del hombre a la oscuridad, pero en cambio se volvieron susceptibles al esplendor del mediodía, de modo que ya en la Edad Media, como en la actualidad y por los siglos de los siglos, el único método eficaz para matar cucarachas era el deslumbramiento."
Gabriel García Márquez, Cien años de soledad
NOTA: 9,5.  

lunes, 29 de julio de 2013


Continúo publicando mis reseñas literarias. Como lo prometido es duda, esta vez es el turno para Misión Olvido, y en unos días subiré la de Cien años de soledad, un libro tan magnífico como conocido por todos, pero con el que es un placer regresar a Macondo de en vez en cuando.
MISIÓN OLVIDO - MARÍA DUEÑAS
Antes de comenzar mi crítica hacia la segunda novela de María Dueñas, quería aprovechar para recomendar a todo aquel que quiera leerla que lo haga sin expectativas, sin compararla con El tiempo entre costuras, y que luego, una vez leída, reflexione y la juzgue. A pesar de que la compré una semana más tarde de su publicación (28 de agosto de 2012), han tenido que pasar casi doce meses para tomarla con firmeza y leer esas 500 páginas. Las críticas hacia Misión Olvido poseen, en su mayoría, una tendencia a menospreciar su último trabajo y los argumentos son claros: al libro le sobran páginas, es demasiado largo para un argumento flojo, personajes planos, el planteamiento del libro no queda claro hasta la recta final, etc. Obviamente esta percepción viene determinada, en una proporción importante, por los lectores, ya que muchos esperaban tal vez una línea continuista en la narrativa de Dueñas, muchos esperaban incluso encontrar una nueva Sira Quiroga en el cuerpo de Blanca Perea, y quizá no muchos hemos recorrido con pasión y con confianza en la autora las páginas que, después de un arduo esfuerzo y meses y meses de investigación, de redacción y del resto de tareas por las que una novela debe pasar hasta constituirse y publicarse como tal, ella, la escritora, nos ha ofrecido.
No obstante, y aunque las comparaciones sean poco, o nada, recomendables, no me puedo resistir a mencionar ciertas diferencias con su predecesora, El tiempo entre costuras. El primer libro me fascinó completamente, caí rendido ante la rotundidad de la prosa de la autora, su estilo directo y dinámico, y ante unos personajes y una trama curiosos y complejos. Sin embargo, a día de hoy, y dos años después de leerla, le hallo un cierto tufillo a novela folletinesca, y la considero, además, muy “comercial”, término cuyo empleo no me gusta, pero que, pese a todo, define la sensación que me transmite esa enorme variedad de géneros, y de subtramas, que, sin duda alguna, busca el beneplácito del mayor número de público posible atrevidamente. Ésta es la gran pega que le pongo al libro, pero, aun así, no puedo negar que la grandeza de la prosa y el estilo de Dueñas es inmenso, lo que permite pasar por alto su afán desbordado por gustar a todo el mundo.
De todos modos, esta vez no toca opinar sobre El Tiempo entre Costuras, sino por la segunda novela de la murciana, aunque nacida en Ciudad Real, María Dueñas. Misión Olvido, su título, contrasta enormemente con los extensos títulos de las últimas novedades editoriales, algo que me gusta. Concisión, economía lingüística, misterio. ¿Se puede pedir más? El planteamiento es simple: una profesora de universidad se marcha a California tras recibir una beca para clasificar el legado de un viejo profesor. Una tarea poco alentadora, pero efectiva para conseguir su objetivo: olvidar o cicatrizar las heridas que la noticia de que su marido la ha abandonado por una mujer más joven y más guapa, y embarazada de él. Allí intentará ordenar sus ideas y reconstruirse, incluso aun teniendo que dejar al otro lado del charco a sus padres, a su hermana y a sus hijos veinteañeros, cada vez más independientes. No obstante, en su nueva ubicación no lo tendrá nada fácil: tendrá que lidiar con situaciones complejas, personajes cuyo pasado intentan ocultar y manifestaciones contra la construcción de un centro comercial en un paraje donde jóvenes, adultos y ancianos han pasado y quieren seguir pasando momentos entrañables de sus vidas.
Ante todo, tengo que reconocer mi admiración por la escritora ya que no abusa de escenarios manidos, pues es inusual en la literatura en español la temática de las misiones de los franciscanos en California, en Misión Olvido, o de cómo vivían algunos españoles en Túnez, en su predecesora. También valoro su gran investigación para dotar a sus textos de una envidiable verosimilitud y sin caer en errores históricos. Con todo, sí que es cierto que en su segunda obra parece que la bibliografía consultada ha sido más escueta, un dato no del todo negativo, ya que en El tiempo entre Costuras había algún capítulo que parecía un fragmento de un libro de historia, pero aun así he echado en falta una mayor profundidad en el tema de los franciscanos. Y, del mismo modo en que adoro el empeño de la escritora en recrear escenarios inusitados y totalmente desconocidos por mí, también he de mencionar mi desagrado respecto al empleo de tópicos tan trillados como la mujer dolida por culpa de un marido que se marcha con otra chica más joven, o como la situación en la que dos hombres luchan por conquistar a la misma mujer.
