martes, 22 de mayo de 2012

Después de una noche apasionada, él se despertó y descubrió que sus labios acariciaban los de una chica. ¿Su nombre? ¡Ni el mismo lo sabía! De ella, lo único a destacar eran sus senos que, durante el trote en medio de un mundo hostil, habían amenizado el festín de placer que, muy pronto, olvidaría.

Cuando la chica, más desnuda que vestida, se despertó; quiso firmar ese lazo afectivo que hacía cinco horas se prometieron. Pero, para aquel entonces, 50 kilómetros la separaban de sus abrazos, pues Carlos, que es como se llamaba, había partido en el primer bus de línea de la mañana.

En verdad, el principal motivo no era ni más ni menos que situar en su lustrosa estantería el tan codiciado trofeo  por la última de sus hazañas. Aún recordaba con orgullo el primer beso que dio; la primera teta que tocó, por casualidad, aprovechando las tortuosas curvas a las que la carretera y el conductor sometían a los viajeros; el primer beso con lengua con la más chica "accesible" por aquellos tiempos; y sus envidiados récords como el de liarse con diez chicas en una noche (todas ellas borrachas) o el primer encuentro sexual con una chica a la que había lamido el culo durante casi un año o, como decían las malas lenguas, pagando con el bote acumulado de dos meses de paga semanal. 

Sin embargo, este último trofeo fue, sin duda, el más esperado; pues no sólo era un hito más en su lista de conquistas, que aunque para él era un acontecimiento histórico, digno de aparecer en las enciclopedias más prestigiosas del momento y en todos los libros de Historia (junto al crack del 29 o la Gran Guerra); en verdad, la cifra de "heroicidades" no ascendía a una decena.

Pero, había algo que lo destruía por dentro, como un ejército de terminas que hace de un lúgubre trozo de madera, una vana idea de lo que un día había sido. ¿El motivo? Bien simple: estaba recordando todo aquello que juró olvidar, que intentó apartar de su vida... Aquella traumática experiencia -aunque para el resto de mortales no sería más que una línea en la historia de su vida- le hirió como un trago de vinagre al precipitar sobre la carne viva; porque Nadia, una chica de un presente plausible y un futuro prometedor, de una belleza apolínea; que, después de unas cuantas citas con una relación íntima como broche final, lo mandó a freír espárragos. Por eso, aunque le costaba admitirlo (la verdad en ocasiones es dolorosa; pero la única vía para solucionar los problemas); ahora no buscaba más que aliviar la frustración y dar rienda suelta a sus pasiones más salvajes. Sin embargo, la impaciencia y una autoestima en crecimiento negativo hicieron que sus "dotes" grotescas amorosas se redujeron a unos cuantos líos con las hijas de la panadera, que se había hecho famosas por su arte a la hora de preparar la masa de todo tipo de repostería (croissants, bizcochos, monas, bollos, ensaimadas, etc.). Entonces, a causa de estos líos y manchas en un aparente historial amoroso portentoso; su vida había perdido la dulzura y la grandiosidad de aquellos tiempos remotos donde solía trazar el camino de su vida que hace años había sido eliminado por culpa de esos entrañables años (pero para él desdichados) que conforman la adolescencia y que le supusieron un paréntesis en su esplendor vital.

Ahora, cuando la juventud florece como la amapola más hermosa del campo, como la cresta de una ola que rompe contra el acantilado, se ha propuesto renunciar a principios; a rechazar lo estable, lo verdadero, de lo ficticio y efímero; por miedo a que le llamen "fracasado" cuando en verdad su existencia es tan maravillosa, tan laudable, que con el hecho de existir debería sentirse que es un tremendo tesoro para los que lo rodean. Resultado: sustituir el triunfo, el único triunfo (la dignidad, la satisfacción personal) por un simple premio de consolación.