Pero, la gran baza de María Dueñas está en cómo traza el perfil de los personajes, sobre todo, el de Daniel Carter. Mientras leía, parecía que de un momento a otro Daniel, la abuela de Aurora o Antonia iban a salir de las páginas del libro. Y, la escritora lo sabe y aprovecha, por suerte, para ofrecernos unos personajes tremendamente realistas, a pesar de que su procedencia se circunscriba al mundo ficcional. Y me atrevería a decir que incluso en este aspecto ha mejorado la autora respecto a su primera novela, pues tal vez ha sido consciente que lo que en su nueva obra lo más valioso (¡y qué valioso!) es su pasmosa facilidad para escudriñar el alma humana con unos personajes que, si bien no protagonizan en esta novela grandes hazañas, grandes acciones, consiguen avivar la curiosidad del lector y les empuja a leer sin parar.
La mejor historia está siempre por vivir. Este es el lema de este libro, la moraleja que nos aporta María Dueñas, y el pensamiento cargado de positividad que toda persona debería tener cerca, aunque tal vez utilizado como una eficaz estrategia de marketing para persuadir a los lectores de su primera novela de que la segunda es mucho mejor, y ya de paso, si nos les gustara esta nueva, que el futuro tercer libro de la escritora será mejor. De todos modos, el mensaje me gusta, entonces por qué pensar mal. Misión Olvido es un canto por la reconstrucción personal, por las segundas oportunidades, y un remedio contra la nostalgia. Cualquier tiempo pasado fue mejor, de eso nada, debió de pensar la escritora. Sin embargo, sí que encuentro retales del pasado en este libro, algo lógico, pues tal y como, todo (futuro) filólogo hispánico debe saber, la tradición literaria existe y rehuir de ella sería de imbéciles. Eso lo sabe muy bien nuestra admirada escritora, y así pues nos ofrece unos cuantos fragmentos al más puro estilo de Dickens en la infancia y adolescencia de Daniel Carter, así como el olor de la fantástica prosa de Miau de Benito Pérez Galdós. Asimismo, la narración tiene momentos memorables como la visita a la fábrica de ketchup donde trabajaba Carter con los tres profesores más rezagados, su nochevieja en la Puerta del Sol, sus quebraderos de cabeza por Aurora, la fiesta entre americanos y españoles, la fiesta de acción de gracias o las intervenciones de Nana 
En cuanto al estilo, se caracteriza por una prosa vibrante, un vocabulario adecuado, sin florituras innecesarias, sin vicios (solo puedo destacar el uso relativamente frecuente de la familia léxica de adusto o del calificativo trasnochado). Cabe destacar las metáforas e imágenes con las que consigue que el lector empatice con los personajes, que saboree cada palabra y que palpe con placer las aptitudes literarias de la escritora. De hecho, para mí Dueñas con su narrativa es un gran referente, un modelo que cualquier escritor debería seguir. A diferencia de su anterior novela, esta gana por goleada en naturalidad y claridad, pero pierde un porcentaje importante de figuras retóricas, de giros literarios que en este ocasión se hallan con una densidad un tanto menor.
Antes de concluir mi análisis, me gustaría señalar el mayor error de Misión Olvido, y no. No me refiero a que el desenlace fuera algo previsible quedando unas 120 páginas para terminar, a pesar de unos cuantos giros argumentales bastantes interesantes como, por ejemplo, el de Darla Stern. Me refiero al perfil de Blanca Perea, que al ser tan similar al de la propia escritora, en mi mente siempre me imagino las pericipecias que relata el texto sobre Blanca con el rostro y el cuerpo de la escritora, lo que en ocasiones se convierte en un obstáculo para lograr ese propósito que muchos lectores buscan: la evasión. Entonces, al imaginar las vicisitudes del alter ego de Dueñas, me sentía demasiado consciente del acto de lectura, de que la historia no era real, sino una pura invención. Ante esto, que las cartas o textos de Fontana, Carter o Rosalía, redactados con otra tipografía, casi siempre emulando que fueron escritos a mano, no fueran muy legibles es pecata minuta
En resumen, Misión Olvido es una obra completamente recomendable y entrañable, en la que no se necesita mucha acción para cautivar al lector, sino más bien la humanidad de los personajes, tan bien reflejada y descrita por Dueñas. Quizá el público en general prefiera la anterior, pero esta última es más auténtica, a mi parecer, más intimista, más humana. Sus imperfecciones la hacen más perfecta. Ahora queda esperar que en su próxima dosis de excelente narrativa vuelva a repetir su axioma: la mejor historia está siempre por escribir.

NOTA: 8,5

sábado, 20 de julio de 2013

Después de meses y meses sin escribir, vuelvo con unas cuantas reseñas literarias. Hoy es el último de Lo que esconde tu nombre, que ya tiene unos cuantos años, y muy pronto subiré Misión Olvido de María Dueñas. Gracias por leerme, y espero que os sea provechosa esta crítica. 
LO QUE ESCONDE TU NOMBRE - CLARA SÁNCHEZ
Llegué a este libro por dos afluentes, como lectura voluntaria en mis estudios de Bachillerato y como un texto que levanta pasiones en algunos, mientras que en otros les parece un texto monótono, falto de un ingrediente tan necesario como la levadura para hacer un bizcocho: el clímax literario. Prueba de ello se encuentra buscando en blogs o en otras páginas webs críticas de Lo que esconde tu nombre. Así que, en una decidida huida contra los prejuicios, quise tener mi propia opinión, por lo que, inmediatamente después de terminar el año académico, he leído la novena novela de Clara Sánchez poniendo especial énfasis no sólo en la trama, sino también en sus personajes, el estilo de la autora o la coherencia.
Para empezar, el argumento es bien simple. Una chica se marcha a la costa levantina para decidir cómo encauzar su vida, una vida marcada por un novio al que no quiere tanto como ella quisiera, marcada también por la monotonía así como por su embarazo. Sin embargo, al llegar, conoce un matrimonio de octogenarios noruegos que la tratan como abuelos, pero que, pese a su apariencia amigable, son unos viejos nazis que se instalaron en España para escapar de la Justicia. No obstante, la joven ignora el pasado oculto de estos ancianos hasta que Julián, un argentino jubilado que había sufrido en sus propias carnes la vida en un campo de concentración y que, desde su liberación, se dedicaba a cazar nazis, le desvela la realidad en la que vive. Desde entonces, Sandra, que así era como se llamaba la chica, y después de un escepticismo inicial, va viendo con otros ojos ciertas costumbres del matrimonio y sus amigos, quedándose encerrada en una realidad de la que no era tan fácil salir.
El planteamiento es sencillo, lo que no siempre implica que la trama deba ser simplista o pecar de anodina. Pero, en este paso, sí que se cumple la regla de tres, pero por suerte sólo en parte. No suceden grandes acontecimientos, los giros argumentales sobresalen por su ausencia, y la intriga y el terror que en el contraportada la autora nos promete se quedan en meras promesas. Si he terminado de leerlo, ha sido más bien no por la “necesidad” de saber cómo va a terminar la historia, sino por un simple “instinto cotilla”. Esto es, la historia es tan intrigante como saber por qué discuten los vecinos del quinto, o de quién se ha quedado embarazada la pescadera que vive debajo de tu casa. Sinceramente, es una pena que un planteamiento tan simple, pero tan productivo como para alimentar de contenido las cuatrocientas páginas se haya explotado poco. Por ejemplo, las famosas ampollas podrían haber logrado la “eterna juventud” y que los nazis se mataran unos a otros por ellas; la Hermandad podría haber intentado asesinar. En definitiva, más acción, más inyecciones de sorpresa, etc.
Los personajes se pueden describir con tres adjetivos: planos, estereotipados y superficiales. Excepto Sandra que sólo se muestra más madura al final de la obra, los personajes para el lector se dividen en buenos y en malos, lo que añadiéndoles a cada uno ciertas dosis de complejidad psicológica y de contradicción, la novela ganaría en riqueza y el lector podría empatizar más con los personajes, porque nadie es tan bueno como Julián o Sandra, todos tenemos la tendencia de no hacer siempre el bien (aunque claro está, que ningún ser humano puede superar tales cotas de maldad como los “malos” de la historia). Lo cierto es que los perfil de Sandra y Julián con ciertas pinceladas de maldad hubieran ganado y sin duda ambos personajes parecerían más “humanos”.
Es el primer libro que leo de la autora y, sin duda, lo que más destaca del libro es su modo directo de escribir. Tal vez su estilo no es muy personal, no encuentro rasgos que lo distinga del de otros autores. Con todo, sí que es verdad que en su prosa hallo una expresión natural, una cohesión que destaca por coser los hilos de la historia sin artificios, pero con ritmo, sin sonar artificial. No obstante, me gustaría mencionar que a veces la omisión de algunas comas y la elipsis del sujeto llevan a confundir a quién se refiere la escritora, lo que a veces ni siquiera el contexto clarifica totalmente la duda. Tampoco quisiera ignorar las hermosas digresiones y reflexiones sobre ciertos aspectos de la vida, así como algunas metáforas e imágenes. De todos modos, en algunas de ellas presiento que Clara se las ingenia para incluir estas “ideas literarios” sea como sea, lo que no siempre queda muy natural. Aún así, como planteamientos aislados me gustan, aunque en el conjunto de la obra no queden tan bien.
En definitiva, Lo que esconde tu nombre es una novela disfrutable, ideal para las vacaciones y para leer sin calentamientos de cabeza, pero no para saborear sus páginas una y otra vez, ni tampoco para tomar como fuente de inspiración. Empleando una metáfora culinaria, no es un plato de alta cocina, más bien un plato combinado, un tipo de comida que de vez en cuando no está mal. Y, a diferencia de los que la encuentran aburrida o la definen como una pérdida de tiempo, en mi opinión en una buena historia con sus defectos, pero bastante recomendable, a pesar de que no pasará a la historia de la literatura como un clásico.
NOTA: 6,5