lunes, 21 de mayo de 2012

Con fines asociados más bien al masoquismo que a encontrar (si existe) la verdad en los hechos, que acaban convirtiéndose en una conspiración bajo los ojos de la obsesión; encontramos ese grupo tan numeroso de “traductores”, que mediante “des-razonamientos” o calentamientos de cabeza hacen de una gota de agua un inmenso mar que les lleva a perder no sólo una ración de felicidad (que ya es bastante); sino también a personas que sin esos “des-pensamientos diabólicos” conseguirían mantener aquello que siempre prometieron no abandonar, y no acabar ahogado en esas tenebrosas aguas.
A pesar de que en un principio puede sonar a topicazo eso de que la FELICIDAD se halla SUMERGIENDOSE EN SÍ MISMO, finalmente se llega a la conclusión que no hay más verdad que esa. Por eso, abogo a que cada uno de nosotros que algunas veces hemos querido traducir los sentimientos, las palabras, los gestos o las acciones de otros (y que, en el 99% de las veces hemos cometido mil y un errores en la traducción) dejemos de hacerlo, pues los únicos que se hacen daño somos nosotros mismos, nosotros (los seres humanos) que hemos creído tener la razón sapiencial y que, por tal vanidad, la vida nos ha reportado a la revisión de la traducción.
Así que, desde aquí, mando un mensaje a quien haya tenido valor de leer esto y hacerse una revisión interna o una traducción de sí mismo –traducirse a sí mismo sí que está permitido y es bien lícito–. Y, espero que, a partir de este momento, recuerden que los traductores profesionales traducen únicamente textos y no sentimientos ni acciones ni palabras; pues para ello tenemos unos señores y señoras que, después de infinitas horas incando los codos y con la ilusión de ayudar a los demás (y -¿por qué no decirlo?- también de llenar la cartera?) han estudiado el maravilloso campo de la psicología.

sábado, 19 de mayo de 2012

No hay peor muerte que morir en vida; despertarse cada mañana sin nada que incite a levantarse de la cama y buscar, incansablemente, aquellos instantes que nos reserva el mundo para pellizcarnos el alma y sacarnos una sonrisa.

Por desgracia, a través de las anteriores palabras, se puede describir el día a día de quienes no luchan por lo que quieren, de los que prefieren sentarse en el sillón esperando que, por arte de magia, el tiempo les ofrezca aquello que nunca fueron capaces de conseguir por sí mismos, o aquellos que se convierten en títeres de su propia resignación que crece vertiginosamente, mientras la dignidad yace bajo su propia sepultura del mismo modo en que un cadáver reposa sobre la tierra y las esperanzas de resurrección se circunscriben a mera ficción.

Éste es el epitafio bajo el cual reposan los que se refugian en diluir la felicidad de los demás con el único fin de olvidar que, aunque de apariencia vivan y su corazón lata, ellos dejaron de existir hace ya años, lustros o siglos, aunque para el resto de mortales no sean más de un segundo. Para ellos, la vida es un pesado lastre e intentan consolarse, sin éxito, en el sufrimiento de los demás. Y, cuando, ingenuos, creen haber logrado su fin, dibujan en su rostro una siniestra mueca; mas nunca equiparable al negror que se desprende desde su más profundo ser.

En sus “alegres fiestas”, la mayor felicidad que se advierte son las ondas sonoras que merodean sobre el cementerio de sus cabezas y que provienen de un radiocasette. Éstos creen ser dueños de su vida; cuando, en verdad, no son más que víctimas de su hábitat, donde la soledad, la frustración y la tristeza son los protagonistas sobre el escenario de su sepultura.

Para acabar, daré el ÚLTIMO ADIÓS a todos ellos, porque realmente es la desgracia que se recuesta sobre estos seres e, insólitamente, creen tener el mundo a sus pies en vez de acabar siendo pisoteados por los pies del mundo. No obstante, les seguiré llevando flores al cementerio, para recordar que he de andar por un camino que se alce como las antípodas del suyo; de lo contrario viviría en mi muerte o moriría en mi vida.

RIP